Adolfo Sánchez Rebolledo
Othón Salazar
“Tengo los ojos ciegos de mirar tanta miseria y opresión en Guerrero”, dijo Othón Salazar, si la memoria no me traiciona, al clausurar el último congreso del PSUM. En ese instante se hizo un gran silencio. Una pregunta quedaba en el aire: ¿cuál era el sentido último de todo aquello? ¿Qué dejaba atrás la izquierda junto con símbolos históricos como la hoz y el martillo? Si bien la creación del Partido Mexicano Socialista (PMS) debía renovar la idea de la unidad con una perspectiva anclada en la política más que en la ideología (o al menos eso se decía), convirtiendo el partido en un instrumento útil para la democratización del país y la superación de la crisis, las palabras de Othón (tan opuestas al pragmatismo posterior) sólo se entendían como recordatorio de lo esencial: no hay socialismo –ni izquierda– si la “cuestión social” se relega al segundo plano de las preocupaciones cotidianas.
Para el maestro Othón, a diferencia de lo que piensan otras corrientes de la época, los pobres –los explotados– no se salvarán sublimando la miseria en que viven o adaptándose al mundo injusto que los condena a no cambiar. Siendo como es un revolucionario, no cree en la caridad, sino en la lucha de clases, es decir, en la acción política concebida como comunión de los iguales en contra de la desigualdad. Othón es un maestro. Un maestro mexicano, subrayo, formado primero por la escuela socialista, y más adelante en la Normal Rural de Ayotzinapa y la Escuela Nacional de Maestros, donde inicia sus estudios.
Marxista desde joven, entiende la misión del magisterio como actividad liberadora de las conciencias: sembrar en la infancia las semillas de la libertad por el conocimiento es el primer paso hacia la emancipación, tal como la entiende el pueblo mexicano a través de su historia, mirándose en el espejo de sus héroes, en las lecciones ejemplares extraídas de una realidad de revueltas y revoluciones.
Othón reivindica como propios los valores de la Ilustración que sustentan el laicismo, dándole sentido y continuidad a la gesta inconclusa de la historia patria. Con esa emoción se acerca a la figura del insurgente Vicente Guerrero y recupera la imagen de Lázaro Cárdenas sin jamás hacer a un lado sus convicciones socialistas, faro y guía de su vida pública.
Sus ideas y especial carisma, revelado en su capacidad oratoria, lo llevan a liderar huelgas y acciones estudiantiles, a la resistencia gremial y a encabezar el gran movimiento magisterial que, junto con las movilizaciones de los ferrocarrileros y otros grupos de trabajadores ferozmente reprimidos, marca el comienzo de la era “del desarrollo estabilizador”.
Preso por su actividad sindical, se le despoja de todos sus derechos sindicales y laborales. Se le quita la plaza y se le estigmatiza desde el poder, junto a sus camaradas de la sección 9 del SNTE. Hoy, medio siglo después, la Secretaría de Educación Pública carga con el peso político y moral de esta injusticia, y todo para no contrariar a los dueños espurios del sindicato, socios del actual gobierno panista. No le pueden perdonar a Othón que defendiera el derecho de todos los mexicanos a una educación libre, impartida por maestros y maestras comprometidos con la historia y el futuro del país, responsables de sus actos y no meros empleados al servicio de la burocracia estatal.
(Muchos años después lo visito en su casa de Tlapa: un solo foco ilumina la pequeña estancia donde trabaja; sobre la pared desnuda cuelga una solitaria fotografía donde un joven pobremente vestido descansa en el suelo de los patios de la SEP durante la huelga de los maestros. Luce tan modesto como ahora; nada en esa imagen indica que se trata del máximo líder de aquel movimiento. Me parece un retrato fiel.)
En una u otra trinchera, es el mismo hombre coherente que entiende la política bajo la óptica de los principios y los valores éticos. Por eso es incorruptible y flexible a la vez. Cuando parecía imposible ganarle las elecciones al poder atávico del priísmo local, la comunidad de Alcozauca demostró que la democracia no era, como se solía argumentar, un asunto exclusivamente urbano. Allí la izquierda obtuvo su primera victoria moderna y abrió, simbólicamente, un nuevo horizonte en una región golpeada por la violencia y el hambre.
Durante su gestión al frente de la presidencia municipal de Alcozauca procura cambiar la relación con las comunidades. La primera obra se inaugura en una población priyista que no votó por él. La puesta en marcha de la toma de agua se celebra bajo un gigantesco amate. Hay recelo, desconfianza, pero Othón demuestra, con hechos, que no habrá favoritismos políticos. Durante tres años, el miserable presupuesto municipal se distribuirá conforme a las decisiones adoptadas por las comunidades; por igual se brindan otros servicios y se auxilia a quienes así lo decidan a impulsar proyectos productivos de mayor aliento con el concurso voluntario de profesionales y técnicos universitarios. Pero el maestro Othón sabe que las deficiencias seculares son un pozo sin fondo al que sólo se puede atacar elevando la conciencia y el nivel de organización de los pueblos de la Montaña.
Sin desdeñar recursos, abriendo todas las puertas, trabaja con ahínco para que se desplieguen las energías potenciales, así deba oponerse con firmeza al burocratismo oficial que busca neutralizar el efecto benéfico de la renovación democrática en la región o a las provocaciones montadas por los caciques políticos usando organizaciones como Antorcha Campesina. De cara a las asechanzas subraya: “Alcozauca tiene historia propia, ideario político propio, resolución propia de seguir adelante, hacerlo venga como venga la adversidad. En Alcozacua circulan ideas democráticas, ideas revolucionarias y el espíritu de lucha y de rebeldía no se apagará. La idea de patria le da fuerzas para no perder firmeza” (palabras de Othón Salazar en carta de los ex presidentes municipales a la opinión pública).
Hace unos años, el Congreso de Guerrero distinguió merecidamente al maestro Othón Salazar con la máxima distinción, que lleva el nombre del héroe de la independencia. ¿No es hora de que la izquierda haga lo propio, más allá de partidarismos excluyentes?
tomado de "La Jornada" www.jornada.unam.mx
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