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lunes, 27 de enero de 2014

JOSÉ EMILIO PACHECO: poema, "INDESEABLE"


copiado de http://amediavoz.com/pacheco.htm#ALTA TRAICIÓN

INDESEABLE

No me deja pasar el guardia.
He traspasado el límite de edad.
Provengo de un país que ya no existe.
Mis papeles no están en orden.
Me falta un sello.
Necesito otra firma.
No hablo el idioma.
No tengo cuenta en el banco.
Reprobé el examen de admisión.
Cancelaron mi puesto en la gran fábrica.
Me desemplearon hoy y para siempre.
Carezco por completo de influencias.
Llevo aquí en este mundo largo tiempo.
Y nuestros amos dicen que ya es hora
de callarme y hundirme en la basura.


MARTÍN RAMÍREZ


copiado de http://www.jornada.unam.mx/2014/01/11/oja-silencio.html

Martín Ramírez, migrante

En el país del silencio

Martín Ramírez en el hospital DeWitt en California
Al paso del tiempo, la verdad del arte se impuso a cualquier explicación clínica o antropológica del fenómeno Martín Ramírez —muerto hace medio siglo— y su portentoso mundo milimétrico de dibujo y encáustica, creado en silencio y apartamiento psicótico durante los últimos quince años de su vida en un hospital psiquiátrico en Auburn, California, donde fallece el 17 de febrero de 1963 a los 67 años. Nacido en Rincón de Velázquez, Tepatitlán, Jalisco, en 1895 (algunas fuentes dice que antes), trabajador del campo, buen jinete, se casó en 1918 con María Santa Ana Navarro Velázquez y procrearon tres hijas. Nunca conocería a su cuarto hijo, que nació en 1926, luego de que Martín migrara a Texas y Arizona en busca de trabajo en las minas y los ferrocarriles. Manda remesas cuando puede. Hacia 1930 comienza a dibujar cosas raras en los márgenes de sus últimas cartas familiares. En 1931 decide dejar de hablar por completo. La policía del condado de San Joaquín, California, lo aprehende “por escandalizar en la vía pública”. Merodeaba desnudo en un edificio abandonado. Se dice que en ese momento grafiteaba en la pared la frase: “hoy va a llover”.
Preso y después internado en un frenopático de Stockton como “paciente que no coopera”, lo que sí le llovió fueron diagnósticos: maniaco depresivo, catatónico, esquizofrénico, demente precoz, sifilítico, autista, tuberculoso. Si bien la Revolución Mexicana le tocó durante su juventud en los Altos de Jalisco, más lo afectaría, y por ausencia, la guerra cristera de 1926 a 1929, pues fue lo que le impidió regresar. El temor de que se lo llevara la leva. En su tierra, el conflicto armado era atroz, intenso, absurdo. En el corazón de la antigua Chichimeca, en nombre de Cristo como en la Conquista, y ahí te voy. Por malos entendidos, comprensibles en aquellos tiempos de vías de comunicación primitivas e indirectas, Martín creyó, equivocadamente, que su mujer se había ido con el enemigo, los federales, y parece que eso fue lo que desató su deterioro. Al ser detenido, ya no mandaba dinero.
Escapa tres veces de su internamiento (1932, 1933, 1934). La tercera regresa por las buenas, luego de vagar tres días por las calles. En 1935, a cuatro años de no transmitir señales, comienza a dibujar. O sea, a comunicarse por ese único canal. Hasta entonces no transmitía nada, salvo su absoluta ausencia. En 1948 lo cambian al hospital DeWitt en Auburn, en el norte de California, y envían sus dibujos a la familia, que ya fue rastreada allá en Jalisco. Ésta, años después, los destruirá por temor al bacilo de la presunta tuberculosis de Martín. En 1950, un noble ruso, rico y conservador, llamado Charles Muskavitch, socio de una galería de arte en Sacramento, se interesa en sus obras. También entonces lo descubre el psicólogo Tarmo Pasto y lo convierte en un caso estrella de locura comparada, publica en revistas científicas, dicta conferencias, recibe las becas Ford y Fulbright, y hacia 1958 se desentiende.
Considerado artista ingenuo, naif, pronto se le asocia con Paul Klee, Max Ernst, el arte bruto de Jean Dubuffet, Jasper Johns y Robert Raushenberg. El paciente Martín ni se entera. A veces arranca páginas de periódicos y revistas, saca papel de donde puede, pega los pedazos con papa y agua, pues le da por los formatos grandes. Trabaja en el suelo, como hacía en su tierra en el campo. Dibuja rollos a lápiz, con cerillos, usa fluidos corporales, hace collage con fotos, inventa patrones cósmicos y pone a girar los infinitos. Pasados y futuros, con el ciervo recurrente de su obsesión. Se pone de moda escribir sobre su “caso”. Lo exhiben en museos y galerías en Estados Unidos. A la manera de los poetas románticos Frederich Hölderlin y Robert Walser, o el grabador zacatecano Severo Amador, sobrevive largos años en una lejana y apacible locura creativa. El 17 de febrero de 1963 muere de edema pulmonar

jueves, 16 de enero de 2014

JUAN GELMAN: poema, "Torcazas"

TORCAZAS 

Se pasa de inocente a culpable 
en un segundo. El tiempo 
es así, torcazas 
que cantan en un árbol cansado. 
La carne piensa y no llora. Pensar 
es ver la nada que nota 
en una cucharada de sopa. 
El dolor no se olvida 
de uno. Sombras ahí, 
distancias, superficies, 
olor a sospechas podridas, congojas 
que no mueven los pies. 
El tiempo borra el sudor frío 
del alma y si hace falta el alma. Pega con 
el leve sonido a compañeros 
colgados en la noche, son 
urgentes, hacen 
un país que nadie conoce 
en el camino que empieza 
donde acaba la lengua del empujado. 
Están tendidos en las jaulas 
de la sensación. Hay miedo 
en la memoria prohibida, el sabor 
del día que se distrajo y abre 
de repente los deseos de ayer. Una 
luna enorme finge acompañamientos. Vuela 
la pérdida ojos adentro como 
la longura de un pájaro azul. Los 
compañeros, ¿están despiertos para 
que pregunte quién soy? ¿No duermen 
en lo que es no es? Las calles 
sucias de amanecer son un error. La 
emoción entre mi vida y 
la conciencia de mi vida 
es una continuidad que no 
me pertenece. Agradezco 
el saltito del pájaro en la rama 
que abriga cuando 
el cuarto que abandono navega 
en sales, brumas, el espanto y 
mi pecho metido en el polvo. 
Y yo al revés.