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domingo, 13 de abril de 2008

DEMOCRACIA DIRECTA Y DEMOCRACIA REPRESENTATIVA : SUBE Y BAJA DE LA IZQUIERDA

ESTE ES UN ARTÍCULO DEL 7 DE AGOSTO DE 1996 DE UNA REVISTA CENTROAMERICANA LLAMADA "PROCESO", EDITADA POR LA "UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA JOSÈ SIMEÒN CAÑAS". A VER SI LOS LOS LÍDERES DE LOS PARTIDOS DE IZQUIERDA QUE HAN ACCEDIDO AL PODER EN AMÉRICA LATINA LE ECHAN UNA OJEADA (¿O DEBO DECIR "CLICKEADA"?).
Universidad Centroamericana José Simeón Cañas
Semanario Proceso
© 1996 UCA Editores

año 17
numero 720
agosto 7
1996
ISSN 0259-9864

Izquierda y Democracia

La democracia sigue siendo el nudo gordiano de la izquierda
latinoamericana y, por supuesto, de nuestra izquierda. Mientras no
lo corte, no sólo no logrará desatarse de las amarras
autoritarias heredadas del estalinismo, sino que continuará
desempeñando su papel de perdedora en las urnas, sin poder
recuperar las ricas experiencias de movilización y
organización popular propias de décadas pasadas. Algo
propio de la izquierda ha sido saberse mover con relativa soltura
en la democracia directa, pero con enormes dificultades en la
democracia arepresentativa, lo cual la ha llevado a perder claridad
acerca de la conexión existente entre ambos procesos
democráticos. La idea que ha predominado es que cuanto
más directa es la democracia mejor es para los intereses
populares.
De cualquier modo, es ineludible reconocer los límites
de la democracia directa. Ella es indispesable, por ejemplo, en los
procesos de autogestión industrial. En cambio, la democracia
directa en el sistema judicial sería sumamente
contraproducente. Para llevarlo al extremo: es completamente
diferente un comité de gestión cooperativa que un
comité de linchamiento. Una cosa es una asamblea de
estudiantes y otra de orden muy distinto es un tribunal popular: la
simpatía que despierta la primera no debe ocultar los
peligros de una justicia sometida al delirio de una minoría
constituida en poder directo. Este es precisamente el problema de
la democracia directa: visto desde una perspectiva global se trata,
en el fondo, de minorías que ejercen el poder directo, pues
una asamblea sindical o el congreso de un determinado partido
agrupan a un pequeño segmento de la población y no al
conjunto de ella, por más que la propaganda diga lo
contrario. Y cuando el "control popular" de las asambleas rebasa
con sus decisiones los límites de sus condiciones de vida y
trabajo, para determinar la vida y trabajo de otros sectores de la
sociedad, entonces surgen las dificultades, en las cuales destacan
la ineficiencia y el despotismo.
De aquí, pues, que la apuesta de la izquierda por la
democracia directa deba de ser balanceada por formas
democráticas indirectas y representativas, las cuales
ciertamente no le son ajenas a la izquierda. El problema es que las
banderas de lucha civil por la democracia política han sido
asumidas, sin que la izquierda haga algo por evitarlo, por la
derecha. Más aún, la izquierda ha desgastado su
caudal en vanos esfuerzos por traducir demandas democráticas
en programas y proyectos destinados a ofrecer a los sectores
populares una alternativa de política socio-
económica. Con ello, ha dilapidado un capital
histórico acomulado; ha rebajado la política a la
economía, y ha reducido la democracia a la queja.
Sin duda, los desajustes económicos han contribuido a
ello: la izquierda ha creído que en momentos de grave
deterioro socio-económico es oportuno enarbolar como bandera
principal un programa de alternativas económicas para
ofrecer a los sectores populares un salida a su difícil
situación. Sin embargo, la medicina ofrecida por la
izquierda ha sido poco eficaz y la gente ha desconfiado de los
curanderos rojos que ofrecen salidas milagrosas.
Adicionalmente, la izquierda parece estar fundamentalmente
preocupada por lograr su unidad, para fusionarse
orgánicamente en torno a un programa. Ha desdeñado la
lucha por impulsar una nueva cultura política
democrática, para dedicarse a las añejas tareas de
construir un partido y un programa. La izquierda se consume
haciendo política hacia adentro en detrimento de una
política expansiva y extrovertida. Es decir, la izquierda
sufre de un curioso narcisismo político: no deja de mirarse
a sí misma, de autocriticarse, de autoalabarse, de definirse
siempre en relación consigo misma, de contemplar la historia
de sus derrotas y de sus mártires, de lamentar su
condición y exaltar su futuro.
Esta izquierda autoorganizada y autounificada prefiere
reunirse en foros y congresos que publicar una revista, gusta
más de los estatutos que de un buen libro, aprueba las
concertaciones controladas, pero evade zambullirse en la vida
cotidiana de la gente. Así, es comprensible que no se
emplíe su horizonte electoral: los dirigentes parecen
más interesados en captar y reorganizar militantes o
"dirigentes naturales" ya convencidos, que en ganar nuevos votos
para sus partidos. La formación de clientelas parece ser la
estrategia electoral de la izquierda; el voto cautivo de sus
militantes su principal recurso y el populismo de sus dirigentes el
modus operandi de su práctica política.
La izquierda salvadoreña hizo de la unidad un mito que
le resultó caro. A la larga, la tan publicitada unidad
político-militar conseguida durante la guerrsa civil se
resquebrajó en la postguerra. Sin embargo, el interior del
FMLN -la única izquierda que queda en el país, al
decir de sus dirigentes- la unidad sigue siendo la idea fuerza de
la organización. En virtud de ese mito -y de otros que se
fraguaron en torno al FMLN- es que la izquierda del país es
incapaz de ver hacia el futuro y de abrirse hacia la sociedad. Es
decir, nuestra izquierda tiene la mirada en el pasado, en las
glorias, sacrificios, fracasos y triunfos de la época
heróica. Tiene también puesta la mirada en sí
misma; en su propio fortalecimiento, en la organicidad y coherencia
entre sus militantes. Su propia autoncomprensión -"somos la
única izquierda"- se traduce en la exclusión de
quienes no se confiesan partidarios de esa filiación
político-ideológica.
En otras palabras, la izquierda salvadoreña -el FMLN-
se autoimpone enormes obstáculos como alternativa
política de alcance nacional. Porque para ser tal tiene que
ser vista por los electores como capaz de representar los intereses
de la mayor parte de los ciudadanos, y no sólo de aquellos
que están vinculados orgánicamente al partido.
Mientras el FMLN se siga percibiendo y siga funcionando como un
partido de cuadros no va a convertirse en una alternativa
política nacional, al igual que no lo es ARENA y no lo
fueron en su tiempo el PCN ni el PDC. Asimismo, mientras el FMLN
siga concibiéndose y funcionando como un partido de cuadros,
el populismo lo va a perseguir como un fantasma, con todos los
peligros -chantaje, corrupción, compromisos y prebendas- que
ello trae consigo.

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