tan cerca de los Estados Unidos y tan lejos de Dios! , diríamos parafraseando una sentencia de Porfirio Díaz cuando se refería a México. El día uno de enero podríamos festejar el bicentenario de la creación de la primera República negra del mundo en cambio habremos de lamentar su estado catastrófico, que después de haber pasado por varias dictaduras ( entre ellas las de la familia Duvalier) sufre la de un sátrapa cruel, sanguinario, apoyado por Washington y ordenado sacerdote no hace mucho por el Vaticano.La situación de Haití es alarmante : ocho millones de alma pueblan el país más pobre de América latina y uno de los más desheredados del planeta, diezmado por el sida y cuya única economía se centra en el tráfico de cocaína. La dictadura y la corrupción en la cima del Estado son tales que la comunidad internacional ha decidido cortar toda clase de ayuda. Y ese país lleva a su frente a un hombre que simboliza el fracaso, el martirio de su población, y peor todavía, la traición de un ideal : Jean-Bertrand Aristides, el jefe de Estado. Recuerdo que hace un decenio poníamos la esperanza en gente como Méndez Arceo, Gutiérrez, Elacurría, Romero, Fray Bento, Samuel Ruiz, Cardenal y otros de la teología de la liberación cuyo último representante, ya en el poder en Haití, era el padre Aristides. Y no olvido la estupefacción de mi hermano Xosé cuando, pasados los primeros momentos de fe, le dije que su correligionario no era tan santo como se decía, y que entre otras cosas permitía que sus huestes practicaran asesinatos impíos y monstruosos como el de colgar un neumático del cuello de las víctimas y prenderle fuego. En cuanto a la responsabilidad del otro factor, la invasión y la ocupación por los norteamericanos de Haiti el 28 de julio de 1915 hasta 1922 formaba parte de un plan general de los Estados Unidos para hacerse con el control estratégico del Caribe. Con la construcción del canal de Panamá, los yanquis estaban decididos a mantener el control militar de aquella zona. La instalación en 1903 de una base naval en la bahía de Guantánamo había resuelto el problema inmediato, si bien Washington seguía muy interesado en impedir que otra nación llegara a tener una base en Haití. Poco después de su llegada a este país, los norteamericanos tomaron medidas encaminadas a dotarse de una fachada jurídica y a encontrar un presidente marioneta. Varias destacados políticos haitianos rechazaron tan ignominioso cargo, pero el presidente del Senado, Philippe Sudre Dartiguenave, lo aceptó y permaneció en él hasta 1922. Se firmó un convenio y en 1918 se impuso una nueva Constitución. La administración estadounidense se ocupó ante todo de imponer la ley y el orden en la totalidad del territorio haitiano, objetivo que logró con la ayuda de una gendarmería ( todos sus efectivos eran haitianos, y los oficiales Superiores estadounidenses ) que más adelante se convertiría en la Garde d'Haïti, los terribles “tontons macoutes” de Duvalier. No obstante, la reacción general entre los haitianos corrientes, que estaban orgullosos de sus 111 años de independencia, fue de hosco resentimiento ante semejante allanamiento. Y ya todos los elementos, divinos y humanos, se aliaron para frustrar una ilusión.
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