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Voto al cambio y voto masoquista
Abraham Nuncio
¿H
ay una lógica que contravenga, en la realidad y no en los oráculos hechizos con cara de metodología científica, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en las urnas y en el escrutinio y cómputo efectivos de los sufragios a su favor el próximo 1º de julio? No la hay, y argumentarlo es un ejercicio que no requiere de mayor sofisticación.
Hace seis años, a pesar del complot con toda la
tde evidente; de la guerra sucia encabezada por el PAN, las principales organizaciones empresariales y el duopolio televisivo; de las intervenciones ilegales de Fox condenadas por el Trife pero impunes; de la mano negra de Felipe Calderón a través de su cuñado Diego Hildebrando Zavala en un IFE cómplice; de la alianza entre Calderón y Elba Esther Gordillo; de la Conago que protagonizó, junto con el SNTE, la mayor alianza del PRI con el PAN; de las trampas que alteraron las actas y el resultado final: a pesar de todo esto y mucha basura más, la elección la ganó López Obrador.
¿No la ganó? ¿No la ganamos quienes votamos por el tabasqueño? ¿Acaso la enorme duda de la mitad del electorado que votó en 2006 y su exigencia de que se procediera al recuento de los votos no era suficiente para que, una vez despejada, la fuerza de la legitimidad hubiese hecho del de Calderón un gobierno bien sentado sobre bases políticas, en el caso de que el recuento le diera a él la victoria, y no sobre la base de un despliegue militar a pretexto de combatir al crimen organizado? Si no se quiso aceptar el recuento fue porque Calderón no alcanzó la victoria en las urnas. Lo mismo que ocurrió en 1988 con Salinas de Gortari, el factótum del fraude de entonces y de todos los que hagan falta para intentar un neomaximato.
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Todas las circunstancias adversas que hoy se le ven o se le quieren ver (magnificadas) al triunfo de López Obrador estuvieron presentes hace seis años. Y entonces el candidato de la coalición Por el Bien de Todos obtuvo más votos que el candidato del PAN o bien, según la cuestionada versión oficial, quedó a 0.56 por ciento del panista.
Tales circunstancias difieren de las de entonces en una serie considerable de aspectos que resultarán, al cabo, en los votos suficientes para que el abanderado del Movimiento Progresista sea el próximo presidente de México. Antes de enumerar esos aspectos es muy importante mencionar que en 2006 no hubo lo que pudiéramos llamar deserciones del electorado que votó por López Obrador. No las hubo ni en el primer momento poselectoral, en que la mitad del país se sintió despojada de las acciones del gobierno al que había elegido en la figura de AMLO, ni durante el plantón que la derecha gárrula aún sigue agitando para asustar a los desinformados y a los fundamentalistas seguidores de Doña Eme, ni tampoco después. ¿Hubo pronunciamientos significativos del electorado que votó por AMLO exigiéndole aceptar los resultados oficiales? Las voces que sí lo hacían eran las de aquellos que lo habían atacado abiertamente y estaban por que Calderón se impusiera a toda costa.
En suma, el electorado que votó por AMLO en 2006 no tendría razones para no votar por él nuevamente. A esto hay que agregar los votos que cosechará por otras que hace seis años no estaban presentes:
1. En primer lugar, un movimiento masivo de estudiantes (#YoSoy132) que, sin definición partidaria, se ha manifestado con deslumbrante claridad contra el candidato del PRI, al que sólo las empresas encuestadoras probadas por su parcialidad pretenden vendernos como puntero en la contienda electoral. Este movimiento, que actualiza el de 1968, es un hecho inédito en la historia electoral del país. Un amplio sector del mismo se ha manifestado por la candidatura de López Obrador.
2. La extensión del movimiento estudiantil a otros ámbitos de la juventud a través de las redes sociales y con similares identificaciones políticas.
3. Una nueva corriente empresarial identificada con el Movimiento Progresista y/o su candidato. Esta corriente se inició con el grupo que encabeza Alfonso Romo en Monterrey, al que se han sumado otros líderes en la región antes identificados con el PAN, como el nuevoleonés Fernando Canales Steltzer, o sin militancia partidaria como Cristina Sada Salinas, o bien con el PRI, como el ganadero y minero coahuilense Armando Guadiana Tijerina.
4. La influencia de medios electrónicos sin mayor alcance hace seis años. Por ejemplo, de los cinco que tienen su sede en Monterrey, tres favorecen la candidatura de AMLO y los candidatos de la izquierda: Reporte Índigo (circula ya en versión impresa), 15Diario y Revista Pantagruélica.
5. Una mayor cohesión de las izquierdas en torno a AMLO.
6. El triunfo logrado en 2009, que permitió a los priístas pensar en su fácil repetición a nivel presidencial en 2012, ha sufrido una rápida desmonetización. El desprestigio del PRI en la mayoría de los estados que gobierna (corrupción y nexos con el narcotráfico) le augura a su candidato pésimos resultados.
7. La alianza del PRI con Elba Esther Gordillo parece más wishful thinking, sobre todo en lo que hace a las bases magisteriales, que sólido asidero electoral para Enrique Peña Nieto.
En la lógica aquí expuesta, el voto al cambio (por AMLO) será el voto mayoritario. Se registrará otro voto, ya ingenuo, ya interesado, que no dejará de ser un voto masoquista en aquellos con menores recursos: de la clase media para abajo.
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