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viernes, 17 de agosto de 2007

HISTORIA


28 de julio de 2007

Empeñado en develar el origen y las transformaciones del Estado en Mesoamérica, el historiador Enrique Florescano llega a conclusiones que obligan a reinterpretar la esencia política y social de un pasado que hoy —más que nunca—, resulta un país extraño. Los frutos de esa dilatada empresa, germen de un libro en preparación, forman una serie de artículos que serán publicados quincenalmente en confabulario . El viaje comienza en La Venta, con la revisión de “una de las raras culturas del mundo que creó civilización”.

Los primeros reinos

por ENRIQUE FLORESCANO

El desarrollo del Estado es el proceso civilizatorio cardinal de Mesoamérica, el creador de su unidad y fortaleza política y de su identidad social y cultural. Los factores que impulsaron la formación del Estado pueden apreciarse en las diversas culturas de Mesoamérica, pero en estas páginas me voy a referir a la formación inicial del Estado entre los olmecas, para comparar luego estos procesos con la singular creación del Estado teotihuacano, la explosión multiplicadora de los reinos mayas, y más adelante con el reino más recordado en los anales históricos, occidentales, el fundado por los mexicas en México-Tenochtitlán.

Las fundaciones políticas olmecas

Hacia la década de 1930 se pensaba que los mayas representaban la cultura más antigua de Mesoamérica. Entonces casi no se sabía nada de los olmecas y las descripciones que se aventuraban del Estado mexica apenas eran algo más que una repetición de lo que decían las crónicas de Hernando Cortés, Bernal Díaz del Castillo o fray Diego Durán, los relatores clásicos de la caída del reino de Moctezuma II. En los primeros años de la década de 1940 se dieron a conocer los asombrosos descubrimientos de Matthew Stirling y Philip Drucker en Tres Zapotes, Cerro de las Mesas, La Venta y San Lorenzo, que sacaron a luz los monumentos colosales de los antiguos olmecas, como se llamó a los constructores de estas primeras ciudades de la parte media del continente. Más tarde, otras investigaciones en La Venta revelaron la existencia de gigantescas ofrendas enterradas y mostraron, por mediciones hechas con la técnica del radiocarbono, que esta cultura había florecido muchos años antes de la era actual.

Así, entre 1940 y el año 2000, decenas de expertos de diversas áreas del conocimiento contribuyeron a esclarecer el origen y desarrollo de una de las raras culturas del mundo que creó civilización. Las organizaciones políticas desarrolladas por los olmecas son fruto del maíz, producto de la multiplicación prodigiosa de ese grano en un territorio fértil, irrigado por ríos caudalosos que año con año depositaban sus limos germinales en las riberas. Los datos arqueológicos muestran que los olmecas fueron los primeros agricultores especializados en los cultivos necesarios para la sobrevivencia de los grupos humanos, como el maíz, la calabaza, el frijol, el chile y diversos tipos de legumbres. Son los promotores iniciales de la hortaliza y el cultivo de las plantas útiles, y los herederos de grupos aún más antiguos, a quienes debemos el arte de la selección de las plantas y los principios de su domesticación.

Las indagaciones dedicadas a conocer la evolución de los olmecas registran un largo proceso marcado por asentamientos primarios que los arqueólogos sitúan hacia 1600-1500 a.C. en San Lorenzo, una meseta rodeada por los ríos Chiquito y Coatzacoalcos, cerca de la costa sur de Veracruz. De esta fecha hasta el 1200 a.C., San Lorenzo fue la cabecera de aldeas dispersas que pagaban tributo al centro político que dominaba el tránsito fluvial y los cultos religiosos. Sabemos ahora que la organización social de San Lorenzo había rebasado el estadio de las sociedades igualitarias y estaba compuesta por grupos de campesinos, artesanos, comerciantes, chamanes, guerreros y jefes políticos que se transmitían sus oficios y posiciones de manera hereditaria. Otras características de estos cacicazgos son el gobierno centralizado, el dominio de un territorio, la existencia de jerarquías en el mando político (gobernante, jefes militares, caciques regionales, señores locales), y en la sociedad (nobles, artesanos, campesinos).

El escalón más alto en este proceso es el de la aparición del Estado, el nacimiento de una organización política centralizada a la que se subordinaron las aldeas cercanas y los cacicazgos enclavados en territorios lejanos. Entre 1200 y 900 a.C., San Lorenzo se convierte en el primer centro urbano y en el mayor poder político del área olmeca.

El testimonio que sin lugar a dudas delata la presencia del reino son las representaciones del gobierno dinástico. La formidable serie de 10 cabezas colosales encontradas hasta hoy en San Lorenzo prueban la existencia de esa forma de gobierno, pues cada una es un retrato monumental e inolvidable de los jefes que ejercieron el poder supremo en distintos momentos de la historia de San Lorenzo. Se trata de una galería histórica que usa la piedra y la elocuencia de la escultura tridimensional para fijar de modo imperecedero el rostro de los ocupantes del trono en esta ciudad. Súbitamente, por primera vez en la historia de Mesoamérica, la efigie del soberano asume estas proporciones y es elevada al primer plano del escenario urbano. Lo más probable es que estos personajes pertenecieran a un mismo linaje o tronco dinástico, la bisagra que aseguró la transmisión del poder de una generación a otra por medio de la herencia.

Otro testimonio del poder real lo constituyen los extraordinarios tronos con la figura del soberano brotando del interior de cuevas que simbolizaban el inframundo, el lugar donde se acumulaba la fuerza regeneradora y fertilizadora de la tierra. A veces la figura del gobernante sostiene en sus brazos la efigie de un niño, una representación que se ha interpretado como prueba de la existencia del culto dinástico. De lo que no puede haber duda es de que estos monumentos exaltan la figura del soberano y la vinculan con los poderes vitales y fertilizadores del cosmos.
La lista de logros realizados por San Lorenzo entre los años 1200 y 900 a.C. motiva el asombro. Entre los más significativos sobresale el dominio del territorio y la división entre el centro político-ceremonial y los barrios y caseríos de la periferia. Desde entonces los ritos familiares y grupales quedaron circunscritos a la residencia familiar o a los barrios, mientras que las ceremonias políticas y religiosas mayores tuvieron por escenario la plaza central y el palacio real. Es decir, la división del espacio acentuó la división jerárquica de la sociedad. También es notable el incremento de las diferencias hereditarias entre gobernantes y gobernados y la maduración de una ideología que unía a los dioses creadores del cosmos con la fundación del reino y la genealogía de los gobernantes. Poco a poco los cultos astrales, los cultos a la tierra y la fertilidad, así como el culto a los ancestros confluyeron con el culto al soberano y la creación de símbolos que legitimaban el orden establecido.

El fortalecimiento del poder real y del linaje gobernante corrió paralelo a la sujeción de la mayoría de la población campesina y trabajadora. Los jefes y cabezas de linaje construyeron un aparato ideológico que separó de modo tajante al grupo en el poder de la mayoría trabajadora. Los ritos, las leyes, los mitos y la ideología religiosa fraguaron una argumentación persuasiva y repetida por los mensajes orales, visuales y monumentales. El mensaje de esta propaganda polimorfa decía que los nobles nacieron para gobernar mientras al común de la gente correspondía trabajar para sustentar el reino y mantener el orden establecido por los dioses desde los lejanos orígenes del mundo. Estos rasgos marcaron el despuntar político de esta región, que habría de culminar pocos años más tarde con la fundación de La Venta.

La Venta y el apogeo del Estado olmeca

Estos procesos alcanzaron un desarrollo pleno entre los años 900 y 600 a.C. en La Venta, la capital del reino que sucede a San Lorenzo, construida en una meseta rodeada por una red de ríos, pantanos, lagunas y tierras fértiles, a 15 kilómetros de distancia de la costa del golfo de México. Aquí aparece por primera vez una demarcación neta entre el espacio urbano y el resto del territorio: la ciudad se separa del campo. A su vez el espacio urbano se divide en áreas delimitadas por funciones propias. El plano de La Venta sigue un eje norte-sur bien marcado. El área norte es el lugar de los ancestros y el sitio donde yacen enterrados los fundadores del reino. En este recinto, separado del resto del área urbana por barreras arquitectónicas, se depositaron ofrendas de piedra serpentina y basalto que sumaban toneladas, cubiertas luego por sucesivas capas de arcilla de colores azules y amarillos. La más rica de estas ofrendas estaba enterrada 8 metros abajo de la superficie, en el área que parece ser el sanctasanctorum del lugar.

Se trata de una ofrenda formada con la técnica del mosaico, dedicada a los poderes fertilizadores del inframundo. Tiene los rasgos del dragón olmeca y está hecha de piedras de serpentina verde, que imitaban el verde renacer de la naturaleza en la primavera. Próxima a esta ofrenda se descubrió otra no menos enigmática. La llamada Ofrenda 4 se enterró en el mismo patio hundido y está formada por 16 figuras pequeñas talladas en piedra verde. El conjunto evoca un momento cargado de misterio, una escena hundida en la memoria que parece aludir a un rito de fundación, guiado por los jefes de los linajes que forman el grupo. La posición de los personajes y el aura de gravedad que los envuelve reviven un momento trascendente, vinculado a los orígenes de la ciudad. La hipótesis de que este espacio estaba consagrado a los ancestros se fortaleció por la presencia en el mismo lugar de dos tumbas espectaculares, una formada por grandes columnas de basalto y otra por un sarcófago de piedra, en cuyos lados se grabó la figura del dragón olmeca o dios del inframundo. Tres de las cabezas colosales más antiguas se ubicaron en esta parte de la ciudad y quizá fueron puestas ahí para celebrar la memoria de los fundadores del reino. Se observa que en esta sección de la ciudad los símbolos religiosos y los emblemas del poder son los principales conductores de mensajes.

En Mesoamérica el poder político se unió con los mensajes ideológicos que bajo la forma de símbolos, normas y prácticas cotidianas dotaban de identidad a los pobladores rurales y urbanos del reino. La fuerza integradora de la ideología y los ritos está presente en la planificación de la ciudad y particularmente en su simbolismo religioso. El plano urbano de La Venta reproducía con fidelidad el orden cósmico. La superficie de la tierra era el punto donde convergían las fuerzas celestes con las del inframundo, el centro equilibrador donde se unían los flujos positivos y negativos que en la concepción mesoamericana ponían en movimiento la máquina universal. En la mitad del centro urbano de La Venta se levantaba la montaña que resumía los tres niveles del cosmos: el inframundo, la superficie terrestre y el cielo, mientras que sus cuatro costados la comunicaban con los cuatro rumbos espaciales. Esta elevada pirámide que nacía en el corazón de la ciudad era una representación de la Montaña Primordial, la colina que en el día inaugural del mundo surgió de las aguas y formó la superficie terrestre. Los mitos de creación dicen que los dioses depositaron en el interior de esa montaña las aguas fertilizadoras y las semillas nutricias, y por eso esta colina ocupaba un lugar central en el mapa terrestre.

La gran pirámide de La Venta dividía la parte norte consagrada a los ancestros de la parte sur, dedicada al despliegue de los símbolos del poder real y a las áreas públicas de la ciudad. Así como el diseño y los monumentos del área urbana son una expresión del orden cósmico definido en los mitos de creación, así también los espacios y monumentos de la parte sur son una representación del orden político que regía la vida terrestre. Al pie de la pirámide, mirando hacia la gran plaza que se extiende hacia el sur, se sembraron seis estelas de piedra que tienen la forma de las hachas de jade, el objeto que los olmecas convirtieron en su medio de expresión favorito. Cuatro de estas estelas proyectan la imagen del dios olmeca del maíz y otra presenta a tres personajes en la parte baja, uno de los cuales porta el bastón ceremonial que simboliza el mando.

Los monumentos con escenas en las que el actor principal es el gobernante ocupan puntos estratégicos de la gran plaza, llamada Complejo B de La Venta [mapa de la parte norte]. En el lado oriental de ese espacio sobresalen los restos de un conjunto bautizado por los arqueólogos con el nombre de “Acrópolis”, que era probablemente el palacio real de la ciudad. En el centro de la plaza se encontró una estela, conocida con el nombre de “El Gobernante” porque su cara frontal tiene grabada la figura de un individuo con un bastón de mando en sus manos y un gran tocado, rodeado por seis personajes que parecen protegerlo y que algunos autores identifican como ancestros. Caminando hacia el norte se entra en una plaza extensa de más de 42 mil metros cuadrados, el área llamada Complejo D, donde sobresalen los tronos 4 y 5. En La Venta los tronos, las estelas y los relieves multiplican la figura del gobernante y dan cuenta de sus funciones políticas como cabeza del reino, capitán de los ejércitos y gran chamán que tenía a su cargo la ejecución de los ritos y ceremonias religiosas.

Si volvemos la mirada hacia los espacios y monumentos de La Venta, caemos en la cuenta de que se trata de una ciudad modelada según el arquetipo de las fundaciones primigenias que narran los mitos de creación. La ciudad está articulada por la Montaña Primordial que nace en su centro y por los tres niveles que definen su espacio. Como en el mito de creación, el inframundo olmeca es el lugar del origen de la vida, la matriz fecunda. Por eso las ofrendas más suntuosas están dedicadas a esa región, enterradas en las profundidades de la tierra, la residencia del dragón olmeca, uno de los númenes protectores de la ciudad.

El trazo urbano tiene por centro la gran pirámide y al pie de ese eje cósmico se despliega el espacio habitado por los pobladores, un espacio amparado por el dios del maíz y los fundadores del reino. La capital, sus aldeas, campos, montañas, ríos y manantiales están protegidos por los dioses, pues al lado de los dioses creadores pululaban los protectores de cada uno de esos espacios, actividades y cultivos. Junto a la presencia protectora de los dioses, el espacio de La Venta está ocupado por la imagen del gobernante. Las estelas y los monumentos que lo retratan (sin contar las innumerables efigies fabricadas en materiales perecederos), lo muestran ubicuo, protector y poderoso. Su imagen recorre los varios espacios de la ciudad, pero se concentra en el área de los ancestros, donde aparece en esculturas grandiosas en calidad de patriarca fundador. En las plazas ocupa el lugar central; su imagen invade la superficie entera de la estela, que en La Venta alcanza pleno desarrollo estético y monumental.

Como habrá advertido el lector, los dioses mismos, y en este caso el dios del maíz, son los primeros en ser representados como eje articulador del cosmos. Posteriormente, a semejanza de los dioses, los gobernantes se hacen retratar en efigies que encarnan los diferentes pisos del cosmos y sus poderes. Tal es el caso de la extraordinaria estatuilla de jade bautizada con el nombre de “Slim” por su delgadez. Varios autores señalaron que esta escultura esgrafiada con trazos finos es un gobernante representado en el momento de su entronización, cuando empuña en su mano derecha el punzón del sacrificio de la sangre y en la izquierda el cetro del poder. Las tres partes de su cuerpo están vinculadas a los tres niveles del cosmos y él es, en sí mismo, una representación virtual del cosmos y de las fuerzas que lo nutren, un axis mundi.

En el apogeo de La Venta se observa un proceso de maduración de la ideología del poder. En numerosos monumentos el gobernante es presentado como axis mundi y es la encarnación del dios del maíz. Una escultura encontrada en la cúspide del cerro de Pajapan, en las montañas de los Tuxtlas, muestra a un personaje, cuyo tocado es una imagen del dios olmeca del maíz, en el acto de levantar un árbol cósmico, es decir, en el acto de dar principio y orden al mundo, una de las funciones reclamadas como propias por la realeza. En otra estatuilla de jade se retrata a un gobernante sentado, cuya banda real se compone de pequeñas hachas de jade que semejan granos de maíz y en su cabeza porta un tocado con una representación del dios olmeca del maíz. Otra hacha de jade tiene grabada la figura ricamente ataviada de un personaje que sostiene en su mano izquierda un punzón para el sacrificio de la sangre. Como en los casos anteriores su tocado es la efigie del dios del maíz. Estas esculturas muestran que el dios del maíz era el numen privilegiado del panteón y el emblema más valorado, de modo que el gobernante, al incorporarlo en su tocado, adquiría sus poderes sustentadores y regeneradores, se tornaba una representación viva del dios.

El cuerpo político y la identidad olmeca

Los gobernantes olmecas, al dotar a la población de un territorio fijo, propiciar el desarrollo de la agricultura y el comercio en gran escala, construir un escenario urbano monumental y hacer convivir en ese espacio a una población numerosa y contrastada, tuvieron que servirse de una lengua común y de símbolos compartidos. Al surgir un conglomerado social heterogéneo inventaron bases territoriales, políticas y religiosas comunes. La empresa de darle unidad a la diversidad se tornó realidad por la vía de sacralizar el reino y convertirlo en espejo del cosmos, por el artilugio de hacer de la ciudad terrestre una reproducción de las cuatro partes del cosmos y de sus tres pisos verticales, y finalmente por la habilidad para erigir al soberano en un axis mundi, en una representación arquetípica del territorio, la población, el reino y sus dioses protectores.

El espacio urbano creado por esta nueva realidad política fue el mortero integrador de esos diversos agentes. La aparición de la ciudad: la aglomeración de individuos y grupos distintos en un mismo espacio, es la nueva realidad que transforma las relaciones humanas. De pronto, la aglomeración urbana puso ante los ojos del alfarero, el pintor o el escultor la rica panoplia de la diversidad social y sus contrastes. Es decir, al confrontarse los pobladores de la ciudad entre sí, al cobrar conciencia de sus diferencias, al vivir día con día la heterogeneidad de sus actividades, al conocer las predisposiciones y animosidades entre los sexos, los grupos, los linajes, los barrios o los oficios, los habitantes de La Venta también adquirieron conciencia de que más allá de esas diferencias compartían una identidad común. La lengua y la comunión con el territorio, el vestido, la comida, los ritos y ceremonias colectivas, las tareas cotidianas y los usos y costumbres locales, los hicieron copartícipes de una empresa común, los identificaron con la ciudad, el reino, los gobernantes y sus dioses protectores.

Así, entre los años 1000 y 400 a.C., en la región de La Venta varios millares de pobladores vivieron la experiencia de compartir identidades originadas en el reino, procreadas por la convivencia política. Pero hay que decir que la capacidad del Estado para integrar y dotar de identidad al conjunto social no significó hegemonía absoluta. Los primeros estados que aparecieron en Mesopotamia, así como los que se formaron en Mesoamérica, eran multiétnicos, admitían en su seno la presencia de grupos étnicos y lingüísticos diferentes al núcleo aborigen.

El reino de La Venta resume los rasgos que caracterizarán más tarde el desarrollo de la civilización en Mesoamérica. Se trata de una sociedad fundada en la agricultura, el intercambio comercial de larga distancia y el calculado manejo de la fuerza de trabajo en gran escala. Su puntal básico es la organización planificada de los trabajadores en todos los niveles, dirigida a un mismo fin: la fortaleza del reino. En las imágenes manejadas por los gobernantes el reino es el centro del universo, el sostenedor del equilibrio cósmico y el territorio privilegiado por los dioses creadores. Según esta concepción el gobernante es la encarnación de esas fuerzas: su imagen ocupa los puntos principales del ceremonial político y domina los tres niveles del cosmos y sus cuatro rumbos. La ciudad es el escenario de sus acciones, un espejo calcado a semejanza del cosmos creado por los dioses. Los olmecas de La Venta fueron los primeros en representar en el diagrama urbano el conjunto de sus concepciones acerca del cosmos, la naturaleza, los dioses y los seres humanos. Inventaron símbolos que significaban el mundo sobrenatural y la compleja realidad terrestre.

Además de desarrollar un lenguaje simbólico, plástico, arquitectónico, ritual, escenográfico y corporal (que reunía la música, la danza y la teatralización de las acciones en el espacio), los fundadores de La Venta fueron los primeros en resumir esos lenguajes en la cápsula del mito de la creación del cosmos. La presencia de la colina primordial (la montaña de los mantenimientos) en el centro de La Venta, la vinculación de la ciudad con los tres niveles y los cuatro rumbos del cosmos, el nacimiento de los seres humanos de la cueva germinal, la invención del cultivo del maíz y su transformación en dios protector, y el culto a los ancestros fundadores del reino, son acontecimientos que remiten a los episodios definitorios del mito de la creación del cosmos que domina el imaginario colectivo de Mesoamérica.

La posesión de un territorio por un grupo étnico que compartía ancestros y orígenes comunes, y la existencia de un poder centralizado, crearon un organismo que amalgamó las fuerzas económicas, militares y religiosas en una matriz bañada por el aura de la grandeza material y la protección de los dioses. El tránsito de este tejido social a una urbe inédita que simbolizaba esos poderes y aspiraciones, y que parecía concentrar en su espacio la diversidad del género humano, fue obra de los constructores de La Venta. Su creación se convirtió en el canon maravilloso que se empeñaron en repetir los sucesivos reinos fundados más tarde en el territorio de Mesoamérica.

Florescano. Historiador. Su libro más reciente es Imágenes de la Patria (Taurus, 2006).

Confabulario — título que rinde homenaje a Juan José Arreola

Héctor de Mauleón, directorJuan Manuel Gómez y César Blanco, editores Kathya Millares, asistenteCorreo electrónico:
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