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viernes, 28 de enero de 2011


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jueves 27 de enero de 2011

crónica thinner


Aquí una nota que encontré en mi cuaderno. No puedo evitar el modo en que las palabras "todo" y "nada" o "siempre" y "nunca" me saltan cuando las escucho...
Hace unas semana, camino a casa de noche, cruzo, como casi cada noche la Glorieta de Insurgentes, aun algo alumbrada, entre los otros tantos que la recorren y habitan a deshoras. Llegando al túnel que conduce a Av. Chapultepec, escucho voces y un sacudido tumulto peculiar. Al acercarme un poco más mi vista enfoca un grupo de personas ocupando las escaleras como gradas, mientras que alguien de pie frente al grupo canta con fervor. Dudo de pronto, considerando si hay peligro o si será mejor tomar la ruta larga a casa y evitar la interacción. Pero la pereza, el hábito y la curiosidad pueden más. Ya en la proximidad, sin invadir con la mirada, las imágenes se baten en mi cabeza: una mezcolanza entre cine zombie y la ciudad gótica de Frank Miller. La escena invoca recuerdos de aquellas películas del pasado sobre el distópico futuro postapocalíptico.
Los encorvados cuerpos den las gradas asumen rostros bajo la luz de luna y de farol quebrado: caras pálidas, grises, ojeras con miradas volteadas, inhalando despacio de puños sucios. Inhalando aquel efecto químico de olvido... Subo las escaleras que conducen a ese alto edificio abandonado, cubierto de palabras grafiteadas, como opacas claves inconclusas. Frente a la tropa thinner, un hombre enuncia un sermón con vigor desolador. Su asistenta con los hombros inmóviles por su miedo e incomodidad, de una canasta saca algún tipo de bocado y panfleto que reparte a los chemos cuerpos que hablan para sí. Como fantasmas entre mundos, ellos a su vez inhalan e inhalan de sus puños enrollados, abriendo sus fosas nasales y labios...
El predicador, de bigote blanco bien cortadito y camisa limpia bien fajada, habla con énfasis y con el dedo en el aire como diciendo el número uno, pregunta retóricamente a aquel delirante abismo de ojos brillosos, “¿cuáles son las características de Dios?”. Los chemos hablan para sí y se mecen en sus sitios—como fetos que se protegen de la brutal ignorancia del mundo. Él mismo (se) responde: “Dios es omnipresente, omnipotente y omnisciente” (Algo así dijo). Y remata intentando forzar sino la redención al menos la irritación en su público: “Dios lo puede todo. TODO”.
Así, también recuerdo haber pasado por ahí un par de días antes de este Sermón en la Glorieta, y observar a la bandita chema que ahí cohabita con los polis, los chavitos y no tan chavitos gay, los emos, los oficinistas pasajeros del metrobus, uno que otro dealer de narcóticos y/o de chichifos; observo el código de cool que practican: el modo de caminar, la ropa y el cabello con evidencia de haber dormido a la intemperie, y el general cinismo marca “me vale verga y te vale verga que me valga verga sino vete a la verga porque me vale verga” inscrito en su manera de relacionarse con el espacio. Haciendo el recuento, recuerdo también a una chica chema, de ropa destartalada, pero aún visiblemente recién iniciada en aquella vida de la calle. Un hombre mayor con rostro amable, quien por el cariño que se mira en sus ojos deduzco es su abuelo, le suplica con desesperación y el tremendo cuidado de no ofenderla o darle escusa para alejarse más, le ruega que regrese, y reconsidere, que lo piense... “Por favor, por favor...” A lo cual ella responde desafiante: “Ya no quiero nada... NADA”.

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