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Elías Nandino
Nacimiento:19 de Abril de 1900
Defunción:2 de Octubre de 1993
Defunción:2 de Octubre de 1993
Poeta mexicano nacido en Cocula, Jalisco, en 1900. Además de su labor como médico, Nandino apoyó a muchos jóvenes poetas desde las revistas que fundó y dirigió. Editó la colección de cuadernos «México Nuevo», dirigió «Estaciones» y de 1960 a 1964 fue director de «Cuadernos de Bellas Artes». En 1979 recibió el Premio Nacional de Literatura y el Premio de Poesía de Aguascalientes. Cada uno de sus poemas contiene un fragmento de tiempo. Poeta soñador, que une la vida y la muerte, el amor y el odio, con un puente indestructible de palabras, sueños y realidades.«Naufragio de la duda» en 1950, «Triángulo de silencios» en 1953, «Nocturna summa» en 1955, «Eternidad del polvo» en 1970, y «Nocturna palabra» en 1976, constituyen una muestra significativa de su obra como poeta.Murió en Guadalajara, México, en 1993.
Amor sin muerte
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Quevedo
Amo y al amar yo siento
que existo, que tengo vida
y soy mi fuga encendida
en constante nacimiento.
Amo y en cada momento
amar, es mi muerte urgida,
por un amor sin medida
en incesante ardimiento.
Mas cuando amar ya no intente
porque mi cuerpo apagado
vuelva a la tierra absorbente:
todo será devorado,
pero no el amor ardiente
de mi polvo enamorado.
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Quevedo
Amo y al amar yo siento
que existo, que tengo vida
y soy mi fuga encendida
en constante nacimiento.
Amo y en cada momento
amar, es mi muerte urgida,
por un amor sin medida
en incesante ardimiento.
Mas cuando amar ya no intente
porque mi cuerpo apagado
vuelva a la tierra absorbente:
todo será devorado,
pero no el amor ardiente
de mi polvo enamorado.
Con mi soledad a solas
Amorosamente mi soledad desnuda
me cubre
como sábana de tierna sombra tibia.
Confundidos somos el orbe
donde la palabra impronunciada
construye el diálogo
que el pensamiento escucha.
Su compañía es el regazo
de un amor a oscuras
que, sobre mi piel esperanzada,
inventa la resurrección de los recuerdos.
Junto a sus ojos abro mi conciencia
y leemos los biográficos pasos
que caminan hacia atrás de nuestra historia:
fuegos fatuos, diseños, rostros, ecos,
en inquemante desfile momentáneo
que brota de los olvidos insepultos.
Estoy solo,
con mi soledad a solas,
amoldado a ella
como el vino a los muros de la copa,
y viviendo la íntima galaxia
parpadeante,
de una conversación en las tinieblas.
Amorosamente mi soledad desnuda
me cubre
como sábana de tierna sombra tibia.
Confundidos somos el orbe
donde la palabra impronunciada
construye el diálogo
que el pensamiento escucha.
Su compañía es el regazo
de un amor a oscuras
que, sobre mi piel esperanzada,
inventa la resurrección de los recuerdos.
Junto a sus ojos abro mi conciencia
y leemos los biográficos pasos
que caminan hacia atrás de nuestra historia:
fuegos fatuos, diseños, rostros, ecos,
en inquemante desfile momentáneo
que brota de los olvidos insepultos.
Estoy solo,
con mi soledad a solas,
amoldado a ella
como el vino a los muros de la copa,
y viviendo la íntima galaxia
parpadeante,
de una conversación en las tinieblas.
Debo llegar...
Para el poeta Carlos Montemayor
Cuento las horas: fuga indetenible,
vendado navegar en mar sin agua:
incesante caer de vida inerte
en el hambre insaciable del vacío,
Cuento las horas: gotas agotadas,
creciente angustia en resignado avance
que rueda en la cascada del olvido;
rostros que emigran y no vuelven nunca.
Ya se acerca el final. ¡Playa a la vista!
La orden de bajar vibra en el aire.
Debo llegar... Pero llegar ¿a dónde?
y si llego sin mí... ¿para qué llego?
Crece mi duda ante el dilema trágico
en que debo sufrir el desenlace:
de abandonar mi cuerpo a la deriva,
o morirme con él, eternamente.
Sin mi cuerpo no hubiera yo tenido
el infierno carnal que me dio temple,
por eso en él me quedo, hasta que juntos,
al mismo tiempo nos volvamos tierra.
Cuento las horas: fuga indetenible,
vendado navegar en mar sin agua:
incesante caer de vida inerte
en el hambre insaciable del vacío,
Cuento las horas: gotas agotadas,
creciente angustia en resignado avance
que rueda en la cascada del olvido;
rostros que emigran y no vuelven nunca.
Ya se acerca el final. ¡Playa a la vista!
La orden de bajar vibra en el aire.
Debo llegar... Pero llegar ¿a dónde?
y si llego sin mí... ¿para qué llego?
Crece mi duda ante el dilema trágico
en que debo sufrir el desenlace:
de abandonar mi cuerpo a la deriva,
o morirme con él, eternamente.
Sin mi cuerpo no hubiera yo tenido
el infierno carnal que me dio temple,
por eso en él me quedo, hasta que juntos,
al mismo tiempo nos volvamos tierra.
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