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lunes, 13 de agosto de 2012

1907, LA PRIMERA PRIMAVERA MEXICANA, por Marcos Daniel Aguilar


1907
la primera
primavera mexicana
Marcos Daniel Aguilar
¿Por qué unos jóvenes, hijos de políticos, empresarios, educados en una escuela de elite, comenzaron a quejarse por la realidad que les estaba tocando vivir?, ¿por qué estos veinteañeros salieron una tarde a las calles para exigir libertad de expresión, a gritar por una vida más democrática, sin los impedimentos que les imponían las mismas élites que los estaban educando? ¿Por qué? Porque estos jóvenes estaban hartos de sus mayores, de sus padres, de sus maestros y de la clase política que les fijó rutas intelectuales a seguir.

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Salieron a las calles porque no tenían el poder de tomar sus propias decisiones. La educación en México, regida por un modelo económico y político que sólo fijaba estructuras cuadradas para que los egresados reprodujeran los mismos esquemas, les quitó su libertad. Estos estudiantes se sentían atrapados en un círculo en donde libertades, igualdades y pluralidad de ideas no tenían significado. Por eso salieron, por eso tomaron las plazas públicas, los salones y diversos recintos de la ciudad. Comenzaron una tarde con una protesta en donde dijeron: “Viva la juventud mexicana.”
Lo anterior podría referirse a las recientes protestas de jóvenes en México y en otras partes del mundo, pero en realidad se refiere a una primavera mexicana que ocurrió hace exactamente 105 años. Los protagonistas de esta revolución social fueron los alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria, cuyos voceros fueron cuatro hombres que se convirtieron en figuras principales de la inteligencia de este país: Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y José Vasconcelos.
Tal vez ellos no tuvieron presente el alcance que sus acciones juveniles provocarían en la cultura de México; tal vez su utopía de transformación para llegar a la democracia, para tener una cultura universal y una educación abierta, no se concretó del todo, pero a más de cien años del comienzo de este movimiento podemos ver que sus alcances tuvieron efectos, y que todos somos producto de esa primera gran explosión que poco a poco se difumina ante el avance de gobiernos intolerantes, del individualismo y por un modelo económico neoliberal cada vez más feroz. Por ello es necesario recordar el pasado.
Uno de los personajes más olvidados de esta etapa, a quien México le debe un reconocimiento especial, es el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), quien desde 1906 trajo a la capital mexicana una nueva forma de pensamiento estético, intelectual y moral, que logró permear entre sus compañeros una novedosa visión de estudio, de crítica y de acción ante las adversidades.

Foto: Héctor Jesús Hernández/ passimblog.com
Henríquez Ureña sabía que nada tenía sentido si las reflexiones intelectuales no dialogaban con los otros para después ponerlas en práctica en la sociedad. El dominicano pulsó el ambiente que el mundo y América Latina experimentaban, mismo que a finales del siglo XIX estaba invadido de pesimismo, de apatía ante la realidad y de discursos y literaturas vacías de ideas –superficiales o abstractas– que sólo entendían algunos cuantos. Un ambiente, por cierto, no muy diferente al que se vive en este siglo XXI.
Desde su caribeña isla, Henríquez Ureña comenzó a interesarse por las nuevas expresiones artísticas y disciplinas que estaban surgiendo. Ahí halló a escritores, filósofos, psicólogos y sociólogos hartos del estatismo intelectual, que en respuesta reflexionaron sobre el bienestar del individuo en su conjunto. 
Encontró a maestros como Bernard Shaw, que a través de ensayos y obras de teatro proponía una nueva forma de escritura, en donde el centro de sus preocupaciones era la recuperación de los sentimientos y pensamientos del hombre contemporáneo. Se trataba de reflexionar en torno al drama humano, explorarlo nuevamente tras décadas de abandono. Henríquez Ureña también escuchó este drama en la voz pujante y con memoria histórica de las letras del uruguayo José Enrique Rodó, quien en su obraAriel (1900) expresó que el futuro de América estaba en los jóvenes, quienes con su esperanza y con conocimiento de su pasado y su presente tenían la misión de cambiar el rumbo de la humanidad.
Henríquez Ureña lo entendió tan bien que puso en práctica en México estas motivaciones. Al lado de Antonio Caso, estableció un grupo de estudios con adolescentes que comenzaron a leer a autores que sus maestros positivistas no les daban a conocer. Frederich Nietzsche fue clave en este proceso, lo mismo que William James, Enrique Lluria y Eugenio María de Hostos, sin dejar al lado el resto de la literatura universal. Todos estaban ahí: una gama de diversas tonalidades e ideas que fascinaron a estos jóvenes, a quienes la educación basada sólo en el método científico tenía hartos.
Este grupo decidió tener mucho más presencia en la sociedad mexicana. En consecuencia, fundaron hace 105 años la Sociedad de Conferencias, pocos meses después de haber salido a las calles y tomar la Alameda Central para protestar contra otro grupo de poetas anquilosados que habían criticado la obra de Manuel Gutiérrez Nájera. Estos hechos, sólo artísticos, los catapultaron hacia un acto cívico que evidenció las fisuras del gobierno de Porfirio Díaz.
Sin verdades absolutas, pensando en las necesidades del ser humano y reflexionando sobre su posición en diversas realidades, años después estos muchachos estuvieron convencidos de que era necesario sacar el conocimiento de las instituciones oficiales. Pugnaron por la inteligencia, pero sin verla como un acto de soberbia, sino como una condición a la que todos los individuos tienen derecho para alcanzar la libertad, una libertad de información, de saberes sobre la cosa pública; es por ello que decidieron crear la Universidad Popular (1912), para acercar la cultura a la gente. Otro de sus objetivos era la pluralidad para obtener estos conocimientos y valores a través de la libertad de cátedra, por lo que fundaron la Escuela de Altos Estudios, hoy Facultad de Filosofía y Letras.
¿Cómo veían la cultura estos jóvenes? La cultura para ellos era todo lo que hace a un ser un ser social, con interés político y cívico, con interés en su economía. Eran humanistas porque pensaban que ninguna de estas esferas públicas debía dejar de lado los derechos humanos, como lo habían hecho las diversas dictaduras. Eran escritores morales porque urgían sobre la necesidad de alcanzar la felicidad a través de la justicia y la ética, pero también eran hombres que sabían que esto no se realizaría si no se tomaban en cuenta las emociones y expresiones naturales del individuo al cultivar el arte.

Foto: facebook
¿Qué logró el pensador dominicano en México? Entre otras cosas, instaurar los ideales del arielismo. Logró reunir y conciliar a esa juventud dispersa para darle no sólo forma, porque la forma puede ser hueca también, sino dotarla de fondo para defenderse ante las adversidades de esa cultura y esa política que ya no deseaban. Fue amigo y asesor de Alfonso Reyes, en el que todos los valores de Ariel se conjugaron de manera justa, pues Reyes hizo lo que ni Rodó ni el propio Henríquez Ureña: abrir los límites de la escritura en ética y estética para hablar al mismo tiempo de México, de América y del mundo, todo a través del ensayo.
Las páginas que Henríquez Ureña escribió en Estudios críticos (1905) y en Horas de estudio (1910) son sorprendentes. Parecería que Pedro está describiendo a México en el siglo XXI, una época en donde la clase política y sus políticas, la clase económica y su modelo, y la educación y su sistema, han dejado de encaminar sus esfuerzos a la resolución de los problemas de las personas. Casi ningún político habla, ni entonces ni ahora, de qué hará exactamente por mejorar la calidad de vida de la población.
El modelo neoliberal en este siglo XXI, con sus pros y sus contras, ha dejado sin oportunidades a millones. Es un modelo que sólo piensa en algunos beneficiarios. Esta deshumanización ha eclipsado poco a poco a la misma educación. En Los grandes problemas de México, evaluación impulsada por El Colegio de México, los especialistas aseguran que desde 1980, cuando se acepta el libre mercado como sistema económico a seguir, la educación media superior y superior han dejado de crecer en calidad y han aumentado en sus niveles de injusticia y discriminación.
A pesar de que hay más adolescentes en escuelas y universidades, el nivel educativo de éstas no es igualitario. Hay escuelas técnicas que fueron diseñadas para que, al egresar, los individuos se incorporen al modelo productivo que el mismo Estado ha fijado en condiciones miserables. Y esto si es que esos alumnos consiguen trabajo, porque la enseñanza no es igual para todos, pues los alumnos que tienen mayores recursos económicos estudiarán en las universidades con mejores planes, y serán ellos los que obtengan trabajo de manera más rápida.
Parece que todo ese humanismo legado por los pensadores ateneístas se ha diluido con los años. En las universidades públicas y privadas, y sobre todo en los campos de las ciencias sociales o el humanismo, lo que menos se enseña es a ser humanistas, es decir, a pensar en el otro. Las teorías funcional/estructuralistas y teorías de juegos, el determinismo y la hiperespecialización han encapsulado el conocimiento en estas instituciones elaborando, en su mayoría, estudios abstractos casi siempre banales que en poco ayudan al individuo a entender la vida.
Como dice César Cansino en La muerte de la ciencia política, las ciencias sociales están cooptadas por un grupo de maestros y estudiantes que sólo se entienden entre ellos; tenemos egresados que están siendo formados con el único propósito de ser meros empleados, burócratas. Los ámbitos de análisis y de estudio deben diversificarse, ampliar sus horizontes a todas las expresiones, porque la literatura, la música, el cine, la historia y la filosofía también son herramientas para entender lo que ocurre.
La respuesta planteada por algunos académicos es que los planes de estudio deben ser plurales, y no someterse del todo a las disciplinas científicas y a los sistemas codificados; es decir, abrirse a otras disciplinas que motiven el pensamiento, el arte, la expresión, pues sólo así se tendrá la capacidad de criticar, práctica que le hace falta a la ciudadanía para exigir sus derechos. Al menos este es un deseo que se puede alcanzar, y qué mejor manera de hacerlo que retomando nuestra larga tradición humanista, nuestra historia de pensamiento hispanoamericano, para sabernos herederos de varias generaciones que se preocuparon en el bien pensar ligado con el bien decir, actuar y escribir.
Como es bien sabido, existen numerosos grupos de jóvenes en México y el mundo interesados en los temas sociales; muchos de ellos son universitarios, provenientes de instituciones públicas y privadas, que están saliendo a las calles para exigir a sus gobernantes un cambio en su forma de ejercer el poder. Sea en Chile, España, Estados Unidos, en los países árabes y, en el caso de México, a través del movimiento #Yosoy132, los jóvenes están haciendo uso de su poder ciudadano y humano, que en otros tiempos simplemente no era ejercido o no existía.
Los jóvenes del #YoSoy132, con esperanza, con conocimiento de su pasado, están pidiendo la desaparición de los monopolios en los medios de comunicación para tener un sistema de medios más plurales y una sociedad con mayores canales de información, que ayude a toda la gente a tener más datos sobre los asuntos que interesan a todos. Esto contribuye no sólo a tener mayor participación política, sino a consolidar la democracia en México, la cual siempre ha aspirado a reducir la brecha entre gobernantes y gobernados, a lograr una nación menos desigual, más educada, menos pobre, menos desinformada, más justa. Estos movimientos estudiantiles han manifestado su intención de trascender la coyuntura electoral, para fungir como cuña que presione a las transformaciones legales y políticas que el país necesita en su camino hacia la humanización. Es preciso recuperar nuestra historia, platicar entre todos y dar a conocer que, en otros tiempos, también se ha luchado por las libertades y la diversidad, por la caridad, por la democracia y sobre todo por la justicia, a la cual se puede aspirar a través de una sólida sociedad civil.

Los jóvenes: Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y José Vasconcelos


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