Juan Domingo Argüelles
1968: Poesía e historia en México (II Y ÚLTIMA)
Para Octavio Paz, los signos siempre están en rotación, y el concepto de “poesía en movimiento” se concretará, en 1966, en la antología de poesía mexicana más representativa del siglo xx. En 1968 Paz publica sus célebres Discos visuales, en colaboración con Vicente Rojo; de este año datan también sus topoemas, que el poeta definió del siguiente modo: “Poesía espacial, por oposición a la poesía temporal, discursiva. Recurso contra el discurso.” El concepto de poesía se amplía, se transforma, experimenta una mutación estética o, como dijera Cortázar, una transgresión a la convención literaria.
En el escenario latinoamericano de esa época, en 1968, el Premio Casa de las Américas, que se convoca en Cuba, es obtenido, en el género de poesía, por el peruano Antonio Cisneros, con un libro que refleja perfectamente esta voluntad de ruptura: Canto ceremonial contra un oso hormiguero, que es, como bien lo señaló en su momento el crítico Saúl Yurkiévich, una forma distinta de poetizar, provocando “una reducción humorística al absurdo, una sutil oscilación entre sacralización y desacralización, entre lo prestigioso y lo pedestre. Sus súbitas amplificaciones por inflación literaria (uso de cultismos, de metáforas consagradas, de estilo heroico, de distanciamiento mayestático, de vocativos clásicos), por sorpresivas escapadas a lo fantástico y a lo maravilloso, distorsionan sabiamente la representación, la dotan de movilidad, multiplican sus planos, la tornan plurivalente”.
José Emilio Pacheco |
Y en México, al igual que en otros países latinoamericanos, 1968 es fecha clave para la mutación de la poesía y su retórica. La poesía oscila entre la experimentación del lenguaje o, más precisamente, del habla poética (como especificara Paz) y la denuncia social, en la medida en que “el poeta se contenta cada vez menos con el oficio de escribir, con el confinamiento de la literatura, con la exclusiva acción textual” (como explicara Yurkiévich).
A esta oscilación responde, sin duda, el primer libro que obtiene el Premio de Poesía Aguascalientes, en 1968, Espejo humeante, de Juan Bañuelos, oscilación que refleja el contexto de la época y que seguirá presente en mayor o en menor medida en los libros que obtienen el galardón en los siguientes años inmediatos: No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), de José Emilio Pacheco; Contracantos (1970), de Uwe Frisch, y Estado de sitio (1971), de Óscar Oliva.
Para estos poetas, la poesía ya no es más la inmutabilidad de la preceptiva. La poesía se ha transformado. La poesía es otra. Si en un poema anterior a su libro de 1968, Juan Bañuelos había escrito “Me salgo de esta hoja./ No sirve ya el papel./ No sirve el llanto”, en Espejo humeante es más radical cuando afirma: “Quita tu mano de mi carne viva./ Si al fin te vas yo quiero estar despierto,/ Amor. Amor, destruye lo que escriba.”
Juan Bañuelos Fotos: archivo La Jornada |
José Emilio Pacheco, por su parte, dirá en No me preguntes cómo pasa el tiempo: “Escribo unas palabras/ y al minuto/ ya dicen otra cosa,/ significan/ una intención distinta,/ se hacen dóciles/ al Carbono catorce:/ Criptogramas/ de un pueblo remotísimo/ que busca/ la escritura en tinieblas.” (“Aceleración de la historia”.) Y, en otro momento memorable de ese libro, en su poema “Disertación sobre la consonancia”, expresará: “Aunque a veces parezca por la sonoridad del castellano/ que todavía los versos andan de acuerdo con la métrica;/ aunque parta de ella y la atesore y la saquee,/ lo mejor que se ha escrito en el medio siglo último/ poco tienen en común con La Poesía, llamada así/ por académicos y preceptistas de otro tiempo./ Entonces debe plantearse a la asamblea una redefinición/ que amplíe los límites (si aún existen límites),/ algún vocablo menos frecuentado por el invencible desafío de los clásicos./ Un nombre, cualquier término (se aceptan sugerencias)/ que evite las sorpresas y cóleras de quienes/ –tan razonablemente– leen un poema y dicen:/ ‘Esto ya no es poesía.'”
En efecto, a partir de 1968, en México la poesía es otra. El poeta mira su creación, mira su acción, desde el poema mismo. Poesía y crítica conviven y confluyen hacia el significado. La página, que constriñe con sus límites al verso clásico, se altera, las palabras se dispersan, los versos se vuelven prosa de pronto, y el prosaísmo no renuncia al verso. La forma de la escritura es un juego y un riesgo y, con ello, la convención literaria desaparece.
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