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Familias en busca del cadáver perdido…
Marcela Turati
Con la ola de narcoviolencia en el país se incrementan alarmantemente los asesinatos, pero también las desapariciones forzadas, que torturan a las familias: el duelo se acumula cada día y no se desahoga mientras no se halle a la persona o su cadáver; las oficinas gubernamentales funcionan como bases de extorsionadores y los mutilados por una ausencia tienen que revisar montañas de restos humanos porque creen reconocer un pie, un brazo o los jirones de una prenda ensangrentada.
MÉXICO, DF., 14 de mayo (Proceso).- Se les vio pasar por el Distrito Federal recorriendo una estación más de su propio vía crucis.
Las familias que buscan a uno o varios de sus integrantes desaparecidos hicieron una parada en las oficinas centrales de la Procuraduría General de la República (PGR), donde tuvieron que volver a contar la historia que les machuca el corazón todos los días y dejar muestras de sangre para cotejarlas con la de los casi 200 cadáveres desenterrados en Tamaulipas.
Antes de la Semana Santa a varios de ellos les tocó hacer otra parada en la morgue de Matamoros, y las semanas anteriores fueron condenados a vagar por otros anfiteatros, husmear en carreteras, peinar baldíos, tocar puertas de procuradurías y comisiones de derechos humanos, recurrir a videntes, rentar avionetas, contratar buzos, pagar a estafadores, recorrer cementerios clandestinos, visitar noticieros, pegar pósters con letreros de “ayúdanos a encontrarlo”, desempolvar callejones, caminar por cerros y dejar cartas al presidente.
¿Qué no hace uno para buscar a un hijo, a un padre, a una hermana?, explican estas familias que desde el extravío se hicieron nómadas.
“Venimos de Puebla, mi hermano desapareció en la terminal de Reynosa. Iba con dos muchachos a Estados Unidos pero ya nunca contestaron en sus celulares. El 20 de abril hizo un año de esto, desde entonces hemos estado pidiendo información en Reynosa, fuimos a la procuraduría, al consulado, a migración, al gobierno, a servicios periciales, y ahora nos mandaron a la PGR”, explica, en un relato similar al del resto, Santa Ramos López, hermana del desaparecido Basilio, un taxista de 53 años.
Extracto del reportaje que se publica en la edición 1802 de la revista Proceso, ya en circulación.
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