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lunes, 23 de mayo de 2011

RUBÉN JARAMILLO Y SU ASESINATO POR PARTE DEL PRI DE ADOLFO LÓPEZ MATEOS, según su hija sobreviviente.


copiado de LA JORNADA   www.jornada.unam.mx


Memorias de una sobreviviente
La hija de Rubén Jaramillo

Raquel, descendiente del líder agrario zapatista que tomó las armas para defenderse de los caciques morelenses, fue la única que se salvó de morir cuando fueron asesinados su padre y su familia, en mayo de 1962. Con el tiempo se hizo priísta, por convicción, y ha sido protegida por diversos políticos locales. Raquel Jaramillo habla de sus recuerdos y considera que es el momento para reabrir la investigación del homicidio de este luchador social, que consternó a la izquierda de la época

LAURA Castellanos
Ese día no le guardaron huazontles. Había ido a un mandado a Jojutla y cuando regresó a Tlaquiltenango ya se los habían acabado. Ella estaba enojada. La tensión en la casa por los preparativos de la postergada huida de su padre Rubén Jaramillo, su madre y sus tres hermanos, alertados de una inminente tragedia, se disolvía momentáneamente ante la terquedad de Raquel de comer huazontles.
 -No te preocupes, mija, ahorita te hago otra cosa -dijo su madre, Epifania.
 -No, yo quiero huazontles -respondió Raquel.
-Es como yo -dijo Jaramillo- ¡De que dice una cosa, se cumple! Hazle unos a mija -suplicó risueño.

 
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Y Raquel vio cómo su madre -quien se había unido en cuerpo y pensamiento a Rubén desde que ella era una niña- alistaba las ramas de huazontles. Faltaba huevo. El más grande de los hijos de Raquel salió presuroso a la tienda.

 La tarde se desplomaba en el patio de la casa de Rubén. Aserraba una viga sin darse cuenta de la movilización en torno a su casa. Sigilosos, decenas de militares descendían de dos camiones castrenses y varios jeeps. De un auto color plomo bajaban hombres vestidos de civil.
 Los militares tomaron posiciones.
 De pronto el niño entró corriendo y gritando: "¡Los guachos, los guachos!".
Raquel descubrió con sus ojos verde agua salpicados de ocre las azoteas de las casas vecinas repletas de militares. Uno apuntaba hacia su padre. Aterrada, Raquel le gritó: "¡Los federales, los federales!". Corrió a abrazarlo por la espalda. El trataba de tranquilizarla, ella, asustada, lo cubrió con su cuerpo y lo metió a la casa.
 Dentro estaban desconcertados la abuela paralítica, Epifania, Raquel y sus cuatro hijos, sus hermanos Filemón, Ricardo y Enrique, y las esposas de los dos primeros.
 A la cabeza de los militares iba el más viejo y acérrimo enemigo de Rubén y su grupo, el capitán José Martínez, del destacamento de Zacatepec.
 El capitán amenazó a gritos que si no salía Rubén ametrallarían la casa. Filemón salió presuroso con el documento de la amnistía otorgada a su padre cuatro años atrás por el presidente Adolfo López Mateos. Enseñó el documento. Uno de los civiles se lo arrebató y lo rompió:
 -¡Esto vale para pura chingada! -le soltó.
 Atropelladamente entró un grupo de militares a la casa. Rubén, Epifania, Raquel y sus otros dos hermanos fueron sacados a empellones. Los militares revolvieron el interior de las habitaciones.
 Afuera, Epifania reclamaba a gritos que no se lo podían llevar.
 Rubén trataba infructuosamente de aclarar y tranquilizar la situación.
 Aprovechando un descuido Raquel corrió. Logró llegar con el presidente municipal Inocencio Torres y desesperada le pidió ayuda. A Rubén, Epifania y sus tres hijos los subieron a golpes al carro color plomo. Torres le dijo a Raquel: "No te alarmes, se los llevan para una aclaración". La caravana enfiló hacia la zona arqueológica de Xochicalco. Después de oírse la balacera, los guardias del sitio arqueológico alcanzaron a ver partir presurosos a los uniformados. Descubrieron los cuerpos con múltiples impactos, acomodados, uno al lado del otro, con el tiro de gracia. Nunca se castigó a los culpables.

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* Un océano de recuerdos
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Ahora la mirada verde agua luce apagada en el rostro de Raquel. Recién ha pasado el aniversario 39 de la matanza. La tarde escurre en la glorieta de su colonia. Atenta, responde al saludo de las mujeres que se dirigen a la mesita de afiliación. La manta cuelga de una bugambilia, al lado del pedestal vacío, con el logo del PRI, la invitación al empadronamiento y el anuncio de las próximas elecciones para presidente estatal de su partido en Morelos. De pronto, Raquel Jaramillo sorprende a un compañero del equipo contrario en un fallido intento por trampear. Súbitamente le brota la casta, los ojos se encienden y con actitud brava le espeta:

-¡No, compañero! ¡Aquí chanchuyos no! ¡A poco cree que nací ayer y que me chupo el dedo! ¡No!
El hombre se pone colorado de vergüenza. Ella no baja la guardia y su voz resuena en la glorieta de la colonia Rubén Jaramillo, que nació por la invasión de un grupo armado maoísta en los años setenta. Ahora cuenta con servicios gracias a la cercanía que Raquel tuvo con el gobernador Lauro Ortega, quien logró oficializar el nombre de la colonia debido a su gestión ante el presidente Luis Echeverría Alvarez.
Esta mujer de estatura media y cuerpo macizo heredó la actitud recelosa y arrojada de su madre y su abuela. También el ojo verde. Pero los infortunios, los más cruentos ligados a la figura de su padre, han marchitado su tono.
Su madre fue la sombra de Rubén, continuador de la lucha zapatista en el estado de Morelos, forjador del Ingenio Emiliano Zapata, camarada de militantes comunistas, fundador del Partido Agrario Obrero Morelense (PAOM), amigo entrañable del general Lázaro Cárdenas, y principal enemigo de los caciques agrícolas y oficiales del estado. Como Jaramillo en más de una ocasión fue víctima de algún atentado contra su vida, Epifania y Rubén se vieron obligados a vivir en la clandestinidad acompañados por grupos de autodefensa. Así anduvieron a salto de mata por largos periodos ?el más extendido, de cinco años?, y Raquel siempre procuró, con todo e hijos, salirles al encuentro.
Al remover un poco en los recuerdos familiares sus ojos se ahogan en un océano que no termina de vaciarse. Con ellos registró vivamente a los seis años la intempestiva entrada de los militares en busca de armas y del archivo que su madre le guardaba en su casa a Rubén Jaramillo. Era el año de 1943, su madre escapa furtivamente de los soldados y se une a él para siempre, su abuelo era detenido con violencia y ella y sus tres hermanitos quedaban al amparo de la conmocionada abuela; también vio años después los mítines multitudinarios del PAOM y observó cómo los rostros furiosos por el triunfo oficial se desencajaban al desatarse una feroz persecución en su contra.
De un tropel de imágenes memorables una irrumpe bruscamente. Frunce el ceño como si hubiera quedado deslumbrada de repente y la mar amenaza con desbordarse. Es el cuerpo de su madre en el suelo del anfiteatro de Tetecala. Vestida con blusa blanca, la falda negra que ella misma se había cosido, mandil y un disparo en la frente.
Después del asesinato, con el marido perseguido, cuatro hijos y una abuela paralítica que mantener, sobrevivió apenas con ayuda de los dispersados jaramillistas, hasta que un viejo partidario de su padre entró al PRI y fue gobernador: Emilio Riva Palacio. Entonces se hizo priísta.
?Los compañeros que estuvieron con su padre, ¿le cuestionaron que recibiera ayuda del gobierno, o del PRI?
?Lógico, sí me cuestionaron, pero también yo les hice ver que tenía la necesidad de sostener a mi familia, y aparte de eso pues los que lo habían hecho -el asesinato- no eran del PRI, y si fueron del PRI no fueron las personas que estaban en esa etapa.
Ni siquiera se pone a la defensiva. Raquel no tiene conflicto alguno entre su convicción priísta y el asesinato de su familia, por orden, afirma, del presidente López Mateos. Para ella no es contradictorio sino claro como sus ojos: una cosa son las instituciones y otra las personas y sus particulares actos. Por eso reconoce y agradece el hecho de que por haber sido la hija adoptiva de Rubén, haya sido protegida, arropada, por quienes desde el poder así le hacían saber que respetaban la memoria de su padre.
* El Güero y la Güera
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Florencio El Güero Medrano supo de los contactos de Raquel. Por eso cuando en 1973 ella participó en la legendaria invasión de los terrenos del vástago del gobernador Felipe Rivera Crespo para crear la primera comunidad china, "territorio libre de América", le pidió que se hiciera judicial para que los alertara de algún movimiento. Así lo hizo ella, hasta que las cosas se pusieron más feas, el Ejército se acuarteló en la colonia por siete años, y El Güero y su grupo entraron en la clandestinidad y fueron aniquilados.

Pero antes, en popular asamblea encabezada por El Güero, se había aprobado que la nueva colonia llevara el nombre de Rubén Jaramillo. Lo que no le gustó nada a Rivera Crespo, quien no perdonaba que le hubieran arrebatado esas 64 hectáreas del municipio de Temixco, en las cuales había planeado crear un fraccionamiento residencial con el nombre de Villa de las Flores.
Con el grupo radical de colonos desarticulado, tomó el control un grupo emergente vinculado con el PRI que fue lidereado por Raquel. Y como el gobernador no les aceptaba el nombre, ella encabezó una comisión para ir con el presidente Luis Echeverría Alvarez, quien les tenía acuartelada la colonia. Les dio su total apoyo:
"Echeverría nos quiso mucho. Desde el momento en que supo que la colonia se llamaría Rubén Jaramillo nos quiso mucho. Nos dio una demostración de veras de que sí entendía los ideales de mi padre porque gracias a él nos dieron el DIF y dio maquinaria para que hubiera talleres de costura".
La casa de Raquel se construyó a una cuadra de la glorieta de la colonia. Treintañera, viuda y con ocho hijos, trabajó de recepcionista para la bancada priísta en el Congreso y construyó su casa de forma modesta. No quería, comenta, mostrarse ostentosa. Y llegó al poder estatal Lauro Ortega. Este político forjado en las juventudes cardenistas, había sido viejo conocido de Rubén Jaramillo. Habilidoso, agradeció el apoyo que Raquel y la colonia le habían dado durante su campaña y la pavimentó, electrificó, construyó la pequeña glorieta con un pedestal sobre el cual mandó colocar un busto de Rubén Jaramillo, instituyó y encabezó la conmemoración del aniversario de su asesinato, adornó la colonia con árboles ficus e introdujo el transporte colectivo.
"El me dio dos combis. Las trabajé y compré otras dos. Empeñé las escrituras de mi casa y cuando vino a un homenaje de mi padre yo le notifiqué en público que había adquirido dos unidades más, producto de las ganancias, pero que tenía empeñadas mis escrituras. El dijo 'tú no tienes por qué tener empeñadas tus escrituras, porque pones en riesgo tu patrimonio'". Enfático, ordenó a su secretario el pago del adeudo y generoso, le obsequió sin preámbulos cuatro combis más.
A la salida de Lauro Ortega no volvió a homenajearse a Jaramillo. Por conflictos internos doña Raquel sólo conservó una de las combis y el busto fue robado del pedestal. La mayoría de los colonos fundadores vendieron y se fueron. El nombre oficial de la colonia quedó como Rubén Jaramillo, pero los nuevos residentes y en los letreros viales y del transporte prefirieron usar Villa de las Flores.
Ya no es lo mismo. En las pasadas elecciones el PAN arrasó en el estado.
Ella no olvida el crimen. Con las promesas presidenciales de abrir los archivos militares para juzgar cuentas del pasado piensa que hay las condiciones para investigar el asesinato colectivo. Este mes se cumplen 39 años en que la Procuraduría General de la República forzadamente abrió la averiguación previa con el número de entrada 33262. Jamás se ordenó indagatoria alguna. ¿Por qué no solicitó apoyo del presidente Echeverría o del gobernador Lauro Ortega? Simplemente, dice sin especificar, porque los responsables estaban enquistados en el poder.
A sus 62 años le sobreviven 7 hijos y 27 nietos. Cinco de sus hijos debieron cruzar la línea fronteriza por Sonora para hallar mejor fortuna; cuatro están en Chicago y uno en Oklahoma. Su hija mayor, Irma, es la única que le heredó el color de ojos.
Cose, vende productos por catálogo y encabeza una organización popular de mujeres que recibe apoyo crediticio de la diputada Marisela Sánchez Cortés, que corre para la presidencia estatal de su partido. Por tal razón esa tarde no quita el ojo verde de la mesita de empadronamiento. Pocos colonos, la mayoría mujeres de su organización, se acercan a afiliarse.
Termina la jornada. Se levanta la mesita y la manta con el logo del PRI.
El muchacho de la fotocopiadora y la muchacha de la tienda de la glorieta no saben quién fue Rubén. Ella sí. Lanza una mirada complacida y cansada. Habla de los beneficios que ha conseguido para su grupo de mujeres y de su inquietud por lanzarse en un futuro a algún puesto de elección popular. Concluye: "Me siento feliz de lo que estoy logrando y considero que en el más allá también ha de ser satisfactorio para él".
Oscurece. En la glorieta sólo queda el pedestal vacío.*

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