“La principal consecuencia de los nuevos hábitos es el
«conocimiento superficial» del hombre tecnológico, no sólo por la
banalidad de los contenidos que en ocasiones se publican en la red, sino
porque ésta empieza a cambiar la misma estructura de nuestro cerebro en
operaciones de aprendizaje y memoria. Nuestra aptitud para aprender se
resiente y nuestro entendimiento se queda en una escala superficial. No
pensamos por nosotros mismos, necesitamos compartir las ideas con amigos
buscando su opinión, vivimos dentro de la pantalla. La virtud anda
cerca del término medio: Hace falta tiempo para la recopilación de datos
y al mismo tiempo para la contemplación; tiempo para manejar las
máquinas y para sentarnos ociosos en el jardín; el problema, hoy, es que
estamos perdiendo la capacidad de equilibrar esos dos estados mentales,
y nos dejamos llevar por la permanente sensación de estar esperando que
algo importante ocurra en el teléfono o el ordenador.
* * * * * *
Todos lo hemos experimentado los primeros días de vacaciones. El
gesto automático de mirar la muñeca desnuda, sin reloj, el impulso de
tantear el bolsillo del pantalón donde no hay ningún teléfono móvil. Sin
necesidad de actualizar, como un autómata, el correo electrónico, la
agenda, el ruido de fondo de las redes sociales. Aunque probablemente ya
lo sabían, las vacaciones pueden estar salvando a su cerebro, porque,
agárrense, el uso compulsivo de las nuevas tecnologías merman su
capacidad para la reflexión. Es lo que algunos llaman la «deseducación
del homo-sapiens». Esta es la tesis que defiende Nicholas Carr en su libro «The shallows» («Lo superficial»).
El cerebro humano tiene una enorme capacidad de adaptación a los
modos de conocimiento, que se moldea no sólo ante las nuevas formas de
adquirirlo, sino al resto de patrones de comportamiento, como sucediera
con otras invenciones antes: los mapas, el reloj, la imprenta. La red
lastra nuestra capacidad de concentración, de reflexión, «desacostumbra nuestra paciencia», asegura Carr. La génesis del libro parte de un largo artículo periodístico con el elocuente título «¿Está Google volviéndonos estúpidos?», en el que Carr se preguntaba qué efectos tiene en el hombre del siglo XXI acudir al buscador cada vez que nos asalta una duda.
El volumen nos encara con argumentos inquietantes en forma de
estadísticas: trabajadores frente al ordenador que comprueban su correo
electrónico entre 30 o 40 veces cada hora para encontrárselo
invariablemente vacío, y que pasan menos de diez segundos visitando una
web. Sólo una de cada diez páginas merece la atención de un internauta
durante más de dos minutos.
Multiplíquese en el caso de usuarios de internet en el móvil,
añádanse los mensajes de móvil, comentarios de Facebook, «twitters» y
demás zumbido digital. Cien canales de televisión. Un tercio de los
adolescentes americanos envía más de cien sms diarios, la media es de
más de 2.000 al mes. Según los expertos, estas pautas que parecen
banales pueden derivar en conductas nerviosas. Está demostrado que el
entrenamiento cerebral cambia sus propias estructuras aunque, para ser
más exactos, lo hace con cualquier actividad, por ejemplo, aprender a
tocar un instrumento de música. La neuroplasticidad analiza la
rehabilitación y la prevención de enfermedades como el Alzheimer
estudiando la complejísma cascada de efectos químicos y eléctricos que
se desencadenan en nuestro cerebro ante cada estímulo externo.
La principal consecuencia de estos nuevos hábitos, según defiende Carr, es el «conocimiento superficial»
del hombre tecnológico, no sólo por la banalidad de los contenidos que
en ocasiones se publican en la red, sino porque ésta empieza a cambiar
la misma estructura de nuestro cerebro en operaciones de aprendizaje y
memoria. «Nuestra aptitud para aprender se resiente y nuestro
entendimiento se queda en una escala superficial. No pensamos por
nosotros mismos, necesitamos compartir las ideas con amigos buscando su
opinión, vivimos dentro de la pantalla», apunta Carr.
DÉ CLIC EN "Más información" Y LEA TEXTO COMPLETO: