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domingo, 23 de diciembre de 2012

LA RITUALIDAD OTOMÍ Y LOS TEENEK EN EL PRESENTE


copiado de LA JORNADA DEL CAMPO  http://www.jornada.unam.mx/2012/12/15/cam-otomi.html

Ritualidad otomí

Patricia Gallardo Arias
Doctora en Antropología. Docente en la UNAM y en la Universidad Intercultural del Estado de Hidalgo


Es común en comunidades otomíes el uso de tortillas como lienzos en los cuales se trazan distintas imágenes, en su mayoría religiosas. Las tortillas así decoradas son usadas como alimento en distintas fi estas comunitarias FOTO: Archivo de Proyectos
El otomí se habla hoy en los estados de Querétaro, Guanajuato, Estado de México, Tlaxcala, Michoacán, Puebla, Veracruz e Hidalgo. Los otomíes de la Huasteca se ubican al sur de la región, que se extiende desde las laderas del altiplano central hasta la planicie costera del estado de Veracruz. En la Huasteca los otomíes conviven con tepehuas, totonacos y nahuas. Aunque la mayoría de los otomíes profesan la religión católica, mantienen creencias y ritos característicos de los pueblos indígenas de la Huasteca. Realizan diversos rituales, los cuales involucran a personas de diferentes localidades y regiones; entre ellos tienen lugar las peregrinaciones a antiguos santuarios de origen colonial, a cerros, cuevas, grutas y ruinas arqueológicas. Estos sitios se encuentran distribuidos en una accidentada geografía serrana, por lo que a muchos de ellos se llega tras largas horas de camino. Todas las ceremonias son llevadas a cabo por los bä̌di, “los que saben” (especialistas rituales) y se les denominan Màté o “el costumbre”.
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De estos rituales destaca la visita a Màyónníja(antiguo recinto de origen prehispánico). Esta peregrinación es de suma importancia para los otomíes de la Huasteca, en tanto que en ella se agradece y pide a los dioses traer la fertilidad; es el lugar de creación del mundo; además, es donde todo aquel que se denomine curandero debe ir por lo menos una vez en su vida; es también un sitio que da al que ya fue un prestigio diferente en su sociedad, ya que es respetado y valorado porque cumplió, aguantó pero sobre todo porque pudo hablar con los dioses. La peregrinación a Màyónníja incluye la visita a varios recintos considerados sagrados y que se extienden entre cañadas, ríos, cuevas y estructuras prehispánicas por los que se pasa día a día. Por la lejanía y el requisito de visitar todos los sitios donde habitan los dioses la peregrinaciónse extiende de una a dos semanas y culmina a la llegada a Màyónníja.
Con meses de anticipación, se da aviso a los diferentes especialistas rituales para la visita al sitio. Consecutivamente se reúnen los mayordomos quienes aportaran dinero para el ritual, también las personas de las localidades cooperan en especie, trabajo o dinero para que se realice “el costumbre”. Por la mañana hombres y mujeres se reúnen para partir. Se lleva comida, pollos, ceras, cigarros, flores, palmas, ramos, incienso, papel y canastas; los participantes se reparten la carga que llevarán a cuestas con mecapales. En el camino se hacen algunas paradas en pequeños santuarios para dejar flores, velas y ramos; se toca el “son de costumbre”,y se danza frente a los altares donde se encuentran figuras antropomorfas de papel recortado, que son la fuerza de los dioses.
Algunas personas dejan fotografías de parientes que no pudieron asistir, se pide que los protejan de enfermedades, que les den trabajo. Durante varias horas los especialistas rituales preparan los altares naturales, las mujeres ayudan a vestir las figuras antropomorfas de papel recortado y a preparar la comida que se depositará en estos recintos. Otras mujeres preparan el café y las tortillas para que el resto de los asistentes coman. Cuando la ofrenda está lista, se dispone en los altares, los asistentes se acercan y bailan, se sahúman, persignan y prenden veladoras. Algunos piden a bä̌di que los “limpie” con una “cera” (los curanderos pasan la cera por el cuerpo de la persona interviniendo entre los dioses y los humanos).
Los días siguientes se visitan varias cuevas donde habitan los dioses de las semillas: el sagrado maíz, el dios del frijol y de la tierra. Después de varios días de visitar los recintos naturales, se emprende la partida para Màyónníja donde culminará “el costumbre”; en este lugar, antiguo asentamiento de origen prehispánico, habita el gran señor de las antiguas y del cerro.

Los teenek en el presente

Nelly Iveth del Ángel Flores Oriunda de San Francisco, Chontla (Huasteca Veracruzana).
Maestra en Antropología Social por el CIESAS, Unidad Golfo


FOTO: George Brett
El pueblo teenek, o huasteco, como es mejor conocido, se ubica en el área de la Costa del Golfo, en 13 municipios del oriente de San Luis Potosí y 14 del norte de Veracruz. Su cultura se remonta aproximadamente a mil 500 años antes de Cristo; desde entonces se ha recreado continuamente, por medio de diversos procesos históricos y sociales y en el contacto con otros grupos. En 2010, el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi) contabilizó 166 mil 952 hablantes de teenek.
Somos el único pueblo de filiación lingüística mayance localizado más o menos a mil kilómetros de distancia del área maya peninsular. Pese a la separación, temporal y espacial, nuestro idioma (con sus variantes inter e intrarregionales) es aún bastante similar a algunas lenguas de la península y de Chiapas, como el propio maya, el tzeltal y el tzotzil, y aunque para los estudiosos no existe duda sobre nuestra afinidad, la mayoría de los teenek no la suscribe, quizá por la simple razón de que estos antecedentes históricos les son desconocidos.
Nuestros territorios están llenos de contrastes, mantenemos relaciones culturales, sociales y económicas con nahuas, otomíes, tepehuas, pames, afro descendientes y mestizos. En general, las relaciones que entablamos con los ejek o mestizos, que constituyen la población mayoritaria o al menos dominante en la Huasteca, son desiguales; nuestros abuelos y padres solían llamarles “la gente de razón”, reconociendo con esto su condición de seres pensantes, pero a la vez, una supuesta ausencia de racionalidad propia. Para algunos ejek, los indígenas de la región somos los “huastequitos”, “paisanitos” o “los que hablan dialecto y son flojos”, aunque por fortuna, las descalificaciones de este tipo, desde ambas posiciones y como resultado de luchas a partir de varios frentes, son cada vez más débiles, al menos en el plano discursivo. Forjar relaciones más equilibradas de empoderamiento nos corresponde a todos.
El teenek se reconoce como un pueblo agricultor, aunque sus actividades económicas son diversificadas: además de la siembra propia, se dedican al jornal en actividades rurales y urbanas, la albañilería, a la producción y venta de artesanía (tejidos de fibras naturales como el zapupe y la palma, la alfarería y el bordado, etcétera), el comercio en pequeña y mediana escala de los productos derivados del campo (hojas de maíz, quesos, cítricos y hortalizas, entre otros) y a la música (bandas de viento, tríos de son y huapango, grupos tropicales, etcétera). Pero nuestra gente vive también en comunidades translocalizadas: importante población compone, temporal o permanentemente, colonias enteras de inmigrantes y prevalece en actividades como el trabajo obrero en empresas maquiladoras o el servicio doméstico y, en menor grado, en el sector servicios y la milicia, en ciudades norteñas y fronterizas como el área metropolitana de Monterrey, en Nuevo León, y Reynosa y Nuevo Laredo, en Tamaulipas.
Paulatinamente y aunque en poco número, algunos teenek emigramos a las zonas urbanas para formarnos como profesionistas, algunos con la pretensión y posibilidad de regresar y trabajar en la región de origen, otros con el deseo de incorporarse definitivamente a la vida urbana.
Varias costumbres nos caracterizan, como los conocimientos, creencias, prácticas y rituales asociados a la agricultura, en especial a la siembra de la milpa, evidenciados en el culto a Dhipaak, el dios y alma del maíz; las relaciones con los antepasados, que se perpetúan en el culto a los muertos, en la ya conocida celebración del Santorum o Xantolo; las expresiones culturales como las danzas Bixom T’iw (del Gavilán o del Volador) y Bixom nok’ (los mecos), y la música de tríos, que puede ejecutarse con algunos instrumentos como violín, arpa, rabel, quinta huapanguera o jarana huasteca, así como las bandas de viento, ambas conduciendo rituales y festividades con sones de costumbre y huapangos.
Con todo y los siglos de historia y cultura compartida, no es adecuado hablar de una sociedad teenek homogénea (si es que alguna vez la hubo, hace mucho no es así); nuestra identidad fue y es un proceso continuo de cambio de valores culturales y sociales, y en el escenario actual, los teenek buscamos crear los mecanismos que posibiliten la producción, actualización y transmisión de nuestros saberes individuales y colectivos, los acumulados por generaciones y los elaborados en los nuevos contextos y necesarios para enfrentar los retos presentes.

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