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lunes, 4 de agosto de 2008

ALEXIS DE TOCQUEVILLE/THOMAS JEFFERSON:El Estado Social de los Indios de América del Norte"/"El Honor y la Diversidad de la Raza Humana"

EL ESTADO SOCIAL DE LOS INDIOS DE AMÉRICA DEL NORTE, por Alexis de Tocqueville

Categoría: -MUNDO LIBRE — August 2, 2008 @ 7:38 pm

“Los indios, aunque ignorantes y pobres, son todos libres e iguales. Dulce y hospitalario en la paz e implacable en la guerra hasta rebasar los límites conocidos de la ferocidad humana, el indio se exponía a morir de hambre por socorrer al extraño que llamase por la noche a la puerta de su cabaña, pero desgarraba con sus propias manos los miembros palpitantes de su prisionero. Las más famosas repúblicas de la Antigüedad no conocieron jamás un valor más firme, almas más orgullosas ni un amor tan tenaz por la independencia. Los europeos produjeron poca impresión al abordar las orillas de América del Norte; su presencia no provocó ni envidia ni miedo. ¿Qué imperio podían tener sobre unos hombres como aquéllos? El indio sabía vivir sin necesidades, sufrir sin quejarse y morir cantando. Como todos los otros miembros de la gran familia humana, estos salvajes creían por lo demás en la existencia de un mundo mejor y adoraban, bajo nombres diversos, al Dios creador del universo. Sus nociones sobre las grandes verdades intelectuales eran, en general, simples y filosóficas.”

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Los inmensos desiertos de América del Norte no estaban enteramente privados de la presencia del hombre; algunos pueblos erraban hacía siglos bajo las sombras selváticas y por los pastos de las praderas. Desde la desembocadura del San Lorenzo hasta el delta del Mississippi, y desde el océano Atlántico hasta el mar del Sur, mostraban estos salvajes ciertos puntos de semejanza que atestiguan un origen común.

EL INDIO NO SE DEBÍA MÁS QUE A SÍ MISMO; SUS VIRTUDES, SUS VICIOS Y SUS PREJUICIOS ERAN OBRA DE LA INDEPENDENCIA SALVAJE DE SU NATURALEZA

Por lo demás, diferían de todas las razas conocidas (1); no eran ni blancos como los europeos, ni amarillos como la mayoría de los asiáticos, ni negros como los africanos; su piel era rojiza, sus cabellos largos y relucientes, delgados sus labios y pronunciados sus pómulos.

El indio sabía vivir sin necesidades, sufrir sin quejarse y morir cantando.

Las lenguas que hablaban los pueblos salvajes de América diferían entre sí en las palabras, pero todas estaban sometidas a las mismas reglas gramaticales. Estas se apartaban en varios puntos de las que hasta entonces habían dirigido la formación del lenguaje entre los hombres.

El idioma de los americanos parecía el producto de combinaciones nuevas, revelando, por parte de sus inventores, un esfuerzo de la inteligencia del que los indios de nuestros días no nos parecen capaces.

El estado social de estos pueblos también difería, en distintos aspectos, de lo conocido en el Viejo Mundo: habríase dicho que se habían multiplicado libremente en el seno de sus desiertos, sin contacto alguno con razas más civilizadas que la suya. Así, pues, no se encontraban entre ellos esas nociones dudosas e incoherentes del bien y del mal, esa profunda corrupción que suele ir unida a la ignorancia y a la rudeza de las costumbres en naciones civilizadas y vueltas a la barbarie. El indio no se debía más que a sí mismo; sus virtudes, sus vicios, sus prejuicios, eran obra exclusiva suya, producto de la independencia salvaje de su naturaleza.

La grosería de los hombres del pueblo en los países civilizados no se debe únicamente al hecho de ser ignorantes y pobres, sino a que, siéndolo, se hallan diariamente en contacto con hombres ilustrados y ricos.

LOS INDIOS, AUNQUE IGNORANTES Y POBRES, ERAN TODOS LIBRES E IGUALES

Al ver su infortunio y su debilidad, que contrastan cada día con la felicidad y el poder de algunos de sus semejantes, se excitan en su corazón la cólera y el miedo al mismo tiempo; el sentimiento de su inferioridad y de su dependencia les irrita y les humilla. Este estado interior del alma se refleja en sus costumbres y en su lenguaje y los hace a la vez insolentes y bajos.

Es esta una verdad que puede comprobarse fácilmente por la observación. El pueblo es más grosero en los países aristocráticos que en los demás; en las ciudades opulentas que en el campo.

En estos lugares que albergan a hombres tan ricos y poderosos, los débiles y los pobres se sienten como agobiados por su bajeza, y no alcanzando a ver algún medio que les permita lograr la igualdad, pierden la confianza en sí mismos y se dejan caer por debajo de la dignidad humana.

Grupo de indios.

Este lamentable efecto del contraste de condiciones no se encuentra en la vida salvaje: los indios, aunque ignorantes y pobres, son todos libres e iguales.

Cuando llegaron los europeos, el indígena de América del Norte ignoraba aún el precio de las riquezas y mostraba indiferencia por el bienestar que el hombre civilizado adquiere con ellas. No obstante, ninguna grosería se observaba en él. Por el contrario, imperaban en su forma de obrar una reserva habitual y una especie de cortesía aristocrática.

EL INDIO SABÍA VIVIR SIN NECESIDADES, SUFRIR SIN QUEJARSE Y MORIR CANTANDO

Dulce y hospitalario en la paz e implacable en la guerra hasta rebasar los límites conocidos de la ferocidad humana, el indio se exponía a morir de hambre por socorrer al extraño que llamase por la noche a la puerta de su cabaña, pero desgarraba con sus propias manos los miembros palpitantes de su prisionero. Las más famosas repúblicas de la Antigüedad no conocieron jamás un valor más firme, almas más orgullosas ni un amor tan tenaz por la independencia, como los que ocultaban los bosques salvajes del Nuevo Mundo (2).

Los europeos produjeron poca impresión al abordar las orillas de América del Norte; su presencia no provocó ni envidia ni miedo. ¿Qué imperio podían tener sobre unos hombres como aquéllos? El indio sabía vivir sin necesidades, sufrir sin quejarse y morir cantando (3).

Como todos los otros miembros de la gran familia humana, estos salvajes creían por lo demás en la existencia de un mundo mejor y adoraban, bajo nombres diversos, al Dios creador del universo. Sus nociones sobre las grandes verdades intelectuales eran, en general, simples y filosóficas. […]

Aunque el vasto país que acabamos de describir estuvo habitado por numerosas tribus indígenas, se puede decir con justicia que en la época del descubrimiento no era todavía más que un desierto. Los indios lo ocupaban, pero no lo poseían. Es por medio de la agricultura como el hombre se apropia del suelo, y los primeros habitantes de América del Norte vivían del producto de la caza. Sus prejuicios implacables, sus indómitas pasiones, sus vicios y, quizá más aún, sus virtudes salvajes les arrastraban a una destrucción inevitable.

La ruina de estos pueblos se inició el día que los europeos llegaron a sus costas; continuó luego de modo ininterrumpido; en nuestros días ha terminado de consumarse. La Providencia, que los situó en medio de las riquezas del Nuevo Mundo, parece no haberles concedido más que un corto usufructo; ellos estaban allí, en cierto modo, como esperando. Estas costas, tan bien preparadas para el comercio y la industria, estos ríos tan profundos, este inagotable valle del Mississippi, este continente entero, parecían entonces como la cuna, vacía aún, de una gran nación.

Era allí donde los hombres civilizados tenían que intentar edificar la sociedad sobre fundamentos nuevos, y donde aplicando por vez primera unas teorías hasta entonces desconocidas o reputadas como inaplicables, ofrecerían al mundo un espectáculo para el cual la historia del pasado no le había preparado.

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NOTAS.- (1) Posteriormente se han descubierto algunas semejanzas entre la conformación física, la lengua y las costumbres de los indios de América del Norte y la de los tunguses, manchúes, mongoles, tártaros y otras tribus nómadas de Asia. Estas últimas ocupan una posición cercana al estrecho de Bering, lo que hace suponer que en una época remota pudieron venir a poblar el desierto continente americano. Pero la ciencia todavía no ha llegado a aclarar este punto. (2) Entre los iroqueses, atacados por fuerzas superiores, dice el presidente Jefferson (Notas sobre Virginia) que se ha visto a los ancianos negarse a huir o a sobrevivir a la destrucción de su país, y desafiar a la muerte como los antiguos romanos durante el saco de Roma por los galos. Y más adelante: “No existe un sólo ejemplo -dice- de un indio caído en poder de sus enemigos que haya pedido gracia. Por el contrario, se ve al prisionero buscar la muerte, digámoslo así, a manos de sus vencedores, insultándoles y provocándoles de mil maneras”. (3) Cuanto dice Jefferson, especialmente, es de gran peso, por el mérito personal del escritor, por su posición particular y por el positivismo y exactitud del siglo en que escribió.

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ALEXIS DE TOCQUEVILLE, La democracia en América I, primera parte, capítulo 1. Alianza Editorial, 2006. Traductora: Dolores Sánchez de Aleu. [Publicado simultáneamente en Mundo Libre Digital]

EL HONOR Y LA DIVERSIDAD DE LA RAZA HUMANA, por Thomas Jefferson

Categoría: -MUNDO LIBRE — August 1, 2008 @ 6:34 pm

“Antes de que condenemos a los indios de este territorio como carentes de genio, hemos de considerar que la instrucción no se había introducido todavía entre ellos. En Europa, pasaron dieciséis siglos antes de que pudiera crearse un Newton. Los indios nunca se han sometido a leyes de ninguna especie, a ningún poder coercitivo, a sombra alguna de gobierno. Sus únicos controles son sus costumbres, y ese sentido moral de lo justo y lo injusto que, como el del gusto y el sentimiento en todo hombre, forma parte de su naturaleza. Una ofensa contra ellas es castigada por el desprecio, por la exclusión de la sociedad o -en casos graves, como el homicidio- por los individuos a quienes afecta. Aunque esta especie de coerción pueda parecer imperfecta, los crímenes son muy raros entre ellos; y si nos preguntásemos qué somete a los hombres a peores males -la falta de ley, como entre los salvajes americanos, o demasiada ley, como entre los europeos civilizados- quien conoce ambas condiciones de existencia se pronunciaría en favor de lo segundo, pues las ovejas están más felices libradas a sí mismas que puestas bajo la custodia de los lobos. Se dirá que las grandes sociedades no pueden existir sin gobierno. Los salvajes las fragmentan por eso en sociedades pequeñas”.

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Lo inmaduros que estamos aún para una comparación precisa de los animales de ambos continentes queda de manifiesto en la propia obra de Monsieur de Buffon. Las ideas que nos habríamos hecho de los tamaños de algunos animales, a partir de los datos al respecto recibidos inicialmente por él, son muy distintas de las que sus posteriores comunicaciones sobre ellos nos proporcionan. Y, en efecto, jamás podrá alabarse demasiado su ecuanimidad en esto. “Estimo a una persona que me indica un error tanto como a una que me enseña una verdad; porque, en efecto, un error corregido es una verdad”.

LA CIVILIZACIÓN DEVUELVE A HOMBRES Y MUJERES SU NATURAL IGUALDAD, SOMETE NUESTRAS PASIONES EGOÍSTAS Y NOS ENSEÑA A RESPETAR EN OTROS LOS DERECHOS QUE VALORAMOS EN NOSOTROS MISMOS

Hasta aquí, he considerado esta hipótesis aplicada solamente a las bestias, y no en su prolongación al hombre de América, tanto aborigen como trasplantado. La opinión de Monsieur de Buffon es que los animales humanos de América no suponen excepción a lo mantenido con respecto a sus bestias.

Georges-Louis Leclerc, Conde de Buffon, naturalista y zoólogo francés (1707-1788).

Aflictivo cuadro, ciertamente, que -para honor de la naturaleza humana- me alegra creer desprovisto de fundamento. Nada sé de los indios de América del Sur; pues no honraré con el nombre de conocimiento lo que deduzco de las fábulas publicadas sobre ellos. No las creo más veraces que las de Esopo. Mi creencia se funda en lo que he visto del hombre -blanco, piel roja y negro- y lo que se ha escrito acerca de él por autores ilustrados que escribían entre personas ilustradas.

Estando más a nuestro alcance el indio norteamericano, puedo hablar de él partiendo de mi propio conocimiento, aunque más aún por la información de otros mejor familiarizados con él, en cuya veracidad y buen juicio puedo confiar. Partiendo de estas fuentes me siento capaz de decir, contradiciendo el anterior punto de vista, que no es menos deficiente en ardor ni más impotente con su mujer que el blanco reducido a la misma dieta y ejercicio; que es la educación lo que le hace considerar honorable destruir a un enemigo por estratagema, manteniendo su persona libre de daño (si bien quizá esto es lo natural, mientras proviene de la educación honrar más la fuerza que la astucia); que se defenderá contra una multitud de enemigos, prefiriendo siempre ser muerto a rendirse, aunque sea a los blancos, de quienes sabe que recibirá buen trato; que también en otras situaciones afronta la muerte con más firmeza, y soporta la tortura con un estoicismo desconocido hasta para el entusiasmo religioso entre nosotros; que es afectuoso con sus hijos, lleno de cuidados y benévolo hacia ellos; que sus afectos incluyen a los otros parientes, debilitándose -como entre nosotros- de círculo en círculo, a medida que se alejan del centro; que su amistad es fuerte y fiel hasta lo sublime; que su sensibilidad es aguda, hasta el punto de que incluso los guerreros lloran del modo más amargo la pérdida de sus hijos, aunque en general se esfuercen por parecer superiores a los avatares humanos; que su vivacidad y actividad mental es igual a la nuestra en la misma situación, de lo cual provienen su avidez por la caza y los juegos de azar.

Las mujeres están sujetas a un injusto yugo. Supongo que esto acontece con todos los pueblos bárbaros, donde la fuerza es la ley. El sexo fuerte se impone al débil. Sólo la civilización devuelve a la mujer el disfrute de su natural igualdad. Es lo que inicialmente nos enseña a someter las pasiones egoístas, y a respetar en otros los derechos que valoramos en nosotros mismos. Si nos hallásemos en igual barbarie, nuestras mujeres estarían igualmente esclavizadas.

Su hombre es menos fuerte que el nuestro, pero sus mujeres más fuertes que las nuestras, y en ambos casos por la misma obvia razón, pues nuestro hombre y su mujer están habituados al trabajo penoso, y formados por él. En ambas razas el sexo al que se otorga la holganza es el menos atlético. Un indio tiene manos y muñecas pequeñas por la misma razón que un marino es ancho y fuerte en manos y hombros, y un porteador en pantorrillas y muslos.

NO DEBEMOS ATRIBUIR A LOS INDIOS NO INSTRUIDOS LA CARENCIA DE GENIO, PUES EN EL NORTE DE EUROPA PASARON DIECISÉIS SIGLOS ANTES DE QUE SURGIERA UN NEWTON

Crían menos niños que nosotros. Las causas no deben buscarse en una diferencia de naturaleza, sino de circunstancia. Como las mujeres aguardan muy frecuentemente a que los hombres regresen de sus partidas de caza y guerra, la crianza de hijos les resulta muy incómoda. Se dice por eso que han aprendido prácticas abortivas usando algunos vegetales, y que incluso les sirven para evitar durante un tiempo considerable el embarazo. Mientras duran esas partidas se ven expuestas a numerosos peligros, a demasiados esfuerzos, a los más duros extremos de inanición. Incluso en sus hogares la nación depende, durante parte de cada año, del espigueo del bosque, lo cual significa que experimentan un hambre anual.

Sucede en todos los animales que si la hembra es malamente alimentada, o no alimentada en absoluto, sus crías perecen; y si tanto el macho como la hembra se ven reducidos a una carencia semejante, la generación se hace menos activa, menos productiva. Por tanto, a los obstáculos de la carencia y el peligro, que la naturaleza ha opuesto a la multiplicación de los animales salvajes para mantener su número dentro de ciertos límites, se añaden en el caso de los indios los del trabajo duro y el aborto voluntario.

No debe sorprender que se reproduzcan menos que nosotros. Allí donde se suministre regularmente alimento, una sola granja producirá más ganado que búfalos toda una región de bosques. Las mismas mujeres indias, cuando se casan con mercaderes blancos, que las alimentan a ellas y a sus hijos generosa y regularmente, ahorrándoles excesivas penurias, y las mantienen sedentarias y no expuestas a accidentes, producen y crían tanta descendencia como las mujeres blancas. En estas circunstancias se conocen casos de familias con doce vástagos. En nuestro país prevaleció otrora la práctica inhumana de esclavizar a los indios. Es un hecho bien conocido entre nosotros que las esclavas indias parieron y criaron familias tan numerosas como los blancos o negros entre los cuales vivieron.

Eddie Plenty Holes, sioux, 1899.

Se ha dicho que los indios tienen menos pelo que los blancos, salvo en la cabeza. Pero se trata de un hecho falto de verdaderas pruebas. Entre ellos es vergonzoso tener pelo en el cuerpo. Dicen que les hace parecidos a los cerdos. En consecuencia, se arrancaban el cabello tan pronto como surge. Pero los mercaderes que se casan con sus mujeres, y evitan semejante práctica, dicen que la naturaleza es idéntica en ellas y en las blancas; con todo, si el hecho no es cierto, tampoco lo será la consecuencia necesaria de él extraída.

Antes de que condenemos a los indios de este territorio como carentes de genio, hemos de considerar que la instrucción no se había introducido todavía entre ellos. Si los comparásemos en su estado actual con los europeos situados al norte de los Alpes, cuando las armas y las artes romanas cruzaron por primera vez esas montañas, la comparación sería desigual, porque entonces aquellas partes de Europa hervían en habitantes, porque la densidad produce emulación, multiplicando las oportunidades de mejora, y porque una mejora llama a otra.

Sin embargo, puedo tranquilamente preguntarme ¿cuántos buenos poetas, cuántos matemáticos competentes, cuántos grandes inventores en artes o ciencias produjo entonces Europa, al norte de los Alpes? Pasaron dieciséis siglos antes de que pudiera crearse un Newton.

¿QUÉ SOMETE A LOS HOMBRES A PEORES MALES, LA FALTA DE LEY, COMO ENTRE LOS SALVAJES AMERICANOS, O DEMASIADA LEY, COMO EN LOS EUROPEOS CIVILIZADOS?

No quiero negar que haya diversidad en la raza del hombre, precisada por sus poderes tanto corpóreos como mentales. Lo creo así por observarlo en las razas de otros animales. Sólo quiero sugerir una duda: ¿dependen la masa y las facultades de los animales del lado del Atlántico donde resulta crecer su comida, o que proporciona los elementos a partir de los cuales se compone? ¿Acaso se ha alistado la naturaleza como partisano cis o transatlántico?

Me veo inducido a pensar que se ha desplegado más elocuencia que sensato razonamiento en apoyo de esta teoría; que es uno de esos casos donde el juicio se ha visto seducido por el brillo de la pluma. Y si bien ofrezco mi admiración al celebrado zoólogo que añadió, y sigue añadiendo, tantas cosas preciosas a los tesoros de la ciencia, debo preguntarme si en este caso no ha acariciado él también el error, prestándole por un momento su vivaz imaginación y su seductor lenguaje. […]

Cuando se hizo el primer asentamiento efectivo de nuestra colonia, en 1607, desde la costa del mar hasta las montañas y desde el Potomac a las aguas más meridionales del río James, el territorio estaba ocupado por más de cuarenta tribus indias. Entre ellas los powhatans, los mannahoacs y los monacans eran los más poderosos. Se nos ha contado que hablaban lenguas tan distintas que para sus transacciones comerciales necesitaban intérpretes. Cabe conjeturar que no acontecía esto entre todas las tribus, y que probablemente, cada una hablaba la lengua de la nación a la cual se hallaba vinculada, como sabemos en varios casos particulares.

Es muy posible que antiguamente hubiera tres cepas, cuya multiplicación a lo largo de un prolongado período de tiempo acabó separándolas en tantas pequeñas sociedades. Esta práctica proviene de que nunca se han sometido a leyes de ninguna especie, a ningún poder coercitivo, a sombra alguna de gobierno. Sus únicos controles son sus costumbres, y ese sentido moral de lo justo y lo injusto que, como el del gusto y el sentimiento en todo hombre, forma parte de su naturaleza.

Una ofensa contra ellas es castigada por el desprecio, por la exclusión de la sociedad o -en casos graves, como el homicidio- por los individuos a quienes afecta. Aunque esta especie de coerción pueda parecer imperfecta, los crímenes son muy raros entre ellos; y si nos preguntásemos qué somete a los hombres a peores males -la falta de ley, como entre los salvajes americanos, o demasiada ley, como entre los europeos civilizados- quien conoce ambas condiciones de existencia se pronunciaría en favor de lo segundo, pues las ovejas están más felices libradas a sí mismas que puestas bajo la custodia de los lobos.

Se dirá que las grandes sociedades no pueden existir sin gobierno. Los salvajes las fragmentan por eso en sociedades pequeñas.

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THOMAS JEFFERSON, Notas sobre Virginia. Autobiografía y otros escritos, Editorial Tecnos 1987. Traducción de A. Escohotado y M. Sáenz de Heredia. [Publicado simultáneamente en Mundo Libre Digital]


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