Los enfrentamientos armados que han convulsionado una parte del Cáucaso sur parecen haber cesado de momento, y tras cinco días de combates, puede que hoy sea un buen momento para hacer balance de los mismos y tratar de dilucidar quiénes han salido mejor parados y quiénes son los derrotados.
Rusia ha sido sin duda alguna la que, de momento, mejor parada ha salido del conflicto. Como bien señala un conocido refrán, “no hay que vender la piel del oso antes de cazarlo”. La intervención rusa, de acuerdo con sus propios intereses, tuvo lugar tras el ataque de las tropas de Georgia a Osetia del Sur, algo que muchos medios quieren olvidar, presentando los combates como fruto de una maniobra de Moscú. En clave externa, Rusia ha podido indicar a la comunidad occidental que no está dispuesta a permitir un cerco militar a su territorio (a traves de la OTAN) y, al mismo tiempo, ha mostrado su disposición a iniciar una nueva era en clave multipolar, lo que algunos analistas han comenzado a definir como el final de la posguerra fría.
En clave interna, los movimientos rusos han podido reforzar el papel de los llamados silovikis en los círculos del Kremlin, donde el tándem Putin-Medvedev ha superado la situación sin los problemas que algunos medios occidentales les desearían.
Georgia y, sobre todo, su presidente, Mikheil Saakashvili, son los grandes derrotados. El farol de éste, desencadenante de la guerra, está siendo obviado por muchos, pero al mismo tiempo surgen incógnitas en torno a esa decisión bélica, ya que es muy difícil pensar que se haya tirado a la piscina sin contar con el respaldo, implícito o no, de sus aliados occidentales, esos mismos gobiernos que han venido mirando hacia otro lado cuando desde Georgia se ha denunciado la vulneración de derechos humanos y las irregularidades electorales de Saakashvili. Por cierto, son muy significativas las imágenes del presidente georgiano durante su visita a la ciudad de Gori, cuando ante el ruido de aviones y con cara desencajada echa a correr para cubrirse, literal y físicamente, con los cuerpos de sus guardaespaldas. Un claro “ejemplo” de valentía para las tropas georgianas, la de su máximo mandatario. La parafernalia europeísta de la que se ha venido rodeando no le ha debido servir de mucho, cuando todavía no ha logrado el ingreso de su país en la OTAN, sus aliados no le han apoyado militarmente y ha servido a su pueblo otra humillación militar, mientras que tanto Osetia del Sur como Abjazia continúan con su independencia de facto.
Tampoco han salido muy bien parados EEUU y sus aliados, sobre todo la OTAN. La luna de miel entre Saakashvili y Occidente podría estar tocando a su fin. Los recelos en torno al acceso a la alianza militar transatlántica se pueden incrementar en los próximos días. El llamamiento de Washington a “sancionar” a Rusia será muy difícil de materializar en unas instituciones internacionales cansadas de ver que la actitud de EEUU en casos similares no difiere mucho de la que ha mantenido ahora el gobierno ruso. De todas formas, y a tenor de algunas declaraciones públicas del todavía vicepresidente norteamericano Dick Cheney, otro tipo de maniobras o presiones contra Rusia no son descartables del todo.
Osetia del Sur y, sobre todo, su población civil, han sido los que más han sufrido durante los cinco días de contienda. Olvidados por los medios de comunicación occidentales, han vuelto a sufrir la agresión militar georgiana. Sin duda alguna aquí se ha ubicado el epicentro del conflicto, hasta el que no han llegado los intrépidos reporteros mediáticos. El asalto de las topas georgianas ha devastado la capital, haciendo que buena parte de la población huya a la vecina Osetia del Norte, mientras que los que se quedaban se han tenido que esconder en pequeños sótanos, utilizados como bodega, soportando las catorce horas ininterrumpidas de bombardeo georgiano, al que siguió el combate calle a calle y las posteriores matanzas de civiles. Los habitantes de las aldeas pequeñas se han escondido en los bosques, sin apenas alimentos y con el temor de ser descubiertos por las tropas de Tbilisi. Y esa realidad, contada por los propios osetos, ha sido ocultada mientras que en Tbilisi se “celebraba la captura de la capital oseta, Tskhinvali”.
La indignación de la población, “frustrada porque no se contaba al mundo lo que estaban padeciendo”, unida al recuerdo de las dos guerras anteriores, ayuda a comprender el mensaje que envió una joven oseta: “Mientras que Georgia afirma que somos sus hermanos y que no tiene problemas con nosotros, sólo con nuestras autoridades, el pueblo de Osetia no puede compartir ni siquiera Estado con aquellos que nos han intentado destruir cuatro veces en los últimos cien años”.
Los medios de comunicación merecen un capítulo aparte. La mayoría de ellos han seguido al pie de la letra las informaciones lanzadas por fuentes oficiales georgianas y, tal como señalaba un analista estadounidense, viendo los reportajes en torno a los acontecimientos, “los conceptos de objetividad y equilibrio han sido eliminados por buena parte de esos periodistas”. Es la hora de periodismo-espectáculo, donde en muchas ocasiones prima el egocentrismo periodístico y se es incapaz de proporcionar la fotografía completa de la situación, prefiriendo historias “espectaculares” (cercanía de explosiones, protagonismo del periodista) frente a análisis y puntos contrapuntos.
La frágil memoria de algunos de ellos les hace pasar por alto acontecimientos más recientes (tiroteos, movimientos de personal y armamento en las fronteras…) y caer en la fácil contextualización coyunturalista del momento. Como se suele decir, “que una noticia (la historia) no te estropee un buen titular (tu historia)”.
El polvorín del Cáucaso se ha podido apaciguar tras el alto el fuego, pero sería ingenuo pretender presentar la región como una realidad estable. Los movimientos en torno a Abjasia, la explosiva situación que viven las repúblicas del norte del Cáucaso e incluso el histórico enfrentamiento entre Armenia y Azerbaiyán por el control de Nagorno Karavagh podrían reactivarse en un futuro no muy lejano a la sombra de los recientes acontecimientos.
A todo ello cabría añadir el enfrentamiento entre diferentes actores regionales y extranjeros por hacerse con el control, explotación y transporte de las importantes riquezas energéticas que se encuentran en la zona, o la compleja situación creada en muchos de los Estados y repúblicas caucásicas en torno al problema de los desplazados y refugiados, que en un momento dado, y más allá de la difícil situación que soportan, pueden convertirse en un factor desestabilizador para algunos gobiernos.
Una vez más, tras la guerra y a la hora de señalar las pérdidas, las poblaciones civiles son las que tienen que soportar las aventuras militaristas de algunos dirigentes incompetentes y corruptos. Mientras que los grandes actores, Rusia y EEUU junto a sus aliados, no cesan de utilizar el famoso “doble rasero” en función de sus propios intereses. Las actuaciones de unos y otros en torno al antiguo espacio yugoeslavo y, más recientemente, en Kosovo, o por otro lado la situación de estos días, en contraste con Chechenia, son algunos ejemplos de esa posición maquiavélica de los citados actores.
La utilización del argumento de “reestablecer el orden constitucional” empleado por Putin en 1999 en Chechenia es el mismo que ahora ha utilizado el presidente georgiano y sus aliados occidentales en torno a Osetia del Sur y Abjazia y, tal como hemos visto en ambos casos, no ha servido para solucionar el conflicto. El respeto de la voluntad mayoritaria de esos pueblos debería ser el eje para evitar que situaciones como la que estos días ha convulsionado el Cáucaso puedan volver a repetirse.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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