Para recordar a Alejandro Aura
Apenas hace un par de horas me enteré del fallecimiento de Alejandro Aura. Él, ciertamente, no es un poeta, un dramaturgo, un cuentista o ensayista imprescindible, pero la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo XX no podría entenderse sin él como gran animador. En su poesía se respira, se pasea, se juega y se descubre a una ciudad de México fecundada por los anhelos vitales de sus ciudadanos; es un creador que supo hacer del juego y del humor su más grande arma.
Se nos salieron las lágrimas
cuando vimos sucio
lo blanco de nuestros ojos.
¿Qué transparencia queda ahora
para mirar el amor?
¿Cómo he de llegar
llorando mugre
a las sábanas blancas
de mi amada?
Yo me robé un par de versos suyos, hace algunos años, para promocionar un concurso de poesía con el que pretendí hacer más dulce la pelambre de mi pueblo. Hoy sé que no lo conseguí, pero el esfuerzo valió la pena: alguna cana se habrá liberado, fingiéndose pelo de tigre por los aires, y habrá devuelto su humedad a nuestra sonrisa.
Vale la pena leer los poemas de Aura en los que el amor platónico se descobija y, en la friolera, salen a relucir los más íntimos sudores.
Querida Ninón Sevilla:
quiero decirte que después de todo no ha sido tan difícil vivir
como me parecía en aquellas tardes de domingo en el cine Lux;
claro que mi abuela no me enseñó a quererte
sino todo lo contrario
pero mi educación fue tan tonta que mejor sigo puesto en tus trajes de rumba
y en esa especie de turbante que le dio a mi vida, no sé por qué, la noción de la soledad.
Tarde o temprano se mueve el corazón por propio impulso
y va a dar derechito a su verdadero amor.
Porque nadie, Ninón, sabía moverse como tú; que lo digan mis ojos.
De nada me serviría ahora recordar los nombres de los nefastos galanes
que rodeaban las pistas en donde tú, en horas y horas de rodaje, tejiste la tela de araña donde cayó mi gusto para siempre;
ellos qué, ya se deben de haber muerto, o secado,
y nadie puede seguir cogiendo más allá de la muerte, Ninón.
Ahora que ya todo es fácil
no veo por qué callar los alaridos de mis recuerdos;
yo no volveré a vivir, ni tú tampoco,
de manera que es bueno lo que digo.
Tú eres lo que permanece,
en tus caderas tan movibles está puesta toda la eternidad que yo pueda manejar;
y el amor y el desamor a mi abuela,
y el amor y el desamor a mi padre y a mi madre,
y el amor y el desamor a mis mujeres
y el amor y el desamor a mis hijos
han estado marcados por la forma en que tú movías las nalgas, Ninón,
feliz de ser así,
y ajena por completo a esa marca de agua que imprimías en el alma sin chiste de un niño flaquito de la colonia San Rafael.Se nos salieron las lágrimas
cuando vimos sucio
lo blanco de nuestros ojos.
¿Qué transparencia queda ahora
para mirar el amor?
¿Cómo he de llegar
llorando mugre
a las sábanas blancas
de mi amada?
Yo me robé un par de versos suyos, hace algunos años, para promocionar un concurso de poesía con el que pretendí hacer más dulce la pelambre de mi pueblo. Hoy sé que no lo conseguí, pero el esfuerzo valió la pena: alguna cana se habrá liberado, fingiéndose pelo de tigre por los aires, y habrá devuelto su humedad a nuestra sonrisa.
Vale la pena leer los poemas de Aura en los que el amor platónico se descobija y, en la friolera, salen a relucir los más íntimos sudores.
Querida Ninón Sevilla:
quiero decirte que después de todo no ha sido tan difícil vivir
como me parecía en aquellas tardes de domingo en el cine Lux;
claro que mi abuela no me enseñó a quererte
sino todo lo contrario
pero mi educación fue tan tonta que mejor sigo puesto en tus trajes de rumba
y en esa especie de turbante que le dio a mi vida, no sé por qué, la noción de la soledad.
Tarde o temprano se mueve el corazón por propio impulso
y va a dar derechito a su verdadero amor.
Porque nadie, Ninón, sabía moverse como tú; que lo digan mis ojos.
De nada me serviría ahora recordar los nombres de los nefastos galanes
que rodeaban las pistas en donde tú, en horas y horas de rodaje, tejiste la tela de araña donde cayó mi gusto para siempre;
ellos qué, ya se deben de haber muerto, o secado,
y nadie puede seguir cogiendo más allá de la muerte, Ninón.
Ahora que ya todo es fácil
no veo por qué callar los alaridos de mis recuerdos;
yo no volveré a vivir, ni tú tampoco,
de manera que es bueno lo que digo.
Tú eres lo que permanece,
en tus caderas tan movibles está puesta toda la eternidad que yo pueda manejar;
y el amor y el desamor a mi abuela,
y el amor y el desamor a mi padre y a mi madre,
y el amor y el desamor a mis mujeres
y el amor y el desamor a mis hijos
han estado marcados por la forma en que tú movías las nalgas, Ninón,
feliz de ser así,
Bebe tus lágrimas
Alejandro.
Tomado de Red Literaria del Sureste (RLS):
http://redliterariadelsureste.blogspot.com/
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