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domingo, 3 de agosto de 2008

PUEBLOS DE MÉXICO: LOS HUICHOLES. Tomado de: http://www.worldvillages.net/rel_huicholes.html

Huicholes

La mitología de un Pueblo

“El pueblo Huichol en México narra como, durante el gran diluvio que arrasó con una antigua civilización, una misteriosa anciana, llamada Tatusi Nakawé, subió en su precaria embarcación a un hombre y su pequeña perrita. Ellos serían, mas tarde, quienes darían inicio a su particular y mítica cultura.
Luego de varios días de navegar en los embravecidos mares, la misteriosa anciana, quien en realidad era la Madre de los Dioses, dejó en las costas del actual Estado de Nayarit a aquel hombre con su perrita, cachorra que luego, convertida en mujer, procrearía a la nueva raza.

De origen aún incierto, pero con seguridad, gracias a que mantuvieron una vida independiente durante el período colonial, que este pueblo conserva sus mitos ancestrales aún incólumes. Creencias que una y otra vez confirman, desde tiempos antiguos, al efectuar múltiples peregrinajes, desde el noroeste montañoso de México donde habitan, hasta este lugar del litoral donde depositan sus ofrendas y recrean, con profundo respeto y obediencia, su mitología originaria.
Es así como mantienen entonces, la creencia de que solo la inquebrantable repetición de estas prácticas dará continuidad a su mundo, a su existencia basada en el conocimiento dado por sus experiencias visionarias, al descubrimiento de una realidad oculta, realidad que se encuentra más allá del mundo objetivo y visible, al universo de sus antepasados, que vinculan necesariamente, a su vida diaria y actual.

Es precisamente esta necesidad de comunicarse con los antepasados que les ha llevado, además, a levantar en este sitio un Templo o RIRIKI que arreglan constantemente y sacralizan en íntima ceremonia. Consagran pues, en una acción que responde a la necesidad del Ser humano de crear un espacio espiritual, un Templo por ellos erigido. Una obra del hombre bendecida por sí mismo, con sus propias manos y que adquiere el carácter de Sagrada por su sola voluntad.
Han desarrollado pues, una cosmogonía que se enriquece continuadamente. Un mundo donde convive lo mundano y lúdico con el espíritu, lo sagrado con su cuerpo profano, un universo donde ambos coexisten necesariamente.

A partir de allí, dice esta fascinante mitología, caminaron los primeros hombres hacia el oriente, hacia el desierto de Wirikuta. Buscaban, el opuesto y segundo punto cardinal, el nacimiento del sol, el trayecto que sostiene, como eje medular, a sus dos extremos. Solo así, sus pensamientos conseguirían la armonía, el equilibrio substancial entre el poniente, ocaso de un pasado, y el oriente, nacimiento de un nuevo mundo, de este universo antípoda, contrapuesto, de una Era que requiere lo disímil para existir y que exige, a su vez, ser también recreada para persistir.

El calendario ritual del pueblo huichol establece dos temporadas estacionales: El de lluvias que se relaciona con el diluvio y origen del mundo, por tanto, con la oscuridad y el caos, y el tiempo de sequedad, que es el que da luz a su mundo, donde amanece y despunta el Padre Sol.
La primera celebración del período de luz será la fiesta del Tatei Neixa que, como todo homenaje religioso de los huicholes, expresa la intensidad y fuerza de esa enorme carga mítica al asociar, en forma equivalente, a los niños menores de cinco años con el maíz y calabazas, porque así como estos frutos culminan, luego de un período de oscuridad y lluvias con el ciclo de su crecimiento, en forma análoga, los niños inician y cumplen también con una etapa de su conocimiento y desarrollo físico.
Vincula además a las madres, quienes dan a sus hijos el soporte durante esta primera etapa, a la vez que las relaciona con la madre tierra, generadora de vida y alimentos.

La pintura facial que las madres, en esta fiesta, dibujan sobre las mejillas de sus hijos, se forma con la raíz de una planta silvestre extraída del desierto de Wirikuta y conocida como Uxa. Son adornos alusivos a la flor del peyote y al sol, signos para que sus deidades puedan advertirlos, señales para indicarles su presencia. Es también un leguaje, representa la identidad y comunicación de los niños con estos seres sobrenaturales. Es la entrega a sus seres protectores, en un diálogo en el que estarán inmersos por varias horas.

Luego, las madres también pintarán sus rostros, es un lazo en la que ellas y sus hijos comulgan juntos.

El homenaje se inicia entonces en el exterior del Templo o Calihuey a primera hora de la mañana. En el Poniente se ubica el tambor ó Tepo que, adornado con guirnaldas de la flor del cempasúchil, empezará a fragmentar al silencioso amanecer.
En el Oriente, por donde nace el sol y atado por una cuerda a las plumas del “Ave Fantástica”, se coloca al Tsikiri, símbolo de los niños llamado también “Ojo de Dios” y que es un tejido con estambre de colores que da forma a su universo.
Al pié de este símbolo, formando una especie de altar que será objeto de múltiples interpretaciones rituales, se colocan las mazorcas adornadas del maíz.
El Chamán o Marakame limpiará entonces con sus plumas o Muviéris el alma de los niños, también a la cuerda que simboliza el camino por donde ilusoriamente les llevará en un viaje hasta el desierto. Purificará además, el Altar y a todos los asistentes.
El Marakame bendecirá a los niños una y otra vez. Será su protector durante el viaje imaginario. Atará sus almas, representadas por copos de algodón, a la cuerda llamada Wikushao, que figura, el camino por donde les transportará, con la ayuda de sus plumas mágicas, hasta donde se encuentran las deidades.
Las manos del cantador golpearán, a partir de entonces y sin descanso, una y otra vez la piel de venado con el que fue elaborado el instrumento. Llevará, con su salvaje percusión, el espíritu de los niños hasta el oriente. Durante un largo canto el chamán los guiará, en este viaje imaginario, al desierto de Wirikuta.
Las madres en este momento entregarán a sus hijos las galletas que simbolizan al peyote. Pondrán en sus manos además las sonajas para que acompañen al Marakame en su canto sublime y elevado. Colocarán también, sobre sus cabezas, las flechas votivas que les guiarán acertadamente al lugar escogido.
Esta fiesta por tanto, mas allá de agradecer a la Madre Tierra por las primeras cosechas es, para los niños, la representación onírica del mito, el primer contacto en la recreación cósmica de origen, el inicio en la toma de conciencia de la continuidad permanente y perenne de la existencia del hombre mítico.
En esencia significa, simbólicamente, acompañar a sus padres en la peregrinación hacia el desierto de Wirikuta. Peregrinación que seguirán, guiados por el chamán o MARAKAME, con la misma devoción y sacrificio, ya que es precisamente este concepto: ser digno de los sacrificios, el que da fuerza y permanencia a su existencia.

Así, los peregrinos que partieron, llevando consigo a una de las niñas vendada de los ojos, según la tradición del primer viaje al desierto y, como ellos, en total ayuno desde las montañas, entregarán en este sitio sagrado, llamado Tatei Matinieri, la mirada de esta niña, su asombro. La deidad entonces, convertida en imagen, entrará abruptamente en su mente para quedar grabada por siempre, permanecerá eterna e indisoluble junto a ella.
Los peregrinos luego, sacarán de sus morrales y canastos sus ofrendas y las de sus hijos. Entregarán a Tatei Matinieri colocándolas al pié y dentro de sus aguas, junto a las flechas y jícaras votivas. Pedirán, a esta deidad, por la protección a sus hijos.

Las ofrendas que elaboran conllevan una profunda significación. Representan la materialización de su capacidad creadora, el producto generado con una intensa sensibilidad, la elaboración hecha con amor gracias al apego con lo sobrenatural. Representa además, la humildad del Ser humano ante las fuerzas superiores, su derrota ante quienes invariablemente gobiernan sus destinos. Es también, el lazo que une y comulga, la entrega de su obra, de su pobreza. (Desamparo/necesidad)

El agua sagrada de Tatei Matinieri será entonces untada sobre sus cabezas y cuerpos. Ellos recibirán, a cambio de sus ofrendas, el amparo, la protección en substitución del voto, del esfuerzo y sacrificio que realizan. Para ellos, el mundo se desenvuelve entonces en una dimensión sagrada, donde el hombre establece un nexo sublime y permanente con las deidades. Cosmovisión admirable que conlleva un estado sensorial profundo, una comunicación constante con las divinidades quienes, al ser espíritu y materia, exigen su culto, su contraparte para existir y dejarlos existir.

Otra cuerda paralela y adornada con flores será atada junto a la primera. La forma y color de las flores simbolizarán al colibrí que, asociado a los niños, absorberán, como las chupirosas, su miel.
A partir de allí, podrán entonces volar, les llevará el “Ave Fantástica” en su lomo hasta el otro extremo. Será un vuelo donde el Tepo, cada vez con mayor intensidad y sin descanso, el canto cósmico del Marakame y las sonajas de los niños irán, poco a poco, sumergiéndolos en un espacio donde el pasado presente y futuro formarán un solo tiempo, sin divisiones. Volar sin desprenderse del guía y el camino, abandonar momentáneamente el espacio consciente para ir hacia los dioses, separarse de lo material para sacralizarse y llegar, como sus padres, hasta el primer lugar sagrado: Tatei Matinieri, el ojo de agua que es considerado deidad protectora de los niños, en una nueva asociación, de un manantial con la madre creadora y protectora de sus vidas.

La sangre de los animales sacrificados en la fiesta también se verterá sobre sus aguas y los demás lugares sagrados. Representa la entrega de una vida para el sostenimiento de otra existencia. Así como en la antigüedad cuando los dioses se auto inmolaron, el niño que se arroja en la hoguera y se transforma en el astro diurno, el venado que se entrega voluntariamente a los cazadores y se convierte luego en el peyote, así también el animal, fuente de poder y magia, entrega sus poderes divinos para transformarse en alimento, otorga su sangre para ser untada en el maíz, en la Madre Niwetsika, sangre que será llevada, como ofrenda, hasta los lugares sagrados, hasta Tatei Matinieri. Lugar donde los peregrinos además, durante su travesía, recogerán un poco de su agua sagrada para consagrar sus alimentos y a todos aquellos que no pudieron partir al desierto de Wirikuta.

El tesguino es el licor del maíz que fermentado, genera en quien lo bebe un estado de mayor emotividad. Lo toman tanto los hombres como las mujeres y los niños, produce una carga de fervor y pasión. Les induce a sentir con mayor intensidad la ceremonia, llegar al éxtasis, a una embriaguez en sus cantos y rezos. Para ellos la historia se encuentra entonces plasmada en los mitos, tradiciones y en todas las manifestaciones simbólicas de sus antepasados.
Mitos que, constantemente reelaborados, son la base y estructura que dan forma a sus acciones y les lleva a participar activamente de una vida religiosa intensa, de una existencia colmada de fiestas y rituales que van de lo sacro a lo profano, del Ser libidinoso al Ser luminoso.

Los peregrinos en el desierto pintarán también sus rostros y algunas de sus pertenencias con la raíz del Uxa. Avanzarán durante el atardecer, a vista de sus deidades, hasta otros lugares sagrados.
Van dejando así, el testimonio de su visita, la evidencia de una rica y extensa mitología sobre su origen e historia. Van recreando, como hicieron los primeros hombres en los tiempos originarios, la peregrinación hacia el oriente de la sierra, al lugar donde salió por primera vez Tayau, el Padre Sol.

El Marakame entonces podrá guiarlos hasta el lugar de sus sueños, a encontrar a Kallumari para sacrificarlo.

La noche no disminuye el fervor de los que permanecen distantes en las frías montañas. Ellos, como los peregrinos, permanecerán toda la noche en vigilia. Es la fuerza de sus creencias la que impone esta expiación que da valor a sus prácticas. Finalmente, el fuego es el mismo para ambos, les mantendrá unidos, juntos en su larga travesía.
Para los peregrinos la noche sin embargo, será profundamente más intensa por encontrarse cerca de Kallumari, el venado mayor y deidad que se convierte en el peyote. Son sus territorios, por lo que deberán permanecer juntos y en compañía de Tatewarí, el dios fuego que les acompañará durante esta larga jornada.
El Marakame por su parte, silencioso entre las tinieblas y guiado por sus sueños, irá hasta LEUNAR, estribaciones del Cerro “El Quemado”, para buscar allí el lugar exacto donde se oculta Kallumari. Con su canto cósmico volará para encontrar al hermano Mayor. A la deidad Venado que le conducirá hasta donde se convertirá en Peyote. Tratará, en armonía íntima y profunda, de “ver” a la deidad transformarse en divinidad luminosa y a la que habrá que cazarla como a un animal, sacrificarla y absorber de ella su conocimiento, de él su sangre, su carne, sus entrañas sagradas.

Al amanecer, frente a los primeros rayos de Tayau, el Padre Sol, los peregrinos pintarán nuevamente sus rostros con la raíz del Uxa. Elaborarán diseños figurativos y abstractos que darán identidad a cada uno de ellos. Al pintarse, las deidades podrán inequívocamente reconocerlos, sufrirán una transformación, una mutación que les acercará a lo divino. Podrán encarnar poder y develar los verdaderos rostros de los dioses. Con sus máscaras, convertirse en deidades ocultas.

Igual que el becerro, la divinidad ahora convertida en peyote entregará su sangre y su cuerpo.
Elevan pues, a la altura de sagrado, al maíz, al venado y al peyote, ya que ven en ellos la fuente de su subsistencia y visión espiritual.
Sacralizarlos por tanto, representa mantenerlos vivos para conservarse ellos también vivos; es hacer justicia envistiéndolos sublimemente, conferir, a quienes otorgan los recursos para su subsistencia física y anímica, el estado de Supremos.
Pero más allá de esta mutua dependencia, existe en los huicholes una extraordinaria capacidad de comunicación con sus deidades. Es el cactus del peyote la manifestación material, el elemento divino a través del cual consiguen romper la barrera entre el conciente y el subconsciente, entre lo visible e invisible, el medio que da paso al mundo de sus sueños para convertirlo en existente y tangible, el vehículo que les lleva a dialogar con sus Dioses. Revestirse de lo sagrado, consagrarse para transformarse en seres luminosos es pues, compartir un mismo espacio, participar con ellos.

Una vez cazado y atravesado por la flecha, el primer peyote será depositado en la jícara para llevarlo de regreso a casa y colocarlo en el CALIHUEY

Los otros peyotes recolectados serán cortados de su raíz y preparados para la ceremonia antes de ser consumidos. Se pondrán sobre la tierra, unos junto a otros mientras se cava con las manos, el espacio donde se depositarán las ofrendas, aquellas que guardaron los peregrinos para este último momento.
Se trata de entregar a cambio del Peyote Sagrado aquello que más aman, el símbolo que será enterrado junto a las flechas votivas que indicarán el acierto, la dirección exacta de su súplica.
Aquí se enterrará también, semejante a cuando se entregó a las aguas sagradas del mar, la máscara de Kallumari, el rostro del Venado Mayor. (del bisabuelo cola de venado) En este Altar quedará hundida su presencia, junto a las ofrendas y la última consagración en Wirikuta.
El Marakame cortará entonces a Kallumari, entregará a los peregrinos el cuerpo y la sangre derramada, participará también la niña que realizó su viaje de iniciación. Tomarán entre sus manos al Ser divino y luminoso para consumirlo en este desierto que, luego de permanecer en total ayuno desde las montañas donde partieron, finalmente entrará a lo más hondo de su percepción, a un estado sensorial intenso que les llevará, a partir de este momento, a entrar en comunión con la carne y sangre de Kallumari, símbolo del conocimiento y sabiduría.

Regresarán después al hogar, junto a sus hijos y esposas. Llevarán consigo al divino luminoso, cargarán, para la última y quizá más significativa fiesta del período de luz, el peyote que será entregado a la comunidad.
La peregrinación y los jicareros (peyoteros) con su Marakame habrán cumplido entonces con la misión primitiva de recrear el mito, retornarán sagrados y permanecerán así hasta su desacralización, nuevamente al estado profano, ciclo continuo que da forma a su vida, que eleva por la constante renovación, el espíritu del hombre a un estado de conciencia permanente, éxtasis, de la esencia divina.

De vuelta en la comunidad y luego de haber cazado un venado en la montaña, la peregrinación saludará, en un ritual frente al fuego y con las flechas del acierto, a los miembros del grupo. Contarán sus hazañas y sucesos mientras los jóvenes, mujeres y niños, prepararán la fiesta del jikuri neixa.

Nuevamente darán muerte a un becerro y derramarán su sangre sobre la tierra. Otra vez el rito, los rezos y plegarias que repiten incansables una y otra vez. Es la necesidad de llevar sus ruegos, desde este diminuto espacio que es su comunidad, hasta la vastedad del espacio infinito donde moran sus dioses. Mojar con el rojo sus ofrendas es la forma de expresarse, tatuar sus rostros con la sangre del animal el lenguaje que revela que ellos también son mortales, depositarlos en el Calihuey, junto a la jícara con el primer peyote hallado en el desierto, el intento por eternizarlos.

Una vez concluido este homenaje, el Marakame entregará para su preparación y consumo los cactus traídos desde Wirikuta. Serán limpiados y lentamente masticados en un primer contacto con el peyote antes de la fiesta y celebración. Luego las mujeres, moliéndolos en una piedra o metate, elaborarán una masa espesa a la que se agregará un poco de agua para producir el brebaje de la mezcalina, que se tomará repetidamente, por cinco ocasiones.
Los hombres entonces pintarán sus rostros como en el desierto, colocarán la bebida y las máscaras del Kallumari frente al cantador, quien dará inicio a la ceremonia.

La danza y el canto se fundirán entonces en ese mantra pagano. (en esa especie de mantra pagano) Buscará que participen sus dioses; el golpeteo sobre la tierra acompañará a su llamado glorioso, se mezclarán en cada paso, en cada golpe, en cada movimiento.

A mediodía, cuando el Padre Sol se encuentre ya en el cenit, procederán todos a dibujar sus rostros con el uxa, trazarán las formas y figuras más seductoras, su intención será llamar la atención de Tayau, procurar su mirada.

Una vez arreglados, el grupo avanzará para reverenciar los puntos cardinales.
Retornarán otra vez al calihuey para rendir tributo al Ser Supremo, entregar las ofrendas y conseguir, en esta especie de pago y consentimiento, su anuencia, el asentimiento para proseguir, para beber y masticar el Jikuri. Habrán cumplido entonces con la misión primitiva de recrear el mito, ciclo continuo que da forma a su vida, que eleva por la constante renovación, el espíritu del hombre a un estado de conciencia permanente, éxtasis de la esencia divina.

FIN

E. Aguilar

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