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PARA MÍ ES MEJOR SOÑAR QUE VIVIR, por Federico García Lorca
“Llevo a Galicia en el corazón, porque en ella he vivido y soñado mucho: para mí es mejor soñar que vivir. Compostela y el paisaje gallego se apoderaron de mí en forma tal que también me sentí poeta de la alta hierba, de la lluvia alta y pausada. Me sentí poeta gallego, y una imperiosa necesidad de hacer versos; su cantar me obligó a estudiar a Galicia y su dialecto o idioma, para lo maravilloso es igual… Soy español por encima de todo y de todos, y después amante fervoroso de cuanto tienen de personal y característico las regiones. Qué profunda y que respetable es la diferencia que existe entre Andalucía y Galicia, y cómo existe, sin embargo, una corriente subterránea de subconsciencia, un eje espiritual que ata a sus hombres. El mapa de España es la piel de un toro, ¿no es verdad? Pues muchas veces he pensado que mucho tiempo estuvo doblada por el lomo y que asturianos y gallegos, andaluces y levantinos han vivido en una divertida mezcolanza, unos sobre otros, hasta que un día se desdobló la piel, y a los míos les tocó en el juego un sol abrasador, padre de la vid y del olivo, y a los de usted la lluvia constante y bienhechora que pinta los prados de un verde cristal y viste las piedras de un musgo aterciopelado.”
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García Lorca nos dice por teléfono, con su voz un poco marinera:
-Venga usted. He terminado la conferencia. Me voy a meter debajo del agua, y entre tanto llega usted. Aquí hablaremos.
La habitación del hotel es un cuarto de poeta. Una mesilla con cigarros, libros, lápices, cuartillas, una botella vacía y monedas sueltas de diversas naciones. Un peso argentino llora en soledad sobre las rayas de un pantalón tumbado en una silla.
Se oye el ruido de la ducha mientras el mecanógrafo teclea y se impacienta, procurando descifrar una palabra, en el enorme jeroglífico que son las grandes cuartillas en las que el poeta ha recogido los apuntes de la conferencia que ha de dar en Amigos del Arte.
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-¿Esta palabra?-pregunta el mecanógrafo.
-¿Cuál?-contesta el poeta desde el cuarto de baño, donde él sigue cantando su canción estrepitosa.
-Elvira… Elvira… ¿qué?
-Elvira, la caliente, niño; se llama “Elvira la caliente”, nombre aristocrático y sagrado de una trotacafés de Sevilla…
Tras de esta aclaración viene otra y otra. En las cuartillas, como un duende que lo revuelve e interviene en todo, andan mezclados los nombres de Isaías el profeta, Pastora Pavón, Niña de los Peines, Goya, San Juan de la Cruz y aquel formidable gaditano, hermoso y grande como una “tortuga romana”, que no había trabajado nunca, porque era de Cádiz…
Asistimos, con muchas horas de antelación, a la conferencia de García Lorca, dictada debajo del agua, y dudamos mucho de que el público, que más tarde la oyó en Amigos del Arte, recibiera como nosotros una tan fuerte impresión.
Con la última palabra del poeta cesa la canción del agua y se abre con gran violencia la puerta encristalada. García Lorca nos sabe gallegos y nos recibe con un apretado abrazo. Nos sabe gallegos y nos habla así:
-Llevo a Galicia en el corazón, porque en ella he vivido y soñado mucho: para mí es mejor soñar que vivir.
Hablamos: Santiago de Compostela es en los labios de este muchacho recio, fornido, fino, y elegante, una estrofa. Con él vivimos la odisea maravillosa del Santo Yago y de sus peregrinos.
-Aún quedan las voces, clavadas en las piedras milenarias abrasadas por las caricias del sol, pulidas por el eterno “sobo” del agua, de aquellos peregrinos enfermos del cuerpo y del alma que en procura de la salud inundaban las carreteras del mundo con sus llagas y sus pecados para llegar a los pies del santo, varonil y milagroso.
El sueño, mejor dicho, el ensueño, amigo Lorca, es uno de los remedios que debieran recetar los médicos, con la seguridad absoluta de grandes resultados. Una noche de luna en Santiago de Compostela es más eficaz para un enfermo del alma y del cuerpo que una temporada en Niza.
Compostela y el paisaje gallego… ¿Cómo no han de surgir poetas llenos de vigor y de ternura de estas dos fuerzas tan formidables?
-A mi llegada a Galicia, ellas se apoderaron de mí en forma tal que también me sentí poeta de la alta hierba, de la lluvia alta y pausada. Me sentí poeta gallego, y una imperiosa necesidad de hacer versos; su cantar me obligó a estudiar a Galicia y su dialecto o idioma, para lo maravilloso es igual… Y en el estudio de lo gallego, en su literatura y en su música encontré afinidades verdaderamente milagrosas con la música y la literatura andaluzas; mejor dicho, flamencas; y aún mejor dicho, gitana. ¡Y fenómeno curioso! Los gitanos de las ferias y romerías, los hermanos del oso peludo y bailarín y la mona rabona y astrosa, no pueden vivir en Galicia. Allí no engañaban a nadie y suelen encontrarse engañados muy a menudo.
Misterios de nuestra raza, decimos, para preguntar luego con una doble intención, por supuesto, ¿y usted es español?
-Claro-nos contesta-, usted, como buen gallego, me hace una pregunta con intención de gitano, y yo, como un gitano, le voy a contestar, porque los gitanos, a veces, también dicen la verdad. Español por encima de todo y de todos, y después amante fervoroso de cuanto tienen de personal y característico las regiones. Qué profunda y que respetable es la diferencia que existe entre Andalucía y Galicia, y cómo existe, sin embargo, una corriente subterránea de subconsciencia, un eje espiritual que ata a sus hombres: el duende de quien hablo en mi conferencia y que se manifiesta en un gesto, en un sonido, en una actitud, y, sobre todo, en un sentimiento, cuya forma y fondo sería larguísimo de explicar. El mapa de España es la piel de un toro, ¿no es verdad? Pues muchas veces he pensado que mucho tiempo estuvo doblada por el lomo y que asturianos y gallegos, andaluces y levantinos han vivido en una divertida mezcolanza, unos sobre otros, hasta que un día se desdobló la piel, y a los míos les tocó en el juego un sol abrasador, padre de la vid y del olivo, y a los de usted la lluvia constante y bienhechora que pinta los prados de un verde cristal y viste las piedras de un musgo aterciopelado.
Suena el teléfono. Es el embajador de España que llama a García Lorca.
-Sí, en seguida, la entrevista era a las seis, y son…
El poeta nos mira aterrado, y con una resolución de chico caprichoso nos sienta a su lado, en el borde de la cama. El fotógrafo nos toma con rapidez vertiginosa, y luego empiezan a volar prendas de vestir, que toman posesión del cuerpo de Lorca. La corbata se enreda entre los dedos.
-Dígame, Lence, y -nos pregunta- ¿dónde se dice aquí misa bien?
-Hombre, de eso no puedo darle a usted noticia. Pero Meana, que no pierde una…
-¿Pero, tú…?
-Sí, hombre -dice Meana-. No puedo sustraerme a mi sino, el cual me hizo monaguillo en mis primeros años, y, por consecuencia, fervoroso entusiasta de la liturgia. ¡Si a ti te paso lo mismo!…
-Menos en lo de monaguillo, igual. El domingo a misa, y veremos si el sacerdote nos da la impresión de aquella suntuosa elegancia de los que en El Escorial la ofrecen todos los días por el alma del emperador Carlos V.
-Bueno, Federico, usted está en marcha y aún no me ha dicho nada de sus poesías gallegas, que ya tienen fama de ser tan bellas como las del Romancero gitano.
-¿Mis poesías gallegas? ¿El Romancero gitano? ¿Bodas de sangre? ¿Poema del cante jondo? ¿Dónde estarán esos libros? Tengo la vaga idea de que algunos se editaron una vez; otros, nunca. Pero no se apure usted: los llevo en la memoria, y un día que no cuente con la encantadora distracción de hablar con usted, que no me espere el embajador, que no precise pagar atenciones cariñosísimas a periodistas, autores, actores, poetas, literatos y a todos en este país, en fin, porque aquí la cordialidad tiene el mismo color y sabor de la luz y el aire primaverales, entonces me dedicaré a editar mis obras, y el mejor poema gallego se lo dedicaré a usted, que es tanto como ofrecérselo a todos los coterráneos, ¿estamos?
Un fuerte y conmovedor abrazo de este mocetón, que creemos genial y bueno y lleno del más puro optimismo, que se desborda de él, alegrando todas las cosas que le rodean.
El automóvil arranca rapidísimo hacia la embajada. “Ei, carballeira”, dicho desde la ventanilla, con su voz marinera y ofreciéndonos las dos manos, nos llega al corazón, como el divino romance de la luna llena…
* * *
LENCE, 1933. Un rato de charla con García Lorca. Obras Completas, Entrevistas y declaraciones, capítulo XV. Editorial Aguilar, 1974.
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