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domingo, 13 de marzo de 2011

UNA SOCIEDAD BIEN GOBERNADA, por Jean Jacques Rousseau



UNA SOCIEDAD BIEN GOBERNADA, por Jean Jacques Rousseau


“Si hubiera tenido que escoger mi lugar de nacimiento, habría optado por una sociedad cuya grandeza hubiera estado limitada por la amplitud de las facultades humanas, es decir, por la posibilidad de estar bien gobernada: un Estado en el que todos los individuos se conocieran entre sí, en el que ni las oscuras maniobras del vicio ni la modestia de la virtud habrían podido sustraerse a las miradas y al juicio del Público, y en el que esa grata costumbre de verse y conocerse, hiciese del amor a la Patria el amor a los Ciudadanos más que el amor a la tierra. Hubiera querido nacer en un país en el que el Soberano y el Pueblo sólo pudiesen tener un único y mismo interés, para que todos los movimientos de la máquina sólo tendiesen siempre a la felicidad común; lo cual, al no poderse lograr más que siendo el Pueblo y el Soberano una misma persona, se desprende que hubiera querido nacer bajo un Gobierno democrático, sabiamente moderado. Una vez acostumbrados a los Amos, los pueblos ya no están en condiciones de privarse de ellos. Si intentan sacudirse el yugo, se alejan tanto más de la libertad que, confundiendo con ella una desenfrenada licencia que se le opone, sus revoluciones los entregan casi siempre a unos seductores que no hacen sino reforzar sus cadenas. Así que hubiera buscado para mi Patria una feliz y tranquila República en la que los Ciudadanos, acostumbrados de antiguo a una sabia independencia, fueran no sólo libres, sino además dignos de serlo.”
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Convencido de que sólo al Ciudadano virtuoso pertenece rendir a su Patria unos honores de los que pueda prevalecerse, llevo treinta años afanándome en hacerme acreedor a ofrecerles un público homenaje; y en esta feliz oportunidad, supliendo en parte a cuanto mis afanes no pudieran lograr, he considerado que me sería permitido consultar el celo que me anima, más que el derecho que debiera autorizarme.
HUBIERA QUERIDO VIVIR BAJO UN GOBIERNO DEMOCRÁTICO, EN EL QUE EL PUEBLO FUERA SOBERANO, Y DONDE EL PATRIOTISMO FUERA EL AMOR A LOS CIUDADANOS MÁS QUE EL AMOR A LA TIERRA
Habiendo tenido la dicha de nacer entre vosotros, ¿cómo podría meditar acerca de la igualdad que la naturaleza puso entre los hombres y sobre la desigualdad que éstos instituyeron, sin pensar en la profunda sabiduría con la cual la una y la otra, felizmente combinadas en este Estado, contribuyen del modo más cercano a la Ley natural y el más propicio a la sociedad, al mantenimiento del orden público y a la felicidad de los individuos?
Jean Jacques Rousseau
Al buscar las mejores máximas que el buen sentido sea capaz de dictar sobre la constitución de un gobierno, me asombró tanto el verlas todas aplicadas en el vuestro, que aun sin haber nacido en vuestros muros, hubiese creído no poderme eximir de ofrecer este cuadro de la sociedad humana al Pueblo que entre todos los demás, me parece poseer sus mayores ventajas y haber prevenido de la mejor manera los abusos.
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Si hubiera tenido que escoger mi lugar de nacimiento, habría optado por una sociedad cuya grandeza hubiera estado limitada por la amplitud de las facultades humanas, es decir, por la posibilidad de estar bien gobernada, y en la que cada cual, bastando a su empleo, nadie se hubiera visto apremiado en confiarle a los demás las funciones que él debía asumir: un Estado en el que todos los individuos se conocieran entre sí, en el que ni las oscuras maniobras del vicio ni la modestia de la virtud habrían podido sustraerse a las miradas y al juicio del Público, y en el que esa grata costumbre de verse y conocerse, hiciese del amor a la Patria el amor a los Ciudadanos más que el amor a la tierra.
Hubiera querido nacer en un país en el que el Soberano y el Pueblo sólo pudiesen tener un único y mismo interés, para que todos los movimientos de la máquina sólo tendiesen siempre a la felicidad común; lo cual, al no poderse lograr más que siendo el Pueblo y el Soberano una misma persona, se desprende que hubiera querido nacer bajo un Gobierno democrático, sabiamente moderado.
Hubiese querido vivir y morir libre, es decir, tan sumido a las Leyes, que ni yo ni nadie pudiese sacudirse de su honroso yugo; ese yugo saludable y grato que las más orgullosas cabezas llevan con tan gran docilidad que parecen estar hechas para no llevar ningún otro.
UN PUEBLO ACOSTUMBRADO A LA TIRANÍA SE CONVIERTE EN ESTÚPIDO POPULACHO, Y TENDRÁ QUE ADQUIRIR GRADUALMENTE LA SEVERIDAD DE COSTUMBRES Y EL ORGULLOSO CORAJE QUE EXIGE LA LIBERTAD
Así que me hubiera gustado que nadie dentro del Estado hubiese podido considerarse como estando por encima de la Ley, y que nadie en el exterior pudiese imponer ninguna que el Estado se viera en la obligación de reconocer. Pues cualquiera que pueda ser la constitución de un Gobierno, si en ella figura un solo hombre que no esté sometido a la Ley, todos los demás se hallan necesariamente a la discreción de aquél. [...]
No me hubiera gustado vivir en una República de nueva institución, por buenas leyes que pudiera tener, por miedo de que el Gobierno, constituido quizá de otro modo que aquél en que debiera estarlo de momento, al no convenirle a los nuevos Ciudadanos, o los Ciudadanos al nuevo gobierno, El Estado no corriera el riesgo de verse sacudido y destruido casi al nacer. Por cuanto ocurre con la libertad lo mismo que con esos alimentos sólidos y sabrosos, o con esos vinos generosos, propios a nutrir y fortalecer a los temperamentos robustos acostumbrados a los mismos, pero que abruman, arruinan y embriagan a los débiles y los delicados que no están hechos a ellos.
Una vez acostumbrados a los Amos, los pueblos ya no están en condiciones de privarse de ellos. Si intentan sacudirse el yugo, se alejan tanto más de la libertad que, confundiendo con ella una desenfrenada licencia que se le opone, sus revoluciones los entregan casi siempre a unos seductores que no hacen sino reforzar sus cadenas. El propio Pueblo Romano, ese modelo de todos los Pueblos libres, no estuvo en condiciones de gobernarse al salir de la opresión de los Tarquinios. Envilecido por la esclavitud y los trabajos ignominiosos que le habían impuesto, no era en primer lugar otra cosa sino un estúpido populacho que hubo que atender y gobernar con la mayor sabiduría, con miras a que, acostumbrándose poco a poco a respirar el salutífero aire de la libertad, aquellas almas enervadas o mejor dicho embrutecidas bajo la tiranía, fuesen adquiriendo gradualmente aquella severidad de costumbres y aquel orgullo de coraje que finalmente hicieron de él el más respetable de todos los Pueblos.
Así que hubiera buscado para mi Patria una feliz y tranquila República cuya antigüedad se perdiese por así decirlo en la noche de los tiempos; la cual no hubiese experimentado más que los golpes propios a poner de manifiesto y fortalecer en sus habitantes la valentía y el amor a la Patria, y en la que los Ciudadanos, acostumbrados de antiguo a una sabia independencia, fueran no sólo libres, sino además dignos de serlo. [...]
Habría buscado un País en el que el derecho de legislación fuese común a todos los Ciudadanos; pues ¿quién mejor que ellos para saber bajo qué condiciones les conviene vivir juntos en una misma Sociedad? Pero no habría aprobado unos plebiscitos semejantes a los de los Romanos en los que los Jefes del Estado y los más interesados en su conservación se hallaban excluidos de unas deliberaciones de las cuales con harta frecuencia dependía su salvación, y en los que, por una absurda inconsecuencia, los Magistrados estaban privados de los derechos de los cuales disfrutaban los simples Ciudadanos.
EL COLMO DE MI FELICIDAD HUBIERA SIDO VIVIR EN DULCE SOCIEDAD CON MIS CONCIUDADANOS, EJERCIENDO LA HUMANIDAD, LA AMISTAD Y TODAS LAS VIRTUDES DE UN HOMBRE DE BIEN, Y DE UN HONESTO Y VIRTUOSO PATRIOTA
Por el contrario, habría deseado que para detener los proyectos interesados y mal concebidos, y las peligrosas innovaciones que finalmente perdieron a los Atenienses, cada cual no tuviese el poder de proponer nuevas Leyes a su capricho; que este derecho sólo perteneciera a los únicos Magistrados; que usasen del mismo incluso con tal circunspección, que el Pueblo a su vez fuese tan reservado en dar su consentimiento a dichas Leyes, y que la promulgación de las mismas sólo se hiciera con tal solemnidad, que antes de que la Constitución se viese quebrantada se contara con un tiempo suficiente como para convencerse de que es sobre todo la gran antigüedad de las Leyes lo que las hace santas y venerables, de tal modo que el Pueblo pronto desprecia aquellas que ve cambiar a diario, y que al acostumbrarse a desatender las antiguas costumbres so pretexto de obrar mejor, a menudo se introducen grandes males para corregir los mínimos.
Hubiese rechazado sobre todo, como necesariamente mal gobernada, una República cuyo Pueblo creyendo poderse privar de sus Magistrados o no dejarles sino una autoridad precaria, hubiera guardado imprudentemente la administración de los asuntos Civiles y la ejecución de sus propias Leyes; tal debió ser la tosca constitución de los primeros Gobiernos nacido inmediatamente del Estado natural, y tal fue además uno de los vicios que perdieron a la República de Atenas.
Mas habría escogido aquella en que los individuos, conformándose con otorgar la sanción a las Leyes, y con decidir en Cuerpos y en base a las ponencias de los Jefes, los más importantes asuntos públicos, instituirían unos tribunales respetados, de los cuales distinguirían con esmero los diversos departamentos; elegirían de año en año a los más capaces y más honrados de sus Conciudadanos para impartir la Justicia y gobernar el Estado; y donde testimoniando de la sabiduría del Pueblo la virtud de los Magistrados, los unos y los otros se honrarían mutuamente.
De manera que si alguna vez unos funestos equívocos llegaban a alterar la concordia pública, esos propios tiempos de ceguera y de errores estuviesen marcados por unos testimonios de moderación, de recíproca consideración, y de un respeto común por las Leyes; presagios y garantes de una reconciliación sincera y perpetua.
Tales son las ventajas que yo habría buscado en la Patria que me hubiera escogido. Que si la Providencia le hubiera agregado además una encantadora situación, un clima templado, un suelo fértil, y el aspecto más delicioso existente bajo el Cielo, no hubiese deseado más para colmar mi felicidad que el gozar de todos esos bienes en el seno de esa venturosa Patria, viviendo en una dulce sociedad con mis Conciudadanos, ejerciendo hacia ellos, y a su ejemplo, la humanidad, la amistad y todas las virtudes, y dejando tras de mí la honrosa memoria de un hombre de bien, y de un honesto y virtuoso Patriota.
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JEAN JACQUES ROUSSEAUDiscurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Ediciones Península, Barcelona, 1976. Traducción de Melitón Bustamante Ortiz.

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