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martes, 16 de septiembre de 2008

CUENTO INFANTIL: "Amistades Peligrosas" de Patricia Suárez...

Miércoles 20 de Agosto de 2008

Cuentos, Lectores expertos

Amistades peligrosas

Fragmento de un dibujo de Jeremias JanikowTexto: Patricia Suárez
Imágenes: Jeremias Janikow

Un lagarto solitario y un pajarito de noble prosapia protagonizan este cuento de hadas ligeramente siniestro.

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Imagen por Jeremias Janikow

Había una vez un lagarto que estaba muy solo y quería tener amigos. Se llamaba Totó. Vivía en un pantano rodeado de flores ponzoñosas y sauces llorones. También había mosquitos chupasangre que no le dirigían la palabra porque eran unos bichitos muy engreídos. En el pantano apenas si entraba la luz del sol y siempre estaba oscuro. Además, era un sitio maloliente. Todas estas cosas hacían que muy poca gente tuviera ganas de visitarlo. En realidad, no lo visitaba nadie, nadie. Totó sabía que más allá había un palacio y una escuela para niños, pero ninguno se atrevía a acercarse al pantano. Incluso se hacían advertencias a los niños para que no fueran al pantano, porque —decían— ahí vivía un monstruo terrible. Resultado: Totó estaba solo, solo y lloraba tristes lágrimas de cocodrilo a pesar de ser un lagarto.

Una noche, en el palacio al otro lado del castillo, hubo fuegos artificiales y globos de colores que salieron volando muy alto. Totó se extasiaba mirando semejante espectáculo cuando, de pronto, sintió un golpetón en la cabeza. ¡Pumba! Un palo cayó y le pegó en el medio del morro. Al poco rato, Totó escuchó unos pasitos y una voz muy fina que gruñía:

—¡Carambolas! ¡Recórcholis! ¡Caracoles!

Eran tres palabras que antes eran “fuertes”, pero ahora ya nadie las usaba.

La voz finita siguió gruñendo.

—¡Diantre, que se me astilló la varita!

De pronto, la dueña de la voz finita, que era nada menos que un hada, pisó mal y cayó dentro del pantano. Hizo mucha bulla, porque se embarró su pollerita de tul y las cintas de sus hermosas zapatillas de baile. Después empezó a chillar:

—¡Auxilio, me ahogo! ¡Auxilio, que no se me ocurre ningún hechizo para salir de esta agua terriblemente pegajosa!

Así que Totó se sumergió y la sacó del agua con su cabezota. El hada quedó muy sentadita encima del morro del lagarto. Tardó unos momentos en salir del estado de susto y darse cuenta de dónde estaba.

—¡Oooooh! —suspiró—. He caído sobre un príncipe encantado.

—No —la corrigió Totó—. No soy un príncipe encantado. Soy un lagarto.

El hada repasó mentalmente el vademecum de criaturas mágicas.

—Un lagarto —dijo Totó—. Un lagarto del pantano.

—Qué asco.

—Acabo de salvarle la vida…

—Sí, sí. Será usted mucho mi salvador, querido, pero es un asco.

—Tiene la obligación de concederme un deseo.

—¿Quién, yo? —preguntó el hada.

—En los Manuales de Buena Conducta de las Hadas, dice que ustedes están obligadas a conceder un deseo al ser que les salve la vida sacándolas de un peligro.

—¡A lo que hemos llegado! —suspiró el hada—. ¡Hacerle dones a este bicho! Está bien, señorito, dígame usted qué desea y tal deseo le será concedido. Pero después indíqueme cuál es el atajo más rápido para llegar al baile del palacio.

Totó estaba muy seguro de cuál era su deseo. Hacía mucho que lo venía deseando. Casi no deseaba otra cosa.

—Deseo un amigo.

El hada frunció las cejas, pronunció unas palabritas en idioma mágico y, de pronto, apareció un huevo en el borde del pantano. Sí, un huevo. Como el de la gallina, pero color plateado.

—Enseguida romperá el cascarón tu futuro amigo. Hay que tratarlo con cuidado.

El hada salió volando rumbo al palacio.

Tal como el hada predijo, unos minutos después rompió el cascarón Ernestino.

Era un pajarito pequeño pero de patas muy largas.

—Buenos días, qué día más lindo éste. Vos debés ser… Totó, ¿verdad? ¡Ah, Totó, amiguito mío del alma! Qué bueno conocerte. Siempre quise tener un amigo grande y fuerte y de color… ¿verde? Con esta hermosa sonrisa y estos dientes tan… ¿peligrosos? No importa, no importa: porque la verdadera amistad supera todos los obstáculos. No es de verdad importante que tengas estas patitas con esas uñas… ¿temibles? No, no. Yo te voy a contar historias y cuentos para que te duermas. Vengo de una familia de trovadores famosísimos. Sé cientos de canciones… A su vez, mientras voy cantando, amenizo la velada con unos pasos de baile. Así, un dos, chachachá, un dos tres, vuelta y chachachá…

Totó abrió la boca tan grande como pudo y se lo tragó.

Qué momento más tremendo vivió Ernestino. Venía al pantano para hacerse de un amigo y resulta que su mejor amigo se lo embucha. ¡Caracoles! Menos mal que el lagarto se lo tragó todo entero y no lo masticó. Por eso tenía la suerte de estar vivo todavía. Golpeó con su puñito el estómago de Totó.

—Amigo mío —dijo—, estás confundido. Yo soy Ernestino, el amigo de tu alma, tu compañero en las buenas y en las malas. Y debo decirte y reprenderte, porque uno a los amigos no se los come. No, no, señorito. Uno los trata con cariño.

Totó permaneció inmóvil. “El hada entendió mal”, pensaba. Le mandó un postrecito cuando él lo que pidió fue un amiguito.

Ernestino comprobó que en la barriga del lagarto había eco. Probablemente, si él hablaba fuerte, su voz llegara hasta los oídos de Totó. Así que lo intentó:

—Mi querido, amigo. Esto debe tratarse de un error; seguro que me engulliste por pura confusión. A lo mejor yo debí presentarme oficialmente y decirte las palabras que uno acostumbra en estos casos. Mi nombre es Ernestino del Romero, soy un pajarito del bosque de noble prosapia. Mi familia se precia de tener entre sus miembros a caballeros de la corte y a pajaritos especializados en canto lírico, que debutaron nada menos que en la Scala de Milán. Mi prima Heidi fue artista en el Tirol, se especializaba en gorgojitos y Antoine era el mejor silbador de todo Montmartre. Mi propio padre, sin ir más lejos, se destacó con una orquesta típica de tango en La Boca, haciendo su número bajo un farolito y…

De pronto, Totó bostezó. Un bostezo enorme que le hizo abrir la boca así de grande. ¡Qué sueño le entró escuchando esa historia!

Ernestino se quedó perplejo. ¿Qué pasó? ¿Acaso el lagarto se había aburrido de oír la magnífica historia de sus antepasados? ¡Esto era inconcebible! ¡Un atropello, una ofensa!

Totó parpadeó.

—¡Oh, caracoles! —gritó Ernestino desde la barriga del lagarto. Era ahora o nunca. Salió cuán rápido pudo de la boca del lagarto, y logró hacerlo sin siquiera un rasguño de semejantes dientes. Apenas estuvo fuera se puso lejos del alcance de Totó y emprendió el camino que lo sacaba del pantano.

El lagarto cerró la mandíbula. Qué solo se sentía. ¿No le había dicho el hada que le mandaría un amigo? ¿Y dónde estaba ese amigo, si se puede saber?

¿Cómo puede ser un hada tan boba de confundir el pedido y mandarle un sadwichito de pollo en lugar de un amiguito? ¡Caracoles! Después lloró otra vez saladas lágrimas de cocodrilo.

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