EL REINO DE LA JUSTICIA ETERNA, por M. Robespierre
“¿Cuál es el fin hacia el que nos dirigimos? El disfrute sosegado de la libertad y de la igualdad; el reino de esta justicia eterna, cuyas leyes han sido grabadas, no sobre mármol o sobre piedra, sino en los corazones de todos los hombres, incluso en el del esclavo que las olvida, y en el del tirano que las niega. Queremos que en nuestro país la moral sustituya al egoísmo, la integridad en el obrar al honor, los principios a los usos, los deberes a las conveniencias, el imperio de la razón a la tiranía de la moda, el desprecio del vicio al desprecio de la desgracia, el orgullo a la insolencia, la grandeza de ánimo a la vanidad, el amor a la gloria al amor al dinero, las buenas personas a la buena sociedad. Queremos, en una palabra, satisfacer los íntimos deseos de la naturaleza, realizar los destinos de la humanidad, cumplir las promesas de la filosofía, absolver a la providencia del largo reinado del crimen y de la tiranía. ¿Qué clase de gobierno puede realizar estos prodigios? Únicamente el gobierno democrático o republicano. Estas dos palabras son sinónimas, a pesar de los abusos del lenguaje vulgar. La democracia es un Estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son obra suya, hace por sí mismo todo lo que puede hacer, y mediante delegados todo lo que no puede hacer por sí mismo. Por tanto, debéis buscar las reglas de vuestra conducta política en los principios del gobierno democrático.”
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Tras haber vagado durante largo tiempo al azar, y como arrastrados por el movimiento de facciones contrarias, los representantes del pueblo francés por fin han mostrado un carácter y un gobierno. Un súbito cambio en la fortuna de la nación anunció a Europa la regeneración que se estaba produciendo en la representación nacional.
GUIADOS POR AMOR AL BIEN Y LA INTUICIÓN DE LAS NECESIDADES DE LA PATRIA, MÁS QUE POR UNA TEORÍA EXACTA Y REGLAS PRECISAS
Pero, hasta el presente momento en el que hablo, hay que convenir que hemos sido guiados más bien, en estas circunstancias tan tempestuosas, por amor al bien y por la intuición de las necesidades de la patria, más que por una teoría exacta y por reglas precisas de conducta, que no habíamos tenido siquiera el tiempo suficiente para trazar.
Es hora de determinar con nitidez cuál es el fin de la revolución, y el plazo en el que nosotros queremos alcanzarlo; es hora de que nos demos cuenta de los obstáculos que aún nos alejan de él, y de los medios que debemos adoptar para alcanzarlo: idea simple e importante, que parece no haber sido advertida jamás. Pero, claro, ¿cómo hubiera podido osar realizarla un gobierno cobarde y corrupto?
Un rey, un senado, un César, un Cromwell deben ante todo recubrir sus proyectos con un velo religioso, transigir con todos los vicios, halagar a todos los partidos, aplastar al de las gentes de bien, oprimir o engañar al pueblo para alcanzar el fin perseguido por su pérfida ambición.
Si no hubiésemos tenido una tarea más importante que realizar, si tan sólo se hubiese tratado aquí de los intereses de una facción o de una nueva aristocracia, habríamos podido creer, al igual que ciertos escritores aún más ignorantes que perversos, que el plan de la revolución francesa estaba ya escrito con todas las letras en los libros de Tácito y de Maquiavelo, y que había que buscar en consecuencia los deberes propios de los representantes del pueblo en la historia de Augusto, de Tiberio o de Vespasiano, o incluso en la de ciertos legisladores franceses; puesto que, con la diferencia de ciertos matices mayores o menores, de perfidia o de crueldad, todos los tiranos se asemejan.
En cuanto a nosotros, venimos hoy para poner al mundo entero en conocimiento de vuestros secretos políticos, a fin de que todos los amigos de la patria puedan unirse a la voz de la nación y del interés público; a fin de que la nación francesa y sus representantes sean respetados en todos los países del orbe terrestre donde pueda alcanzar el conocimiento de sus verdaderos principios; a fin de que los intrigantes que no buscan siempre sino reemplazar a otros intrigantes, sean juzgados de acuerdo con reglas seguras y fáciles.
Es preciso tomar precauciones por anticipado, con el fin de poner el destino de la libertad en manos de la verdad que es eterna; mejor que encuentre la muerte tan sólo con pensar el crimen.
¡Feliz el pueblo que puede alcanzar ese punto! Pues, cualquiera que sean los nuevos ultrajes que se le deparen, ¡qué fuente de recursos no le ofrece un orden de cosas en el que la razón pública es la garantía de la libertad!
NUESTRO FIN ES EL DISFRUTE SOSEGADO DE LA LIBERTAD Y DE LA IGUALDAD
¿Cuál es el fin hacia el que nos dirigimos? El disfrute sosegado de la libertad y de la igualdad; el reino de esta justicia eterna, cuyas leyes han sido grabadas, no sobre mármol o sobre piedra, sino en los corazones de todos los hombres, incluso en el del esclavo que las olvida, y en el del tirano que las niega.
Queremos un orden de cosas en el que todas las pasiones bajas y crueles sean encadenadas, todas las pasiones bienhechoras y generosas sean avivadas por la ley; en el que la ambición consista en el deseo de merecer la gloria y de servir a la patria; en el que las distinciones no nazcan sino de la igualdad misma; en el que el ciudadano esté sometido al magistrado, el magistrado al pueblo, y el pueblo a la justicia; en el que la patria asegure el bienestar a todo individuo, y en el que cada individuo disfrute con orgullo de la prosperidad y de la gloria de la patria; en el que todos los espíritus se engrandezcan mediante la continua comunicación de los sentimientos republicanos, y mediante la necesidad de merecer la estima de un gran pueblo; en el que las artes sean el adorno de la libertad que las ennoblece, el comercio la fuente de la riqueza pública y no sólo de la opulencia monstruosa de algunas casas.
Queremos que en nuestro país la moral sustituya al egoísmo, la integridad en el obrar al honor, los principios a los usos, los deberes a las conveniencias, el imperio de la razón a la tiranía de la moda, el desprecio del vicio al desprecio de la desgracia, el orgullo a la insolencia, la grandeza de ánimo a la vanidad, el amor a la gloria al amor al dinero, las buenas personas a la buena sociedad, el mérito a la intriga, el talento a la agudeza, la verdad al relumbrón, el encanto de la felicidad al aburrimiento de la voluptuosidad, la grandeza del hombre a la pequeñez de los grandes, un pueblo magnánimo, poderoso, feliz, a un pueblo amable, frívolo y miserable; es decir, todas las virtudes y todos los milagros de la república a todos los vicios y a todas las ridiculeces de la monarquía.
Queremos, en una palabra, satisfacer los íntimos deseos de la naturaleza, realizar los destinos de la humanidad, cumplir las promesas de la filosofía, absolver a la providencia del largo reinado del crimen y de la tiranía. Que Francia, antaño ilustre entre los países esclavos, eclipsando la gloria de todos los pueblos libres que han existido se convierta en modelo de las naciones, espanto de los opresores, consuelo de los oprimidos, adorno del universo mundo, y que, al sellar nuestra obra con nuestra sangre, podamos al menos ver brillar la aurora de la felicidad universal. Ésta es nuestra ambición, éste es nuestro fin.
¿Qué clase de gobierno puede realizar estos prodigios? Únicamente el gobierno democrático o republicano. Estas dos palabras son sinónimas, a pesar de los abusos del lenguaje vulgar; pues la aristocracia no es más democrática que la monarquía. La democracia no es un estado en el que el pueblo, continuamente congregado regule por sí mismo todos los asuntos públicos, aún menos aquél en el que cien mil fracciones del pueblo, mediante medidas aisladas, precipitadas y contradictorias, decidieran la suerte de la sociedad entera: un gobierno tal no ha existido jamás, y no podría existir sino para volver a llevar al pueblo al despotismo.
La democracia es un Estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son obra suya, hace por sí mismo todo lo que puede hacer, y mediante delegados todo lo que no puede hacer por sí mismo.
Por tanto, debéis buscar las reglas de vuestra conducta política en los principios del gobierno democrático. (más…)
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