tomado de "Filosofía Digital"
PATRIOTAS REACCIONARIOS Y PROGRESISTAS INSOLENTES, por Alexis de Tocqueville
“¡Los hombres religiosos combaten la libertad, y los amigos de la libertad las religiones; espíritus nobles y guerreros elogian la esclavitud, y almas bajas y serviles preconizan la independencia; ciudadanos honrados e instruidos son enemigos de todo progreso, al tiempo que hombres sin patriotismo ni moral se convierten en apóstoles de la civilización y de la cultura! ¿Es que todos los siglos se han parecido al nuestro? ¿Ha tenido el hombre siempre ante los ojos, como hoy, un mundo en el que nada se prosigue, donde la virtud carece de genio y el genio carece de honor; donde el amor al orden se confunde con la devoción por los tiranos y el culto santo de la libertad con el desprecio por las leyes; en que la conciencia no arroja más que una claridad dudosa para iluminar las acciones humanas; donde ya nada parece prohibido, ni permitido, ni honrado, ni vergonzoso, ni verdadero, ni falso? ¿He de pensar que el Creador ha hecho al hombre para dejar que se debata eternamente en medio de las miserias intelectuales que nos rodean? No puedo creerlo: Dios tiene destinado a las sociedades europeas un futuro más firme y más tranquilo. Ignoro sus designios, pero nunca dejaré de creer en ellos por el hecho de no poder comprenderlos, y preferiría dudar de mi razón antes que de su justicia.”
* * * * * *
Los pasados siglos han visto cómo almas bajas y venales preconizaban la esclavitud, mientras espíritus independientes y corazones generosos luchaban sin esperanza por salvar la libertad humana. Pero en nuestros días hallamos a menudo hombres naturalmente nobles y dignos cuyas opiniones están en oposición directa con sus sentimientos, y que elogian el servilismo y la bajeza que nunca conocieron por sí mismos. Hay otros, por el contrario, que hablan de la libertad como si pudieran sentir cuanto de santo y grande hay en ella, y reclaman ruidosamente en favor de la humanidad derechos que ellos nunca reconocieron.
CIUDADANOS HONRADOS E INSTRUIDOS SON ENEMIGOS DE TODO PROGRESO, AL TIEMPO QUE HOMBRES SIN PATRIOTISMO NI MORAL SE CONVIERTEN EN APÓSTOLES DE LA CIVILIZACIÓN Y LA CULTURA
Veo hombres virtuosos y pacíficos a quienes sus costumbres puras, sus hábitos tranquilos, su bienestar económico y sus conocimientos, sitúan de modo natural al frente de la población que les rodea. Llenos de amor sincero por la patria, están prontos a hacer por ella grandes sacrificios; no obstante, a menudo estos hombres son adversarios de la civilización, cuyos abusos confunden con sus beneficios, y en su espíritu la idea del mal va indisolublemente unida a la de toda novedad.
No lejos de ellos descubro a otros que, en nombre del progreso y esforzándose por materializar al hombre, buscan lo útil sin preocuparse por lo justo, la ciencia lejos de las creencias y el bienestar separado de la virtud: estos se consideran paladines de la civilización moderna e insolentemente se ponen a su cabeza, usurpando un lugar que se les cede y del que son indignos.
¿Dónde nos encontramos pues?
¡Los hombres religiosos combaten la libertad, y los amigos de la libertad las religiones; espíritus nobles y guerreros elogian la esclavitud, y almas bajas y serviles preconizan la independencia; ciudadanos honrados e instruidos son enemigos de todo progreso, al tiempo que hombres sin patriotismo ni moral se convierten en apóstoles de la civilización y de la cultura!
¿Es que todos los siglos se han parecido al nuestro? ¿Ha tenido el hombre siempre ante los ojos, como hoy, un mundo en el que nada se prosigue, donde la virtud carece de genio y el genio carece de honor; donde el amor al orden se confunde con la devoción por los tiranos y el culto santo de la libertad con el desprecio por las leyes; en que la conciencia no arroja más que una claridad dudosa para iluminar las acciones humanas; donde ya nada parece prohibido, ni permitido, ni honrado, ni vergonzoso, ni verdadero, ni falso?
¿He de pensar que el Creador ha hecho al hombre para dejar que se debata eternamente en medio de las miserias intelectuales que nos rodean? No puedo creerlo: Dios tiene destinado a las sociedades europeas un futuro más firme y más tranquilo. Ignoro sus designios, pero nunca dejaré de creer en ellos por el hecho de no poder comprenderlos, y preferiría dudar de mi razón antes que de su justicia.
LOS PURITANOS EMIGRANTES TRASPLANTARON A AMÉRICA EL PRINCIPIO DE LA DEMOCRACIA; ALLÍ PUDO CRECER LIBREMENTE Y, MARCHANDO CON LAS COSTUMBRES, DESARROLLARSE APACIBLEMENTE EN LAS LEYES
Existe un país en el mundo donde la gran revolución social de que hablo parece casi haber alcanzado sus límites naturales; la revolución se ha efectuado allí de manera sencilla y fácil, o más bien podría decirse que dicho país está viviendo los resultados de la revolución democrática que se opera entre nosotros sin haber conocido la revolución misma.
Los emigrantes que fueron a establecerse a América a principios del siglo XVII desligaron en cierto modo el principio de la democracia de todos aquellos contra los que luchaba en el seno de las viejas sociedades de Europa, y lo trasplantaron a las orillas del Nuevo Mundo. Allá pudo crecer libremente y, marchando con las costumbres, desarrollarse apaciblemente en las leyes.
Me parece fuera de toda duda que tarde o temprano llegaremos, como los americanos, a la igualdad casi completa de las condiciones. No deduzco que estemos llamados un día a sacar de tal estado social las mismas consecuencias políticas que ellos. Estoy muy lejos de creer que éstos hayan encontrado la única forma de gobierno que puede adoptar la democracia; pero basta que en los dos países la causa generadora de las leyes y de las costumbres sea la misma, para que tengamos un inmenso interés en saber lo que ha producido en cada uno de ellos.
LA DEMOCRACIA O ASOCIACIÓN LIBRE DE CIUDADANOS, por Alexis de Tocqueville
“Mas he aquí que las clases se confunden; las barreras alzadas entre los hombres se abaten; se dividen los dominios, se comparte el poder, las luces se difunden y las inteligencias se igualan. El estado social se hace democrático y el imperio de la democracia acaba estableciéndose pacíficamente en las instituciones y en las costumbres. Concibo entonces una sociedad en la que todos, mirando a la ley como obra suya, la amen y se sometan a ella sin esfuerzo; en la que, al considerar la autoridad del gobierno como cosa necesaria y no como divina, el respeto que se otorgue al jefe del Estado no constituya una pasión, sino un sentimiento razonado y tranquilo. Gozando cada uno sus derechos y seguro de conservarlos, se establecería entre todas las clases una confianza viril y una especie de condescendencia recíproca tan distante del orgullo como de la bajeza. Conocedor de sus verdaderos intereses, el pueblo comprendería que para aprovechar los bienes de la sociedad hay que someterse a sus cargas. La asociación libre de ciudadanos vendría a reemplazar entonces al poder individual de los nobles y el Estado se hallaría al abrigo de la tiranía y de la licencia. La nación en su conjunto será menos brillante, menos gloriosa, menos fuerte quizá; pero la mayoría de los ciudadanos gozará de mayor prosperidad y el pueblo se mostrará tranquilo, no porque desespere de mejorar, sino por conciencia del propio bienestar.”
* * * * * *
No es el uso del poder ni el hábito de la obediencia lo que deprava a los hombres, sino el uso de un poder que juzgan ilegítimo y la obediencia a un poder que consideran usurpador y opresor.
Mas he aquí que las clases se confunden; las barreras alzadas entre los hombres se abaten; se dividen los dominios, se comparte el poder, las luces se difunden y las inteligencias se igualan. El estado social se hace democrático y el imperio de la democracia acaba estableciéndose pacíficamente en las instituciones y en las costumbres.
UN SENTIMIENTO RAZONADO Y TRANQUILO
Concibo entonces una sociedad en la que todos, mirando a la ley como obra suya, la amen y se sometan a ella sin esfuerzo; en la que, al considerar la autoridad del gobierno como cosa necesaria y no como divina, el respeto que se otorgue al jefe del Estado no constituya una pasión, sino un sentimiento razonado y tranquilo. Gozando cada uno sus derechos y seguro de conservarlos, se establecería entre todas las clases una confianza viril y una especie de condescendencia recíproca tan distante del orgullo como de la bajeza.
Conocedor de sus verdaderos intereses, el pueblo comprendería que para aprovechar los bienes de la sociedad hay que someterse a sus cargas. La asociación libre de ciudadanos vendría a reemplazar entonces al poder individual de los nobles y el Estado se hallaría al abrigo de la tiranía y de la licencia.
La nación en su conjunto será menos brillante, menos gloriosa, menos fuerte quizá; pero la mayoría de los ciudadanos gozará de mayor prosperidad y el pueblo se mostrará tranquilo, no porque desespere de mejorar, sino por conciencia del propio bienestar.
EUROPA, DÉBIL Y ENFERMA
Pero nosotros, al abandonar el estado social de nuestros abuelos, dejando a nuestras espaldas, en confusa mezcolanza, sus instituciones, sus ideas y sus costumbres, ¿qué hemos puesto en su lugar? El prestigio del poder real se ha desvanecido sin ser reemplazado por la majestad de las leyes. En nuestros días el pueblo menosprecia a la autoridad, pero la teme; y el miedo consigue más de él que en otros tiempos el respeto y el amor.
La división de las fortunas ha disminuido, la distancia que separaba al pobre del rico, mas éstos, al acercarse, parecen haber encontrado nuevas razones para odiarse, y lanzándose miradas de terror o de envidia, se rechazan recíprocamente del poder. Ni para el uno ni para el otro existe la idea de los derechos, y la fuerza constituye para ambos la única razón del presente y la única garantía del porvenir.
El pobre ha conservado la mayor parte de los prejuicios de sus padres, sin sus creencias; su ignorancia, sin sus virtudes. Como regla de sus actos ha admitido la doctrina del interés, sin conocer su ciencia, y su egoísmo se halla tan desprovisto de ilustración como en otro tiempo lo estaba su abnegación.
La sociedad está tranquila, no porque tenga conciencia de su fuerza y bienestar, sino al contrario, porque se cree débil y enferma; teme morir si hace un esfuerzo: todos sienten el mal, pero nadie tiene el valor y la energía para buscar el bien. Se sienten deseos, pesares, penas y alegrías que no producen nada visible ni duradero, como esas pasiones de senectud que no conducen más que a la impotencia.
LOS PARTIDARIOS DE LA LIBERTAD
No es menos deplorable lo que sucede en el mundo intelectual. Todavía se encuentran entre nosotros cristianos llenos de celo, cuya alma religiosa anhela nutrirse de las verdades de la otra vida. Ellos serán, sin duda, quienes luchen en favor de la libertad humana, fuente de toda grandeza moral. Al cristianismo, que ha hecho a todos los hombres iguales ante Dios, no le repugnará ver a todos los ciudadanos iguales ante la ley.
Mas por un cúmulo de extraños acontecimientos, la religión se encuentra momentáneamente comprometida con los poderes que derrocan la democracia, llegando a ocurrir a menudo que rechaza la igualdad que ama, y maldice a la libertad como si se tratara de un adversario, siendo así que si la llevara de la mano podría santificar sus esfuerzos.
Al lado de estos hombres religiosos, descubro otros cuyas miradas se dirigen más hacia la tierra que hacia el cielo; partidarios de la libertad no sólo porque ven en ella el origen de las más nobles virtudes, sino principalmente porque la consideran como la fuente de los más grandes bienes, desean sinceramente asegurar su imperio y hacer que los hombres disfruten de sus beneficios.
Creo que estos hombres van a apresurarse a llamar en su ayuda a la religión, pues deben saber que no se puede establecer el imperio de la libertad sin el de las costumbres, ni establecer las costumbres sin las creencias. Pero han visto la religión en la filas de sus adversarios y esto les ha bastado; unos la atacan y otros no se atreven a defenderla.
P.D.- Dedico este artículo de Tocqueville a todos los que se han adherido -o lo harán en el futuro- a la Asociación Libre de Ciudadanos por la Democracia. Oliver.
* * * * * *
ALEXIS DE TOCQUEVILLE, La democracia en América I, Introducción (primer fragmento), 1835. Alianza Editorial, 2006. Traductora: Dolores Sánchez de Aleu. [FD, 04/08/2006]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario