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miércoles, 10 de noviembre de 2010

JAIME SABINES: ¿TE ACUNARON EN VERSOS?

¿Te acunaron en versos?


Jaime Sabines
(Ciudad de] México 1947)
Ah, si cada vez que pasas pudiera detenerte y platicar contigo. ¡Verte de cerca, escucharte reír! Quiero aprender tu risa como he aprendido ya tu andar y tu mirada. (El conato de tu mirada, pura aproximación a tus ojos, porque jamás me miras.)
Y pasas, y siento que el aire se estremece, y todo yo, inmóvil, soy deseo y angustia y necesidad de ti.
¿Por qué eres tan hermosa? ¿Te acunaron en versos? ¿Leche de flor bebiste? ¿Quién te modeló sobre mi corazón, quién te tatuó sobre mis ojos?
Apareces en mi vida, de repente, como coronando un ideal, como concretando a todas las mujeres que he deseado, y no puedo dejarte ir, ni puedo detenerte. Te llamo, sí, te llamo y no me escuchas. Desde mi corazón te llamo; arrojo mis ojos a tu paso; trato de alcanzarte con mi silencio, inútilmente. Siempre has sido ligera y fugitiva, ajena e imposible.
Pero no puedes dejar de ser mía en ese instante en que pasas. Te poseo con todos mis anhelos, con todos mis sueños, y basta la fugacidad de tu presencia para hacerte mía de mi carne, propiedad de mi alma, habitante de mi dolor y mi esperanza.
Te quiero. Pero te quiero y te deseo; y eres inquietud, dolor, angustia; y muero y nazco todos los días para verte pasar. Y siempre eres la misma, espejismo para mi corazón, distancia y lejanía para mi sed de ti.
No sé hasta dónde me lleve este camino, este difícil camino de tu espera. No sé hasta dónde te persiga mi sangre, hasta dónde se prolongue tu encuentro. Si yo pudiera rogar, te rogaría; si supiera pedir te pediría; te diría que pronto, que vinieses a mí ahora mismo, que te necesito, que esto es urgente, imprescindible. Pero me he acostumbrado a aguardarte en silencio, deseándote, deseándote nomás; y allí en el fondo de mi alma te espero, íntimamente confío en ti, creo en ti –porque creo en mi amor, porque sé que no hay amor baldío–, y estoy como si esperara madurar una fruta, como si esperara que cayese un beso, como si esperara florecer un sueño.
Porque te quiero, linda, porque te quiero, amor. Porque eres distinta a todas las mujeres, en tu cuerpo, en tu andar, en lo que eres para mis ojos, en lo que sugieres a mi corazón. Quisiera estar junto a ti, para decir sobre tu oído: te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, y repetirlo constantemente, infinitamente, hasta que te cansaras tú de oírlo pero no yo de pronunciarlo. ¿Cómo marcártelo en un brazo? ¿Cómo sellártelo en la frente? ¿Cómo grabártelo en el corazón?
Escúchalo otra vez: te quiero. Y déjame soñar contigo indefinidamente… ¡Si supieras cómo ya eres mía hasta mi muerte!
Te esperaré mañana. Siempre te estaré esperando…
 
Oct. 17 /49
Mi Chepita linda:
Acabo de recibir tu carta del 14, desesperada, apasionada, igual que un papel en llamas, más dura que la soledad. Te estás muriendo por esto y por lo otro, estás cansada, hastiada, sin sostén, vacía. Yo te puedo decir todas esas palabras porque son las que me acompañan diariamente. Todo es estúpido y carece de razón. La muerte, entonces, es un largo descanso, un amable descanso, blando, silencioso, acogedor. La muerte, a veces, es más dulce que una dulce madre, más tierna que su corazón. Correcto. Sólo que no se trata de eso. Se trata de algo más importante: de vivir.
En este momento no eres tú mi novia, la mujer que quiero, la mía; eres sólo una muchacha tonta y desesperada a la que es preciso regañar.
Y, a principios de cuentas, voy a decirte una cosa: el mismo día que recibas ésta te vas a ver al médico, obedeces a tu papá, tomas todas tus medicinas y te portas bien. Como dicen aquí en México, ya estuvo suave. Si en tu próxima carta no me dices que has hecho todo eso, mejor no me escribas. Te estás portando como una niña malcriada, y por Dios que te voy a jalar las orejas. ¿Qué cosa es todo eso? ¿Crees tú que tienes derecho a hacer lo que se te antoje, y a jugar con las esperanzas y los trabajos de tus papás y con el amor mío? ¿Crees tú, a un lado ellos, que no me perteneces, que no eres una cosa mía de mi vida, a la que tengo que defender aun en contra de ti misma? Por Dios que si estuvieras aquí ya verías. Te voy a enseñar que tú no eres solamente tú, que hay muchas personas que tienen derecho sobre tu vida, y que si no quieres hacer caso a las demás, de mí no te vas a librar. Yo ya te puse mi marca, te sellé ya con mi corazón. ¿Lo entiendes? Yo no te voy a dejar hacer lo que quieras de tu vida, porque si la lesionas me lesionas, y todo lo que hagas con ella lo haces conmigo. Ya estuvo suave de llanto y lloriqueo y desesperación. Llora y desespérate todo lo que quieras, pero me tienes que rendir cuenta de ti misma. No falta mucho. Ahora en diciembre me vas a decir: “estoy entera y sana”, y me lo vas a decir porque te tienes que venir conmigo. ¡Bonitas ausencias éstas para el fracaso, bonito esperar inútilmente! No, señorita. Aquí se acabaron esos enjuagues de la aflicción, esos tartamudeos de la soledad. “¿Qué es la vida?” ¿Y todavía lo preguntas? La vida es quererte así, desaforadamente, y lograrte y defenderte. Llanto y risa y ruinas y esperanzas es la vida. Y no hay margen en ella para evadirla.
Harto bien sabemos, que la muerte espera en cualquier parte; a cualquier hora llega y zas, se acabó. Pero mientras estemos aquí, llorando o riendo, desesperándonos o esperanzados, tenemos que vivir. Porque cuesta mucho trabajo aprender, pero cuando se aprende no se olvida, que la vida se vive y no se muere. Ya basta de morirse. Dejémosle a Santa Teresa su morir viviendo. A nosotros nos toca vivir viviendo. Vivir. Una cosa tan difícil y fácil a la vez. Tan difícil y fácil como quererte, y tener que decirte todo esto.
Enójate si quieres, o alégrate si te place. Pero ya es hora de que te des cuenta de lo que tienes que hacer. Hay mucha gente que se enferma, hay mucha gente que padece soledad o sufre miseria. A la boca de todos los hombres acude el lamento, la desesperación, el grito. Somos animales de emoción, reaccionamos a todo lo que nos maltrata, tratamos de rebelarnos contra el mundo. Llegamos a última hora a decir: “Todo es vanidad y aflicción de espíritu”. Pero a lo largo de todo este caminar hay también alegría y paz y consuelo. No pretendamos que la noche es todo. Tanto miente el que ríe demasiado como el que sólo llora. El mundo no es “un valle de lágrimas”; en él hay también el corazón tranquilo, la hora alegre.
Acude a tu corazón, acude al mío. Llora cuando tengas ganas de llorar, pero no estés llorando siempre. Cree que tu dolor es mi dolor, que yo padezco tu hambre y tu sed, que yo también desespero y maldigo, que yo también no sé qué hacer muchas veces. Pero mira también que me levanto y que no confío en la muerte. La muerte no es ningún remedio para el que desea vivir. La muerte es un débil consuelo que no me sobornará nunca. Es aquí en la vida en donde tengo que encontrar remedio de la vida. Y una buena receta es el amor y el saber mirar por encima de mi hombro mis propias penas. Mi miseria es una parte de la miseria humana. Y pueden sufrir con mi corazón todos los hombres.
Sí, mi Chepita linda. Ya ves cómo, en sólo el tiempo de escribir una carta, puede uno ir de la cólera a la serenidad, de la alegría al dolor. Todo es mutable y todo pasa. Ni siquiera a la aflicción se la puede llamar eternidad. Somos, nada más, un suceder de instantes diferentes y hasta contradictorios entre sí. Tú debes portarte bien y ser buena. Siempre has sido buena. Si no, no te quisiera tanto, ni te deseara de este modo. Todo eso pasará. Ya verás. Lo único que no pasará es este amor de
Jaime
Posdata: Aquí tu carta del 16, ya ves. Pensabas en vestidos. Lo dicho. Aguántate. Yo pronto estaré contigo y tendrás mis labios para todo lo que tiemble en ti. Mis manos, como yo, te extrañan mucho.
Mañana compraré la Odisea y te la enviaré. Tu hermanito Jorge dice que ya están en huelga de nuevo. Yo creo que quiere irse ya para Tuxtla… De todos modos ha sido una buena lección y si regresa regresará más humilde y más hombre.

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