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“El miedo es una de las herramientas más poderosas para ejercer la dominación, lo que a menudo implica una preferencia absoluta por la seguridad frente a la libertad. Spinoza y Fromm, por el contrario, ofrecen dos ejemplos históricos y convergentes de pensamiento humanista al servicio de la alegría, la razón y la autonomía personal. Autores de notable independencia respecto a ideologías cerradas y a poderes establecidos, cuyo humanismo irreductible no acepta componendas ni claudicación, coinciden en proponer la afirmación de los sujetos, de su fuerza propia (intelectual y emocional) como el mejor antídoto contra el miedo convertido en instrumento estratégico. Y además lo hacen desde una postura realista, descarnada a veces, pegada a la experiencia y nada ingenua porque su actitud insobornable se alimenta de lucidez. Obviamente no tienen la panacea, pero hay en su estilo de actuar y de pensar una enseñanza genuina que nos hace falta hoy día, pues predican con el ejemplo y hablan de humanidad plena.”
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Resumen: El miedo es una de las herramientas más poderosas para ejercer la dominación, lo que a menudo implica una preferencia absoluta por la seguridad frente a la libertad. Spinoza y Fromm, por el contrario, ofrecen dos ejemplos históricos y convergentes de pensamiento humanista al servicio de la alegría, la razón y la autonomía personal.
I. SENTIDO Y PROPÓSITO
A nadie se le escapa el amplio alcance del miedo en la vida humana, bien sea por causas psicobiológicas (evolutivas, de supervivencia) o culturales (temores religiosos, políticos, etc.). El registro va desde el miedo al daño físico o anímico hasta el difuso pavor ante amenazas eventuales, pasando por toda clase de supersticiones, peligros concretos o formas de represión. De ahí la fuerte presencia que siempre ha tenido como herramienta de control social y palanca de dominación, según consta sobradamente.
Aquí no cabe considerar todos esos elementos y variantes, basta con atender a ciertas constantes psicológicas y ético-políticas ligadas al miedo, es decir, a su terrible eficacia para dirigir las conductas, más allá de tales o cuales circunstancias históricas. En particular hay que centrarse en el mecanismo de interiorización o rendición personal que convierte al miedo en vehículo de poder casi irresistible y epidémico, donde se expresan tanto coacciones externas como internas. Pero más imprescindible aún es recordar algunas vías alternativas de resistencia o emancipación, de profilaxis y beligerancia frente al temor que paraliza y acaba por esclavizar a los sujetos.
Entre las diversas opciones, elegimos las siguientes respuestas: el enfoque de corte ontológico de Spinoza, quien permite situarse en la raíz moderna del tema (de la cual partimos) y sirve de contrapunto a un clásico ineludible en este ámbito como es Hobbes. El paso a la época contemporánea está más que justificado con el durísimo siglo XX y su cosecha de terror, de lo cual se ocupa Erich Fromm dentro de la psicología social. Son perspectivas distintas, claro está, pero complementarias e incluso convergentes: hay en ellos un evidente compromiso con la dignidad humana, con la razón laica y con la alegría liberadora, lo que nace de una matriz naturalista.
Autores de notable independencia respecto a ideologías cerradas y a poderes establecidos, cuyo humanismo irreductible no acepta componendas ni claudicación, coinciden en proponer la afirmación de los sujetos, de su fuerza propia (intelectual y emocional) como el mejor antídoto contra el miedo convertido en instrumento estratégico. Y además lo hacen desde una postura realista, descarnada a veces, pegada a la experiencia y nada ingenua porque su actitud insobornable se alimenta de lucidez. Obviamente no tienen la panacea, pero hay en su estilo de actuar y de pensar una enseñanza genuina que nos hace falta hoy día, pues predican con el ejemplo y hablan de humanidad plena.
Por todo ello, Fromm se refiere con frecuencia a Spinoza como claro exponente de cierta ética humanista, basada en el conocimiento racional que permite desarrollar la potencia de los hombres hasta la sabiduría vital. La virtud, entonces, consiste en el logro del propio interés, entendido como el cumplimiento objetivo de un modelo de naturaleza humana, a su vez definido por el placer y la felicidad propios de la acción productiva. He aquí el hilo conductor común y las vías para escapar de la frustración que, a su vez, abona el terreno a las soluciones autoritarias.
Spinoza y él mismo, según Fromm, parten de la confianza en la constitución básica de los seres humanos, así como en la razón que permite conocerla sin engaño pasional y que al darle cauce genera alegría, mientras que la tristeza o abatimiento surgen de una «falsa manera de vivir». Ambos autores, en fin, defienden una concepción ética afincada en la vitalidad de los sujetos, algo que podría llamarse una salud integral opuesta frontalmente al miedo, su opuesto en términos de coacción, heteronomía e impotencia.
Hay un relativo optimismo en estas posturas y una idea de la naturaleza humana sin duda problemática, pero no por ello menos coherente y combativa: quizá es hora de plantar cara al relativismo culturalista extremo (tan deshumanizador como el esencialismo abstracto y dogmático), que al final claudica ante las presiones ideológicas y los intereses espúreos.
II. ALGUNOS ELEMENTOS HISTÓRICOS
No hace falta insistir en la actualidad del tema, de hecho podría decirse que hoy se han reeditado e intensificado viejos asuntos, entre los que destaca la alianza de política y religión que tanta sangre ha costado a lo largo de la historia, y en cuyo marco se inserta una modalidad fundamental del miedo. Lo cual no obsta para diferenciar aspectos e ingredientes en el tránsito desde la Modernidad hasta los recientes episodios de violencia integrista (no sólo musulmana, por cierto), en el proceso de grandes cambios llamado globalización. Vale la pena recordar brevemente algunos rasgos históricos y extraer consecuencias siquiera provisionales, de modo que sea pertinente preguntar si el temor ante fenómenos más o menos conocidos no está dejando paso a una angustia más difusa e igualmente global.
2.1. Es interesante partir de la distinción entre miedos «espontáneos» (los mayoritarios, propios del imaginario colectivo de una época o de crisis cíclicas como pestes, guerras, carestías, etc.) y los «reflejos» o inducidos por los «directores de conciencia de la colectividad». Así, entre los siglos XIV y XVII hay en Occidente un cúmulo de problemas y peligros objetivos que producen «un estremecimiento psíquico profundo del que son testigos todos los lenguajes de la época –palabras e imágenes–. Se constituye un «país del miedo», en cuyo interior una civilización se sintió «a disgusto » y lo pobló de fantasmas morbosos», hasta ponerse en riesgo de desintegración por exceso de negatividad y desesperanza. Pero los clérigos anunciaron el Juicio Final y lo centraron todo en la amenaza de Satán y sus agentes, servidores del Anticristo y del pecado: «una amenaza global de muerte resulta segmentada de este modo en miedos, terribles con toda seguridad, pero «nombrados» y explicados, dado que habían sido pensados y clarificados por los hombres de Iglesia (…)
En una atmósfera obsesiva [semejante denuncia] fue presentada como una salvación por la Inquisición. Ésta orientó sus temibles investigaciones en dos fundamentales direcciones: por un lado, hacia los chivos expiatorios que todo el mundo conocía, al menos de nombre, herejes, brujas, turcos, judíos, etc.; por otro lado, hacia cada uno de los cristianos, ya que Satán jugaba su papel, en efecto, en los dos lados y cualquiera podría, si no tenía cuidado, convertirse además en un agente del demonio». Todo queda articulado en clave religiosa, lo que cumple a su vez dos grandes objetivos: proporcionar una explicación única, donde los efectos visibles responden a causas invisibles y en cuya lógica cabe cierta esperanza de salvación con la ayuda divina; y generar un poderoso aparato de control socio-político y psicológico, tanto a través de la férrea cohesión (excluyente) de los fieles auténticos como de la introyección del represor discurso dominante.
Desde otro ángulo, el sujeto último de tanta amenaza es el Mal personificado en Satán, quien utiliza muchas máscaras para manifestarse antes del inminente fin de los tiempos, pero que se resumen bajo los epígrafes de lo que es diferente y la herejía. Se trata de un «estado de sitio», donde impera la sospecha generalizada ante múltiples enemigos y el miedo desencadena la persecución hacia dentro y hacia fuera por parte del poder político-religioso, obviamente con «sobredramatización y capricho». El esquema maniqueo tiene así sobradas aplicaciones utilitarias y morales, siempre en función del establecimiento de un nuevo orden.
Las medidas disciplinarias no se hacen esperar contra paganos y traidores, contra blasfemos y disolutos, marginales y locos…, de la mano de una «policía de la religión» que pretende homogeneizar y «normalizar» todas las sociedades en función de sus credos. El temor a los musulmanes en general y al ataque turco en particular es un ejemplo más de uso para esta movilización uniformadora y rigorista, donde el miedo cultural da lugar a estructuras autoritarias que –como siempre– se adueñan de la libertad a cambio de una supuesta seguridad. Costará varios siglos y mucho esfuerzo aflojar estas cadenas y liberarse algo del espanto también interiorizado.
2.2. Es fácil apreciar la maniobra que identifica o inventa los peligros, según los casos, de manera que el diseño ideológico de las causas y los efectos permite administrar los remedios y dirigir las conciencias, especialmente cuando el miedo lo impregna todo. Sea en forma de chivo expiatorio exterior o de interna desviación, la tensión permanente se adueña de los sujetos para despersonalizarlos en beneficio del poder, de modo que esta socialización arrumba el libre criterio personal y limita el ejercicio público de derechos justificadamente. Huelga decir que este esquema sufre variaciones de contenido histórico y no puede hacerse una transposición directa, pero hay rasgos que permanecen junto al recurrente empeño en instaurar un nuevo orden.
Recuérdense las denominadas religiones políticas (nazismo, comunismo, nacionalcatolicismo…) que asolaron el siglo XX y alumbran versiones actualizadas. Además del caso obvio de los grupos antidemocráticos, conviene decir que los países occidentales participan en grados diversos de tales creencias y dispositivos, una vez puestos al día, entre los que sobresalen: la visión apocalíptica de la época, con todos los ingredientes del fundamentalismo religioso, y la doctrina de la seguridad nacional, con sus dimensiones militares, económicas, antisubversivas, etc. Es claro que ambas vías se complementan y en algunos contextos fundan una cosmovisión teológico-política que aúna lo espiritual y lo material, lo divino y lo mundano, por así decir, con gran eficacia legitimadora.
Superada la vieja política de bloques, parece que el terrorismo internacional permite aplicar un modelo semejante con los cambios oportunos: los elementos raciales, de clase, nacionalistas, etc., quedan subsumidos en las teorías culturalistas y civilizatorias, con lo específicamente religioso en primer plano. Permanece la «guerra de religiones» para los musulmanes fanáticos como yihad, mientras que en Occidente se habla de un «choque de civilizaciones» más suave y eufemístico. Pero hay algunas coincidencias propias de un mundo globalizado: el desbordamiento de las ideologías convencionales, de las fronteras territoriales y de los sistemas económicos establecidos, la búsqueda de nuevas señas de identidad contrarias a la Modernidad, la resistencia a las mezclas e hibridaciones….
No es posible abordar ahora estas cuestiones, pero bien podría decirse como divisa general que se ha invertido la sentencia de Iván Karámazov y que «puesto que Dios existe, todo está permitido». Es decir, el recurso a las convicciones radicales como arma de combate, o siquiera como instrumento para vencer la anomia y el hedonismo, o como justificación moral del reparto del poder en sociedades demasiado fluidas e interdependientes. Aunque son muchas las incógnitas de los procesos históricos en curso, el uso político del miedo es indiscutible una vez más.
Hay amenazas definidas y publicitadas (terrorismo de diverso signo, potencias nucleares malignas, inmigración, mafias…) y otras subyacentes más en sordina (aceleración técnica de los procesos sociales que produce vértigo, miseria y desigualdad galopantes, precariedad y desregulación, economía especulativa, crisis ecológica generalizada, deshumanización en todos los órdenes…). Problemas que siempre exigen sacrificios –se dice–, así como una competitividad salvaje, el rearme de las conciencias y de los arsenales, y, finalmente, una sumisión explícita o implícita. No sólo se resaltan unas cosas para ocultar otras, sino que esos temores trenzados configuran una herramienta para el chantaje individual y colectivo, una vez degradada la política en beneficio del mercado y de la supuesta seguridad.
Podría concluirse con la distinción entre una primera modernidad propia del Estado-Nación, sujeta a pautas más o menos estables y a un relativo progreso general, y una segunda modernidad definida por la desestructuración a gran escala y por los riesgos globales: hay «megapeligros» ecológicos, nucleares, financieros, químicos, genéticos, bélicos, terroristas… de alcance planetario y casi imposible gestión, dada la complejidad de variables y el desconocimiento de muchos de sus aspectos inherentes. Lo que conduciría –llegado el caso– al «colapso de la administración (…), de la racionalidad tecnocientífica y legal y de las garantías de seguridad políticas institucionales que estos peligros conjuran para todos». Como se ve, los retos son ingentes y no es nada fácil escapar a la parálisis del miedo o a la irresponsabilidad, lo que proporciona un nuevo caldo de cultivo para la violencia y el dolor.
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LUCIANO ESPINOZA RUBIO, Universidad de Salamanca. Contra el miedo: Spinoza y Fromm (1ª parte). Thémata, Revista de Filosofía, 38, 2007. FD, 20/08/2009.
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