. . El texto mesoamericano más explícito acerca del origen y la mecánica de su universo, es el manuscrito quiché de Chichicastengo, más conocido como Popol Vuh, porque se desliza suavemente desde una descripción del mundo físico del hombre, hasta una descripción de las entidades espirituales y elementales que lo produjeron.
En un análisis cuidadosamente razonado de su texto (El Popol Vuh tiene razón) el distinguido lingüista maya y filólogo Domingo Martínez Paredes llegaron a la conclusión de que una cultura muy antigua y altamente desarrollada existió en los continentes americanos, cuya cosmogonía se apegue mucho a la hipótesis moderna sobre el origen del universo y su evolución. DÉ CLIC EN "Más información" PARA LEER TEXTO COMPLETO:
De acuerdo con Martínez, los maiceras llegaron a la certeza matemática de que existía una conciencia cósmica, a la que llamaron Hunab Ku, que es la única que entrará la medida y el movimiento, ya la cual atribuyeron los mayas la estructura matemática del universo. Está dividida la representada por un círculo en el que estaba escrito un cuadrado, tal como lo hizo Pitágoras.
Los mayas creían que su divinidad suprema funcionaba mediante un principio de dualismo dinámico, popularidad, activo y pasivo, positivo y negativo, masculino y femenino, por el cual fue engendrado del mundo material mediante cuatro elementos primarios: aire, fuego, agua, y tierra (que simbolizaban el espacio, la energía, el tiempo y la materia).
La concepción maya de la tierra era que había sido formada de una nebulosa mediante la combinación de fuego, agua y gases, que produjeron materia “sólida”. El nombre que le dan a su realidad menor de energía creadora, era Can o Kan; siendo Huracán el vértice rotatorio que hacía posible la condensación de elementos primordiales al incorporarlos en un núcleo, reintegrando así los elementos desintegrados por el caos. Gucumatz era el agua, Tepeu era el fuego, y los cuatro elementos, simbolizados por un cuadrado también representaban a la materia en sus cuatro estados plasmático, gaseoso, líquido y sólido.
Los mayas consideraban que cada elemento en la naturaleza era cooperador en la armonía cósmica, enlazando con sus propias vibraciones en la forma geométrica, el que cambiaba de tipo y cualidad a medida que cambiaban las vibraciones. La ciencia moderna, según señala Martínez, ha encontrado que ninguna célula, ni molécula ya sea animal, de que tal o mineral, escapa a la forma geométrica.
Para los mayas, la tierra no era un cadáver, ni estaba muerta ni inerte, sino que hará una entidad viviente, íntimamente ligada a la existencia del hombre tanto física como psíquicamente; sabían que teniendo sus cuerpos desnudos sobre la tierra, la tierra podía revitalizar su fuerza. Vieron que los árboles y el agua constantemente purificaban y revitalizaban al hombre como parte del orden cósmico.
En toda la naturaleza, los mayas dieron incontables combinaciones y manifestaciones de las fuerzas primarias, las que incorporaban en su arquitectura como diseños geométricos y representaciones con una multitud de espíritus. Sin embargo no violaban el concepto básico de un principio creador único, que se creó asimismo y a todo lo que existe.
Para el mesoamericano, todo estaba poseído por un “respetado espíritu”. No solamente mineral, la planta, el ave, el animal, y los reinos humanos, sino las montañas, las nubes y las estrellas… todos estaban poseídos por fuerzas invisibles de vida, componentes de las formas físicas externas. Estas fuerzas, o imágenes primordiales, estaban representadas por hombres que usaban extrañas máscaras antropomórficas.
Como los hindúes, los mayas, postulaban ciclos cínicos astronómicos, como resultado de los cuales grandes civilizaciones aparecían y desaparición, ciclos que los sacerdotes afirmaron percibir, y los que podrían comprender mediante sus matemáticas, astronomía y astrología.
La cronología básica mesoamericana contemplaba cuatro grandes eras o periodos mundiales antes del presente, o quinto mundo, en el que vivían. Pensaban que cada uno de los mundos anteriores había sido destruido -el primero por jaguares, que representaban a la tierra; el segundo por aire; el tercero por fuego; y el cuarto por un gran diluvio. El quinto, profetizaban, sería destruido por un cataclismo de terremotos.
Ixtlilxochitl, al escribir en el siglo XVI de nuestra era, sacó la conclusión de su estudio de las fuentes náhuatl que la creación del quinto sol ocurrió en el año 3245 A. de C. Sin embargo, la mayoría de los expertos modernos en cronología maya siguiendo la correlación de Herbert Joseph Spinden, extienden hacia atrás el principio del gran ciclo maya hasta el 12 de agosto de 3113 A. de C. e interpretan las profecías mayas que indican el fin de este quinto mundo para el 24 de diciembre del año 2011 de nuestra era, cuando se supone vender a la destrucción de la tierra por medio de temblores de tierra.
Al final de su notable libro, sensible y el invicto, México Místico, o Místico, o La venida de la Consciencia del Sexto Mundo, Frank Waters agregado un apéndice escrito por una astróloga, Roberta S. Sklower, quien han computado la probabilidad de la posible colocación de los planetas que ocurrió en 3313 A. de C., repitiendo hace solamente cada 4500 años. En cuanto la posición de los planetas del año 2011 de nuestra era, ella calcula que sólo puede presentarse una vez en 45200 años, lo que llevó a Waters hacer la siguiente observación: De este extraordinario arreglo, podríamos muy bien esperar un efecto extraordinario”.
La idea de la destrucción periódica de la tierra, no estuvo restringida a Mesoamérica. Era quinto y Aristarco estuvieron de acuerdo, al igual que Hesiodo, al referir la destrucción de mundos anteriores; los hindúes, los budistas tibetanos y los persas seguidores de Zoroastro, todos ellos tenían el mismo concepto.
Convencidos de que la naturaleza estaba gobernada por leyes cíclicas, los mayas creían que todo podía ser previsto -siempre y cuando se comprendiera los bomberos que estaban en la base de las manifestaciones.
Y no eran mediocres matemáticos. Gracias a un sistema de tablero de damas, los mayas podrían manipular números muy grandes con muy pequeño esfuerzo. Su sistema era tan sencillo que hasta un niño de cuatro años podía multiplicar, dividí y obtener raíces cuadradas sin necesidad de memorizar la tabla de multiplicar; sin embargo, el sistema era tan versátil en lo mismo podía calcular su presupuesto una ama de casa, que un astrónomo sacará el movimiento centenario de las estrellas para calcular las fechas de un nuevo eclipse.
Los mayas conocían nuestros signos de +,-,=, -y, pero sucede una novedad la representación de la redonda; representaban la terminación y la simiente de lo que todo podía derivarse.
Héctor M. Calderón, en su obra La Ciencia Matemática de los Mayas, es un ingeniero mexicano que analiza cuidadosamente sistema matemático de los mayas, y afirma que éstos podrían resolver problemas matemáticos complicados, tal vez varios milenios a.C., por medio de un sistema muy sencillo de granos de dos colores para representar los números 1 y 5, colocados en diferentes posiciones sobre tablero de damas que les era fácil dibujar en cualquier superficie plana. Por medio de estos tableros -representados en sus monumentos, pinturas, ropas y esperas- los mayas estaban en posición de manejar su cronología, astronomía, ingeniería, y arquitectura.
Calderón señala que lo que los mayas usaban era una técnica de cálculo métrico, que sólo volvió a desarrollarse a mediados del siglo pasado, y un sistema que había permanecido extraviado para la humanidad, cuando el uso de sus tableros de damas de género en hechicería, augurios, y un sencillo juego. También afirma que la universalidad de los números abstractos, y un concepto expresado con tanta insistencia por los mayas en sus tableros ornamentales, sólo ha sido vuelto a postulaban en nuestro siglo mediante el análisis dimensional y las leyes de semejanza.
Es más fácil representar los números y sus interrelaciones con grupos o series de puntos, que ascendió con nuestros signos simbólicos.
La ciencia, dice Calderón, ha reconocido ahora que en los mecanismos internos de todos los fenómenos hay ciertas relaciones matemáticas que son independientes del espacio, el tiempo, y la masa en que están manifestadas. El reciente descubrimiento de estos principios, ha posibilitado la deducción de varias ecuaciones fundamentales en todos los órdenes del conocimiento humano. Gracias a estas ecuaciones, dice Calderón, ahí ahora módulos hidráulicos y computadoras analógicas estructurales para la repetición racional de información estadística. Ahora por ejemplo, es posible usar un flujo de agua por medio de un arreglo de palancas y pivotas, para llegar a los resultados de una computación matemática.
Considerando intuitivamente a la tierra con una parte de un todo, y afectada por los movimientos cíclicos del sol, la luna, los planetas y las estrellas, los antiguos Mesoamérica nos investigaron en busca de las leyes inherentes a las posiciones repetitivas de esos cuerpos celestes.
Conocedores, mucho antes del nacimiento de Cristo, de que los fundamentos de la cronología estaban en la rotación diaria de la tierra sobre su eje, y en su revolución anual alrededor del sol, los mesoamericanos dividieron su año en 360 días, más 5 extras en años regulares y seis en bisiestos, o 13 cada 52 años.
Sobre este punto hay alguna discusión. Michael D. Coe, de la universidad de Yale en E.U.A., afirma categóricamente que “no existe evidencia de que los Mesoamérica nos hayan intercalado días o años bisiestos”. De acuerdo con Coe, debido a que el año tropical es de 365. 2422 días, el año de 365 “va a simplemente iba ganando en las estaciones, por un factor de 13 días cada 52 años “vagos”. Sin embargo, persiste el hecho de que fuera cual fuere el sistema usado por los mesoamericanos, el resultado fue un calendario más exacto y que ahora tenemos.
Al calcular la órbita de la tierra alrededor del sol en 365. 2420 días, los mayas marcaban el fin de un año eligiendo una piedra a la que llamaban Tun. Hicieron lo mismo para un ciclo de 20 años, o Katun, período que consideraban gobernado por la conjunción de Júpiter y Saturno.
Además, marcaron el paso de los años por medio de cuatro diferentes sistemas que actuaban como restricción de todos los demás. Junto con el año de 365 días y el más esa todo año tropical de 365. 2420 días, había un año de 365.25 días (el año “sótico” egipcio, cuya fracción de .25 era útil para calcular el equinoccio, solsticios, pasos por el Zenit, eclipses y ciclos metónicos); un año lunar de 354 días, y un año sagrado muy especial de 260 días, llamado Tzolkin por los mayas y Tonalamat por los aztecas.
El calendario del año especial de 260 días, que ha sido llamado “una de las mayores joyas del talento humano de todos los tiempos”, estaba dividido en 13 meses de 20 días, y los múltiplos de 13 y 20 se convertían en el núcleo de una computación cronológica “sorprendente es su sencillez y exactitud”.
Sobre una base mensual, los nombres de 20 días del mes eran relacionados con los números 1 al 13, para dar como resultado 260 diferentes arreglos, como por ejemplo, 1 -cocodrilo, 2-viento, 3-casa, 4-lagartijas.
Cundía con el mismo nombre y número podría repetirse, por lo tanto, sólo una vez cada 260 días, formando un ciclo que podría repetirse sinfín sin atender a los movimientos reales del sol y los planetas, que eran los que marcaban los períodos naturales de tiempo.
Un ciclo mayor de 260 años, eran 13 ciclos consecutivos de Júpiter-Saturno de 20 años, cada uno de los cuales era considerado como teniendo una calidad diferente, según las series de ángulos que se formaron entre Júpiter y Saturno cada Katun.
Este calendario sagrado se usaba como un almanaque de adivinación, o Libro de los Días Buenos y Malos, un Libro del Destino más bien que un calendario que dependiera de las estaciones.
Cada día del Tzolkin era gobernado por un deidad que se creía era poseedora de influencias sobre ese día para bien o para mal, y cada día separado se consideraba por los mayas como un dios individual, cuyo virus o era un retrato estilizado de sus atributos. Los números 1 a 13 también estaban personalizados como las cabezas de los dioses que representaban.
Un niño recibía el nombre del día en que había nacido. El nombre de la mujer de Cortés, la Malinche, por ejemplo, era una corrupción de Ce Malinalli, o “1-hierba”.
La imposición de este calendario de 260 días no era en forma alguna arbitraria. Los mesoamericanos habían calculado correctamente que 260 x 18 es lo mismo que 360 x 13; que 260 x 7 es igual que 364 x 5; que 260 x 73 es lo mismo que 365 x 52; y que 260 x 1461 (el ciclo “Sótico” egipcio) es lo mismo que 365. 25 x 1040.
A estos calendarios, que andaban todos dentro del patrón de 260 días, habían agregado más refinamientos para el cálculo de los retornos sinódicos de la luna y los planetas.
En las latitudes de Mesoamérica, el planeta Venus se vislumbra en el cielo del amanecer con brillantes extraordinaria, y los astrónomos tanto de los nahuas como de los mayas, dedicaban particular atención a este planeta, especialmente en su elevación helíaca.
Venus gira alrededor del sol cada 224.7 días, pero debido a que la tierra se mueve a lo largo de su propia órbita, el planeta aparece en el mismo lugar del firmamento en un poco menos de 584 días. Como 5 x 584 es igual a 8 x 365, los mayas consideraban que ocho años de Venus eran iguales a cinco años solares. Y como 365 x 104 es igual tanto a 146 x 260, como ha 65 x 584, los calendarios solar, sagrado y de Venus se vuelven coincidentes cada 37960 días, por 104 años, lo que eran dos siglos de 52 años para los mesoamericanos.
En realidad, los mayas sabían que el ciclo de Venus era de 583. 92 días en vez de 584 días en números redondos, por lo tanto eliminaban cuatro días de cada 61 años de Venus para compensar la discrepancia y obtener en número redondo divisible por 260.
Como los astrónomos se apresuraron a señalar, un conocimiento tan exacto del ciclo de Venus, cuyas revoluciones no son de manera alguna regulares, indicó una observación sostenida por largo tiempo.
Los mesoamericanos enviaron también un calendario lunar que se acomodaba con los otros. Calculando que 405 lunaciones, o 11960 días eran divisibles exactamente por 260 (260 x 46), obtuvieron un periodo lunar de 29. 53 días con la ligera discrepancia de 0. 112 del día del que ahora conocemos. Esto les da un calendario lunar que exacto con diferencia de un día en un periodo de 300 años.
También se dieron cuenta, en la misma forma que el ateniense Meton en el siglo V A, de C. que 19 años “Sóticos” de 365. 25 días eran iguales a 235 lunaciones, o 6940 días, que los mayas calcularon correctamente era un Katun de 7200 días, menos que un Tzolkin de 260.
Como una manera sencilla de disponer de la fracción ligeramente mayor de mediodía sobre 29 para un ciclo lunar, los mayas calcularon sus lunas en grupos de cinco o seis, alternando entre periodo de 29 y 30 días. Ellos podrían decir exactamente cuántos días después de una luna nueva podría ocurrir una fecha determinada, cuántas lunas del grupo se habían cumplido, y si la luna presente, que entonces estaba corriendo su curso, estaba en un ciclo de 29 o de 30 días.
A partir de un determinado glifo, podrían decir cuántos días caía cierta fecha después de la luna llena, cual luna era, y cuánto tiempo había transcurrido después de la luna anterior.
En cuanto los eclipses, tanto del sol, como de la luna, en vez de sentirse aterrorizados por ellos, como se sentirían sus contemporáneos europeos, los mesoamericanos los calculaban con exactitud para usarlos como comprobantes de la interrelación de los retornos de los planetas.
Raúl Noriega, un jurista y antropólogo mexicano que pasó su vida investigando los sistemas calendario los aztecas, y que publicó un libro extremadamente ameno e informativo. La Piedra del Sol, sobre calendario de piedra mexicano, uso del catálogo Oppolzer de eclipses del sol y la luna disímiles del Mesoamérica desde 1204 a.C. hasta 2250 de nuestra era, para encontrar que casi todos los eclipses se relacionaban con un número de días cuyo factor era 260.
El planeta Marte también se ajusta a este sistema en forma admirable, puesto que un retorno y sinódico de Marte toma 780 días, que son exactamente tres períodos de un calendario sagrado de 260 días.
Del análisis de un grupo de piedras calendario caso mexicanas, Noriega demuestra que los mayas (al igual que los aztecas) podían calcular con gran precisión las revoluciones sinódicas de Saturno, Mercurio y Júpiter.
Uno de los misterios básicos del calendario maya parece haber sido resuelto ahora por uno de los técnicos de la NASA que es tan encargado de las misiones de Apolo. Maurice Chatelain, que nació en Francia pero que ha vivido 20 años en California. Es un libro “Nos Ancetres Venus du Cosmos” publicado en 1975 por Robert Laffont, Chatelain resolvió el sistema básico calendario con los mayas, que resulta semejante al de los medios.
Chatelain dio con la solución mientras se preguntaba el significado del número extraordinariamente grande de 195,955,200,000,000, y que 2.268.000.000 era en número de días que hay en 240 precesiones del equinoccio (de 25890 años cada una) los antiguos astrónomos aparentemente contaron no en días sino en segundos, ya que 84.600 era el número de segundos en 1000 días de ellos. Entonces Chatelain empezó a darse cuenta porque los mesopotámicos habían llegado a tales extremos. Se sintió aún más sorprendido al descubrir que el extremadamente grande número babilónico era un múltiplo exacto de las revoluciones planetarias y conjunciones que él pudo comprobar, incluyendo la desde satélites y cometas, ¡correcto hasta la cuarta cifra decimal! Esto hizo que 2.268.000.000 de años, o 240 ciclos de las precesiones de 25.890 años, fueran la constante básica o común denominador de los ciclos vitales del sistema solar.
Chatelain entonces resolvió el gran e indignada de las cifras tan extraordinariamente grandes de los mayas buscando no un múltiplo de las conjunciones de nuestra tierra y otros planetas sino las conjunciones de los otros planetas entre sí.
El ciclo mayas de 942.890 días, o 942.890 días, o 2582 años, resultó ser 130 conjunciones Saturno-Júpiter; 2248 Marte -Venus; 6566 Venus mercurio; y 2720 Sol-Marte). El doble de este ciclo, poseerá 5163 años, es 260 conclusiones de Saturno-Júpiter). El doble de este ciclo, o 5163 años, es 260 conjunciones de Saturno Júpiter, lo que da un gran ciclo con el mismo número de días que hay en el año sagrado de los mayas.
Para ver hasta dónde lo había día tal ciclo hacia el pasado, Chatelain tomó la fecha del año 18.630 a.C. que aparecen el Códice Vaticano, y no habiéndose hacia delante en incrementos de 5163 años (o 260 conjunciones Saturno-Júpiter) llegó a 13.467 a.C.; 8304 a.C.; y 3141 a.C., fecha esta última que coincidían viviente con aceptar a como la iniciación del último ciclo mayas de 13 baktumes.
Chatelain dio que este gran ciclo Saturno-Júpiter de 5163 años, o 1,885,780 días, podría ser dividido en 13 baktumes de 397.2 años (o 145,060 días) un katun de 19.86 años (o 7253 días), cada Katun de los cuales eran divisible entre 20 y tunes de 363 días. También calculó un ciclo más grande aún de 18.720 Katunes o 135,776,160 días.
A continuación Chatelain se dio cuenta de que las siguientes cifras de 34,020,000,000 días de los glifos mayas era 65 veces la constante de Nínive de 2268 millones de años, y que el siguiente número aún más elevado de 147,420,000,000 días, es 78,170 ciclos de 260 conjunciones Saturno-Júpiter. Le pareció claro pero su medios habían usado la misma constante básica que los mayas, sólo que multiplicado por los 86.400 segundos de su día.
Además, los mesopotámicos habían relacionado sus medidas de tiempo y espacio en segundos del tiempo y segundos arco, 34.020 millones de días no sólo en el número de días en 13.600 precesiones sumerias del equinoccio, sino 3600 décimas de un grado - que consisten en 36.000 pies egipcios de 0. 308 metros- son también la circunferencia de la tierra en segundos de arco. Los mesopotámicos habían no solamente escogido el pie comunidad remitida conmensurable con la tierra, sino que también proveerá con el gran año platónico de 25.920 años. Hubiera sido raro si la unidad dada por Hunab Ku a los mayas no días sino también conmensurable con las de la tierra. Tentativa capital en que este antiguo pie del Medio Oriente se ajusta al zapato de la Cenicienta, igual que se ajustó en Keops.
Frank Walters encuentra que es inútil especular, los sacerdotes mayas “pudieron haber alcanzado tan notables actitud sin telescopios, aparatos de medición, computadoras y el uso de fracciones, para dar forma a este inmenso y complejo sistema académicos”. Y se les hace aún más incomprensible que hubieran podido combinar “la ciencia de matemáticas abstrusas y la astronomía con una cosmología metafísica y la mitológica”. El problema lo lleva a preguntarse si acaso “la astrología, simbología y mitología habrían podido ser una especie de signos taquigráficos para describir un tipo galáctico de ciencia de una dimensión diferente de la física convencional que usamos para describir los fenómenos terrestres”.
Un indicio de la forma en que los mesoamericanos pueden haber adquirido conocimientos tan prodigiosos, fue obtenido en los años de la década de los cincuenta por Geoffrey Hodson, el extraordinario teósofo clarividente cuando cayó en un semitrance en la cúspide de la pirámide del Sol en Teotihuacán. Por los ojos cerrados pudo conjurar visiones del pasado. Para Hodson resultó claro que los antiguos sacerdotes mesoamericanos tenían poderes de clarividencia, mediante la cual podrían saber cuándo y dónde estarían situados los diferentes planetas, y de este conocimiento deducir un sistema preciso de astronomía, sin cosa los beneficios de telescopios de alto poder. Tal astronomía precisa, unida a un conocimiento correcto de los efectos evidentes de las relaciones planetarias, lo haber producido una ciencia astrológica válida.
Hodson dice que los iniciados recibían adiestramiento especial para poder detectar las combinaciones de las fuerzas planetarias durante los aspectos astronómicos. Aparentemente podrían sentir o presentir sus aspectos, sabiendo cuándo y dónde los planetas tomaban posiciones como conjunción, cuadratura, u oposición, que podrían reforzar o debilitar las influencias estelares zodiacales o cósmicas, tal como se manifestaron en la tierra.
Hodson dice que los cuerpos físicos, astrales y mentales de los sacerdotes una vez adiestrados así, eran sensibilizados a grado tal que se convertían en observatorios humanos, con ayuda del reconocimiento físico de la posesión de los planetas.
El astrónomo francés Alexandre Voguine cree, además que la vista de los mayas en aquellos tiempos era más poderosa en la actualidad, aunque sería muy difícil, a un cura visión muy aguda, justificar en qué forma los mayas habían de 400 estrellas en la constelación de las siete hermanas de las Pléyades, mientras que hoy sólo podemos localizar seis estrellas a simple vista. Los sentidos humanos parecen haber degenerado en vez de evolucionar bajo la influencia de la llamada civilización. Volguine dice que los nativos analfabetas de Siberia Oriental pueden todavía ver los satélites de Júpiter. Agrega que no era son para creer que los mayas no pudieran ver a simple vista a los planetas Urano, de turno, Plutón, y aún tal vez al planeta transplutónico postulado por Harleston y otros.
________________Tomado de: El Misterio de las Pirámides Mexicanas. Peter Tompkins. Diana. México, 1985. Páginas de la 282 a la 303. |
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