notas tomadas de LA JORNADA www.jornada.unam.mx
Algunos calificaron de milagro el hallazgo de Anna Zizi, la mujer que fue encontrada con vida entre los escombros de la Catedral de Puerto Príncipe, luego de siete días atrapada. El equipo mexicano se emocionó con la septuagenaria, quien no dejaba de cantar; cubierta de polvo, fue colocada en una camilla improvisada para ser trasladada al hospital. En la capital haitiana volvió a incrementarse la zozobra por una nueva sacudida sísmica de 6.1 grados en la escala de Richter. El hacinamiento en los albergues al aire libre se incrementó. En tanto, el modelo de auxilio humanitario de las fuerzas estadunidense se impuso en la ciudad: primero es la toma de control y luego el apoyo a los damnificados
Para los marines recién llegados a Puerto Príncipe lo prioritario es la seguridad, no la asistencia
Nuevo sismo en Haití asesta golpe sicológico a la población
Calles y parques vuelven a ser dormitorios
Los episodios de violencia, cada vez más frecuentes
Comerciantes contratan seguridad privada
Esto no para, Dios mío, claman residentes
Los episodios de violencia, cada vez más frecuentes
Comerciantes contratan seguridad privada
Haitianos luchan por permanecer en fila para obtener ayuda que reparte en Puerto Príncipe la 82 división aerotransportada de Estados UnidosFoto Ap
Blanche Petrich
Enviada
Periódico La Jornada
Jueves 21 de enero de 2010, p. 15
Jueves 21 de enero de 2010, p. 15
Puerto Príncipe, 20 de enero. Esta noche casi nadie duerme dentro de sus casas en esta ciudad. La fuerte sacudida sísmica de esta mañana, de 6.1 grados en la escala de Richter, aunque sólo duró unos segundos y ya no provocó mayores daños –salvo derrumbes de las edificaciones más dañadas y ya deshabitadas– golpeó sicológicamente a la población.
Esto no para, Dios mío, gritaba una mujer con los brazos extendidos. Y un joven reflexivo sentenció, mientras observaba desde la calle el perfil del resquebrajado palacio nacional, donde las cúpulas se deslizaron aún más:
Haití no tiene suerte.
En este estado de shock, los capitalinos se encontraron con nuevos actores en el escenario: los marines. Después de días en los que las agencias humanitarias perdieron horas preciosas intentando superar su propio desorden para echar a andar la urgente maquinaria de la asistencia, en Haití se impuso el modelo estadunidense aplicado por George W. Bush en Nueva Orleáns cuando el huracán Katrina: orden primero, humanismo después. La presencia de 12 mil soldados enviados por Washington fue, se dice, una petición del presidente René Préval a su homólogo Barack Obama. Y una de sus primeras acciones fue, como era de esperarse, la expulsión de los periodistas que se alojaban en los campamentos de las misiones internacionales en el descampado del aeropuerto, a pocos metros de la pista por donde cada dos o tres horas siguen arribando naves.
Pero como el hambre no espera, los días de vacío de poder cobraron una cuota alta en la inseguridad de esta ciudad traumatizada. Sin llegar a un estado de pillaje generalizado, ayer se reportaron nuevos y cada vez más frecuentes episodios de saqueos y violencia. En algunos comercios, sobre todo en el centro, los dueños de tiendas y bodegas han contratado seguridad privada. Por lo tanto, ahora hay armas en las calles. Y las armas se usan. Ayer por la tarde una adolescente que se unió a una pandilla de saqueadores y por robar un par de cuadros decorativos perdió la vida. Este clima hace que ciertamente en muchos sectores el desembarco de marines es visto con cierto alivio.
En esta capital aislada por las comunicaciones deficientes poco se supo sobre posibles daños de la última réplica del sismo en las provincias.
Como en las primeras noches después del letal temblor, calles, aceras y parques volvieron a poblarse de sombras temerosas de los techos que pueden desplomarse sobre sus cabezas. La hacinación en los albergues al aire libre se incrementó. Y con ello el riesgo de brotes epidémicos, en particular dengue, cuadros diarréicos y leptospirosis, por los cuerpos insepultos que aún se detectan en muchos edificios derrumbados.
De día, sin embargo, empezó a notarse un cierto orden enmedio de la devastación. En las calles hubo más maquinaria pesada frente a los derrumbes, el cascajo se orilló, en muchos sitios la basura fue recogida. Incluso los bancos abrieron. Claro, sin efectivo disponible y sin sistema, de modo que de poco sirvió. En las gasolinerías –que se habían convertido en pequeños campos de batalla permanente, descendió el tono de la feroz pelea por cada galón de combustible que, sin embargo, sigue aumentando de precio al calor de la especulación y la necesidad. Los servicios de telefonía y electricidad no han podido ser restablecidos pero algunas empresas de teléfonos celulares han logrado mantener sus redes en activo.
Falta, sin embargo, lo básico: agua y comida. El modelo de auxilio humanitario tipo Katrina de Nueva Orleáns no tiene estas necesidades como prioridad. Lo primero, según se ve, es la toma del control de la ciudad.
Las agencias humanitarias hoy lograron extender los puntos de distribución de alimentos, aunque falta mucho por hacer en ese terreno.
En algunos casos fueron los marines quienes implementaron operaciones de reparto de comida a la gente. Hoy continuó el desembarco de soldados de la 82 división aerotransportada. En el puerto, por la tarde, se pusieron de inmediato manos a la obra. A lo largo de la reja que separa de la calle las instalaciones portuarias formaron a milies de personas. Una a una pasaban al interior del recinto. Cada individuo recibía una botellita de agua y una bolsita color naranja. Dentro, una ración energética. Y la leyenda impresa: un regalo para el pueblo haitiano del pueblo estadunidense.
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Es como luchar contra el diablo, dice médico tras una amputación
Se ha rescatado a sólo 121 haitianos en Puerto Príncipe, según la OPS
El médico belga Steven Dewaele, de Amberes, realiza una cirugía a un sobreviviente del terremoto, ayer en un hospital de la periferia de Puerto Príncipe controlado por BélgicaFoto Reuters
Blanche Petrich
Enviada
Periódico La Jornada
Jueves 21 de enero de 2010, p. 16
Jueves 21 de enero de 2010, p. 16
Puerto Príncipe, 20 de enero. Martina duerme, al fin, serenamente. Su padre, un joven muy triste, vela su sueño y le espanta las moscas en el pasillo del hospital Renacimiento, gestionado por la misión de médicos cubanos. Cuando la niña de cuatro años cobre conciencia de lo ocurrido descubrirá que en el terremoto de hace ocho días perdió a su mamá y sus dos piernas. Hace tres días fue rescatada de entre los escombros de su casa derrumbada. Es una de los 121 sobrevivientes rescatados hasta ahora, según cifras de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
En los jardines del hospital, que hoy es uno de los ocho enclaves críticos para atender emergencias médicas, hay un kiosko. Una mitad es el quirófano para pacientes no esterilizados. Que son la mayoría, pues no hay desinfectantes suficientes. La otra mitad, sin camillas y apenas unas sábanas en el piso, es el posoperatorio.
Sin más ayuda que un suero y un analgésico potente convalecen cinco adultos, todos ellos con un miembro perdido por el sismo. Detras de una cortina improvisada, el cirujano Carlos García Urbina, el anestesiólogo Juan Manuel Delgado y el ortopédico Randy –mexicanos los primeros, cubano el segundo– trabajan como relojes bien coordinados.
Han sido capaces de intervenir quirúrgicamente hasta 16 o 17 pacientes al día, asistidos por un equipo de paramédicos sudafricanos. Ejecutan principalmente amputaciones con principio de sepsis, además de traumas cruentos por aplastasmiento y fracturas, en un quirófano que cuenta apenas con los recursos mínimos.
Esto es como luchar contra el diablo, comenta de pasada el doctor García antes de pedir a gritos insecticida. Entra una médica cubana y rocía sobre el mosquerío que se regodea en la pierna gangrenada de una anciana, la que sin estar sedada soporta estoicamente el dolor. Comienzan el proceso. En apenas 35 minutos concluyen. “¡Next!”, pide el cirujano.
Marines y cubanos en la misma escena
A esa hora, casi todos los hospitales que funcionan en la ciudad ya están bajo control de los marines estadunidenses. Es el caso del Hospital General, situado a un costado de lo que fuera la Escuela Nacional de Enfermería, donde murieron decenas de jóvenes que se preparaban para esa profesión. Los militares norteamericanos, con sus ametralladoras M-4
sólo para defensa personal, realizan un aparatoso operativo, muy visible, en la puerta de acceso del nosocomio. Ellos deciden quién entra y quién no. La prensa no.
Justo del otro lado de la acera yace un cuerpo con ocho días de putrefacción, quizá una víctima del temblor del día 12 que la nueva sacudida de esta mañana puso al descubierto con los desplomes en las casas derruidas. Pasa media mañana hasta que los marines deciden hacer algo útil y acuden a cubrirlo con un trapo.
En contraste, en el Renacimiento el portón está abierto. Nadie vigila y no hay desorden alguno. Sólo el drama sin fin. Y la entrega de quienes asisten al río de malheridos que colman los jardines, pues se ha decidido no usar para hospitalización y consultas del edificio de lo que hasta hace ocho días era un hospital oftamológico. En uno de sus anexos –nos explica la cubana Adriana Poveda– había una residencia de médicos de la misión cubana que tiene presencia en Haití desde 1998. De ahí la capacidad de respuesta tan rápida que tuvieron. En las primeras horas de la hecatombe del pasado día 12 el hospital quedó inundado de malheridos.
Un vistazo a los alrededores explica por qué. Renacimiento queda a espaldas de la catedral siniestrada, a unos metros del antiguo presbiterio, ahora desmoronado. Todo alrededor –comercios, un asilo de ancianos y hasta la vieja óptica– no son más que ruinas. Hay debajo, en ocasiones, incluso visibles entre las vigas y trozos de cemento, cuerpos que sacar. Es un punto dentro de la zona más golpeada de la ciudad.
Hoy hay misiones cubanas en tres hospitales de la terremoteada capital de Haití, más una brigada itinerante que recorre los centros de albergue de damnificados regados por todos lados y centros de diagnóstico integral en tres ciudades del interior. Casi mil médicos cubanos a los que se les han sumado 176 haitianos egresados de las escuelas cubanas de medicina. A ello se agrega el recién llegado buque hospital de Estados Unidos, el Comfort, que está fondeado en la bahía, y hospitales de campaña instalados por franceses, israelíes y socorristas de otros países.
Una lista de cosas que se necesitan con urgencia
“Quiubo, doc. Qué tal si nos damos un descanso de 10 minutos para tomar agua”, dice el cirujano García Uribe. Los mexicanos se quitan los tapabocas y hacen el intento de darse un respiro cuando faltan 10 minutos para las dos. Pero no han dado tres pasos cuando se les viene encima la avalancha de necesidades. El ortopédico Randy les pide apoyo para
un casito: una amputación que fue hecha ayer y que se infectó. Presenta necrosis y hay que cortar un poco más. Y el caso de un joven que lee el periódico. Atrapado por escombros, se autoamputó un brazo para zafarse. Pero ahora el muñón es una masa infectada. El diagnóstico no tarda ni dos segundos. O se procede de inmediato o el muchacho estará muerto en 24 horas. No hay pausa. A las dos el chico ya está anestesiado.
Mientras operan, los mexicanos refieren que un hotelero de Cancún envía –casi a diario– su avión particular con insumos médicos para la organización Cáritas, que es con la que ellos trabajan. Aprovechan para pedir a quienes lean esta crónica y quieran ayudar: Ketamina, que es un potente auxiliar para operar con anestesia disociativa; tanques de oxígeno pequeños; agujas de sutura 0; nylon 00 y agua, mucha agua. Media hora después, García Uribe grita detrás de la cortina: “¡Next!” Les queda material de desinfección para una o dos intervenciones más.
Mientras cubanos y mexicanos desarrollan su rutina con precisión y sin pausa, aparece en el portón del hospital una unidad de marines, los militares estadunidenses que ayer llegaron de Fort Brag para darle protección a la ayuda humanitaria. Vienen escoltando a dos equipos médicos, uno de húngaros y otro de australianos, que de inmediato se lanzan a las labores con los cientos de convalecientes más.
En mi opinión, la presencia de los militares estadunidenses es totalmente innecesaria, dice una doctora cubana que no detiene su ritmo de trabajo. “Pero aquí no podemos ser territoriales –agrega tras señalar hacia los doctores recién llegados, que ya han puesto mano a la obra–. Toda ayuda es muy buena.”
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