Javier Sicilia
Martín Jiménez Serrano, Eros y Dios
Quizá el eros sea la experiencia más brutal de nuestra vida psicofísica. Hijo, como lo señala Diotima –la cortesana que le revela a Sócrates su argumento sobre el amor en El banquete–, de Penia, la pobreza, y de Poros, el recurso, Eros es ausencia y deseo de plenitud que nunca termina de saciarse. No sólo el contenido de la poesía erótica escrita a lo largo de los siglos lo muestra, también lo dice su escritura misma: sólo se escribe para llenar la ausencia de lo amado. Cuando el amado o la amada están, no se escribe, no se evoca el amor en el poema, se vive, se goza. Pero aún ahí el eros muestra su carencia y su incapacidad de plenitud: la cima del amor erótico es tan intensa como defraudadora. Post coitum omne animal triste [...], escribe sabiamente Lucrecio. Después del amor, comenta Compte-Sponville, “el hombre se ve devuelto a sí mismo, a su soledad, a su banalidad, al gran vacío del deseo desvanecido” que al rehacerse volverá a buscar en un círculo vicioso.
La poesía erótica vive de esa doble realidad del eros. De ahí su fascinación, de ahí también su realidad trágica. Es la expresión de la carencia misma polarizada en su objeto que concluye en la locura, en la depresión, en el hastío o e la muerte.
Hay, sin embargo, una poesía que mira en el amado no el objeto de ausencia insatisfecha por su posesión, sino, como lo muestra Sócrates y lo revela el cristianismo, la imagen de una realidad que determina todo. De ahí que ciertos místicos, como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila, hayan elegido el eros como un equivalente homomórfico o, para decirlo de manera más simple, como una analogía del amor de Dios. El objeto amado no es la plenitud, sino una imagen de ella. Querer encontrar en ese objeto la plenitud es, para decirlo con una enseñanza zen: “confundir la luna con el dedo que la señala” y en consecuencia caer en su insatisfacción.
Son pocos, sobre todo en este Occidente inmanentista permisivo hasta el egoísmo y vacío, los que en el ámbito de la poesía han logrado mirar así. Martín Jiménez Serrano pertenece a esa rara estirpe. Después de su Miserable Catulo (2005), donde parafrasea de manera moderna y llena de una fina ironía las pasiones que Clodia despertó en el gran poeta latino, Jimenez Serrano, con Mudez enardecida (2007) da un salto cualitativo. Ahí el eros sigue siendo el eros y la voz poética del autor la misma voz poética. Sólo que en los quince poemas que componen el libro, la mujer, el objeto amado, es una mediación que en la hermosura de su carnalidad le permite contemplar el misterio de Dios. La mujer –no una en particular, sino todas– se convierte en un icono, en un umbral en cuyas delicias Dios emerge: “¡Sumérgete en la amada!/ [...]/ ¡Anda Sumérgete!/ Ella es la tantas veces nacida en tu silencio./ Fecunda costilla de tu carne, ella es Él”, escribe en el poema i , y en el ii : “Cuando ella apareció/ pude contemplarme en la gracia de Él.”
Semejante a la Beatriz de Dante, pero distinta en su posesión, la mujer en Jiménez Serrano guarda no una sabiduría teológica como en el poeta florentino, sino un develamiento de Dios, una presencia de luz sobrenatural. El deseo de la mujer es deseo de Dios y sus delicias atisbos de la plenitud en Él. Dios se dice en el abrazo erótico, y al decirse nos invade no del dolor de la ausencia, sino de una infinita alegría donde el dolor se convierte en la delicia de alcanzarlo: “De Él este fuego justo en mí desde ti me enciende”, dice en el poema xi, parafraseando audaz y hermosamente a San Juan y a Santa Teresa, y sigue: “Herida iluminada,/ llaga de amor divino.// ¡Ay, desgarrador de mí,/ cuánto deseo hay en morir!/ Alma mía, qué fuego de amor vivo./ Si le huyo me persigue. /Si lo persigo, huye.// ¡Ay, ay,/ que juego tan enardecido esté contigo! Un deseo de morir más fuerte que la muerte.”
Poesía que se mueve sobre un territorio difícil: el de perder el objeto fundamental en la fascinación del eros, la poesía de Jiménez Serrano podía resumirse en esta hermosa y profunda oración de San Agustín que alude al deseo: “Señor, nunca estaremos en paz hasta que lleguemos a ti.”
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva , esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo , y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
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