tomado de LA JORNADA SEMANAL www.jornada.unam.mx
Felipe Garrido
Devotísimo
Había una vez un abogado devotísimo que iba a misa todos los días, a las siete de la mañana, y que entornaba los ojos deslumbrado por el resplandor del oro que coruscaba en las columnas salomónicas, en las imágenes estofadas, en el copón que el sacerdote alzaba a la vista de los fieles. Cuando la ceremonia había terminado se quedaba un tiempo aún, con los ojos cerrados, de rodillas, abstraído en sus oraciones, concentrado en el objeto de su adoración. Compartía el nombre con el más ilustre de sus abuelos y, si la ocasión se prestaba, se hacía pasar por él para aprovecharse de las pequeñas o grandes ventajas que eso le proporcionaba: lo mismo algún descuento en la compra de unos libros que el acceso a un secretario de Estado o a un mago de las finanzas. Supo siempre arrimarse al árbol más robusto y ganó no las causas justas, sino las que estaban ganadas. Hoy goza de prebendas vitalicias, devoto como siempre del oro, el único dios verdadero.
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