HOJAS DE HIERBA, por Walt Whitman
“Camarada, esto no es un libro; el que lo toca, toca un hombre.”
“Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás; me sirvieron, no las olvido; soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin cuidarme de riesgos, naturaleza sin freno con elemental energía.”
“He oído lo que hablaban los habladores, la fábula del principio y del fin, pero yo no hablo ni del principio ni del fin.
Nunca hubo más principio que ahora, ni más juventud ni vejez que ahora, ni habrá más perfección que ahora, ni más infierno ni cielo que ahora.”
“Un niño me preguntó: ¿Qué es la hierba?, trayéndola a manos llenas. ¿Cómo podría contestarle? Yo tampoco lo sé.”
“¿Ha pensado alguien que es afortunado nacer? Me apresuro a informarle que no es menos afortunado morir, y sé lo que digo.”
“Estoy enamorado de cuanto crece al aire libre…”
“Lo más común, lo más barato, lo más cercano, lo más fácil, eso soy yo.”
“Estos son en verdad los pensamientos de todos los hombres en todas las épocas y países: no son originales míos.
Si no son tan tuyos como míos, son nada o casi nada; si no son el enigma y la solución del enigma, son nada; si no son tan cercanos como lejanos, son nada.
Esta es la hierba que crece donde hay tierra y hay agua, este es el aire común que baña el planeta”.
“¿Has oído que está bien ganar la batalla? Yo afirmo que perderla está bien, las batallas se pierden con el mismo coraje con que se ganan.
¡Vivas a los vencidos… y a los innumerables héroes desconocidos, iguales a los más famosos!”
“¿Crees que quiero asombrar? ¿Asombra, acaso, el día? ¿Asombra, acaso, el pájaro que canta temprano en el bosque? ¿Asombro yo más que ellos?
Ahora estoy hablando en la intimidad, no diría estas cosas a los otros, pero a ti te las digo.”
“En todos los hombres me veo, ninguno es más ni menos que yo, y lo bueno y lo malo que digo de mí, lo digo de los otros.”
“Existo como soy; eso basta; si nadie en el mundo lo sabe, estoy satisfecho; si todos y cada uno lo saben, estoy satisfecho.”
“Soy el poeta de la mujer no menos que el poeta del hombre, y digo que es tan grande ser mujer como ser hombre, y digo que nada es mayor que ser la madre de hombres.”
“¿Has dejado atrás a los otros? ¿Eres el Presidente? Es una bagatela, cada uno de los otros te alcanzará y seguirá adelante.”
“Lo que ha ocurrido bien en el pasado o lo que ahora ocurre bien, no es tal maravilla; la maravilla es que alguna vez pueda existir un hombre mezquino o sin fe.”
“El que degrada a otro, me degrada… Digo el primordial santo y seña, hago el signo de la democracia.
¡Por Dios! No aceptaré nada que no sea ofrecido a los demás en iguales condiciones.”
“Divino soy por dentro y por fuera, y santifico todo lo que toco y me toca; el aroma de estas axilas es más fino que las plegarias; esta cabeza es más que las iglesias, las biblias y todos los credos.”
“Vamos, no quiero que me atormentes, tienes demasiada fe en el lenguaje… La escritura y la charla no me revelan, llevo en el rostro la plenitud y la prueba de todas las cosas, con silenciosos labios puedo refutar al escéptico.”
“Todas las verdades aguardan en todas las cosas… Ni la lógica ni los sermones convencen, la humedad de la noche me penetra con más intensidad. (Sólo lo que por sí mismo es evidente a cualquier hombre o cualquier mujer, es así; sólo es así lo que nadie niega.)”
“De nuevo el estertor de mi general que agoniza y furiosamente agita las manos, y ahogándose en la sangre murmura estas palabras: No se ocupen de mí, defiendan las trincheras.”
“Las flores que adornan nuestros sombreros son la obra de millones de años.”
“Sepan que no doy conferencias ni limosnas; cuando doy, me doy a mí mismo.”
“He oído lo que se ha dicho del universo, lo he oído durante miles de años; no digo que esté mal, ¿pero es eso todo?”
“Y te llevaré, quien quiera que seas, a mi nivel.”
“Abatidos, escépticos, tontos y rechazados, frívolos, hoscos, quejumbrosos, airados, sensibles y descorazonados, ateos, a todos os conozco, conozco el mar de los tormentos, de las dudas, de la desesperación y la falta de fe.”
“El reloj indica el momento -¿pero qué indica la eternidad?”
“Soy el maestro de atletas…”
“No tengo cátedra ni iglesia ni filosofía; no llevo a ningún hombre a una mesa puesta, a la biblioteca, a la bolsa; pero a cada uno de vosotros, hombre o mujer, lo llevo a una cumbre…”
“No me olvides… Te amo, abandono lo material, soy como algo incorpóreo, triunfante, muerto.”
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WALT WHITMAN, Hojas de hierba, 1855, traducción de Jorge L. Borges, Lumen. (Publicado en FD, por primera vez, el 30 de octubre de 2006, a las 14:03).
EL SABLE Y EL ESPÍRITU, por Albert Camus
“Basta con saber lo que queremos. Y lo que queremos precisamente es no inclinarnos jamás ante el sable, no dar jamás razón a la fuerza que no se pone al servicio del espíritu. Cierto que es una tarea que no tiene fin. Pero aquí estamos nosotros para continuarla. Creo que los hombres jamás han dejado de avanzar en el conocimiento reflexivo de su propio destino. No hemos superado nuestra condición, y, sin embargo, la conocemos mejor. Nuestra tarea de hombres es encontrar las escasas fórmulas que apacigüen la angustia infinita de las almas libres. Tenemos que remediar lo que está desgarrado, tenemos que hacer la justicia imaginable en un mundo tan evidentemente injusto, hacer la felicidad significativa para pueblos envenenados con la desgracia del siglo. Sepamos, pues, lo que queremos, permanezcamos firmes en el espíritu, incluso si la fuerza toma para seduciros el rostro de una idea o de la comodidad. ¿Pero dónde están las virtudes conquistadoras del espíritu? Ante la enormidad de la partida trabada, no debe olvidarse en todo caso la fuerza de carácter. Yo no hablo de la que se acompaña en los estrados electorales con fruncimientos de cejas y amenazas. Sino de la que resiste a todos los vientos del mar por virtud de la blancura y de la savia. Es ella la que, en el invierno del mundo, preparará el fruto.”
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“¿Sabéis -decía Napoleón a Fontanes- lo que más admiro en el mundo? Es la impotencia de la fuerza para fundar algo. No hay más que dos poderes en el mundo: el sable y el espíritu. A la larga el sable es vencido siempre por el espíritu.”
Los conquistadores, según vemos, son a veces melancólicos. Es preciso pagar un poco el precio de tanta vanagloria. Pero lo que hace cien años era cierto para el sable, no lo es ya hoy tanto para el tanque. Los conquistadores han marcado puntos y el triste silencio de los lugares sin espíritu se ha establecido durante años en una Europa desgarrada. En los tiempos de las horrorosas guerras de Flandes, los pintores holandeses podían pintar quizá los gallos de sus corrales. De igual forma se ha olvidado la guerra de los Cien Años, y, sin embargo, las oraciones de los místicos silesianos moran todavía en algunos corazones. Pero hoy han cambiado las cosas, el pintor y el monje están movilizados: somos solidarios de este mundo. El espíritu ha perdido esa seguridad real que le sabía reconocer un conquistador; ahora se agota maldiciendo la fuerza, a falta de saberla dominar.
Almas piadosas andan diciendo que eso es un mal. No sabemos si eso es un mal, pero sabemos que existe. La conclusión es que es preciso arreglárselas con ello. Basta entonces con saber lo que queremos. Y lo que queremos precisamente es no inclinarnos jamás ante el sable, no dar jamás razón a la fuerza que no se pone al servicio del espíritu.
Cierto que es una tarea que no tiene fin. Pero aquí estamos nosotros para continuarla. No creo lo bastante en la razón para suscribir el progreso, ni en ninguna filosofía de la Historia. Creo al menos que los hombres jamás han dejado de avanzar en el conocimiento reflexivo de su propio destino. No hemos superado nuestra condición, y, sin embargo, la conocemos mejor. Sabemos que estamos en la contradicción, pero que debemos rechazar la contradicción y hacer lo que sea necesario para reducirla. Nuestra tarea de hombres es encontrar las escasas fórmulas que apacigüen la angustia infinita de las almas libres. Tenemos que remediar lo que está desgarrado, tenemos que hacer la justicia imaginable en un mundo tan evidentemente injusto, hacer la felicidad significativa para pueblos envenenados con la desgracia del siglo. Naturalmente, esto es una tarea sobrehumana. Pero se llaman sobrehumanas aquellas tareas que los hombres emplean mucho tiempo para desarrollar; eso es todo.
Sepamos, pues, lo que queremos, permanezcamos firmes en el espíritu, incluso si la fuerza toma para seduciros el rostro de una idea o de la comodidad. La primera cosa es no desesperar. No escuchemos demasiado a los que gritan el fin del mundo. Las civilizaciones no mueren tan fácilmente; e incluso si este mundo debiera venirse abajo, sería después de otros. Es cierto que estamos en una época trágica. Pero muchas gentes confunde lo trágico y la desesperación. “Lo trágico -decía Lawrence- debería ser como una gran patada a la desgracia.” He ahí un pensamiento sano e inmediatamente aplicable. Hay muchas cosas hoy que merecen esta patada.
Cuando vivía en Argel, tenía paciencia siempre durante el invierno, porque sabía que en una noche, una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle de los Cónsules se cubrirían de flores blancas. Me maravillaba después ver cómo esta nieve frágil resistía a todas las lluvias y al viento del mar. Cada año, sin embargo, persistía, justo lo que era necesario para preparar el fruto.
No es ese un símbolo. No ganaremos nuestra felicidad con símbolos. Para ello se necesita más seriedad. Quiero decir únicamente que, a veces, cuando el peso de la vida se hace demasiado agobiante en esta Europa todavía plenamente hundida en su desgracia, me vuelvo hacia los países esplendentes donde tantas fuerzas están todavía intactas. Los conozco demasiado para no saber que son la tierra de elección donde la contemplación y el valor pueden equilibrarse. La meditación de su ejemplo nos enseña entonces que, si se quiere salvar el espíritu es preciso ignorar sus virtudes que gimen y exaltar su fuerza y sus prestigios. Este mundo está envenenado de desgracias y parece complacerse en ello. Está enteramente entregado a ese mal que Nietzsche llamaba el espíritu de opacidad. No ayudemos en ello. Es en balde llorar sobre el espíritu; basta con trabajar para él.
¿Pero dónde están las virtudes conquistadoras del espíritu? El mismo Nietzsche las enumeró como los enemigos mortales del espíritu de opacidad. Para él son la fuerza de carácter, el gusto, el “mundo”, la felicidad clásica, la dura arrogancia, la fría frugalidad del sabio. Estas virtudes son necesarias más que nunca, y cada uno puede elegir la que le convenga. Ante la enormidad de la partida trabada, no debe olvidarse en todo caso la fuerza de carácter. Yo no hablo de la que se acompaña en los estrados electorales con fruncimientos de cejas y amenazas. Sino de la que resiste a todos los vientos del mar por virtud de la blancura y de la savia. Es ella la que, en el invierno del mundo, preparará el fruto.
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ALBERT CAMUS, Premio Nobel 1957. Los almendros, 1940. Obras Completas, Tomo II: Ensayos. Aguilar, 1968, Edición mexicana. Traducción del catedrático Julio Lago Alonso.
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LOS SUSPIROS DEL PERFUME, por Rabindranaz Tagore
El perfume suspira en el capullo: “¡Ay, se va el día feliz de la primavera, y yo estoy preso en estas hojas cerradas!”
- “Espera, pobre perfume. Tu cárcel estallará, se abrirá en flor tu capullo; y muerto tú en lo mejor de tu vida, seguirá viviendo la primavera.”
El perfume aletea, ahogándose, dentro del capullo, y suspira: “¡Ay, las horas se pasan, y yo no sé qué quiero, ni adónde iré!”
- “Espera, pobre perfume. La brisa de primavera te ha oído ya, y antes que muera el día, sabrás lo que deseas.”
El perfume le grita desesperado a su oscuro porvenir: “¡Ay!, ¿quién me ha dado esta vida sin razón? ¿Quién me dirá lo que seré?”
- “Espera, pobre perfume. Ya está llegando la aurora perfecta. Y tu vida se va a unir a la vida total, y vas a saber por qué has nacido.”
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RABINDRANAZ TAGORE, Premio Nobel 1913. La cosecha, Obras escogidas, Aguilar 1955. Traducción de Zenobia Camprubí de Jiménez.
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