tomado de IUS POETICA http://www.iuspoetica.cl
Habría que añadir dos derechos a la lista de derechos del hombre: El derecho al desorden y el derecho a marcharse.
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Consentir que nos condecoren es reconocer al Estado o al principe el derecho de juzgarnos, ilustrarnos, etc.
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La fatalidad posee una cierta elasticidad que se suele llamar libertad humana.
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¡Ay los vicios humanos! Son ellos los que contienen la prueba de nuestro amor por el infinito.
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¿Qué le importa la condena eterna a quien ha encontrado por un segundo lo infinito del goce?
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Dios es el único ser que para reinar no tuvo ni siquiera necesidad de existir.
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El amor es un crimen que no puede realizarse sin cómplice.
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Espantoso juego del amor, en el cual es preciso que uno de ambos jugadores pierda el gobierno de sí mismo.
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Para no ser los esclavos martirizados del tiempo, embriagaos, ¡embriagaros sin cesar! con vino, poesía o virtud, a vuestra guisa.
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Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras: inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias.
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Consentir que nos condecoren es reconocer al Estado o al principe el derecho de juzgarnos, ilustrarnos, etc.
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La fatalidad posee una cierta elasticidad que se suele llamar libertad humana.
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¡Ay los vicios humanos! Son ellos los que contienen la prueba de nuestro amor por el infinito.
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¿Qué le importa la condena eterna a quien ha encontrado por un segundo lo infinito del goce?
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Dios es el único ser que para reinar no tuvo ni siquiera necesidad de existir.
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El amor es un crimen que no puede realizarse sin cómplice.
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Espantoso juego del amor, en el cual es preciso que uno de ambos jugadores pierda el gobierno de sí mismo.
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Para no ser los esclavos martirizados del tiempo, embriagaos, ¡embriagaros sin cesar! con vino, poesía o virtud, a vuestra guisa.
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Todos los imbéciles de la burguesía que pronuncian las palabras: inmoralidad, moralidad en el arte y demás tonterías me recuerdan a Louise Villedieu, una puta de a cinco francos, que una vez me acompañó al Louvre donde ella nunca había estado y empezó a sonrojarse y a taparse la cara. Tirándome a cada momento de la manga, me preguntaba ante las estatuas y cuadros inmortales cómo podían exhibirse públicamente semejantes indecencias.
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