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lunes, 25 de abril de 2011

MITOLOGIA Y POPOL VUH de Federico González

copiado de http://americaindigena.com/

MITOLOGIA Y POPOL VUH 
FEDERICO GONZALEZ

Alfonso Caso ha señalado especialmente la creación de la ciudad celeste, precediendo a la terrestre, evidente en varias culturas de México. En ese sentido, esta ciudad celeste se encuentra habitada por los antecesores míticos, sus ancestros, los cuales constituyen una genealogía de nombres presentes, por ejemplo, en ciertos códices mesoamericanos. Estas 'genealogías' no son estrictamente históricas en el sentido limitado y exclusivamente político que hoy le otorgamos al término. Son míticas y simbólicas, aunque no tienen por qué contraponerse con la historia.1  Estos nombres 'genealógicos' se hallan empapados de un sentido numérico, lingüístico, astronómico, mágico, rítmico y cíclico, etc. Actualmente los grupos Triquis, comunidad cerrada y tradicional de Oaxaca veneran a sus antepasados, a su 'linaje', al que entroncan directamente con la ciudad celeste, u otro mundo donde viven, venerándolos especialmente el día de los difuntos cristianos. La ciudad celeste es un espacio distinto, un país que coexiste con el nuestro, una patria de cuerpo espiritual en donde habitan los dioses, y los difuntos. Una realidad impalpable que ya conocían los egipcios:  
 
    "¿Ignoras, oh tú Asclepio, que Egipto es la imagen del cielo y la proyección en este mundo de todo el ordenamiento de las cosas celestes?" (Hermes Trismegisto, Corpus Hermeticum.) 
 
Lo que la ciudad celeste es al simbolismo espacial, las genealogías o los antepasados lo son al temporal y ambas confluyen para cimentar la realidad y la vida tribal. Coexisten en el mundo de las Ideas platónico y conforman el arquetipo. Algunos místicos como Swedenborg nos cuentan sus experiencias en esa ciudad habitada a la que conocen perfectamente hasta en sus particularidades más triviales. Se refieren al reino de los Inmortales, llamado así por la condición de sus habitantes. Casi todas las tradiciones han sentido que son herederas en esta tierra de aquella ciudad del cielo y descendientes de sus moradores, y de allí que hayan pensado, invariablemente, que su patria constituía el centro del mundo; o sea, un lugar especialmente 'cosmizado', en donde las energías del cielo y la tierra, de los vivos y los muertos se conjugaban permitiendo el desarrollo de la vida y de esa comunidad en el tiempo.  La India para los hindúes y el Celeste Imperio para los chinos son, o han sido, símbolos claros de lo anterior aunque esta pretensión se encuentra en todos los pueblos y culturas de modo universal, los que igualmente han rendido invariable culto a su linaje. Agregaremos que esta ciudad y sus habitantes también son vistos desde una perspectiva escatológica: se trata de la Nueva Jerusalén, la ciudad que 'vendrá' al fin de los tiempos, la Jerusalén Celeste de la que nos da testimonio San Juan en el libro de la Revelación. 
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De hecho toda la simbología se basa en la creencia de que un plan conocido es la expresión de otro desconocido y en las correspondencias que existen entre ellos lo que fundamenta las leyes de la analogía. De manera unánime las tradiciones arcaicas han conocido este espacio y tiempo otro donde las cosas son más reales y efectivas, al punto de que nuestro mundo ilusorio y caótico debe imitar la realidad arquetípica para que su vida tenga un sentido. Esta vibración en la misma frecuencia de onda, o sea, acorde con el diapasón cósmico, es la manera de conocer otros planos de la manifestación más perfectos en cuanto más elevados, sutiles y transparentes, otros mundos tan verdaderos que resultan los auténticos. Pero esto último es una explicación moderna, una manera de decir; para la mentalidad tradicional, que no conoce esta terminología, no hay una gran diferencia entre la ciudad celeste y la ciudad terrestre, puesto que esta última es aquélla en este mundo. De la misma manera el rey, o el cacique actual, configura aquel mismo antepasado arquetípico sin cuestiones demasiado "personalizadas'; razón que, precisamente, justifica su cargo. 
Los grandes mitos y leyendas se refieren siempre a los génesis cosmogónicos mediante los cuales se explica la existencia y se encuentra un orden y un sentido en la inestabilidad del devenir. La cosmogonía es siempre actual, al igual que el tiempo, y se regenera continuamente; en la eternidad del presente, el pasado y el futuro son abolidos. La ciudad celeste y los antepasados son aquí y ahora, y el hombre un vínculo permanente entre dos realidades, o mundos. Por la reiteración ritual del mito ancestral y por medio de los símbolos que lo revelan se puede efectuar el pasaje de lo conocido a lo desconocido. Ese es el propósito de toda enseñanza y la razón de los secretos del oficio. El cacique o rey precolombino es un chamán en la medida que une cielo y tierra, y por ese motivo es el jefe, no por su voluntad o la del grupo. La sociedad entera es partícipe de estos símbolos, mitos, ritos y enseñanzas cosmogónicas, las que cada cual absorberá a su manera y grado. Sin embargo la profesión de chamán está abierta a todos y muchos reciben el espíritu y practican su 'sacerdocio' de distintas maneras. 2 A nadie se le ocurriría engañar en cosas de esta naturaleza de las que no se duda en una sociedad arcaica, lo que por otra parte sería inmediatamente advertido por la propia dinámica del medio social. 
Los mitos transcurren en un tiempo otro, en un 'no tiempo' y 'una realidad aparte', que los símbolos representan y los ritos reactualizan permanentemente. Los orígenes se hacen contemporáneos y la situación primordial es encarnada, por lo que la vida se re-genera. Sin duda hay niveles de comprensión y participación (o lecturas jerarquizadas de la realidad, o grados de conciencia del cosmos y el ser) de aquello que los mitos expresan. Pero esos niveles no se excluyen sino se complementan. Así una cosa o hecho simbólico o mítico puede ser igualmente histórico y localizarse geográficamente. Es más, según lo que hemos dicho, un hecho celeste se corresponde con otro terrestre, y esta reciprocidad es una de las características propias del universo y el hombre, por lo que las diferentes lecturas de la realidad, o el conocimiento de los distintos planos en que ésta se manifiesta, no se rechazan los unos a los otros, sino más bien se conjugan en el concierto cósmico, susceptible de ser vivenciado de modo multidimensional. Uno de los ejemplos más bellos de los mitos precolombinos que han llegado hasta nosotros se encuentra en el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas-quichés, el que contiene un conjunto de leyendas cosmogónicas transmitidas por tradición oral representadas, recitadas y bailadas por la comunidad (ceremonias que aún hoy se realizan fragmentariamente), las que parecen ser comunes a todos los pueblos mesoamericanos, con relaciones estudiadas igualmente en la América del Sur, lo que no es por cierto de extrañarse (lo mismo que su similitud con otros libros sagrados análogos de otros continentes), cuando se piensa que describen un génesis y una cosmogonía arquetípica, y que se corresponden perfectamente con los ritos de los procesos iniciáticos (que promueven un hombre nuevo y verdadero; la creación de un ser) lo cual actualiza permanentemente la historia mítica regenerando así al ser arquetípico, ya sea éste individual o universal. 
Las tradiciones orales, las inscripciones jeroglíficas o el libro sagrado manifiestan un modelo ejemplar que ha de ser vivido y permanentemente actualizado por la comunidad, rigiendo simultáneamente los pensamientos, las conductas y las actividades grupales e individuales. Este último lo determina absolutamente todo pues él no es sino un reflejo de la cosmogonía arquetípica en la que la vida y el hombre se hallan encuadrados. En América Central este papel parece haberle tocado al Popol Vuh y a otros conjuntos mítico-proféticos, ya que los antiguos códices han desaparecido pese a que eran muy numerosos y sólo nos quedan tres escritos en caracteres hierográficos. Aunque eso sí, los glifos que aparecen en ellos se repiten en monumentos, estelas y cerámicas. Sin embargo, esa escritura no ha podido ser descifrada sino en escasa medida, aunque afortunadamente han podido leerse las inscripciones numerales desde hace tiempo.3 
Asimismo queremos destacar la confusión generalizada referida a que si se descifrara la escritura maya se podrían obtener conocimientos secretos, e incluso técnicos, y que ellos serían importantísimos para la humanidad. Esta actitud se cimenta en el error de imaginar, propio del condicionamiento del mundo moderno, que algo literal, material y lógico se oculta en esos jeroglíficos.4 Advertimos que, en el mejor de los casos, lo que podrá leerse es el Popol Vuh o algunos de los Chilam Balam, o genealogías histórico sagradas o textos igualmente hierológicos que, para poder comenzar a comprenderse necesitarían de la total reforma psicológica del lector. Lo mismo sucede con todos los grandes textos sagrados de todos los pueblos comenzando por la Biblia. Cuando el Occidente después de muchísimas expectativas llegó a conocer 'el libro' perdido del gran mago Zoroastro (Zaratustra), el célebre Avesta, sólo se encontró con un libro de 'canciones rituales', de 'reglas litúrgicas', a saber: un discurso esotérico que nada decía fuera de su propio circuito simbólico, de su cosmovisión, y que nada era más allá de los supuestos que conformaban su propio límite mental, dentro del cual eran efectivos. Tal es el caso del Popol Vuh, escrito en quiché y en alfabeto latino durante la colonia española -el códice original precolombino ya no existía se afirma en el texto- y uno de los grandes libros de la humanidad, que nos narra una historia sagrada escenificada en una geografía igualmente sagrada, que coinciden como coordenadas espacio-temporales en un cosmos multidimensional, al que estructuran. Puesto que para los pueblos arcaicos -y los de la antigüedad greco-romana clásica y post-clásica- los lugares, los personajes y los hechos eran los protagonistas simbólicos de una geografía y una historia sagrada de carácter trascendental que se manifestaban de acuerdo a la cadencia a que estaban sujetos. 
La misma forma rítmica en que se narraban los mitos y su representación era también de por sí sagrada. El tono de voz, recitado, canto y teatralización, así como los gestos, trajes, máscaras, adornos, pinturas y todos los detalles ceremoniales constituían ritos, o sea mitos (y símbolos mágico-teúrgicos) en acción. Por cierto que hay distintas lecturas de los mitos: a) cosmogónica-ontológica-metafísica; b) emotiva-psicológica-moral; c) naturalista-literal-motora. Todos estos niveles de lectura del mito (o de cualquier realidad) se superponen sin que se produzca ningún problema en ello, y cada uno habla un lenguaje directo con aquéllos que son capaces de comunicarse con él. Va de suyo que se puede conectar con todos sus planos jerárquicos ya que éstos no se eliminan entre sí sino que coexisten armónica y simultáneamente expresándose en múltiples significados. De allí la importancia del mito como factor sintético aglutinante e intermediario entre los distintos planos de la realidad, a los que conecta, por ser él, como el símbolo, la unidad analógica que religa un mundo con otro, el tiempo con la eternidad, lo visible con lo invisible, lo finito con lo infinito. Esto puede verse de modo claro en la dramatización del mito, en el ritual. 
El Popol Vuh se cantaba y se bailaba: el texto íntegro era sabido de memoria por una buena parte de la población y los personajes del texto y sus andanzas eran conocidos por todo el mundo; muchos de los pobladores se encargaban también de representarlos, al igual que hacían su parte en otras fiestas rituales.5 Aún hoy perduran fragmentos de esas ceremonias que vienen efectuándose desde tiempo inmemorial. Los lugares rituales donde suceden las acciones son igualmente simbólicos e incluso se corresponden con lugares geográficos que existen en la actualidad. Esta geografía sagrada es reducida y ocupa una pequeña porción de la Guatemala moderna. Allí y en un tiempo que entronca con los orígenes se hizo la luz, y a través de cuatro creaciones sucesivas (en perfecto acuerdo con la Biblia, la antigüedad grecorromana, el hinduismo-budismo y el colectivo de las tradiciones) se formó el hombre actual, producto del quinto sol. Estas creencias son comunes a todos los pueblos del mundo, como ya lo llevamos dicho. Pero lo verdaderamente interesante es que para una mentalidad arcaica eso está sucediendo siempre, o sea en este mismo momento, por lo que aquella creación arquetípica que narra el mito no es sino una realidad viva ahora, de la cual la naturaleza misma de los fenómenos, seres y cosas nos habla constantemente.
 
 
NOTAS 
1 De igual modo, la genealogía de los incas, que ha sido estudiada sagazmente por Imbelloni. Asimismo las fechas y los hechos señalados en los jeroglíficos mayas tienen carácter simbólico, sin dejar por eso de ser históricos. Se trata de historias míticas y mágicas de sentido cíclico-rítmico expresadas de manera ritual y de modo mnemotécnico. La historia y la geografía sagrada han sido propias de todos los pueblos tradicionales. Sin ir más lejos recordemos las genealogías bíblicas, las edades y acontecimientos que allí se narran, y los lugares geográficos-simbólicos presentes en los mitos griegos.
2 "En las tierras bajas tropicales de Centroamérica, al igual que en determinados lugares de Africa y Asia, tales individuos (los reyes-chamanes) fueron considerados de origen divino porque era creencia cierta que descendían en línea directa de los dioses fundadores de la sociedad, los primeros padres u hombres creados; la historia de esos antepasados era narrada en los mitos y sus nombres mencionados en las inscripciones como fuente de la legitimidad de la dinastía". Miguel Rivera Dorado. La Religión Maya, Alianza Universidad, Madrid, 1986.
3 La palabra xok en maya significa numeración, contar, y también leer, lo que vincula a sus textos escritos con el calendario. Como en todas las tradiciones que han alcanzado la escritura, letras (o glifos) y números se relacionan y corresponden entre sí.
4 Lo que de ninguna manera quita legitimidad a las tareas y estudios epigráficos pues ellos desvelan el lenguaje metalógico, asociativo y simbólico propio de las refinadísimas civilizaciones tradicionales.
5 También los textos de los códices y los jeroglíficos eran recitados y actuados de estas maneras.

Alfonso Caso ha señalado especialmente la creación de la ciudad celeste, precediendo a la terrestre, evidente en varias culturas de México. En ese sentido, esta ciudad celeste se encuentra habitada por los antecesores míticos, sus ancestros, los cuales constituyen una genealogía de nombres presentes, por ejemplo, en ciertos códices mesoamericanos. Estas 'genealogías' no son estrictamente históricas en el sentido limitado y exclusivamente político que hoy le otorgamos al término. Son míticas y simbólicas, aunque no tienen por qué contraponerse con la historia.1  Estos nombres 'genealógicos' se hallan empapados de un sentido numérico, lingüístico, astronómico, mágico, rítmico y cíclico, etc. Actualmente los grupos Triquis, comunidad cerrada y tradicional de Oaxaca veneran a sus antepasados, a su 'linaje', al que entroncan directamente con la ciudad celeste, u otro mundo donde viven, venerándolos especialmente el día de los difuntos cristianos. La ciudad celeste es un espacio distinto, un país que coexiste con el nuestro, una patria de cuerpo espiritual en donde habitan los dioses, y los difuntos. Una realidad impalpable que ya conocían los egipcios:  
 
    "¿Ignoras, oh tú Asclepio, que Egipto es la imagen del cielo y la proyección en este mundo de todo el ordenamiento de las cosas celestes?" (Hermes Trismegisto, Corpus Hermeticum.) 
 
Lo que la ciudad celeste es al simbolismo espacial, las genealogías o los antepasados lo son al temporal y ambas confluyen para cimentar la realidad y la vida tribal. Coexisten en el mundo de las Ideas platónico y conforman el arquetipo. Algunos místicos como Swedenborg nos cuentan sus experiencias en esa ciudad habitada a la que conocen perfectamente hasta en sus particularidades más triviales. Se refieren al reino de los Inmortales, llamado así por la condición de sus habitantes. Casi todas las tradiciones han sentido que son herederas en esta tierra de aquella ciudad del cielo y descendientes de sus moradores, y de allí que hayan pensado, invariablemente, que su patria constituía el centro del mundo; o sea, un lugar especialmente 'cosmizado', en donde las energías del cielo y la tierra, de los vivos y los muertos se conjugaban permitiendo el desarrollo de la vida y de esa comunidad en el tiempo.  La India para los hindúes y el Celeste Imperio para los chinos son, o han sido, símbolos claros de lo anterior aunque esta pretensión se encuentra en todos los pueblos y culturas de modo universal, los que igualmente han rendido invariable culto a su linaje. Agregaremos que esta ciudad y sus habitantes también son vistos desde una perspectiva escatológica: se trata de la Nueva Jerusalén, la ciudad que 'vendrá' al fin de los tiempos, la Jerusalén Celeste de la que nos da testimonio San Juan en el libro de la Revelación. 
De hecho toda la simbología se basa en la creencia de que un plan conocido es la expresión de otro desconocido y en las correspondencias que existen entre ellos lo que fundamenta las leyes de la analogía. De manera unánime las tradiciones arcaicas han conocido este espacio y tiempo otro donde las cosas son más reales y efectivas, al punto de que nuestro mundo ilusorio y caótico debe imitar la realidad arquetípica para que su vida tenga un sentido. Esta vibración en la misma frecuencia de onda, o sea, acorde con el diapasón cósmico, es la manera de conocer otros planos de la manifestación más perfectos en cuanto más elevados, sutiles y transparentes, otros mundos tan verdaderos que resultan los auténticos. Pero esto último es una explicación moderna, una manera de decir; para la mentalidad tradicional, que no conoce esta terminología, no hay una gran diferencia entre la ciudad celeste y la ciudad terrestre, puesto que esta última es aquélla en este mundo. De la misma manera el rey, o el cacique actual, configura aquel mismo antepasado arquetípico sin cuestiones demasiado "personalizadas'; razón que, precisamente, justifica su cargo. 
Los grandes mitos y leyendas se refieren siempre a los génesis cosmogónicos mediante los cuales se explica la existencia y se encuentra un orden y un sentido en la inestabilidad del devenir. La cosmogonía es siempre actual, al igual que el tiempo, y se regenera continuamente; en la eternidad del presente, el pasado y el futuro son abolidos. La ciudad celeste y los antepasados son aquí y ahora, y el hombre un vínculo permanente entre dos realidades, o mundos. Por la reiteración ritual del mito ancestral y por medio de los símbolos que lo revelan se puede efectuar el pasaje de lo conocido a lo desconocido. Ese es el propósito de toda enseñanza y la razón de los secretos del oficio. El cacique o rey precolombino es un chamán en la medida que une cielo y tierra, y por ese motivo es el jefe, no por su voluntad o la del grupo. La sociedad entera es partícipe de estos símbolos, mitos, ritos y enseñanzas cosmogónicas, las que cada cual absorberá a su manera y grado. Sin embargo la profesión de chamán está abierta a todos y muchos reciben el espíritu y practican su 'sacerdocio' de distintas maneras. 2 A nadie se le ocurriría engañar en cosas de esta naturaleza de las que no se duda en una sociedad arcaica, lo que por otra parte sería inmediatamente advertido por la propia dinámica del medio social. 
Los mitos transcurren en un tiempo otro, en un 'no tiempo' y 'una realidad aparte', que los símbolos representan y los ritos reactualizan permanentemente. Los orígenes se hacen contemporáneos y la situación primordial es encarnada, por lo que la vida se re-genera. Sin duda hay niveles de comprensión y participación (o lecturas jerarquizadas de la realidad, o grados de conciencia del cosmos y el ser) de aquello que los mitos expresan. Pero esos niveles no se excluyen sino se complementan. Así una cosa o hecho simbólico o mítico puede ser igualmente histórico y localizarse geográficamente. Es más, según lo que hemos dicho, un hecho celeste se corresponde con otro terrestre, y esta reciprocidad es una de las características propias del universo y el hombre, por lo que las diferentes lecturas de la realidad, o el conocimiento de los distintos planos en que ésta se manifiesta, no se rechazan los unos a los otros, sino más bien se conjugan en el concierto cósmico, susceptible de ser vivenciado de modo multidimensional. Uno de los ejemplos más bellos de los mitos precolombinos que han llegado hasta nosotros se encuentra en el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas-quichés, el que contiene un conjunto de leyendas cosmogónicas transmitidas por tradición oral representadas, recitadas y bailadas por la comunidad (ceremonias que aún hoy se realizan fragmentariamente), las que parecen ser comunes a todos los pueblos mesoamericanos, con relaciones estudiadas igualmente en la América del Sur, lo que no es por cierto de extrañarse (lo mismo que su similitud con otros libros sagrados análogos de otros continentes), cuando se piensa que describen un génesis y una cosmogonía arquetípica, y que se corresponden perfectamente con los ritos de los procesos iniciáticos (que promueven un hombre nuevo y verdadero; la creación de un ser) lo cual actualiza permanentemente la historia mítica regenerando así al ser arquetípico, ya sea éste individual o universal. 
Las tradiciones orales, las inscripciones jeroglíficas o el libro sagrado manifiestan un modelo ejemplar que ha de ser vivido y permanentemente actualizado por la comunidad, rigiendo simultáneamente los pensamientos, las conductas y las actividades grupales e individuales. Este último lo determina absolutamente todo pues él no es sino un reflejo de la cosmogonía arquetípica en la que la vida y el hombre se hallan encuadrados. En América Central este papel parece haberle tocado al Popol Vuh y a otros conjuntos mítico-proféticos, ya que los antiguos códices han desaparecido pese a que eran muy numerosos y sólo nos quedan tres escritos en caracteres hierográficos. Aunque eso sí, los glifos que aparecen en ellos se repiten en monumentos, estelas y cerámicas. Sin embargo, esa escritura no ha podido ser descifrada sino en escasa medida, aunque afortunadamente han podido leerse las inscripciones numerales desde hace tiempo.3 
Asimismo queremos destacar la confusión generalizada referida a que si se descifrara la escritura maya se podrían obtener conocimientos secretos, e incluso técnicos, y que ellos serían importantísimos para la humanidad. Esta actitud se cimenta en el error de imaginar, propio del condicionamiento del mundo moderno, que algo literal, material y lógico se oculta en esos jeroglíficos.4 Advertimos que, en el mejor de los casos, lo que podrá leerse es el Popol Vuh o algunos de los Chilam Balam, o genealogías histórico sagradas o textos igualmente hierológicos que, para poder comenzar a comprenderse necesitarían de la total reforma psicológica del lector. Lo mismo sucede con todos los grandes textos sagrados de todos los pueblos comenzando por la Biblia. Cuando el Occidente después de muchísimas expectativas llegó a conocer 'el libro' perdido del gran mago Zoroastro (Zaratustra), el célebre Avesta, sólo se encontró con un libro de 'canciones rituales', de 'reglas litúrgicas', a saber: un discurso esotérico que nada decía fuera de su propio circuito simbólico, de su cosmovisión, y que nada era más allá de los supuestos que conformaban su propio límite mental, dentro del cual eran efectivos. Tal es el caso del Popol Vuh, escrito en quiché y en alfabeto latino durante la colonia española -el códice original precolombino ya no existía se afirma en el texto- y uno de los grandes libros de la humanidad, que nos narra una historia sagrada escenificada en una geografía igualmente sagrada, que coinciden como coordenadas espacio-temporales en un cosmos multidimensional, al que estructuran. Puesto que para los pueblos arcaicos -y los de la antigüedad greco-romana clásica y post-clásica- los lugares, los personajes y los hechos eran los protagonistas simbólicos de una geografía y una historia sagrada de carácter trascendental que se manifestaban de acuerdo a la cadencia a que estaban sujetos. 
La misma forma rítmica en que se narraban los mitos y su representación era también de por sí sagrada. El tono de voz, recitado, canto y teatralización, así como los gestos, trajes, máscaras, adornos, pinturas y todos los detalles ceremoniales constituían ritos, o sea mitos (y símbolos mágico-teúrgicos) en acción. Por cierto que hay distintas lecturas de los mitos: a) cosmogónica-ontológica-metafísica; b) emotiva-psicológica-moral; c) naturalista-literal-motora. Todos estos niveles de lectura del mito (o de cualquier realidad) se superponen sin que se produzca ningún problema en ello, y cada uno habla un lenguaje directo con aquéllos que son capaces de comunicarse con él. Va de suyo que se puede conectar con todos sus planos jerárquicos ya que éstos no se eliminan entre sí sino que coexisten armónica y simultáneamente expresándose en múltiples significados. De allí la importancia del mito como factor sintético aglutinante e intermediario entre los distintos planos de la realidad, a los que conecta, por ser él, como el símbolo, la unidad analógica que religa un mundo con otro, el tiempo con la eternidad, lo visible con lo invisible, lo finito con lo infinito. Esto puede verse de modo claro en la dramatización del mito, en el ritual. 
El Popol Vuh se cantaba y se bailaba: el texto íntegro era sabido de memoria por una buena parte de la población y los personajes del texto y sus andanzas eran conocidos por todo el mundo; muchos de los pobladores se encargaban también de representarlos, al igual que hacían su parte en otras fiestas rituales.5 Aún hoy perduran fragmentos de esas ceremonias que vienen efectuándose desde tiempo inmemorial. Los lugares rituales donde suceden las acciones son igualmente simbólicos e incluso se corresponden con lugares geográficos que existen en la actualidad. Esta geografía sagrada es reducida y ocupa una pequeña porción de la Guatemala moderna. Allí y en un tiempo que entronca con los orígenes se hizo la luz, y a través de cuatro creaciones sucesivas (en perfecto acuerdo con la Biblia, la antigüedad grecorromana, el hinduismo-budismo y el colectivo de las tradiciones) se formó el hombre actual, producto del quinto sol. Estas creencias son comunes a todos los pueblos del mundo, como ya lo llevamos dicho. Pero lo verdaderamente interesante es que para una mentalidad arcaica eso está sucediendo siempre, o sea en este mismo momento, por lo que aquella creación arquetípica que narra el mito no es sino una realidad viva ahora, de la cual la naturaleza misma de los fenómenos, seres y cosas nos habla constantemente.
 
 
NOTAS 
1 De igual modo, la genealogía de los incas, que ha sido estudiada sagazmente por Imbelloni. Asimismo las fechas y los hechos señalados en los jeroglíficos mayas tienen carácter simbólico, sin dejar por eso de ser históricos. Se trata de historias míticas y mágicas de sentido cíclico-rítmico expresadas de manera ritual y de modo mnemotécnico. La historia y la geografía sagrada han sido propias de todos los pueblos tradicionales. Sin ir más lejos recordemos las genealogías bíblicas, las edades y acontecimientos que allí se narran, y los lugares geográficos-simbólicos presentes en los mitos griegos.
2 "En las tierras bajas tropicales de Centroamérica, al igual que en determinados lugares de Africa y Asia, tales individuos (los reyes-chamanes) fueron considerados de origen divino porque era creencia cierta que descendían en línea directa de los dioses fundadores de la sociedad, los primeros padres u hombres creados; la historia de esos antepasados era narrada en los mitos y sus nombres mencionados en las inscripciones como fuente de la legitimidad de la dinastía". Miguel Rivera Dorado. La Religión Maya, Alianza Universidad, Madrid, 1986.
3 La palabra xok en maya significa numeración, contar, y también leer, lo que vincula a sus textos escritos con el calendario. Como en todas las tradiciones que han alcanzado la escritura, letras (o glifos) y números se relacionan y corresponden entre sí.
4 Lo que de ninguna manera quita legitimidad a las tareas y estudios epigráficos pues ellos desvelan el lenguaje metalógico, asociativo y simbólico propio de las refinadísimas civilizaciones tradicionales.
5 También los textos de los códices y los jeroglíficos eran recitados y actuados de estas maneras.

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