Mi gato Tyke
Jack Kerouac
Darren Harris, Pata, 1998
Ahí está mi gato Tyke, sentado sobre el pasto de otoño ojos rasgados en dorado, tranquilo, nada puede molestarlo, ni siquiera los ladridos agudos en la lejanía o el estruendo de los aviones del piso de arriba que van soltando cuatro estelas en el vacío encendido de azul –aviones que van hacia París y Bombay, Port Swettenham y Cádiz, pero ¿podría esto importarle a un gato? Solamente si un gato español traído de Madrid apareciera sentado frente a él, en cuyo caso lo perseguiría fuera del patio, porque desde que compré esta casita de cuatro habitaciones para mi madre, ha sido muy celoso de los intrusos, perros y gatos por igual, aunque permite que los pájaros (incluso las palomas torcaces) coman a su antojo los pedazos de pan cuidadosamente cortados en cubos que mi buena madre les da cada mañana (y también semillas para aves de la tienda). Tyke tiene una cerca que impide la entrada de perros, pero cuando los gatos se cuelan los persigue a todos, aunque un macho gris logró seguirlo u olfatearlo hasta su entrada secreta a través de la pequeña ventana del sótano, donde mi madre improvisó un precario techo que parece un refugio tarahumara de los basureros de las afueras de Ciudad Juárez. A través de esta casucha Tyke se desliza al sótano, saltando sobre una mesa con dos cajas a manera de peldaños, sube delicadamente la escalera y empuja la puerta de la cocina (jamás cerrada con llave), para llegar maullando de gusto y hambre a su deliciosa comida y su leche. Este gato gris aprendió el truco y una noche hubo una pelea de chillidos agudos y estridentes en la cocina. Aún así el gato gris sigue entrando sigilosamente, empujando la puerta con la nariz. Se asoma con ojos verdes para ver si todos duermen y el Amo Tyke anda de putas, en cuyo caso devora todo y sale por el mismo camino.
Pero estos problemas de Tyke, suspiro al pensar, son mucho más puros que los míos –heme aquí empacado y vestido para tomar un avión a Hollywood y aparecer en el programa de Steve Allen que se transmite en una cadena nacional, para leer seis minutos de mi vergonzosa prosa y poesía. Acaso Tyke traga saliva y se angustia porque millones de personas mirarán fijamente su cara el lunes por la noche, pensando todo tipo de pensamientos de enojo o de otra índole sobre su persona que jamás podrán ser mejores, en ningún caso, que la ausencia completa de ellos. Porque Tyke es como aquel sabio chino taoísta que se mantiene tan hundido como un valle puede serlo, imita el agua de las orillas de un riachuelo y, de esta manera, conquista el valle, porque jamás se descubrirá su propósito de derribar: el Rey Secreto del Valle.
He aquí a mi dulce gato y hermano Tyke, un medio persa, medio callejero de Florida, meditando tranquilo sobre sus patas delanteras, el cuerpo encorvado como gato-Buda, los ojos casi siempre cerrados, no dispuesto a ser molestado por nada, por mi grito de despedida o por el ruido del los aviones, solamente sentado en el sol color paja de noviembre con la sabiduría del Egipto Sagrado en todos sus flexibles músculos –“¿Y acaso Tyke viaja en aviones a la costa?”, me pregunto. “¿Firma contratos, paga impuestos, abre sobres o se acongoja ante el horror general? No. Contempla el horizonte donde el espacio desaparece en el vacío dentro de él mismo y dentro de todas las cosas –es miércoles y su novia gata en el otro extremo del barrio piensa y sabe que él vendrá esta noche– y él sabe que se comerá a su ratón y que éste se lo comerá a él –se encuentra irremediablemente desalentado en la eternidad, atrapado en su arrogancia, pero no le importa nada, ¡ja, ja! Y mañana al amanecer, después de haberme llevado tontamente a mí mismo 3 mil millas a la nada, él apurará su regreso a casa con la cola mirando hacia abajo y:
Habiéndose desayunado
se enroscará
En el sofá del atardecer
Y eso es tan seguro como el reflejo de tu nariz en el espejo del mediodía, muchacho.”
El gran poeta inglés Christopher Smart dijo sobre su propio gato: “Yo tendré en consideración a mi gato Jeoffrey… Porque él no hará destrozos si está bien alimentado, ni escupirá sin ser provocado… Porque todo hogar está incompleto sin él y hace falta una bendición en el alma… porque él sabe que Dios es su salvador… Porque no hay nada más dulce que su paz cuando descansa.”
Traducción de Lucinda Gutiérrez
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