tomado de su magnífico blog, AL SERVICIO DE QUIZÁS http://www.ataraxiamultiple.blogspot.com
Es un decir
Aquí van unas breves reflexiones sobre los usos del lenguaje escritas en épocas de las pasadas elecciones locales. Agregaría sólo lo siguiente: creo que debería instituirse el uso de la banda en la cabeza à la Juanito para todos los políticos, para explicitar la manera en que se han confundido con el símbolo; han llegado al convencimiento de que en efecto son sus nombres.
3. Una escena recurrente en una ciudad como el DF: un ejecutivo y un taquero tienen un breve encuentro:
-Buenos días, ¿qué tal?
-Bien jefe, ya sabe, dándole, ¿qué otra?
-Sí, ca’ón, ni hablar. Jajaja.
-Jejeje.
Y lo que acalambra es que lo hacen sin siquiera el más mínimo sentido de ironía: cual psicóticos lo presentan como totalmente literal—carentes hasta de un sesgo de humor. Bien, pues ya no los interpretemos: tomémoslo al pie de la letra…
1. ¿Porqué es considerada una grave ofensa llamar a alguien un inútil? ¿Por qué motivo nos indigna e insulta que nos digan así? ¿Qué acaso la inutilidad no suele ser una de nuestras metas máximas, vis a vis unas vacaciones? ¿Apoco no es para poder, por fin, ser inútiles, que somos tan afanosamente útiles? El ser inútil es un estado de soberanía, donde hemos dejado de ser objetos, utensilios disociados del reino del presente, meras funciones a futuro. Ser inútil significa que no somos un medio para un fin, sino el fin mismo. Al ser útiles, somos utilizados. Sin embargo cuando alguien nos llama inútil, en vez de considerarlo como un halago insuperable a la soberanía que nos constituye, tendemos a pensar en la incapacidad para cumplir con objetivos y propósitos básicos de supervivencia. Pinche inútil.
2. ¿Qué decir sobre la concepción del tiempo que habitamos—y, por ende, nos habita? Dentro del espectáculo de la utilidad, solemos, como parte del interminable show neurótico-obsesivo de meta tras meta tras meta, vivir el tiempo como si fuese una mercancía, un objeto, un recurso agotable. Otra pieza de nuestra colección de acumulables. La clave más obvia de esta noción la vemos claramente en una frase, ya entrañable al horror del llamado sentido común, como es: el tiempo es dinero. “Es un decir”, dirán, y sí, vaya que lo es, uno por el cual estructuramos nuestra vivencia del espacio y con ello nuestras actividades. Es una creencia con la que acabamos padeciendo declaraciones tales como: No me hagas perder el tiempo, el tiempo es oro, ándele que se nos acaba el tiempo, le he invertido muchas horas a este proyecto, he desperdiciado mi valiosísimo tiempo, no tengo tiempo, tanto tiempo sin vernos.
2. ¿Qué decir sobre la concepción del tiempo que habitamos—y, por ende, nos habita? Dentro del espectáculo de la utilidad, solemos, como parte del interminable show neurótico-obsesivo de meta tras meta tras meta, vivir el tiempo como si fuese una mercancía, un objeto, un recurso agotable. Otra pieza de nuestra colección de acumulables. La clave más obvia de esta noción la vemos claramente en una frase, ya entrañable al horror del llamado sentido común, como es: el tiempo es dinero. “Es un decir”, dirán, y sí, vaya que lo es, uno por el cual estructuramos nuestra vivencia del espacio y con ello nuestras actividades. Es una creencia con la que acabamos padeciendo declaraciones tales como: No me hagas perder el tiempo, el tiempo es oro, ándele que se nos acaba el tiempo, le he invertido muchas horas a este proyecto, he desperdiciado mi valiosísimo tiempo, no tengo tiempo, tanto tiempo sin vernos.
3. Una escena recurrente en una ciudad como el DF: un ejecutivo y un taquero tienen un breve encuentro:
-Buenos días, ¿qué tal?
-Bien jefe, ya sabe, dándole, ¿qué otra?
-Sí, ca’ón, ni hablar. Jajaja.
-Jejeje.
Habrá que recalcar de entrada el uso fático del lenguaje, por medio del cual se mantiene una especie de contacto y se asegura un nivel de confort. Pero notemos también el juego de máscaras. La que se pone el taquero para el banquero: de chambeador, cordial y templado, más allá de cualquier resentimiento; y la que se pone el banquero para el taquero, de comprensivo, emprendedor, libre de angustia y en el fondo, aún barrio. ¿Quién habló con quién?
Sería indispensable un análisis de los usos de la palabra “joven”. ¿Por qué cuando el tipo del valet bien podría ser abuelo (y quizás hasta lo sea) del galante chaval del Audi del año, responde—con disimulada atención/indolencia—al llamado de “joven”? ¿Qué no es así como se trataba a los esclavos afroamericanos en los EUA: “boy”? Infantilizando. ¿Será siquiera más sincero a que, como exhibiendo cierta ironía, se le llame “jefe”?
En fin, creo que considerar y analizar este tipo de situaciones podría propiciar una mejora en el cine mexicano. Ya que de donde más adolece el cine mexica es de sus diálogos. Nadie habla así. Y cómo no iba a ser el caso, si en general se construyen personajes romantizados desde la alienación de esos diálogos de máscara mutua, y estilizados para complacer a un supuesto espectador, también idealizado desde la máscara mutua, con un par de risas enlatadas y agüebo.
4. ¿Alguien recuerda 1984, de George Orwell? Las premisas iniciales, bajo las cuales operaba la lógica del Big Brother eran: la esclavitud es libertad, la guerra es paz…¿Y qué me dicen del ministerio de Newspeak, donde reducían cada vez más el lenguaje a unas cuantas y selectas palabras, como para impedir que se pudiesen expresar claramente ciertas ideas? Ahora cada que prendo el radio encuentro mi espacio plagado de los deplorables y brutales anuncios de los partidos políticos—que nos cuestan una fortuna über-obscena a los paga tributos—.
En fin, creo que considerar y analizar este tipo de situaciones podría propiciar una mejora en el cine mexicano. Ya que de donde más adolece el cine mexica es de sus diálogos. Nadie habla así. Y cómo no iba a ser el caso, si en general se construyen personajes romantizados desde la alienación de esos diálogos de máscara mutua, y estilizados para complacer a un supuesto espectador, también idealizado desde la máscara mutua, con un par de risas enlatadas y agüebo.
4. ¿Alguien recuerda 1984, de George Orwell? Las premisas iniciales, bajo las cuales operaba la lógica del Big Brother eran: la esclavitud es libertad, la guerra es paz…¿Y qué me dicen del ministerio de Newspeak, donde reducían cada vez más el lenguaje a unas cuantas y selectas palabras, como para impedir que se pudiesen expresar claramente ciertas ideas? Ahora cada que prendo el radio encuentro mi espacio plagado de los deplorables y brutales anuncios de los partidos políticos—que nos cuestan una fortuna über-obscena a los paga tributos—.
Igual me encuentro con los espectaculares y volantes con los que atiborran la entrada del edificio donde habito. Pequeñas frases y traqueteos retóricos por los cuales hasta los sofistas más cínicos sentirían admiración y desprecio intermitentes. Un par de frases chaqueteras, bajo el rubro de que serán de impacto, pura publicidad sin siquiera el remanente de un producto. Veo tipos con corbatas amarillas, piochitas y aretes en el oído que osan clamar “soy open-mind”, soy flexible, novedad; niños con caras de bastardos dentones profesando devoción al partido oficial por esas magras becas (que les enseñan a sonreir al decir “mande”); escucho mujeres entredecir que ya no viven pasión alguna por sus maridos desempleados y que AMLO puede regresarles la virilidad/capital—como una suerte de viagra ideológica—; la nueva propuesta de Pena de Muerte con su hotline para mensajes de celular del Verde ecofascista; o el partido dictadura de a setenta años clamando su derecho a la impunidad e indiferencia con su rotundo “no caemos en provocaciones” (¿no sería mejor callar, entonces?).
Y lo que acalambra es que lo hacen sin siquiera el más mínimo sentido de ironía: cual psicóticos lo presentan como totalmente literal—carentes hasta de un sesgo de humor. Bien, pues ya no los interpretemos: tomémoslo al pie de la letra…
Ni hablar.
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