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“El guardador de rebaños”, de Alberto Caeiro
XLVIIIDesde la ventana más alta de mi casa
con un pañuelo blanco digo adiós
a mis versos que parten hacia la humanidad.
Y no estoy alegre ni triste.
Ése es el destino de los versos.
Los escribí y debo enseñárselos a todos
porque no puedo hacer lo contrario,
como la flor no puede ocultar el color,
ni el río ocultar que corre,
ni el árbol ocultar que da frutos.
Ved que ya van lejos, como en la diligencia
y yo sin quererlo siento pena
como un dolor en el cuerpo.
¿Quién sabe quién los leerá?
¿Quién sabe a qué manos irán?
Flor, me tomó mi destino para los ojos.
Árbol, me arrancaron los frutos para las bocas.
Río, el destino de mi agua era no quedarse en mí.
Me resigno y me siento casi alegre,
casi tan alegre como quien se cansa de estar triste.
¡Idos, idos de mí!
Pasa el árbol y se queda disperso por la Naturaleza.
Se marchita la flor y su polvo dura siempre.
Corre el río y entra en el mar y su agua es siempre la que fue suya.
Paso y me quedo, como el Universo.
con un pañuelo blanco digo adiós
a mis versos que parten hacia la humanidad.
Y no estoy alegre ni triste.
Ése es el destino de los versos.
Los escribí y debo enseñárselos a todos
porque no puedo hacer lo contrario,
como la flor no puede ocultar el color,
ni el río ocultar que corre,
ni el árbol ocultar que da frutos.
Ved que ya van lejos, como en la diligencia
y yo sin quererlo siento pena
como un dolor en el cuerpo.
¿Quién sabe quién los leerá?
¿Quién sabe a qué manos irán?
Flor, me tomó mi destino para los ojos.
Árbol, me arrancaron los frutos para las bocas.
Río, el destino de mi agua era no quedarse en mí.
Me resigno y me siento casi alegre,
casi tan alegre como quien se cansa de estar triste.
¡Idos, idos de mí!
Pasa el árbol y se queda disperso por la Naturaleza.
Se marchita la flor y su polvo dura siempre.
Corre el río y entra en el mar y su agua es siempre la que fue suya.
Paso y me quedo, como el Universo.
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