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¿Peligro o esperanza?
Bernardo Bátiz V.
E
n forma por demás inesperada y sorpresiva, un verdadero
descontóndirían en mi barrio, el titular formal del Poder Ejecutivo, Felipe Calderón Hinojosa, volvió a poner en circulación la perversa acusación en contra del dirigente político Andrés Manuel López Obrador, infundio creado por mercenarios extranjeros muy bien pagados, inventores del calificativo
peligro para México. A muchos les ha parecido imprudente o inoportuna la alusión a la calumnia del 2006, que tanto daño hizo a nuestra sociedad; a mi parecer, Calderón se está pasando de listo y que lo que busca, al recordar la canallada de la guerra sucia, en la que él mismo participó, es distraer al pueblo mexicano con una cortina de humo que oculte otros temas sin explicación ni excusa.
En este momento en México hay varios temas fundamentales para nuestro futuro, puestos en la mesa de la opinión pública independiente, pero por lo visto el presidente en funciones optó por impulsar al centro del debate nacional un asunto distractor de la atención, siempre agobiada por el bombardeo de imágenes, comentarios en voz engolada o francamente a gritos en las pantallas de televisión y en los micrófonos de la radio.
Enumero algunos de estos temas, que deberían de ser el centro de la atención y que la maniobra de Calderón pretende ocultar. Uno es el de la entrega, que es un regalo, a Televisa-Nextel, a través de la ya famosa licitación 21, de la concesión de una parte muy importante del espectro radioeléctrico, mediante un pago muy por debajo de su valor real.
Tan grave es el asunto, tan comprometedor para el titular formal del Ejecutivo, que un panista sui géneris, como es el legislador del mismo Partido Acción Nacional Javier Corral, se ha sumado y en momentos ha capitaneado el señalamiento de la arbitrariedad, del atraco, sobre el que no se han dado explicaciones convincentes.
Otro tema que requiere la atención de la ciudadanía es el proyecto de reformas constitucionales y legales para consumar, finalmente, la intentona que lleva ya dos sexenios, y que se resume en la propuesta de establecer una policía única para todo el país, atropellando la autonomía municipal e incumpliendo flagrantemente el pacto federal so pretexto del miedo cultivado y de la violencia descontrolada.
Lo que se quiere con esta propuesta, urdida desde el gobierno anterior e impuesta ya en parte, es crear una fuerza armada central, bajo el mando directo de un jefe que sólo reporte y dependa del presidente de la República. Ya de por sí la policía federal parece cada vez más una policía represiva de los años del fascismo europeo o del gobierno militarista de Pinochet; imaginémosla en un poco tiempo, cerca del cambio de gobierno, como una unidad armada, centralizada y rígida, a disposición de una sola persona, Felipe Calderón Hinojosa.
El tercer tema que en mi opinión pretende soslayarse y ocultarse tras las declaraciones distractoras es identificado en los medios como el michoacanazo, acción policiaca con fines políticos, detenida por varios jueces por conducto de sus resoluciones, al sostener, correctamente, que grabaciones anónimas y testigos encubiertos no son suficientes para acusar a nadie. Precisamente fue la Policía Federal la que en forma atropellada y violenta irrumpió en oficinas públicas del estado de Michoacán para detener en sus centros de trabajo a varios alcaldes, al procurador del estado y a otros servidores públicos sorprendidos y que ni se escondían ni se ocultaban.
Si eso sucede cuando el mando policiaco nacional no está aún en unas solas manos, qué será cuando una especie de zar contra la delincuencia sea quien pueda dar órdenes, fundadas o no, a todos los cuerpos policiacos del país. Nadie estará a salvo.
La intentona de Calderón será inútil, es torpe y obvia, pero no por ello debe dejarse pasar sin más; la verdad es que si al llamado
peligro para Méxicose le hubiera reconocido su triunfo en las elecciones de 2006, a estas alturas cuando menos dos refinerías estarían ya funcionando en el país, el sistema ferroviario se encontraría en proceso del rehabilitación, los índices de impunidad irían a la baja y con el ahorro que se obtuviera, como sucedió en la ciudad de México, obras públicas y programas de desarrollo social se estarían multiplicando en todo el territorio nacional.
Ante el desastre en el que nuestra patria se encuentra, resbalando cada vez más en la pendiente de la violencia, la inseguridad, la deshonestidad, la crisis educativa, el abandono del campo, el desempleo y la abismal desigualdad social que padecemos, López Obrador ciertamente no representa ningún peligro para México: por el contrario, el movimiento por él encabezado, que se extiende cada vez con más amplitud y es aceptado por millones, es la única esperanza de un cambio de fondo. Desde luego ningún peligro para México, como lo cree o simula creer Calderón; por el contrario, la esperanza de un cambio profundo a partir del voto popular, de la organización, del trabajo y con base en principios. Nada de violencia, sí mucho valor civil, constancia, congruencia y liderazgo popular.
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