tomado de FILOSOFÍA DIGITAL
LA EVOLUCIÓN VERTICAL, por Salvador de Madariaga
“Esta idea o arquetipo que designamos con el vocablo “el Creador”, no presupone nada en cuanto a su esencia que no sea lo que ya hemos visto de toda evidencia en la evolución: una inteligencia, una iniciativa, una fecundidad de creación estética, de la misma índole que las facultades humanas de análogo nombre, pero inconmensurables con ellas”.
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Habría que aportar a la idea de evolución, tal y como la entienden los biólogos, una corrección atrevida. Sí. Hay evolución; pero no horizontal, no por paso de unas formas a otras a través del tiempo; sino vertical; por surgir súbitamente las nuevas formas en la mente del Creador, y, por lo tanto, sin sumisión necesaria al medio. No obstante, tampoco a capricho ni por azar.
LA EVOLUCIÓN, VARIACIÓN DEL PENSAMIENTO CREADOR
La evolución sería, en su esencia, la variación del pensamiento creador que va dando de sí formas, unas detrás de otras, teniendo en cuenta las anteriores, pero no dependientes de ellas; variación dirigida que sabe donde va; y, sin embargo, libre y capaz de crear fantasías y carnavales naturales porque sí y por mera plétora de imaginación y potencia.
Vistas así las cosas, habría que considerar la postura oficial para con la evolución como una persistencia de la vaca; un prejuicio a favor de la tradición horizontal que se empeña en ver la vida como un rebaño de hechos, un río de lomos de vacas corriendo valle abajo; mientras que la observación de todo lo que no concuerda con este concepto horizontal de la evolución nos lleva a idear un Creador vertical en cuyo seno se produce la evolución de las ideas de las formas que luego hará penetrar en la realidad, no en horizontal, derivándolas de lo que precede, sino en surtidores verticales desde el fondo del río, como mutaciones, es decir, invenciones nuevas si bien, claro está, en relación con lo antiguo.
¿Qué importa?, se preguntará. Quizá importe mucho. Desde que surge el hombre, el Creador comparte la creación con su criatura. Si la creación es vertical, como parece evidente, importa que el hombre mantenga para con las cosas una actitud de árbol más que de vaca, de qué más que de cómo, de innovación más que de evolución. Desde que el hombre existe, las gestas del Creador se realizan cada vez más por medio de los hombres. El imperio asombroso que el hombre viene alcanzando sobre la naturaleza en los últimos cien años, preludio, a lo que parece, de conquistas todavía más asombrosas, auguran para el hombre un porvenir de prodigio.
EL PORVENIR HUMANO DEPENDE DEL DE LA LIBERTAD
Pero es menester rendirse a la evidencia. Este porvenir no podrá realizarse si la calidad no se salva de la cantidad; si el árbol no se salva de las vacas. Sobran indicios en las sociedades modernas de una rebelión de la cantidad contra la calidad, como ya en su día lo anunció magistralmente Ortega. Hay sociedades enteras que ya viven bajo el imperio de la cantidad; y los éxitos interestelares de la Unión Soviética no debieran alimentar ilusión alguna sobre este peligro. El porvenir humano depende del porvenir de la libertad, para que los tallos de más altura intrínseca puedan lograrlo sin estorbo.
Así, pues, a las numerosas razones que cabe aducir en defensa de la libertad humana, viene ahora a añadirse la que bien pudiera ser más honda y más henchida de significado. ¡Paso al hombre como instrumento del Creador! Por él, si puede y osa unir inteligencia, iniciativa y capacidad creadora, por él actuará el Espíritu. Y no nos arredre el mugido nivelador de las vacas cuantitativas contra este vocablo claro, símbolo supremo de calidad y de ímpetu vertical.
Esta idea o arquetipo que designamos con el vocablo “el Creador”, no presupone nada en cuanto a su esencia que no sea lo que ya hemos visto de toda evidencia en la evolución: una inteligencia, una iniciativa, una fecundidad de creación estética, de la misma índole que las facultades humanas de análogo nombre, pero inconmensurables con ellas.
En cuanto a lo demás, el espíritu del hombre, mientras la vaca pace a sus pies, seguirá por los siglos de los siglos elevando y tendiendo al cielo sus brazos como ramas de árbol, ansiando y anhelando aunque no sea más que rozar con las puntas de los dedos, las yemas de las ramas, el velo azul que cubre el misterio.
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