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miércoles, 24 de marzo de 2010

MÉXICO: "LA REVOLUCIÓN ASEDIADA", de Friederich Katz

texto copiado de EL BUSCÓN   http://www.fractal.com.mx



Historia oculta de una revolución que prefirió
negociar su curso y sus límites con ingleses,
norteamericanos y alemanes antes de internarse
por la senda del holocausto.
Cuando las llamas de la guerra de Vietnam devoraron el sudeste asiático entre 1954 y 1968, un país de aquella región se mantuvo en una paz precaria. Fue Camboya donde el gobierno del príncipe Norodon Sihanouk logró preservar su neutralidad. En 1969, un golpe de estado apoyado por los Estados Unidos derrocó a Sihanouk. Comenzó entonces un periodo de horror que culminó finalmente con el aniquilamiento de más de un tercio (casi la mitad) de la población camboyana.
En 1917/18, México encaró en muchos aspectos –como lo revelan documentos hasta ahora desconocidos de los archivos británicos, alemanes y norteamericanos- un peligro similar, cuando poderosas fuerzas exteriores intentaron arrastrar al país hacia la vorágine de la primera guerra mundial. Las consecuencias para su sobrevivencia como nación independiente hubieran sido incalculables.
En las páginas que siguen, el historiador Friederich Katz intenta mostrar que el curso de la revolución mexicana estuvo determinado por factores internos y externos estrechamente vinculados.* Algunas de las manifestaciones más espectaculares de la intervención externa, aunque no necesariamente las más decisivas, como los momentos de confrontación entre el gobierno norteamericano y la revolución mexicana (intervención del embajador Henry Lane Wilson en el derrocamiento de Madero, la ocupación norteamericana de Veracruz, la expedición punitiva en contra de Villa, etcétera) han sido estudiados con mucho detalle. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de las múltiples y secretas actividades de Alemania y Gran Bretaña en México durante los años 1917/18. Lo mismo sucede con el factor externo que tuvo el mayor impacto en el curso de la revolución mexicana, y que ha sido el menos estudiado: la política de cooptación del movimiento revolucionario (que algunos de sus representantes como Villa no comprendieran durante largo tiempo) realizada por los gobiernos y las empresas extranjeras.
La visión que nos ofrece Friederich Katz de la revolución mexicana no sólo es inédita e innovadora, sino que señala un verdadero punto de partida en la forma de concebir la historia nacional: una crítica implacable a la historia concebida como una actividad puramente ideológica, tan común entre las interpretaciones de la revolución mexicana.
El 9 de mayo de 1918, el Gabinete de Guerra británico se reunió en Londres. Eran tiempos sombríos para el gobierno inglés. La primera guerra mundial se hallaba en pleno apogeo. Poco tiempo atrás los alemanes habían emprendido una de las mayores ofensivas y las tropas británicas se tambaleaban ante el acoso del ejército alemán. Y no obstante las malas noticias del frente, ese día el Gabinete de Guerra no se ocupó de tan apremiante asunto, sino de otro más bien remoto: los planes para un golpe de Estado en contra del gobierno revolucionario de Venustiano Carranza. El Brittish General Staff había propuesto al Gabinete de Guerra “el repudio definitivo del gobierno de Carranza acompañado y seguido de su derrocamiento”. La propuesta debería ser transmitida de inmediato al gobierno norteamericano. Ambos gobiernos, el inglés y el norteamericano, reconocerían y armarían a las fuerzas conservadoras en México con el efecto de derrocar a Carranza. Dos motivos habían dado origen al plan del General Staff: por un lado, el temor británico de que Carranza colaboraba con los alemanes y, por el otro, el resentimiento provocado por las confiscaciones de propiedades inglesas practicadas por el nuevo gobierno de México.
En realidad, la propuesta del General Staff no era sino la culminación de una larga lista de planes para derrocar al gobierno carrancista promovidos por diversas instancias del gobierno británico. Algunos meses antes, el encargado británico en México, Thurstan, se había ocupado de formular el posible sostén ideológico de los planes golpistas. Según Thurstan, el problema principal de México era “que el gigante experimento consistente en dirigir al país con la intervención de los indios estaba condenado al fracaso más desastroso”. Para el embajador la única salvación de México consistía en hacer llegar al poder “hombres de educación y sangre blancas”. Como resultado del golpe, continúa Thurstan, “podremos tener acceso al poder de los hombres blancos en México, de los elementos decentes que son los únicos capaces de dar a México una forma real de gobierno, hombres que serán aceptados por la mayoría del pueblo de México, que nos deberán su existencia como gobierno y con quienes nos relacionaremos fraternalmente”.
Una de las tareas para lograr este propósito aparece formulada en un memorándum redactado por un negociante inglés de nombre Bouchier. Su plan resultó ser tan serio que la embajada británica en Washington lo transmitió a la Foreign Office (Oficina de Asuntos Exteriores) en Londres, donde fue considerado con especial interés.
En el plan, Bouchier proponía “la infusión de nueva sangre al partido reaccionario para que éste pudiese derrocar a Carranza y su banda”. Recomendaba también obtener ayuda de los revolucionarios que se oponían a Carranza, tomando las precauciones necesarias. Villa, escribe Bouchier, debería “ser utilizado para fines específicos”; y si abusaba de su posición sería “extremadamente fácil deshacerse de él en algún accidente”. Y mientras que Villa debería ser aniquilado después de emplear sus servicios, la política a seguir frente a Zapata debería ser distinta. “Zapata –observa Bouchier- es un hombre malo y sus tropas no respetan principios, pero servirán a nuestros propósitos hasta que subsecuentemente sean disciplinadas o arrasadas por medio de métodos de concentración, que es la única manera de vérselas con estos hombres debido a la accidentada naturaleza de su territorio”. La idea de Bouchier de utilizar los servicios de Villa y Zapata para después asesinar a Villa, arrasar a las tropas de Zapata y confinar a la población de Morelos en campos de concentración, fascinó a los militares británicos.
Pero los ingleses no eran los únicos que pensaban en métodos tan violentamente devastadores para “resolver” los problemas de México. Las otras potencias no se quedaban atrás.
En mayo de 1915 el canciller alemán Gottlieb von Jagow brindó su apoyo a un plan urdido por agentes alemanes, que consistía en provocar una guerra entre México y Estados Unidos para mantener ocupados a los norteamericanos y obstaculizar su intervención en la guerra europea. Un año y medio después, su sucesor, Arthur Zimmerman, envió su famosa propuesta al gobierno de México. En ella se llamaba a México y Alemania a establecer una alianza en caso de que los Estados Unidos declararan la guerra a la segunda. A cambio se ofrecía la restitución de Texas, Arizona y Nuevo México, así como la ayuda militar y financiera a México. Toda la oferta era un engaño como Zimmerman lo hizo saber claramente a un diputado alemán en una conversación confidencial. Si México hubiera aceptado la propuesta y atacado a los Estados Unidos, Zimmerman jamás hubiera ratificado la alianza dejando a México consumirse en su propio destino.
Cuando en la primavera de 1917 México contempló la posibilidad de romper relaciones con Alemania, el embajador alemán en México respondió organizando un complot contra el gobierno de Carranza. “Hace poco menos de un año, en abril, -asienta el informe del embajador- consideré necesario asegurar nuestra posición. Miembros del Senado y del Congreso presionaron a Carranza para romper relaciones con Alemania en vista de las dificultades económicas. Tuve encuentros confidenciales con influyentes generales; doce de ellos organizaron una asociación secreta. A pesar de estar potencialmente comprometidos con Carranza, me aseguraron que se levantarían en armas contra él si llegaban a un acuerdo con los Estados Unidos a nuestra costa”. Al mismo tiempo, el embajador soñaba en convertirse en el último conquistador de México. “México –escribe- está orientado hacia Berlín. El legado de Hernando Cortés, que se extiende más allá del Ecuador, está vacante. Humboldt describe bastante bien su trascendencia. Es hora de aceptar el reto. Al ataque. Desacatemos la ley del vecino fuerte y él débil como lo hicimos en Bósforo”.
Como si el asedio de los gobiernos de Inglaterra y Alemania no fuera suficiente, las compañías petroleras norteamericanas también soñaban con derrocar a Carranza. Según informes recibidos por el Departamento de Estado norteamericano, la Standard Oil firmó un acuerdo secreto con Eduardo Iturbide, político conservador, y con el oficial del Departamento de Estado encargado de los asuntos mexicanos, León Canova, para preparar una “revolución” en México, según el Departamento de Estado, “el objetivo principal de la revolución consistía en obtener el control del petróleo en Tampico y hacerse de los barcos alemanes, que circundaban aguas mexicanas. Para ello se llegó a un acuerdo con la participación de Corwin, Swain y Helmm de la Standard Oil y el Departamento de Estado”.
La Standard Oil aportó 5.5 millones de dólares para la realización del plan.
Estos no son más que algunos de los complots y las conspiraciones que describo en mi libro “La guerra secreta en México”, que muestran las semejanzas entre la situación que vivió México en 1917-1918 y la que enfrentó Camboya recientemente.
A diferencia del príncipe de Camboya Norodom Sihanouk, Carranza tuvo éxito en el empeño de mantener la neutralidad del país, cuya independencia estuvo mucho más amenazada de lo que generalmente se supone.
Los métodos empleados por las grandes potencias en la época no eran exclusivos al caso mexicano. Durante la primera guerra mundial, las potencias europeas practicaron una estrategia que los Estados Unidos venían aplicando desde un buen tiempo atrás: utilizar para sus propios objetivos movimientos nacionalistas y revolucionarios dirigidos contra sus rivales. Los británicos enviaron a Lawrence de Arabia a preparar un levantamiento contra los turcos, quienes estaban aliados con los alemanes. Los alemanes permitieron a Lenin cruzar por Alemania internarse en la Rusia revolucionaria con la esperanza de que ésta fuese apartada de la guerra. Y por el contrario, muchos líderes revolucionarios utilizaron las rivalidades entre las grandes potencias que sus objetivos, y algunos de ellos, como Lenin, tuvieron bastante éxito.
En muchos sentidos la dirección revolucionaria de México también tuvo éxito en el manejo de las rivalidades entre las grandes potencias. A pesar de todos los golpes y contra-golpes, México logró preservar su integridad territorial, su independencia y su neutralidad en la primera guerra mundial.
Esto no significa que la revolución mexicana fue inmune a la influencia exterior. El fracaso de las agresiones exteriores y el hecho de que los Estados Unidos tuvieron que retirar dos veces sus tropas del país sin logran imponer sus condiciones inducen, frecuentemente, la conclusión de que las fuerzas exteriores no tuvieron nada que ver en el destino de la revolución mexicana. Nada más equivocado: los factores exteriores dejaron profundas huellas –aunque muchas veces indirectas- en el desarrollo de la revolución.
Uno de los principales problemas que se le presentan al historiador en el estudio de esta revolución es la cuestión agraria. Presente en todos los programas revolucionarios, desde el Plan de Ayala hasta la Constitución de 1917, la cuestión agraria jugó un papel decisivo. Cientos de campesinos lucharon en algún momento en las filas de los ejércitos revolucionarios. Y a finales de 1914, su lucha engendró una de las principales condiciones para un cambio en el sistema de tenencia de la tierra. Y más aún, para un cambio social general: la destrucción del viejo ejército federal, que fue vencido y disuelto en muchos lugares.
Los hacendados, otro grupo, social que se opuso tenazmente a los cambios agrarios también fueron debilitados. Centenares de terratenientes huyeron de las regiones controladas por el nuevo estado. Revolucionarios y observadores extranjeros vieron en ese proceso el inicio de un cambio social irreversible. La tierra sería otorgada o devuelta a los campesinos y la hacienda se convertiría en una institución social y económica de segundo orden en el campo mexicano.
Sin embargo, en los años 20 los acontecimientos adoptaron otro curso. Sucedió lo contrario. Tan sólo tres años después de que los revolucionarios derrotaron a Huerta y dos años más tarde de que Carranza asumiera los objetivos de la reforma agraria en enero de 1915, las formas pre-revolucionarias de tenencia de la tierra habían sido restauradas en la mayor parte de México. En un proceso que se desconocía hasta hoy en su mayor parte, y que revelan documentos recientemente descubiertos, los hacendados mexicanos reconquistaron el dominio de sus propiedades.
Esto fue una de las múltiples causas de la ruptura entre Villa y Carranza según uno de los más importantes asesores intelectuales de Villa, Silvestre Terrazas. En una carta dirigida a otro líder revolucionario Terrazas escribe: “Uno de los líderes quiere actuar muy radicalmente, confiscando las propiedades del enemigo y expulsando a los elementos corruptos; el otro desaprueba su conducta, propone la restitución de algunas de las propiedades confiscadas y se deja influenciar por un número infinito de enemigos, que día tras día lo apartan de los propósitos, principios y objetivos de la revolución.”

Este proceso fue tan abrupto como ineficaz la oposición de algunos de los seguidores radicales de Carranza. En 1916, uno de ellos, Francisco Múgica, se queja amargamente de la política de Carranza en una carta dirigida a otro radical de la fracción constitucionalista, Salvador Alvarado: “Estoy en desacuerdo con la política general que se ha seguido... Se ha creado una comisión agraria para vigilar el funcionamiento de esta ley. Todo ha terminado en un fracaso completo; a pesar del hecho de que sólo se han dado los primeros pasos para resolver la cuestión agraria, ya se han adoptado medidas que ponen fin a estos pasos antes de que se hayan puesto en práctica... Cuándo estuve en la capital en febrero y marzo de este año vi como zapatistas, villistas y miembros de la Convención eran más perseguidos que los seguidores de Huerta... ¿Adonde conduce todo esto, mi estimado General?”.
Al mismo tiempo, A. E. Worswick, un representante de la Eagle Company que al principio había sido particularmente hostil hacia Carranza, revivió su opinión y reportó a sus superiores en Londres: “Se observa una tendencia hacia el conservadurismo ahora que el gobierno se ha logrado establecer y ya no es tan dependiente de los elementos militares radicales. No hay duda de que Carranza está haciendo todo lo posible para liberarse de los extremistas, y el signo más esperanzador es que está comenzando a integrar a los puestos gubernamentales a elementos del antiguo régimen. Pesqueira me dijo que esta es su política definida, y cuando los odios engendrados por la revolución empiecen a languidecer, su propósito es utilizar los servicios de los mejores elementos del antiguo gobierno, consolidando su posición y aplacando a los que llaman los reaccionarios... Usted sabe probablemente que ya devolvieron las propiedades de José Limantour, también las de Ignacio Torres y está prometida una ley de amnistía en julio que traerá de regreso a cientos de emigrés. Esperamos también que la Ciudad vaya adoptando el aspecto de los viejos tiempos.”
¿Se debió a esta evolución sólo a factores internos o también los elementos externos jugaron un papel en la conformación de la historia social de la revolución? En “La guerra secreta en México” me propongo mostrar que uno de los factores más importantes que determinaron el curso de la reforma agraria y el cambio social fue la alianza de la administración de Woodrow Wilson y las mayores compañías norteamericanas con los revolucionarios mexicanos.
En 1913/14 la administración del presidente norteamericano Wilson apoyó tanto a Carranza como a Villa en su lucha contra el gobierno de Huerta. La actitud de Wilson se debió a múltiples motivos. El más evidente fue el acercamiento de Huerta al gobierno británico y a las compañías petroleras inglesas. Un móvil más complejo fue la esperanza del presidente norteamericano de establecer en México una situación donde progresara, según sus propias palabras, el sistema de la “libre empresa”, permitiendo a los revolucionarios llevar a cabo reformas sustanciales que no afectaran intereses americanos. También hubo móviles políticos internos. Wilson fue electo gracias a un programa de oposición a las grandes corporaciones y México era su primera prueba en política exterior: la primera ocasión para demostrar su liberalismo.
La favorable actitud que mostraron las grandes compañías norteamericanas hacia Carranza y Villa tiene una explicación bastante sencilla: la mayoría esperaban que ambos terminaran con la presencia británica. Pero, sobre todo, la revolución dio muestras de su generosidad hacia ellas cuando permitió que los atemorizados terratenientes mexicanos y empresarios europeos vendieran sus posesiones a muy bajos precios a compañías norteamericanas, temiendo que les fueran expropiadas sin compensación alguna.
¿Pero cuál fue la influencia real de estas alianzas en el curso de la revolución? ¿Se debe al carácter conservador de la política social y económica de Carranza, y en particular su obstinado rechazo a continuar la reforma agraria, a presiones externas? ¿Fue su victoria, y la consecuente derrota de la fracción convencionalista, el resultado de la acción de las grandes compañías norteamericanas y la administración de Wilson?
No es imposible que si la presión americana, las restricciones y los impuestos a las propiedades norteamericanas hubieran sido mayores. Los inversionistas de aquel país tendrían que haber renunciado a sus derechos como extranjeros y hubieran sido sometidos a una amplia gama de controles. Sin embargo, no existe ninguna evidencia de que Carranza o alguno de los líderes de las fracciones victoriosas tuvieran previsto un programa de nacionalizaciones o abrazaran ideas socialistas. Además de las restricciones y los impuestos a las empresas extranjeras, probablemente hubieran tratado de diversificar las inversiones y atraer inversionistas de otros países, particularmente de Alemania y Japón.
Con respecto a la reforma agraria tampoco hay evidencias de que Carranza o alguno de los líderes del movimiento fueran obstaculizados de llevarla a la práctica por presiones externas. Simplemente no tenían el propósito de impulsar el cambio de la estructura agraria del país. Pero el hecho de que Carranza pudo realizar su política y ganar la supremacía sin hacer concesiones considerables al campesinado está relacionado, aunque indirectamente, a la política norteamericana.
Poco tiempo después del estallido de la revuelta constitucionalista, en mayo de 1913, Delbert G. Haff observa en un memorándum sobre la situación mexicana enviado a Woodrow Wilson por un grupo de compañías norteamericanas: “Los constitucionalistas se han quedado prácticamente sin recursos, es decir, sin fondos y han agotado, en su mayor parte, las fuentes de donde obtenerlos”. Algunos meses más tarde, gracias a la alianza con la administración de Wilson y las compañías norteamericanas, los constitucionalistas resolvieron el problema. No sólo recibieron un apoyo sustancial sino que se les permitió vender sus productos y comprar armas a lo largo de la frontera norteamericana (lo que ya sucedía aún antes de que Wilson levantara el embargo de venta de armas a México).
Sin estos recursos los revolucionarios del norte tendrían que haber operado de la misma manera que Zapata en el sur: recurriendo a la guerra de guerrillas. Esto hubiera implicado, como sucedió en Morelos, un grado tal de participación del campesinado, que la reforma agraria hubiera sido inevitable. Por el contrario, Carranza, gracias a la alianza con los Estados Unidos, aseguró los medios para realizar una guerra convencional y edificar un ejército regular, que pronto perdió su base popular y se transformó en un ejército profesional que podía enfrentarse a los campesinos sin miramientos.
La situación podría haber sido distinta si la Convención hubiera ganado la guerra civil. Si bien es cierto que en la fracción convencionalista había opositores a los cambios en el campo, sus líderes principales, Zapata y Villa, lucharon por profundas reformas sociales y se opusieron decididamente al proceso de restitución de las grandes propiedades emprendido por Carranza. El problema reside entonces en saber si la derrota de la Convención se debió directa o indirectamente a la presión, la intervención o la oposición extranjeras.
No cabe duda de que Carranza recibió una ayuda considerable de los Estados Unidos. El retiro de las fuerzas norteamericanas de Veracruz en el momento preciso en que Carranza fue capaz de ocupar la ciudad le dio una importante base de operaciones. Los impuestos pagados por las compañías petroleras representaron un enorme apoyo financiero para su movimiento. Al permitir a las tropas de Carranza cruzar la frontera de los Estados Unidos para atacar a Villa en Agua Prieta, Woodrow Wilson no dudó en apoyar al presidente mexicano a infligir la última gran derrota a Villa. Sin embargo, esta ayuda no fue decisiva. La ocupación de Veracruz ayudó a Carranza a sobrevivir, pero no le aseguró la victoria. El apoyo financiero de las compañías petroleras fue importante para su movimiento, pero otras compañías norteamericanas, particularmente las mineras, apoyaron a Villa al mismo tiempo. Y si bien es indudable que la batalla de Agua Prieta fue la derrota final de Villa, las batallas en las que perdió la supremacía militar, León y Celaya, se escenificaron antes de que los Estados Unidos reconocieran y apoyaran a su enemigo. No fue la influencia directa de los Estados Unidos, sino la indirecta la que jugó un papel decisivo en el conflicto interno que devoró a México. A diferencia de la ayuda norteamericana otorgada a Carranza, el abrazo de los Estados Unidos a Villa resultó mortal para el revolucionario. El hecho de que Villa tuvo la posibilidad de vender en los Estados Unidos el producto de las haciendas confiscadas y adquirir armas a cambio lo desvió de llevar a cabo una reforma agraria de gran escala en las primeras etapas de su movimiento. Los administradores que Villa nombró en las haciendas confiscadas resultaron visiblemente interesados en impedir las reformas y constituyeron una de las bases de la fracción conservadora del movimiento villista. La creciente dependencia de Villa de las armas que provenían de los Estados Unidos lo obligó a obtener cada vez más el reconocimiento norteamericano y a no incurrir en antagonismos provocados por los cambios sociales radicales. El respaldo financiero de las compañías norteamericanas le permitió imprimir grandes cantidades de papel dinero, pero su valor dependió cada vez más de la actitud de estas compañías. Esto tuvo un doble efecto. Por un lado, Villa se hizo extremadamente vulnerable a cualquier pérdida de confianza por parte de los intereses financieros norteamericanos. Por el otro, el apoyo le brindó los medios necesarios para transformar a su ejército popular en una fuerza militar profesional. El resultado de todos estos factores: la decisión de posponer la reforma agraria, no sólo se tradujo en la derrota de Villa al hacerlo perder el apoyo del campesinado, sino que también significó la posposición de la reforma agraria en la mayor parte de México.
Nadie ha hecho una apreciación más atinada del significado de esta posposición por parte de los villistas, que uno de los más lúcidos y más desconocidos asesores intelectuales de Villa, Federico González Garza. En septiembre de 1915, cuando la derrota campeaba en el horizonte, González Garza describe, visiblemente preocupado, la debilidad fundamental del movimiento de la Convención en una carta dirigida a su hermano Roque, quien encabezó el gobierno en la Ciudad de México durante un tiempo. La carta es a la vez un epitafio para el gobierno de Villa:
“Desde que Huerta fue derrocado, tenemos que aceptar que, desde el punto de vista práctico, de haber sabido conducir una expropiación ordenada sujeta a ciertas leyes estrictas, y haber realizado una distribución de la tierra orientada por un plan inteligente y sin violencia, habríamos creado nuevos intereses que hoy ayudarían a sostener el nuevo régimen. Así procedió la Asamblea Constitucional en el primer período de la revolución francesa: expropiando la tierra a los nobles y redistribuyéndolo de inmediato. Y esto constituyó la base de la resistencia del régimen republicano. A pesar de todos los horrores que acompañaron a la Convención, ni el Directorio ni el Consulado que le siguió lograron deshacer la obra de la primera Asamblea; tampoco lograron decretar la restitución de las propiedades confiscadas. Napoleón, convertido a sí mismo en un monarca, comprendió que para asegurar su poder no podía socavar la obra de la república, sino que por el contrario tuvo que ratificar, conformar e incorporar en forma de leyes e instituciones lo que había sido creado e implementado durante el periodo violento de la revolución. Si queremos crear una estructura sólida, no debemos olvidar las lecciones de la historia.”
Hay ciertos indicios de que hacia finales de 1915 Villa había aprendido “las lecciones de la historia” y decidió finalmente implementar la reforma agraria. Pero era demasiado tarde. El villismo no contaba con el poder suficiente para hacerlo.

El Buscón 2, Friederich Katz. Págs. 20 - 34


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