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martes, 9 de marzo de 2010

PINTURA MEXICANA DEL SIGLO XIX Y SUS APORTES A LA IDENTIDAD NACIONAL


artículo copiado de REVISTA ESPIRAL   http://www.revistaespiral.org



La pintura mexicana del siglo XIX y sus aportes en la búsqueda de una identidad nacional.
Manuel Guillén Guillén.
Historiador del Archivo Histórico de Ensenada

Como sabemos, toda obra de arte no surge de manera aislada en el tiempo y en el espacio, ésta corresponde a un momento histórico determinado, marcado a su vez por distintos procesos sociales y políticos. En nuestro caso, ese contexto estuvo representado por la formación del México independiente y su consiguiente consolidación, pero antes de ello tuvo que pasar por una larga travesía manifestada en luchas internas y externas.
El siglo decimonónico se inició prácticamente para nuestro país con el movimiento de independencia en 1810 y su culminación en 1821. Dando paso a constantes vaivenes políticos internos que se debatían entre el Primer Imperio Mexicano con Agustín de Iturbide, y posteriormente entre república centralista o federal. Así mismo, en la primera parte del siglo XIX México tuvo que enfrentar un intento de reconquista por parte de España, la independencia de Texas en 1836, una primera guerra con Francia, la llamada “Guerra de los Pasteles” en 1838, y la guerra contra los Estados Unidos en 1846-1848.
Para la segunda mitad del citado siglo siguieron los enfrentamientos entre liberales y conservadores, agravándose con la promulgación de la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma, dando origen a la Guerra de Tres Años (o de Reforma), posteriormente, una segunda intervención de Francia y la construcción del Segundo Imperio Mexicano con Maximiliano de Habsburgo entre 1863-1867. El conflicto terminó con el fusilamiento del emperador y sus generales Miguel Miramón y Tomás Mejía. Con este episodio se sellaba el conflicto liberal-conservador, pero se abría la división de los liberales y el posterior proceso del Porfiriato entre 1876 y 1911.
Es importante mencionar estos procesos, ya que marcaron el inicio de un desarrollo sumamente complicado tanto para liberales como para conservadores. Los primeros seguían una visión federal y republicana, producto del liberalismo estadounidense, así, su proyecto de progreso se basaba en el capitalismo y las libertades políticas. Por tales motivos se enfrentaron a la tradición colonial española, a la Iglesia católica y a la monarquía. Los conservadores eran de inclinación monárquica o centralista, lógicamente estaban en contra de la modernidad acelerada y caótica que representaban los modelos que perseguían los liberales, pero estaban concientes que ellos también pretendían el progreso de México, pero por otros medios y a otros ritmos.
Tal parece que con toda esta problemática las expresiones artísticas no hubieran tenido cabida, pero lejos de eso, sí las hubo, y también fueron un reflejo de lo antes descrito. Cuando un nuevo grupo llega al poder, éste trata de justificarse a sí mismo, y una manera de hacerlo es negar o supeditar lo antes hecho, entre ello el arte. Por tal motivo la ilustración y la revolución francesa adoptó al arte greco-latino como símbolo de razón y belleza con la denominación de neoclásico, oponiéndose de tal manera al barroco y al rococó, símbolos del absolutismo. Fue en ese marco que la Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos se fundó en la Ciudad de México en 1785, basándose en los principios del neoclasicismo que imperaba en Europa. Posteriormente en 1867 se llamó Escuela Nacional de Bellas Artes.
Con la guerra de independencia prácticamente se vino abajo y no fue hasta 1843- 1847 que se reorganizó y empezó una nueva fase como rectora del arte nacional. De tal manera que durante la primera mitad del siglo se tratará de dejar a un lado el arte barroco visto como producto de la Colonia, lo cual equivalía a una etapa oscura en la historia del nuevo país que se estaba forjando. Por tales razones, el movimiento exagerado, el color y la pasión propios del barroco pasaron a segundo término y su lugar fue ocupado por la serenidad y calma del neoclásico.
A grandes rasgos, la pintura del siglo XIX se puede dividir en tres etapas: una representada por los extranjeros en la primera mitad del periodo analizado, la segunda por la reapertura de la Academia, y la tercera por el arte independiente que se produjo sobretodo en otros Estados de la República. Iniciando con la primera, ésta estuvo representada por pintores que fueron atraídos por la naturaleza mexicana y su arqueología, sobretodo en las zonas del valle de México, y del sureste. Otra temática sin dudas fue el vestido y las costumbres de los pobladores de distintas regiones.
Tenemos pues, al italiano Claudio Linati (1790-1832), quien además hizo un valioso aporte mediante la introducción de la litografía en 1826, y dos años después en Bruselas, publicó un libro con el título de Trajes civiles, militares y religiosos de México, lo que nos marca claramente los intereses antes mencionados. Otro ejemplo fue el alemán Juan Mauricio Rugendas (1802-1858), que estuvo en el país de 1831 a 1834 y uno de sus cuadros más representativos es Corrida de toros en la Plaza de San Pablo; donde se pueden observar detalles históricos en la bandera que adornan el lugar, así como la vestimenta mestiza y criolla, aunque resulta anacrónico hablar de estas clasificaciones usadas en el Virreinato.
Claudio Linati. Jovencita de Tehuantepec, 1830.

Juan Mauricio Rugendas. Corrida de toros en la Plaza de San Pablo, 1833.
Como diría Justino Fernández en cuanto a la importancia de los pintores extranjeros: “Descubrieron el paisaje mexicano, la naturaleza americana, que tanto admiraron, y todos fueron atraídos por las costumbres e indumentarias típicas, indígenas y criollas, que dieron a conocer en Europa con positiva novedad.”Pero más allá de dar a conocer ese paisaje e indumentaria, fue importante su presencia, ya que de alguna manera suplieron la ausencia academicista, e hicieron contribuciones con sus técnicas obtenidas en sus respectivos países, gracias a sus travesías por el territorio nacional dieron cierto impulso a la pintura mexicana, estas obras pues, también son mexicanas no sólo por el hecho de haber sido pintadas en el país, sino por las circunstancias en que se hicieron y las temáticas representadas.

Con la segunda vertiente, “se inicia propiamente nuestro arte del siglo, académico y romántico, que vendrá a morir a principios de la centuria que corre [siglo XX].” Así lo dice de nueva cuenta Justino Fernández, por lo que debemos recordar que el romanticismo se da en Europa aproximadamente a finales del siglo XVIII y tuvo un aguje importante en la primera mitad del siglo XIX, aclarando que este movimiento presentó diferentes características y cronologías dependiendo del país que se aborde.
Surge precisamente contra lo que los románticos llamaban frialdad y racionalismo exacerbado del neoclásico, sumado al contexto económico de la mecanización. Así, la temática del romanticismo es de tinte nacionalista, naturalista, lo exótico y la visión interior del artista vinculada con el individualismo, además retoma a la edad media como fuente de inspiración.
A diferencia del romanticismo europeo, el desarrollado en México paradójicamente está basado en el ideal de belleza del neoclasicismo y durará más allá de la primera mitad del siglo XIX, como se dijo, termina hasta inicios del siglo XX, ello quizá nos indique que la formación del país y su consolidación requería de esa corriente en cuanto a las temáticas nacionales, históricas y naturales.

Para la reorganización de la Academia, se recurrió a maestros europeos, entre ellos Pelegrín Clavé (1810-1880), quien se hizo cargo de la disciplina de pintura. Clavé había iniciado su formación en Barcelona y la concluyó en Roma, donde estuvo en contacto con los nazarenos alemanes vinculados al romanticismo. Es indudable que también estuvo relacionado con el neoclasicismo, por tal motivo consideraba al rococó como una falta de respeto al arte, y se vio reflejado en los postulados que perseguía la Academia, como ya dijimos, ideales clásicos de belleza, pero por otra parte las temáticas eran naturalistas y religiosas (que en este caso sería más propio para el barroco colonial) y tenía una carga moralista, por ello los desnudos no fueron frecuentes.

La obra de Clavé fue fundamentalmente el retrato, donde se hace patente la idealización del modelo, que por lo general fue la esfera del poder político y económico de México, por ejemplo el retrato de 
Don Andrés Quintana Roo Retrato de una dama,pintado en 1849. En general la contribución de Clavé fue ser maestro de varios discípulos que llegaron a destacar como Santiago Rebull (1829-1902), entre otros; quienes terminaron su formación en Roma, respondiendo así, a la costumbre de la Academia de enviar con becas a sus mejores alumnos a Europa. De Rebull podemos citar obras como: Maximiliano y su esposa CarlotaLa muerte de Abel, 1851 y Sacrificio de Isaac, 1858.
Pelegrín Clavé. Retrato de una dama, 1849.
Santiago Rebull. Maximiliano y su esposa Carlota.
Otros de sus alumnos fueron José Obregón, (1838-1902) quien pinta en 1869 El descubrimiento del pulque; y Rodrigo Gutiérrez El senado de Tlaxcala. Dichas obras hacen clara su vinculación a los temas históricos pero sumergidos en el ideal de belleza clásica y resalta una postura romántica e incluso los temas descontextualizados por las imprecisiones de los procesos históricos.
José Obregón. El descubrimiento del pulque, 1869.



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La pintura mexicana del siglo XIX y sus aportes en la búsqueda de una identidad nacional.

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