El secreto de los últimos musulmanes en EspañaAdriana Cortés Koloffon |
– ¿Aún hay prejuicios sobre el tema de la literatura árabe?
– Me entristece decir que aún hay prejuicio en torno al tema, y de ello he sido víctima directa en algunas ocasiones. Con todo, la fuerza misma de los estudios sobre el campo, tan pertinente en la actualidad, es tal, que ello mismo va demoliendo antiguas fobias y malquerencias. Pienso que hay que comprenderlas sin asombro y con generosidad: la España del Siglo de Oro aún era parcialmente oriental, híbrida y mestiza, y esta verdad histórica no es fácil de asumir después de cinco siglos de silencio oficial. Aspiro con mi reciente libro a deshacer prejuicios y a abrir nuevas sendas de investigación. También aspiro a algo muy conmovedor para mí: a haber devuelto a la vida a toda una comunidad silenciada, que al fin puede hablar directamente a la posteridad. Su antiguo secreto es ahora de todos.
– ¿Por qué su interés en la literatura árabe?
– Para mí es un gran misterio el porqué de mi inclinación al mundo y a la cultura árabe. Sólo puedo recordar que los Reyes Magos me trajeron una noche la versión infantil de Las mil y una noches, con mi nombre “Lucecita” escrito en la portada. Para mí aquello resultó mágico: una mano ultramundana sabía mi nombre y lo escribía sobre un texto lleno de magia y misterio. Los pocos objetos orientales que había entonces en mi casa me imantaban de manera especial: un incensario, una daga toledana. Curioso: no tengo familia árabe y no había escuchado nunca el idioma cuando lo comencé a aprender a los dieciséis años, sola, con la única ayuda de un libro prestado por un amigo de origen libanés. Estudié literatura española en Puerto Rico, Madrid y New York, y ya en Harvard me dediqué al poeta más raro de las letras españolas: San Juan de la Cruz. Lo amaba por misterioso, pero sus enigmas no me ofendían, como a Menéndez Pelayo, sino que me enamoraban. Raimundo Lida, mi director de tesis doctoral, quedó tan impresionado con la contrapartida islámica de San Juan, que el Departamento me becó y me mandó a Beirut a estudiar la lengua árabe y el misticismo islámico.
– ¿Qué reto implicó para usted la lectura de los textos de los últimos musulmanes en España?
Mezquita de Córdoba, España |
– La literatura secreta de los últimos musulmanes de España se conserva en manuscritos de los siglos XVI y XVII, inéditos en su mayoría. Estas crónicas clandestinas, redactadas en un castellano entreverado de aragonesismos y arabismos, están transliteradas con caracteres árabes. De ahí que el descifrar estos textos secretos constituya un reto, tanto para el hispanista como para el arabista, pues hay que saber los dos códigos –el español y el árabe– para poderlos leer. La primera noticia que nos dan estos códices es acerca del estado de hibridez cultural de los moriscos, que ya no podían expresarse en el árabe clásico de sus antepasados, sino en el idioma de sus opresores, el castellano. De otra parte, los textos que rescatamos hoy del olvido también nos permiten hacernos un cuadro más adecuado de la literatura española del Siglo de Oro: hoy sabemos que, junto a los autores que hoy consideramos clásicos, como Garcilaso, Lope, Cervantes y Quevedo, había una literatura subterránea y contestataria que los moriscos escribían desde la más estricta clandestinidad.
– ¿Por qué son incómodos estos textos para el lector occidental?
– Porque nos presentan un mundo cultural y religioso que pasó a ser prohibido y, por lo tanto, desconocido, sorprendente e incluso incómodo para nuestros ojos occidentales. Los textos, leídos en su conjunto, parecerían pensar a España al revés: celebran al profeta Mahoma–incluso en sonetos endecasílabos–, lloran la caída de Granada, denuncian a la Inquisición, reescriben leyendas pías y rituales religiosos islámicos, dan noticia de cómo huir clandestinamente de la España inquisitorial y cómo regresar a ella en secreto, tal como hizo el morisco Ricote. Por más, entre los tratados moriscos espigamos uno particularmente inaudito, que publiqué hace años como libro independiente y que ahora resumo y actualizo: El Kama Sutra español. Se trata de un opúsculo sobre la casuística matrimonial dentro del contexto islámico, en la que el autor, muy en la línea de sufíes devotos como Ahmad Zarruq, describe el acto sexual en todos sus pormenores y enseña a los esposos a orar mientras hacen el amor, ya que concibe el sexo como un acto sagrado que nos lleva a la contemplación misma de Dios. Además, como se trata de un morisco musulmán que es, a la vez, español, no tiene reparos en entreverar las oraciones nupciales que recomienda con sonetos de Lope de Vega. El Fénix, sin duda, se hubiera asombrado de verse incluido en el texto, tan asombroso desde el punto de vista cultural, de este morisco anónimo que fue su contemporáneo.
– ¿Puede considerarse fronteriza a la literatura aljamiada?
– Definitivamente, los códices moriscos son textos fronterizos y a caballo entre dos culturas, la occidental y la islámica. Lo híbrido, como se sabe, siempre es difícil de clasificar y de interpretar. Creo que algunos postulados de Homi Bhabha sobre la literatura postcolonial se podrían aplicar con fortuna a la literatura aljamiado-morisca: el espacio textual híbrido, cambiante, fluido y abierto crea un “tercer espacio” literario. En este tipo de literatura mestiza, los conceptos monolíticos raciales o nacionales se disuelven en espacios entrecruzados, en intersticios, en fisuras, en fronteras inciertas: estamos ante el nuevo producto de la fusión entre dos culturas, que siempre es un proceso indeterminado. Este “tercer espacio” ya no corresponde a ninguna de las dos culturas que litigan entre sí en el texto. La literatura aljamiada es las dos cosas a la vez: literatura española y literatura islámica, y aún más: es el tercer espacio del encuentro –y del choque– entre ambas. O, acaso, también el tercer espacio del intento de armonizarlas a las dos. Se nos hace difícil pensar, de otra parte, que a la altura del Renacimiento todavía España era tan semítica como para producir esta literatura apasionante que fue, de otra parte, contemporánea con la colonización de Indias. Muchos moriscos –igual que muchos judíos conversos– pasaron por cierto a Indias, y en el capítulo final de mi libro doy fe del caso del primer alcalde y médico de San Juan de Puerto Rico, a quien Ponce de León ii acusó de ser un morisco encubierto. Así que tengo un morisco compatriota puertorriqueño.
– ¿Qué puede decir sobre el Mancebo de Arévalo, uno de los criptomusulmanes más estudiados por los arabistas hoy en día?
– Es el autor morisco más misterioso de todo el corpus aljamiado. Tanto l. p. Harvey, su primer estudioso, como la editora de La Tafsira, su obra maestra, María Teresa Narváez, puertorriqueña por cierto como yo, exploran la obra del Mancebo, que ni siquiera legó su verdadero nombre a la posteridad. Este autor, cuyo lenguaje y estilo resultan sumamente extraños aun en el contexto de las letras moriscas, tiene, a mi entender, los pasajes testimoniales más apasionantes de todo el corpus secreto. Como si fuera un periodista avant la lettre, el Mancebo entrevista a los sobrevivientes de la caída de Granada, que le dicen, angustiados, cómo fue la tragedia de perder su ciudad y cómo los Reyes Católicos no tardaron en contravenir sus generosas capitulaciones de 1492.
– ¡Es sorprendente que el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, confesor de Isabel la Católica, haya contratado los servicios de una curandera musulmana!
– Los moriscos fueron herederos de una ilustrísima tradición médica islámica, heredera a su vez de la griega. Por ello, aun a la altura del Renacimiento eran respetados –y aun temidos– por los cristianos, quienes, en casos graves, solían recurrir a ellos. Muchas veces lo hacían en secreto. Ese fue el caso del cardenal Cisneros, que enferma en Granada en 1501. Ningún médico cristiano acierta a curarlo, por lo que hace venir a una mora sanadora que lo logra sanar con ungüentos y yerbas. El encuentro médico fue clandestino y ni siquiera sabemos el nombre de la benefactora del cardenal. Irónicamente, el mismo Cisneros había prohibido en 1498 que la comunidad cristiana se sirviera de “parteras moras”, y él mismo, en crisis, acude a la medicina morisca. Es obvio que ya las relaciones entre cristianos y musulmanes eran tan tirantes como peligrosas pero, aun así, la medicina morisca era vista con respeto.
– ¿Qué sorpresas nos depara la literatura aljamiada?
–Son muchas. En primer lugar, escuchamos por vez primera los las voces de los vencidos: los moriscos se quejan de la caída de Granada, de la venta en pública subasta de las damas moras granadinas, de la pérdida de los libros sagrados de su fe, de la desgracia de desaparecer como pueblo constituido. Desprecian la lengua española que se ven precisados a utilizar tan a su pesar, suspiran por el regreso de los alminares de las mezquitas, claman, ya desde el exilio en Berbería, contra la Inquisición que les pisaba los talones cuando aún estaban en la península. Con todo, también se comportan como el nostálgico morisco Ricote: entre líneas dejan ver su nostalgia por la tierra que los echó de sí y por su extraordinaria literatura, que tan bien se sabían: el romancero, Garcilaso, Quevedo, Lope. Incluso se apropian –tal es el caso del Mancebo de Arévalo– del dolido prólogo de la Celestina, de Fernando de Rojas, inspirado en el De remediis utriusque fortuna, de Petrarca, y lo interpretan como texto disidente de protesta política y religiosa. Así, por cierto, lo habría de interpretar cuatro siglos más tarde Stephen Gilman, leyendo entre líneas el angustiado agnosticismo del autor converso de la tragicomedia. Algunos autores moriscos, sobre todo los del exilio, llegan a tal extremo de indentificación con los valores de la España oficial que escriben novelas a la italiana, con pasajes no resultan no sólo maurófilos, sino incluso defensores de la sangre goda tan en boga en el ideario del establishment cristiano.
– ¿Dónde se encuentran los textos que sobrevivieron a la Inquisición ?
– Todo el corpus aljamiado que conservamos en las bibliotecas de España, París, Aix-en-Provence y otras bibliotecas europeas y orientales sobrevivió las pesquisas de la Inquisición. Contamos con más de doscientos códices, casi todos ellos descubiertos en pisos falsos y pilares huecos de casas de la región de Aragón que se demolieron en el siglo XIX. El hallazgo más célebre de todos es el de Almonacid de la Sierra , en el que se lograron salvar la mayoría de los manuscritos de la biblioteca secreta de un morisco del siglo xvi . Los manuscritos de otro hallazgo antiguo alimentaron el hogar y calentaron los pucheros de una casa por espacio de los meses crudos del invierno aragonés. Vincent Barletta calcula que allí se perderían hacia 270 libros, más del caudal total de códices aljamiados que tenemos en las bibliotecas de España. Con todo, los hallazgos continúan: ha habido otros en Ocaña, Tombuctú e incluso en Argelia. He gastado décadas en visitar las bibliotecas de Europa y Oriente a la zaga de muchos de estos manuscritos. Al principio de mis pesquisas, los códices de muchas bibliotecas aún estaban sin catalogar, por lo que el trabajo archivístico no resultaba nada fácil. De otra parte, como el tema de las letras aljamiadas aún resulta incómodo en ciertos círculos académicos, después de mis publicaciones se me dificultó por muchos años la entrada a alguna de estas bibliotecas. Todo ello se ha reparado al presente.
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