No sólo ocurre con los migrantes, que son vejados o expulsados de los países en los que buscan trabajo y mejores condiciones de vida. No es necesario ir al extranjero para ser objeto de discriminación. Basta con ser mexicanos y jóvenes para experimentar la humillante sensación de ser ajenos, de no tener cabida en ninguna parte, de carecer de mañana, de ser excluidos.
En la imaginación adolescente se construye una vida futura, un sueño. Ser médica o arquitecta, abogado, diseñador industrial, ingeniero aeronáutico, veterinaria, bióloga marina, experto en comunicaciones, sicólogo, matemática, historiador, arqueólogo, artista, socióloga, física, filósofo, tecnóloga, científico. Pondré todo mi esfuerzo –sueño con ellas y ellos–; si tengo éxito con mi trabajo serviré a la humanidad y a mi país. Voy a ayudar a mis padres y hermanos, algún día les compraré una casa… Pero el sueño se transforma en una terrible pesadilla.
Entre 100 mil y 200 mil jóvenes son rechazados cada periodo de ingreso en la educación superior. No hay lugar para ellos. ¿Qué van a hacer? ¿Construirán otros sueños? Pero tampoco hay empleos. Algo estamos haciendo muy mal.
Los jóvenes se inconforman con esa humillación. Este año, en Oaxaca, se instalaron en la Universidad Autónoma Benito Juárez y fueron apedreados por porros. Luego la policía les lanzó gases lacrimógenos. El mensaje es claro en esa entidad federativa: si mantienes tu sueño, te vamos a aplastar. Ésta es tu realidad, vete a la mierda, con todo y tu esperanza.
En la ciudad de México –lo que me recuerda que tenemos un país dentro de otro país–, los estudiantes rechazados hicieron marchas, mítines y labor de información en los semáforos. Recurrieron además a una protesta extrema, la huelga de hambre. Fue un movimiento sui géneris, pues aunque su inconformidad se dirigía también a las instituciones de educación superior, se enfocaron principalmente al gobierno federal, acudieron en busca de solución a la Secretaría de Educación Pública. Sí, ya sé, en estos movimientos de rechazados siempre se encuentran infiltrados provocadores, pero este hecho no logra opacar, a mi juicio, lo justo de las demandas de los jóvenes por tener un lugar en la educación superior.
Lograron en el Distrito Federal acuerdos que son paliativos, en los que se ofrecieron sitios en la educación a distancia y en las universidades privadas (incorporadas), mediante becas, y un ingreso posterior a las instituciones públicas dependiente de su rendimiento académico. Pero es innegable que aquí hay una bomba de tiempo. Es evidente el contraste con Oaxaca, gobernado por trogloditas. Hay que hablar primero con ellos y entenderlos, en lugar de tirarles piedras, como en las tiras cómicas de Tarzán: ¡Ugah! ¡Kriga! ¡Bundolo! ¡Mata!
Pero mejor vayamos a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En una publicación reciente de esta organización (Education at Glance 2008) puede observarse que el porcentaje de personas entre 25 y 34 años que han logrado obtener educación en el nivel terciario (que incluye educación superior, especialidades y posgrado) es en nuestro país de 19, mientras en Canadá es de 55; Estados Unidos, 39; Japón, 54, y Corea 53. Esto indica claramente que México va por un lado y el mundo por otro. Es indiscutible el papel de la educación superior y la investigación científica y tecnológica en el desarrollo del mundo de hoy. Pero en México, con las cifras más bajas de la OCDE, nos damos el lujo de excluir a casi 200 mil jóvenes de la educación superior, y se reducen, también ahora, las becas de posgrado que otorga el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Nuestro futuro se presenta así más que sombrío.
Por si fuera poco, la crisis económica, que las naciones con mayor potencial educativo comienzan a dejar atrás, se convierte en nuestro país en los próximos años en la certeza de recorte del gasto público. En las manos del gobierno panista, la educación superior pública se encuentra, quizá como nunca, en grave peligro.
Al Ejecutivo le importa muy poco la educación. Quienes han tomado en sus manos su defensa son, además de los universitarios, los legisladores. Se ha producido un cambio muy interesante en la composición de la Cámara de Diputados, que es en la que se aprueba el presupuesto. El partido del licenciado Felipe Calderón perdió curules en las pasadas elecciones. Esperemos que la nueva legislatura impida que se reduzca el presupuesto a las universidades públicas. Es imprescindible dotar al país de un potencial educativo para garantizar su desarrollo… y devolver a los jóvenes sus sueños.
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