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martes, 23 de febrero de 2010

NOVALIS, EL POETA ROMÁNTICO


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CÁNTICOS ESPIRITUALES

Desasido, andabas por la tierra suavemente,
como un espíritu.
A. W. Schlegel.
1
Qué hubiera sin tí sido? me pregunto.
¿Qué es lo que yo sin ti no hubiera sido?
Al temor y a la angustia destinado,
Sólo en el mundo hubiérame yo visto.
No sabría de cierto lo que amara,
Me sería el futuro un negro abismo;
Y cuando el corazón se conturbase
¿Quién dar podría a mi dolor alivio?
Consumido de amor y de tristeza
Fuérame el día cual la noche obscuro;
Sólo viera, a través de amargas lágrimas,
De nuestra vida el desbocado curso.
En mi hogar hallaría sólo angustia
Y perpetua inquietud dentro del mundo.
¿Quién sin un fiel amigo allá en el cielo
En la tierra podría estar seguro?
Pero Cristo se me ha manifestado
Y firmemente en Él desde ahora creo.
Vida de luz, !cuán presto tú disipas
La vacua obscuridad sin fundamento!
Sólo Él, sólo Él me ha vuelto hombre;
Claro el destino a su presencia veo;
La flora tropical, hasta en el Norte,
En torno surgirá del que yo quiero.
Hora de amor es para mi la vida;
Habla amor y es delicia el mundo todo;
De salud brota hierba en toda herida
Y todo corazón late de gozo.
Sus infinitos dones, cual un niño
Dócil y humilde, sonriendo acojo;
Cierto que entre nosotros Él alienta,
Aun cuando nos reunamos dos tan sólo.
Salid, salid por todos los caminos,
Id a buscar a los que van errantes,
Tendedles compasivos vuestra mano
Y a nuestra compañía convidadles.
El cielo ha descendido ya a la tierra;
Unidos todos en la fe veámosle.
De par en par también lo tendrá abierto
Aquel que en la fe nuestra comulgare.
El antiguo delirio del pecado
Anidaba de tiempo en nuestro pecho;
Meros juguetes del dolor y el goce,
En la noche vagábamos cual ciegos.
Parecía enemigo de los dioses
El hombre, un crimen cada acción; si el cielo
Pareció alguna vez querer hablarnos,
Tan sólo nos habló de muerte y miedo.
El corazón, la fuente de la vida,
De maldad al espíritu alojaba;
Aun en nuestros días más risueños,
Era inquietud tan sólo la ganancia.
Aquí en la tierra férreas ligaduras
A los hombres temblando aprisionaban:
El temor a la muerte justiciera
Ahogaba el postrer rasgo de esperanza.
Un salvador, un hijo de los hombres,
El gran libertador entonces vino,
Y encendió en lo interior de nuestro pecho
Fuego purificante de amor vivo.
Sólo entonces el cielo, como el nuestro
Antiguo solar patrio, abierto vimos;
Podíamos tener fe y esperanza,
Y con Dios nos sentíamos unidos.
Desapareció el pecado de nosotros;
Gozoso se volvió nuestro camino;
Como el mejor de todos los regalos
Se hizo presente de esta fe a los niños.
Así santificada nuestra vida,
Transcurrió como un sueño beatífico,
Y, apenas se notó, de tan sereno,
De nuestra muerte el tránsito temido.
Helo aquí aún a nuestro dulce Amado,
Envuelto en su esplendor maravilloso,
De espinas, su corona ensangrentada,
Acerbo llanto arranca a nuestros ojos.
Bienvenido nos sea todo hermano
Cuyas manos se tiendan a nosotros;
Limpio de corazón, pronto sazone
Del paraíso en fruto deleitoso.
2
Clarea ya por el lejano oriente,
Las horas grises huyen ya del mundo.
¡Oh, qué sorbo tan largo y tan profundo
De la luz en la misma excelsa fuente!
Colmado está tu anhelo, oh criatura;
Todo un Dios en amor se transfigura.
Por fin, la triste tierra ya visita
El hijo bendecido de los cielos;
Ya melodioso y gárrulo se agita
Viento de vida por los bajos suelos;
Reunir quiere en eternas llamaradas
Las chispas ya de tiempo dispersadas.
En todo seno ignoto de caverna,
De savia nueva surgen manantiales;
Sumérgese, por damos paz eterna,
De la vida en los túrbidos raudales;
A nosotros sus pías manos tiende,
Y, compasivo, a todo ruego atiende.
Deja que sus miradas amorosas
Penetren en la hondura de tu alma;
Déjate aprisionar, como entre rosas,
Por su amor que difunde eterna calma.
Los espíritus, todos en alianza,
Desde hoy comiencen una nueva danza.
No cejes hasta asir su mano amada;
Sus rayos en ti imprime arrobadores;
Hacia Él volverás siempre la mirada;
Si entero el corazón le has entregado,
Cual fiel esposa, le tendrás al lado.
Nuestra eres ya, divinidad, que un día
Tus iras fulminabas inclemente;
Ya desde el septentrión al mediodía
Reavivaste la célica simiente.
¡Oh, dejanos de Dios en los alcores
Aguardar los pimpollos y las flores.
3
El que velando solo, sin consuelo
En lágrimas derrama su dolor,
Al ver en sombras de aflicción y duelo
Envuelto cuanto yace en derredor;
El que la triste imagen del pasado,
Cual de un profundo abismo, ve surgir,
Y gravita hacia el fondo nunca hollado
De un dulce llanto le parece oír,
Es como el que un tesoro fabuloso
Viera allá abajo en brillador montón,
Y a Él se abalanzase codicioso,
Todo jadeante y ebrio de ilusión.
Del porvenir la inmensidad baldía
Ábrese pavorosa frente a Él,
Y, por la soledad, falto de guía,
Busca a sí mismo con furor cruel.
Yo caigo entre sus brazos sollozando;
Sin aliento, cual tú, también me hallé;
Mas de mi pesadumbre estoy sanando;
Do puedo descansar sin fin ya sé.
A mí y a ti el consuelo nos alienta
De aquel que tanto amó, sufrió y murió,
Y hasta el que desalmado le atormenta,
Al morir, sonriendo perdonó.
El murió y, sin embargo, a todas horas
Sientes su amor y en tu interior lo ves,
Y puedes en tus brazos, al que adoras,
Dulcemente estrechar, doquier estés.
Con nueva sangre y vida Él es quien riega
Tu carne, condena a perecer;
Si de tu corazón le haces entrega,
Vendrás por siempre el suyo a poseer.
Lo que perdí una vez, en Él he hallado;
También encuentro en Él cuanto amé yo,
Y eternamente queda a mí ligado
Lo que su mano a mí me devolvió.

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