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HACER BUENOS A LOS HOMBRES, RIDÍCULA OCUPACIÓN, por Oscar Wilde (I)
“Es a la propia raza a la que objeta, y respecto a la simpatía activa, que en nuestra época ha cambiado el rumbo de tantas personas valiosas, cree que tratar de hacer buenos a los demás es una ocupación tan ridícula como “la de golpear un tambor en un bosque para encontrar a un fugitivo”. Es malgastar energía. Eso es todo. Por tanto un hombre simpático es, a los ojos de Chuang Tzu, simplemente un hombre que está siempre tratando de ser algo más, y así desconoce la única excusa posible para su propia existencia. Sí; por increíble que parezca, este curioso pensador volvía la vista con cierta pena hacia la Edad de Oro, en que no existían exámenes de competencia, ni fastidiosos sistemas educativos, ni misioneros, ni comidas económicas para el pueblo, ni iglesias, ni sociedades humanitarias, ni insulsas lecturas acerca de los deberes de cada cual para con su semejante, ni tediosos sermones de tesis. No había conversaciones sobre hombres inteligentes, ni homenajes a hombres bondadosos. El intolerable sentido de la obligación era desconocido. Los hechos de la Humanidad no dejaban rastro, y sus asuntos no pasaban a manos de estúpidos historiadores con cargo a la posteridad.”
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Un eminente teólogo de Oxford indicó en cierta ocasión que su única objeción al progreso moderno era que se progresaba hacia adelante y no hacia atrás. Espero que mis lectores no sospechen que he caído en esta peligrosa herejía retrógrada. Pero debo admitir cándidamente que he llegado a la conclusión de que la crítica más cáustica sobre la vida moderna con que me he tropezado en estos últimos tiempos está contenida en los escritos de Chuang Tzu.
No hay duda de que la extensión de la educación popular ha hecho completamente familiar el nombre de este gran pensador al público general; pero, por culpa de unos pocos supercultos, me creo en le deber de establecer definitivamente quién era y de dar una breve reseña sobre su carácter y su filosofía.
ALGO MÁS QUE UN ILUMINADO: QUERÍA DESTRUIR LA SOCIEDAD
Chuang Tzu nació en el siglo IV antes de Jesucristo, en las riberas del río Amarillo, en la Tierra Florida, y aún se encuentran retratos del maravilloso sabio, sentado sobre el dragón volante de la contemplación. Chuang Tzu empleó su vida en predicar el gran credo de la Inacción y en señalar la inutilidad de todas las cosas útiles. “No hagas nada, y todo será hecho”, fue la doctrina que él heredó de su gran maestro Lao Tsé.
Chuang Tzu era algo más que un metafísico y un iluminado. Buscaba la forma de destruir la sociedad. No existe nada de sentimentalismo en él. Se compadece del rico más que del pobre, suponiendo que alguna vez se compadezca de alguien, y la prosperidad le parece cosa tan trágica como el sufrimiento. No siente nada de la moderna simpatía hacia los fracasos, ni tampoco está de acuerdo en que las recompensas sean siempre otorgadas, en el campo moral, a los que llegan los últimos en la carrera.
Es a la propia raza a la que objeta, y respecto a la simpatía activa, que en nuestra época ha cambiado el rumbo de tantas personas valiosas, cree que tratar de hacer buenos a los demás es una ocupación tan ridícula como “la de golpear un tambor en un bosque para encontrar a un fugitivo”. Es malgastar energía. Eso es todo. Por tanto un hombre simpático es, a los ojos de Chuang Tzu, simplemente un hombre que está siempre tratando de ser algo más, y así desconoce la única excusa posible para su propia existencia. (más…)
GOBERNANTES Y FILÁNTROPOS, DOS PESTES DE TODAS LAS ÉPOCAS, por Oscar Wilde (II)
“Todas las formas de gobierno son erróneas. No son científicas porque buscan alterar el desarrollo, el desenvolvimiento natural del hombre; son inmorales, porque, al interferir la vida individual, producen las más agresivas formas del egoísmo; son ignorantes, porque tratan de extender la educación; son destructoras consigo mismas, porque engendran la anarquía. Por supuesto, la moralidad es cosa diferente. Chuang Tzu dice que la gente se desquiciaba cuando empezaba a moralizar. Los hombres dejaban de ser espontáneos y de actuar por intuición. Se volvían presumidos y artificiosos y tan ciegos como para tener un propósito definido en la vida. Entonces aparecían los gobernantes y los filántropos, las dos pestes de todas las épocas. Los primeros trataban de oprimir al pueblo para obligarle a ser bueno y, ¡claro!, destruían la bondad natural del hombre. Los segundos constituían un grupo de agresivos entremetidos que sembraba la confusión por donde iba. Eran bastante estúpidos por tener principios, y bastante infelices para actuar como es debido. Todos ellos procedían con fines malvados, demostrando que el altruismo universal es tan malo en sus resultados como el egotismo universal. “
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Pero un endiablado día hizo su aparición el Filántropo, y con él surgió la malhadada idea del Gobierno. “No hay nada como dejar a la Humanidad sola; no hay nada peor que gobernar a la Humanidad”, dice Chuang Tzu.
Todas las formas de gobierno son erróneas. No son científicas porque buscan alterar el desarrollo, el desenvolvimiento natural del hombre; son inmorales, porque, al interferir la vida individual, producen las más agresivas formas del egoísmo; son ignorantes, porque tratan de extender la educación; son destructoras consigo mismas, porque engendran la anarquía.
LOS REFORMADORES NO CONOCEN LA VERGÜENZA
Chuang Tzu nos cuenta que “en tiempos remotos, el emperador Amarillo inculcó por primera vez la caridad y el deber en un semejante para que interfiriera la bondad natural existente en el corazón humano. Consecuencia de ello fue que Yao y Shun perdieron hasta el vello de sus piernas en sus esfuerzos por dar de comer al pueblo; destruyeron su econocmía interior para encontrar un cuarto donde alojar sus artificiales virtudes; desgastaron sus energías elaborando leyes, y, al final, fracasaron”. Al corazón humano, continúa diciendo nuestro filósofo, se le puede “forzar o excitar”, pero en cualquier caso el resultado es fatal.
Yao hizo al pueblo demasiado feliz y el pueblo no estaba satisfecho. Chieh lo hizo demasiado infeliz, y cada vez estaba más descontento. Entonces cada uno empezó a argüir la mejor manera de componer la sociedad. “Está completamente claro que algo debe hacerse”, se dijeron el uno al otro, y hubo una ofensiva general de leyes. Los resultados fueron tan desastrosos que el Gobierno del día tuvo que implantar el Terror, y como consecuencia de esto “los virtuosos hombres tuvieron que refugiarse en las cuevas de la montaña, mientras que los regidores del Estado se sentaban temblando en los ancestrales vestíbulos”.
Luego, cuando todo estaba sumido en un perfecto caos, los reformadores sociales subieron a las tribunas públicas y predicaron desde allí el remedio de los males que ellos y sus sistemas habían causado. ¡Los pobres reformadores sociales! “No conocen la vergüenza ni saben lo que es ruborizarse”, es el veredicto de Chuang Tzu con respecto a ellos. (más…)
EL HOMBRE PERFECTO, por Oscar Wilde (III)
“El hombre perfecto no hace más que contemplar el universo. No adopta posiciones absolutas. Deja que lo exterior cuide de sí mismo. Nada material le ofende, nada espiritual le castiga. Su equilibrio mental le da el imperio del mundo. Nunca es esclavo de los objetivos de la existencia. Sabe que, «igual que el mejor idioma es el nunca se habla, la mejor acción es la que nunca se hace». Sabe que las cosas son como son y que sus consecuencias serán las que deben ser. Su mente es el «espejo de la creación» y siempre está en paz. ¿Y cuál sería el destino de los gobernantes y políticos profesionales si llegásemos a la conclusión de que no hay mejor cosa que no gobernar a la Humanidad? Tal vez sea cierto que el ideal de la «autocultura» y del «autodesenvolvimiento» sea un ideal en una época como la nuestra, en que la mayoría de los pueblos están tan ansiosos de educar a sus habitantes que no tienen tiempo de educarse a sí mismos.”
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Entonces, según Chuang Tzu, ¿cuál es el hombre perfecto? ¿Y cuál es su forma de vida?
DEJAR QUE EL MUNDO CUIDE DE SÍ MISMO
El hombre perfecto no hace más que contemplar el universo. No adopta posiciones absolutas. Deja que lo exterior cuide de sí mismo. Nada material le ofende, nada espiritual le castiga. Su equilibrio mental le da el imperio del mundo. Nunca es esclavo de los objetivos de la existencia. Sabe que, “igual que el mejor idioma es el nunca se habla, la mejor acción es la que nunca se hace”.
Es pasivo y acepta las leyes de la vida. Permanece inactivo y ve como el mundo transforma sus propias virtudes. No trata de “descubrir sus propios actos buenos”. Sabe que las cosas son como son y que sus consecuencias serán las que deben ser. Su mente es el “espejo de la creación” y siempre está en paz.
Por supuesto, todo esto es excesivamente peligroso; pero debemos recordar que Chuang Tzu vivió hace más de dos mil años y nunca tuvo la oportunidad de contemplar nuestra sin rival civilización. Y es posible que si retornara a la tierra para visitarnos, tendría algo que decir… Se maravillaría, sí, de nuestros ideales; y su malestar crecería al ver lo que hemos hecho. Es mejor que Chuang Tzu no pueda volver. (más…)
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