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domingo, 28 de febrero de 2010

MARGO GLANTZ: Incansables ochenta años.

entrevista tomada de LA JORNADA SEMANAL(No. 782)   www.jornada.unam.mx


Incansables ochenta años

Adriana Cortés
entrevista con Margo Glantz

El jueves 28 de enero Margo Glantz cumplió ochenta años. A lo largo del año numerosos homenajes celebrarán su labor tanto como de escritora, profesora, divulgadora de la cultura y traductora. Apenas recibió la Medalla Bellas Artes cuando ya preparaba la maleta para viajar a India. También la Coordinación de Difusión Cultural, a través de la Dirección de Literatura de la UNAM, y la Facultad de Filosofía y Letras se han sumado a las celebraciones con una serie de mesas redondas. Autora de ensayo y narrativa, la profesora emérita de la UNAM, y profesora invitada en muchas universidades del extranjero, entre otras Yale y Princeton, merecedora, además, de múltiples premios a lo largo de su vida, conversa en esta entrevista sobre sus inicios como escritora de ficción, su labor docente, su experiencia en el movimiento del '68 como maestra de la Facultad de Filosofía y hace una confesión: haber nacido en una cebolla.

Foto: Marco Peláez/ archivo La Jornada
–Margo, cuando la conocí a fines de los ochenta, le pregunté dónde podía comprar sus libros y recuerdo que me dijo: “Yo no escribo bien”. ¿Por qué?
–Era una inseguridad respecto a escribir ficción. De niña fui muy tímida, cambié de escuela todo el tiempo. Nunca tuve tiempo de hacerme amigos. Era muy frágil la vida cotidiana por problemas económicos, etcétera, y crecí con un sentimiento de inferioridad muy grande. Me sentía fea, que no tenía ningún éxito con los muchachos. Cuando me sacaban a bailar el que era mi pareja se aburría conmigo terriblemente. O no me sacaban a bailar nunca en las fiestas. Paco López Cámara, mi primer marido que se enamoró mucho de mí, me pareció fascinante; no lo creía yo, por eso creo que lloraba tanto. Cuando me analicé me di cuenta de que ni era fea ni tonta y que realmente sí podía escribir. Una vez le llevé a Yáñez mis textos y me dijo que le interesaba lo que yo escribía, pero que eran fragmentos sueltos que necesitaban engarzarse como en un collar de perlas. Eso me dejó muy marcada, y como no sabía cómo engarzarlos pues no escribía.
–¿Le costó trabajo publicar sus primeros libros?
–Mucho. El primer libro que publiqué fue Viajes a México, crónicas extranjeras que ahora estoy recopilando para el tercer volumen de mis Obras reunidas, que fue producto de mi tesis doctoral en Europa y que después amplié. Se publicó inmediatamente. Luego publiqué una tesis de maestría sobre Tennessee Williams que me publicaron en la Universidad sin ningún problema. Pero cuando quise publicar mi primer libro de ficción: Las 1001 calorías, nadie me lo quiso publicar. Lo publiqué entonces a cuenta de autor, hice suscripciones y lo pagué así. Pagué la imprenta; me lo imprimieron en la Imprenta Madero y le pedí prestada la editorial a un amigo, Fernando Tola (a quien mucha gente detesta) que creó la Editorial Premiá. Parece que defraudó a varias editoriales españolas como Anagrama, Tusquets y Seix Barral cuando era independiente. No era una editorial muy santa pero él me dio la capacidad de poner en pie de imprenta “publicado por Premiá” aunque no tuvo nada que ver con la publicación de ese libro. En La Máquina de Escribir me publicaron después, a cuenta de autor, Doscientas ballenas azules. La fundaron Federico Campbell y Adriana Salinas casada entonces con Eduardo Hurtado. Cuando me hicieron una entrevista por Las 1001 calorías, novela dietética, la Universidad Veracruzana me ofreció publicar una recopilación de mis ensayos sobre literatura mexicana que habían aparecido en otras revistas, sobre todo en La Cultura en México, en Siempre. Publiqué entonces Repeticiones donde puse también mis artículos sobre la Onda. Arnaldo Orfila, en Siglo XXI, me ofreció –porque yo había hecho la revista Punto de Partida y había trabajado mucho con los jóvenes– que hiciera una antología de escritura joven en aquella época. José Emilio Pacheco tenía treinta y tres años, Salvador Elizondo era joven, yo misma era joven. Hicimos Onda y escritura después de que Xorge del Campo, que había publicado en Punto de Partida sus primeros textos, había hecho una antología para Siglo XXI. Luego me pidió Orfila que hiciera la de Onda y escritura, que fue muy importante porque definió un momento de la escritura en México; les puso una etiqueta que creo que puede no ser exacta pero que de algún modo permitió que se reconociera de una manera más compacta a ese movimiento, cosa que no me perdonan hasta la fecha.
–¿Cómo le hace para ser tan buena maestra?
–Le agradezco la... Creo que sí soy buena maestra. El otro día me encontré a un señor viejito que me dijo ¡maestra Glantz, usted fue mi maestra en la preparatoria y no la he olvidado! Entonces me hizo el día. Cuando regresé de Europa no tenía trabajo y mi marido [Paco López Cámara] y yo estábamos en condiciones muy difíciles, porque habíamos pasado cinco años en Europa y regresamos con las manos vacías a México, vivimos en casa de mis padres un tiempo y me ofrecieron un curso de Estética en la Preparatoria 4, lo que es ahora el Museo de San Carlos. Yo no sabía cómo enseñar porque había enseñado en Kinder, cuando tenía como veinte años. Entonces, estaba asustadísima, además no sabía nada de estética porque yo no era filósofa, entonces di Historia del Arte y desde el primer día (tenía cien alumnos) me di cuenta de que funcionaba muy bien como maestra. Fue maravilloso, yo creo que las clases en la Preparatoria con cien alumnos de Literatura Universal y Literatura Mexicana fueron extraordinarias. Tuve un seminario de Literatura Mexicana en la Preparatoria 5 y empecé a hacer que mis alumnos escribieran y publicamos dos folletos muy hermosos gracias a Huberto Batis que fue muy generoso (como siempre ha sido). Yo estimulaba muchísimo a los chicos y empezaban a hacer pininos en la escritura desde ese momento.
–Cuando regresó de París, donde cursó el doctorado, empezó a dar clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad. ¿Por qué decide fundar la revista Punto de Partida que continúa publicando la Dirección de Literatura de la UNAM?
–Cuando estaba en la Facultad en el año '66 se me ocurrió que era muy importante darle cabida en una revista universitaria que no existía, a los jóvenes, en Punto de Partida que sigue existiendo. Ahora que la reviso –van a hacer una mesa redonda en la Facultad de Filosofía sobre Punto de Partida– veo que escritores de la talla de David Huerta y de muchos otros: Agustín Monsreal, Marco Antonio Campos, Mónica Mansour, Elsa Cross, sus primeras cosas las publicaron allí. Releo la revista y veo que hay cosas muy interesantes; además era tan importante para mí la revista que me ponía a venderla en la Facultad con mis alumnos. Mandaba yo anuncios para que escribieran cuentos los de Veterinaria, los de Antropología, los de Arquitectura, los de Ciencias. Era una revista preciosa. La tipografía estaba cuidada y la maqueta la hizo uno de los más importantes pintores y grabadores uruguayos, Alfredo Lito, que era un hombre de una gran finura y timidez, y nadie se daba cuenta de lo extraordinario que era. Se regresó a Uruguay y era muy generoso: me ayudó a hacer la maqueta, a organizar cada uno de los números. Al mismo tiempo organicé talleres de crítica literarias, de ensayo general, de varia invención, de poesía, de narrativa, de artes plásticas. Colaboraron conmigo Salvador Novo, Julio Ortega, Julieta Campos, Juan García Ponce, Antonio Alatorre. Es impresionante cómo eran generosos esos escritores que se prestaban con un sueldo bajísimo a ayudarme a que la revista tuviera mucha más categoría. Fue uno de los períodos más intensos e interesantes de mi vida. Fue la época del '68. Algunos de mis alumnos fueron encarcelados, como Jaime Godet, que tuvo poliomielitis de niño y no pudo saltarse una barda. Yo empecé a hacer la revista porque me di cuenta de que algunos de mis alumnos eran de una brillantez extraordinaria y no quería que sus trabajos sólo fueran objeto de una calificación sino que además se sintieran estimulados. Teníamos mesas redondas. Yo hice un número de Punto de Partida dedicado a Fernando del Paso. Ese tipo de cosas son muy satisfactorias para mí. Cuando las recuerdo tengo el mismo entusiasmo que entonces. Creo que una de mis cualidades es que verdaderamente amo mi profesión, adoro dar clases y comunico ese entusiasmo y además leo bien.
–¿Cómo vivió el '68?
–El '68 fue la culminación de un período en que pensábamos que el país iba hacia delante y que era uno de los países más extraordinarios de la Tierra, que tenía un futuro extraordinario, que subíamos y subíamos, y además pensábamos (aunque en realidad no era cierto) que era un país totalmente libre, que podíamos decir lo que quisiéramos, que podíamos decir y escribir lo que quisiéramos, que teníamos libertad de cátedra absoluta. Creo que ahora en la Universidad se sigue manteniendo la libertad de cátedra y que en los periódicos pueden decir realmente lo que piensan.
–¿Usted ha llorado mucho?
–Yo lloraba mucho. Mi papá decía que había nacido enterrada en una cebolla, pero a partir de los cincuenta años ya no tuve más lágrimas, ya no lloro. De repente, hace como cinco años, oí una música de Schubert, la Fantasía en re menor o mayor, no me acuerdo bien, que es maravillosa –uso mucho esta palabra, como usted ve– y me puse a llorar como media hora, con sollozos que se oían hasta La Conchita, y no sé por qué lloré, porque me impresionó tanto oír de repente que Emil Gilels, un pianista ruso, tocaba la Fantasía con su hija, que la oí como cincuenta veces. Fue un impacto tal que me produjo un estado de llanto pantagruélico.
–¿Lloraba también por amor?
–Lloré por amor muchísimo. Si Paco López Cámara llegaba tarde, lo esperaba en la ventana como esposa abnegada. Cuando nos casamos en 1950 fue muy divertido, porque mis padres no querían que me casara con él pues no era judío. Yo tenía veinte años y en aquella época la mayoría de edad era a los veintiuno. Entonces me escapé de la casa y me casé clandestinamente con un vestido que ya me quedaba mal, las medias rotas y los zapatos rotos, y mis testigos fueron un albañil y un cerrajero; nos casamos en Iztacalco. El juez, que era muy divertido, se llamaba Rosario Tostado y Tostado, lo primero que nos dijo fue: “El matrimonio es horrible, es un camino de lágrimas, un camino espinoso, pero no se preocupen, hay una salida: el divorcio.” Luego nos dijo: “Margarita, cuando tu marido llegue borracho y lleno de marcas de labios de otras mujeres en la cara, tú con tus lágrimas límpiale los besos y luego con tu pelo enjúgale las lágrimas.” Yo tenía el pelo muy corto, entonces no me alcanzaba para enjugar ninguna lágrima. Fue muy divertido, pero luego lloré mucho y mis lágrimas las enjugaba en un pañuelo porque no había muchos kleenex entonces.
–¿Ha estado en terapia?
–Empecé a psicoanalizarme en el año '61, cuando mi hija Alina tenía un año, en los sesenta, y yo tenía muchos conflictos con mi marido y tenía yo muchos problemas también con asumir totalmente la maternidad. Necesité un análisis más profundo: el primero que tuve, que me ayudó no sé si a ser mejor madre –porque creo que no lo soy–, pero me ayudó a separarme de mi marido, a ser más independiente, a vivir de lo que yo ganaba, a no tener miedo a estar sola y a poder educar a mi hija trabajando de sol a sol, a ser mejor maestra y a escribir. Empecé a escribir crítica de teatro, aunque ya había escrito mi tesis en París, que veo que no es mala y estoy reformando para publicar en el tercer tomo de mis Obras reunidas [Fondo de Cultura Económica] sobre el siglo XIX mexicano. Tenía también mis trabajos de clase que no eran malos, eran bastante buenos. Pero había cierta inconciencia respecto a lo que una era realmente. Descubrí un don de escritora que no sabía que tenía y también una capacidad para la crítica. Que tenía una mirada constituida por otras miradas que se había constituido en la mía. La terapia me permitió abrirme a un mundo que para mí era fundamental: la escritura.

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