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domingo, 14 de febrero de 2010

CARMEN MIRANDA EN LA HABANA

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Carmen Miranda en La Habana
Josefina Ortega • La Habana
Fotos: Cortesía de la autora



Dicen que para ella la vida parecía un carnaval, aunque sus íntimos la describen como una frágil mujer, víctima de los barbitúricos.
De pequeña estatura, rubia y chispeante en exceso, con sus enormes sombreros de frutas y sus zapatos con altísima plataforma, María Do Carmen de Cunha y Miranda, su verdadero nombre, fue la brasileña más popular en todo el mundo durante las décadas de los años 40 y 50 del pasado siglo y, sin embargo, nació en Portugal, en 1914, en medio de una familia netamente lusitana, que emigró al gigante sudamericano cuando la pequeña apenas tenía un año.
Desde muy temprano soñó con ser artista pese a la oposición familiar. Un programa de radio de Río de Janeiro la lanzó a la fama y le permitió llegar en 1939 a EE.UU.
Con gran éxito se presentó en varios espectáculos musicales en Broadway —donde fue apodada como "la bomba brasileña"— y se trasladó a Hollywood, donde rodó 14 películas entre 1940 y 1953.
Con unas ganancias de más de 200 mil dólares, altísima para la época, se convirtió, en 1945, en la actriz mejor pagada de Hollywood, por encima incluso de Humphrey Bogart o Cary Grant. Y como cantante vendió más de diez millones de discos en todo el orbe de canciones como “Mamá yo quiero” o “Tico-tico”.
Su sonrisa picaresca
Lo suyo era la frivolidad, la alegría, la sensualidad y su sonrisa picaresca, pero lo cierto es que aquella “arrolladora tromba rítmica y colorida”, como la describió Reynaldo González, hechizaba a las multitudes dondequiera que se presentara.
En La Habana de julio de 1955, su actuación hizo época, aunque aquí coincidió con la mismísima María Félix cuya belleza no tenía parangón, pero en simpatía no le llegaba a los talones a la brasileña, que derrochó gracia por doquier y se metió al público en el bolsillo.
Eran dos divas muy distintas.
En Cuba a la reina de la samba se le esperó por mucho tiempo, y ella, según se cuenta, en deferencia, habló en español con absoluta fluidez.
El fastuoso cabaret Tropicana y las televisoras de reciente estreno vivieron algunos de sus momentos más estelares con la chispeante carioca, cantando y bailando, unas veces descalza y con la blusa arremangada sobre el talle.
“Cuando una artista como Carmen Miranda puede salir de su país y apoderarse del mundo, es porque su mensaje nacional es legítimo y ostenta una fuerza universal”, comentaba el cronista de una popular publicación habanera, en la que se hacía eco del sentir de los cubanos sobre tan carismática artista que nos enseñó, con una alegría contagiosa, a bailar los ritmos brasileños.
Venía de recorrer algunas ciudades europeas en una tournée publicitaria de sus películas y se quejaba —ella que derrochaba energía por todos sus poros— de un profundo cansancio, al que atribuía a “la gira más intensa de mi vida”.
Se encantó con Cuba, donde ella, su madre y su representante recibieron múltiples halagos. Se dice que podía disfrutar una semana libre entre su contrato con los empresarios cubanos Fox y Ardura y el cumplimiento de sus compromisos en California; pero aceptó una prórroga que la obligó a trabajar hasta horas antes de tomar el avión de regreso.
El ruido de los aplausos
Sin restablecerse del agotamiento llegó hasta Hollywood. “No lo hizo por dinero porque ya era muy rica”, según declaró el cronista Don Galaor. “Digamos mejor que el ruido de los aplausos la arrebataba”.
“En La Habana, —afirma Reynaldo González— en uno de esos ‘arrebatos’ escénicos, infringió por primera vez en público la ordenanza de los tiránicos productores estadounidenses que le habían diseñado una imagen artística con el permanente uso de altísimos tacones (plataformas) y turbantes que le escondían la cabellera con tanta saña que muchos la creían calva”.
Aquí se mostraba feliz y libre de inhibiciones.
Su relación con el público cubano fue cálida y sus contactos con los colegas insulares muy placenteros. Cuando le llamaban la atención sobre el urgente reposo, respondía que se sentía “viva”.
En Hollywood la aguardaban para filmar algunas películas televisivas. Para entonces su salud estaba muy deteriorada y aunque todavía era reconocida como una estrella, ya había comenzado su declive y trabajaba más para la televisión que para el cine.
“Al terminar un baile, Carmen perdió el equilibrio y se cayó”, declaró otro famoso de la época. “Creí que había tropezado, simplemente, pero al ayudarla a levantarse noté que no respiraba bien y que estaba como postrada.”
Fue su última presentación en público.
Falleció esa madrugada de un infarto en su habitación el 5 de agosto de 1955 en la primera planta de su mansión, mientras un grupo de amigos seguían de fiesta en la parte de abajo.
Murió demasiado joven.
La mataron su propia fama, los barbitúricos que siempre la acompañaron y el demoledor sistema de estrellas hollywodense.

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