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miércoles, 22 de octubre de 2008

ROSARIO CASTELLANOS: Una mujer universal

Rosario Castellanos


Rosario Castellanos: ser por la palabra*

Margarita Tapia Arizmendi

Escribo porque yo, un día, adolescente,
me incliné ante un espejo y no había nadie.
¿Se da cuenta ? El vacío.
Rosario Castellanos

Rosario Castellanos fue una de las primeras mujeres mexicanas que tuvo acceso a la educación superior institucionalizada. De ahí su convicción de que las culturas en general y la cultura mexicana en particular colocan a las mujeres, dentro del ámbito familiar y social en un plano inferior, así lo mostró desde el inicio con su tesis de Maestría en Filosofía, titulada. Sobre cultura femenina que sustentó en la Universidad Nacional Autónoma de México.[1]

Rosario Castellanos nació en México, Distrito Federal, el 25 de mayo de 1925. Vivió su infancia y adolescencia en Comitán, regresó a los dieciséis años a la ciudad de México. En la Universidad Nacional Autónoma de México estudió la licenciatura y la maestría en Filosofía. Años más tarde, colaboró con el doctor Ignacio Chávez, ocupando el cargo de Directora General de Información y Prensa (1960-1966). Por esta época y hasta 1974 fue catedrática de la Facultad de Filosofía y Letras. También promotora cultural en el Instituto de Ciencias y Artes en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y en el Instituto Nacional Indigenista. Por su destacada trayectoria recibió tres becas: en 1950 le concedió una beca el Instituto de Cultura Hispánica y permaneció en España de 1951- 1952; cuatro años después, en 1956 la beca Rockefeller; más tarde, la del Centro Mexicano de Escritores. Entre otros reconocimientos menciono: el Premio Chiapas 1958 por Balún Canán. Premio Xavier Villaurrutia 1961 por Ciudad Real. Premio Sor Juana Inés de la Cruz 1962, por Oficio de Tinieblas. Premio Carlos Trouyet de Letras, 1967. Premio Elías Sourasky de Letras, 1972. Rosario Castellanos incursionó en diversos géneros: poesía, novela, cuento, ensayo, teatro, periodismo y epistolar. Perteneció al grupo que integraban Jaime Sabines, Dolores Castro, Luisa Josefina Hernández y varios escritores hispanoamericanos. Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez, Otto Raúl González, Tito Monterroso y Carlos Illescas. La muerte de Rosario Castellanos ocurrió en Tel Aviv, el 7 de agosto de 1974, cumplía una misión diplomática, era embajadora de México en Israel.

La formación y la cultura universal[2] que durante los estudios universitarios adquirió y la lectura que practicó toda la vida, aunado a la lúcida inteligencia que poseía le permitió, desde mi punto de vista, asimilar que la desigualdad de las mujeres se sustentaba no en la naturaleza, no en la biología sino en la larga tradición cultural de sometimiento. En la resistencia a permitir la entrada de las mujeres, a las universidades y centros de enseñanza superior; a la dosificación de la educación e información femenina, de tal manera que ésta no representara una amenaza para la estructura patriarcal. Al hacer invisible el trabajo de las mujeres, al minimizar sus ideas y participación social, política, científica y económica, de forma tal, que no representara correr ningún riesgo; así lo consigna la autora en el texto Mujer que sabe latín...[3] “la mujer ha sido más que un fenómeno de la naturaleza, más que un componente de la sociedad, más que una criatura humana, un mito” (Castellanos, 1995: 9). Explicarse el proceso anterior la colocó en situación semejante a las mujeres rebeldes y de avanzada, generalmente extranjeras, que durante las décadas sesenta y setenta difundieron el juego que desde las elites capitalistas se venía haciendo en detrimento de los sectores sociales marginados. Los textos literarios que integran el volumen. Los convidados de agosto ilustra la actitud de las mujeres, representadas en esos personajes femeninos abnegados, burlados, maltratados y más todavía engañados por sí mismos, ubicados en mundos sentimentales de relaciones de uso, que Rosario Castellanos pone bajo la lupa irónica, estrategia retórica audaz para llevar a la reflexión. Porque atrevida como siempre fue, se dio cuenta que no poseíamos un idioma propio, que el español de España nos era ajeno y que hablábamos encubriendo los sentimientos y negando realidades que nos aquejaban y hacían cada vez más profundo el abismo entre el decir, el ser y el sentir. Y entonces emprendió la tarea de quitar máscaras, disfraces, endulzamientos, alabanzas y afectaciones; trabajó con el habla cotidiana y la transformó en literatura sin dejar de nombrar al pan, pan, y al vino, vino. Y se internó en el difícil camino de la desmitificación de la mujer, puso de manifiesto la otra cara de la moneda, al exponer no el lado amable de la maternidad, de la abnegación, del sometimiento, de la ignorancia, de la pobreza, del engaño, sino la cosificación de la mujer, la marginación, la no dignidad, que la autora extrae de la propia experiencia, y que veía repetirse una y otra vez, de generación en generación. “Escribía para que las mujeres viéramos reflejadas nuestras posibilidades de vida, para que estuviéramos conscientes de que podíamos intentar otros caminos que no fueran la soltería ominosa, ni un matrimonio apresurado, ni una soledad mortal” (Guerrero, 1985: 20). En el poema “Jornada de la soltera” habla del entorna en contra de la mujer que no ha resultado apetecible a ningún varón, y de que todo en su derredor la cuestiona, la culpa y nada le está permitido hacer, sólo esperar, esperar.

La soltera se afana en quehacer de ceniza,
en labores sin mérito y sin fruto;
y a la hora en que los deudos se congregan
alrededor del fuego, del relato,
se escucha el alarido
de una mujer que grita en un páramo inmenso
en el que cada peña, cada tronco
carcomido de incendios, cada rama
retorcida, es juez
o es un testigo sin misericordia (Castellanos, 1975: 175).

Rosario Castellanos ve, por otra parte, que la maternidad también encadena a la mujer, así dice: “ La señora, cuyo perpetuo embarazo le impedía hacer ejercicio y cuya progresiva gordura iba reduciéndola a inmovilidad completa...” (Castellanos, 1974: 207)4 Y sobre el intocable amor maternal también se pronuncia.

Soy madre de Gabriel: ya usted lo sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo (Castellanos, 1975: 289).

De otros asuntos, lastimosos e inherentes al ser humano, escribe Rosario Castellanos en Rito de iniciación, la envidia y la competencia entre escritores, ya se trate de varones o de mujeres, así como el problema de la histeria en la escritora famosa, en donde el ambiente académico y universitario se muestra sin maquillaje, tal cual, una selva de fieras en disputa por la fama y el poder.5 Por otra parte, de la aguda asimilación sobre el funcionamiento patriarcal, surge también, el interés por recrear esos mundos ficcionales de sujeción indígena y femenina, en obras narrativas como Oficio de tinieblas y Balún Canán o en su poemario Lívida Luz, del que la propia autora dice:

En ella llegue propiamente a la frialdad, a pesar de que escribí los poemas en estado de fiebre... en ellos reflexiono sobre el mundo, ya no como objeto de contemplación estética sino como lugar de lucha en el que uno está comprometido. Allí se reflejan las experiencias que tuve en Chiapas en mí trabajo para el Instituto Indigenista. En esos lugares la lucha ha llegado a extremos desgarradores de brutalidad. Allí también figuran mis experiencias en ciertos ambientes de la ciudad de México. Asimismo, aparecen lecturas sobre los temas sociales y políticos que, por entonces, comenzaron a interesarme de manera muy particular (Carballo, 1986: 523-524).

“Primera revelación” fue en verdad, el texto que constituyó el germen de las preocupaciones que acompañaron a Rosario Castellanos durante su vida, la religión (de la que me ocuparé más adelante) y el sentimiento de inferioridad, de éste último abundó en Balún Canán.6 En este breve cuento la perspectiva de la narradora adulta, desde el presente, se cruza con la perspectiva infantil al rescatar el recuerdo de la niña y el sentimiento compartido con Mario, su hermano menor. La narradora registra las diferencias, pero también las alianzas entre ellos, que van en función del modo de ser y de la presencia física. “Mario era de color moreno, sumamente ágil y de carácter alegre yo era macilenta, llorona, y ‘tenía un gesto de asombro’... Ahora me toca decir que estábamos unidos por algo mucho más fuerte que los lazos de la sangre, los intereses comunes o las simpatías temperamentales: el miedo” (Castellanos, 2002: 114). Las cosas que les causaban miedo eran los perros y Dios. La narradora recuerda que aceptaban de buen grado la idea de un Dios de larga barba blanca que castigaba a quienes no se portaban bien. Y en cuanto a las virtudes, las resumían en la obediencia, mas al aprender el catecismo se introdujo la idea del infierno, su mente infantil empezó a buscar la manera de esquivar la omnipresencia divina, pero quedó al descubierto el sueño, en donde Dios llamaba a Mario, surgió la culpa, se sintieron niños malos. Mario murió y al quedar bajo tierra, desde la perspectiva infantil, burló la omnipresencia divina. En este cuento se reconocen datos biográficos de Rosario Castellanos, por eso creemos que es el inicio de su actitud religiosa, claro que con abundantes transformaciones y honduras. En Apuntes para una declaración de fe, Rosario Castellanos registró, entre las variadas crisis de la adolescencia, la crisis religiosa, pero la propia autora reconoció que fue un poema mal logrado. En 1948, a los veintitrés años, escribió Trayectoria del polvo, poema de largo aliento que reveló una gran desolación, transcribo un fragmento, así inicia.

Me desgajé del sol (era la entraña
perpetua de la vida)
y me quedé lo mismo que la nube
suspensa en el vacío.
Como las llama lejos de la brasa,
como cuando se rompe un continente
y se derraman islas innumerables
sobre la superficie renovada del mar
que gime bajo el nombre de archipiélago.
Como el alud que expulsa la montaña
sacudida de ráfagas y voces (Castellanos, 1975: 17).

La autora de Trayectoria del polvo pensaba que la poesía era el único camino que permitía sobrevivir. “Las palabras poéticas constituyen el único modo de alcanzar lo permanente en este mundo. Por esos años, y después de una fuerte crisis religiosa, dejé de creer en la otra vida” (Carballo, 1986: 520). Posteriormente se ubica en la abstracción, en donde los poemas destilan intelectualidad, como en De la vigilia estéril y El rescate del mundo, la autora retorna a lo concreto, y a propósito de esos poemarios dijo. “Volví a una especie de religiosidad ya no católica a una vivencia religiosa del mundo, a sentirme ligada a las cosas desde un punto de vista emotivo y a considerarlas como objetos de contemplación estética. Me producía raptos de verdadero júbilo transformar en poemas lo que estaba junto a mí” (Ibíd.: 522). Durante su estancia en España lee asiduamente a Santa Teresa y San Agustín y se entusiasma con el misticismo, y confiesa: “[A] Dios, lo he perdido y no lo encuentro ni en la oración ni en la blasfemia, ni en el ascetismo ni en la sensualidad” (Castellanos, 1996: 15). Dentro de una larga carta que le escribió a Ricardo Guerra, a quien llamaba: “Mi querido niño Guerra” le contó su desaliento religioso.

Es que con este problema religioso yo no sé en qué voy a parar. Desde luego la religión es algo que jamás me ha sido indiferente y mucho menos ahora. Con mi corazón tengo un hambre horrible de ella pero cuando trato de acercarme a saciarme se me oponen una serie de objeciones de tipo (¡!) intelectual. Yo que jamás razono, que no tengo ninguna capacidad lógica y sobre todo en este caso ninguna instrucción religiosa me pongo a criticarla y a parecerme todo absurdo e irracional y por eso mismo inaceptable (Ibíd.: 114).

Emmanuel Carballo, al entrevistar a la autora de Poesía no eres tú, en 1964, preguntó. “¿Se impone el deslinde entre poesía y filosofía?” Rosario Castellanos contestó que entre los géneros literarios el que más se aproxima a la filosofía es la poesía. Sin embargo la diferencia radica en el lenguaje: “Si la filosofía tiene su principio de identidad, la poesía también lo tiene: es la metáfora. Para mí, la poesía es un ejercicio de ascetismo, un intento de llegar a la raíz de los objetos, intento que, por otros caminos, es la preocupación de la filosofía” (Carballo, 1986: 524).

Apunté antes que en el cuento, “Primera revelación”, se delinea otro asunto de vital importancia, el sentimiento de inferioridad que Rosario Castellanos aprendió en el seno familiar. Dice la narradora, incluso en los juegos infantiles el hermano era el rey y la niña sólo la princesa, él el actor y ella el público. Es su misma madre quien le reprende porque toca papeles que presumiblemente eran los títulos de las propiedades que estaban destinadas a su hermano Mario. Sus padres no lo dijeron con palabras pero ella entendió que hubieran preferido su muerte a cambio de la de Mario. Al morir sus padres, Rosario Castellanos heredó bienes raíces, que luego decidió entregar a los indígenas de Chiapas. Es con estos antecedentes “amorosos” que la escritora mexicana fue por el mundo. Se enamoró obstinadamente de Ricardo Guerra, él no correspondió de la manera que ella deseaba, incluso se casó con otra mujer, pero Rosario Castellanos no se dio por vencida, las 73 cartas, escritas en dos periodos de 1950 a 1958 y de 1966 a 1967, dieron testimonio de ese gran amor, al menos de ella hacia Ricardo Guerra. Se casaron en 1958, de sus múltiples embarazos sólo vivió Gabriel, pero las continuas infidelidades de ese don Juan, la envolvían en fuertes depresiones, ella se culpaba, bien fuera por ser fea o por tener un cuerpo poco atractivo o por sus continuos reclamos, sus celos. Su tragedia personal la llevó al valium 10, y a estancias en el hospital psiquiátrico e intentos de suicidio. En 1966 aceptó una invitación como profesora visitante a Madison Wisconsin, y allí se recuperó, se dedicó a su hijo, a sus clases. “Rosario Castellanos se fue revalorando y este fue un proceso doloroso porque fue conociéndose. Finalmente, en un acto de autoestima, se separa y pide el divorcio” (Castellanos, 1996: 22). Motivada por el desamor y el abandono de Ricardo Guerra, escribió el poema en prosa: Lamentación de Dido. Sin embargo, el poema no se circunscribe a la experiencia personal, se amplía hasta el plano universal, al referirse a una figura femenina mítica, que aparece en el libro Eneida de Virgilio, el personaje Dido es la mujer que Eneas también abandonó después de haber sido recibido junto con sus acompañantes y regalado con los mejores presentes y complacido por la propia Dido. Eneas fue dejando a esta mujer sumida en el vacío. El personaje como sabemos, se suicida, se incinera. Rosario Castellanos recoge la tradición literaria7 y escribe un largo poema sobre el efecto que el abandono hace en los seres humanos, así termina el poema: “Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no hay muerte. Porque el dolor -¿qué otra cosa soy más que dolor?- me ha hecho eterna” (Castellanos: 1975: 97). De toda esa experiencia dolorosa, de las heridas que le propinó el amor obtuvo relevantes reflexiones: “El amor me parece importante como un fenómeno esencial de la naturaleza humana, no como estado de ánimo que pueda durar uno o más minutos” Y luego agrega. “La única misión del amor es precisamente ésa: exponernos a la herida y luego desaparecer. No es algo que pueda cumplirse y alcanzar la plenitud. Su misión es la de romper el círculo del yo en que estamos encerrados y, de ese modo, comunicarnos con los demás” (Carballo, 1986: 524-525). He aquí algunas valiosas aportaciones a la filosofía de las pasiones humanas, de una de las primeras mujeres que combinó su formación filosófica con la escuela de la vida, que nutrió sus percepciones y reflexiones con el alimento del dolor, dolor intenso que experimentó dada su condición de poeta y su deslumbrante inteligencia.

Otro tópico emparentado con el amor, es la soledad, que ella entendió como la otra cara del amor, de la muerte, del destino. La autora de Oficio de tinieblas propició un cambio en la soledad, del plano individual al colectivo; ensanchando las preocupaciones hacia los otros, cambiando los pronombres, llevando al centro el nosotros, de origen prehispánico, desplazando el yo del egoísmo, el yo de la herencia occidental,8 es decir, encontró una salida humana, al abismo de la soledad, su narrativa está impregnada de esta filosofía. Sin embargo, si la muerte de Rosario Castellanos se interpreta como un accidente propiciado, deseado, estaría hablándonos de desesperanza, de cansancio, de desfallecimiento, podemos pensarlo de este modo. Pero a mí me parece que además de lo antes señalado, hay otras circunstancias que es necesario meditar. Rosario Castellanos poseía, como hemos constatado, una inteligencia brillante, un grado intenso de sensibilidad, un encuentro con la palabra y el descubrimiento de la ironía que le proporcionaron el conocimiento de sí misma, y buscó llenar el vacío, esa nada que le aterró al mirarse en el espejo.

Búsqueda que conduce al desciframiento del mundo y del hombre. Al mismo tiempo, esa búsqueda despierta en el espíritu insaciable de esta mujer mexicana, un anhelo por alcanzar el absoluto, demanda que sufren y experimentan artistas, escritores, filósofos, pintores, escultores, cineastas, actores, músicos, etc., quienes pese a sus alcances, a sus aportaciones, no aceptan sus limitaciones humanas porque en sus búsquedas han probado las mieles del conocimiento y de las verdades, y quieren la perfección,9 la plenitud, sienten que su obra es menor,10 que les falta mucho, que su creación artística, o sus alcances filosóficos no responden a sus expectativas. De ahí, Rosario Castellanos reunió su obra poética bajo un título que negaba a la poesía, la nombró Poesía no eres tú, porque desde las experiencias espirituales y estéticas de su autora, aún no era poesía, y al mismo tiempo la ofreció al lector,11 para que éste la complete y la haga suya, entonces quizá se transforme en Poesía eres tú.

Notas

[1] A través de futuras reflexiones sobre los efectos de la programación cultural destinada a la mujer, Rosario Castellanos escribió en Mujer que sabe latín..., (1995: 20), las siguientes ideas que muestran una perspectiva alentadora. “Con una fuerza a la que no doblega ninguna coerción; con una terquedad a la que no convence ningún alegato; con una persistencia que no disminuye ante ningún fracaso, la mujer rompe los modelos que la sociedad le propone y le impone para alcanzar su imagen auténtica y consumarse -y consumirse- en ella.”

[2] Basta advertir la diversidad temática de sus ensayos y artículos periodísticos para corroborar los alcances de sus intereses, inquietudes, preocupaciones humanas y académicas. Los múltiples textos que publicó en Juicios sumarios, El uso de la palabra, El mar y sus pescaditos, Declaración de fe, Mujer que sabe latín... revelan que Rosario Castellanos fue una escritora puesta al día, enterada de lo que ocurría en el mundo sobre la cultura general y de la literatura en particular, y siempre en una actitud crítica. Se leen en estos libros cuestiones sobre distintas personalidades: Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Brecht, T.S. Eliot, Heine, Henríquez Ureña, Sor Juana, Violette Leduc, Sergio Galindo, María Luisa Bombal, etc.

[3] Mary Louise Pratt. “’No me interrumpas’: las mujeres y el ensayo latinoamericano” (2000: 76). Esta autora encuentra que existe un corpus de ensayos latinoamericanos, escritos por mujeres, que ha sido soslayado por el canon, entre esos textos menciona. Mujer que sabe latín...

4 “El hombre del destino” tituló la escritora al texto de donde tomé la cita, se refiere a Lázaro Cárdenas, quien al realizar la Reforma Agraria ocasionó que la familia de Rosario Castellanos perdiera las propiedades que le aseguraban una vida cómoda sin preocupaciones. Así lo mejor era estudiar una carrera, por eso le da las gracias. “Y a la hora de hacer un balance entre las dos formas de vida (la que Cárdenas hizo imposible y la que Cárdenas hizo posible) yo no sabría decir cuál hubiera sido la más feliz, la más tranquila, la más exenta de sobresaltos. Pero sí sé que la que tuve fue la más responsable, la más plena y la más humana”, en (Castellanos, 1974): 204-208).

5 Rito de iniciación, novela escrita al estilo del Noveau Roman que Rosario Castellanos conocía bien. Al leerla a algunos de sus amigos, recibió una dura crítica y decidió recoger los ejemplares y destruirlos. Pero afortunadamente el original fue encontrado por Eduardo Mejía y publicado en 1996. Considero que este texto literario es crucial para conocer la poética de esta escritora.

6 José Emilio Pacheco “Nota preliminar” (Castellanos, 1974: 12): “la buena recepción crítica que tuvo en otros idiomas Balún-Canán contribuyó a abrir camino a lo que después se llamaría el boom de la literatura hispanoamericana...”

7 La autora del poema Lamentación de Dido sabia en su oficio, empleó esa estrategia, la de recurrir a la tradición literaria, en el personaje Dido prototipo del abandono, porque de este modo escapa de lo sentimental que tanto critica en las actitudes de algunas mujeres y en la producción lírica de un buen número de poetas latinoamericanas, en el ensayo Declaración de fe, en donde muestra el oficio crítico sin concesiones. Como bien señala Dolores Castro en “Evocación y poesía” (1985: 17), poeta y gran amiga de la autora de Lamentación de Dido, Rosario Castellanos habla de: “el dolor de todos”.

8 Carlos Lenkersdorf, conferencia magistral, 2º Congreso Internacional de Retórica, celebrado en la Ciudad de México del 21 al 25 de abril de 2003. Lenkersdorf, estudioso de la retórica maya-tojolobal, encuentra que en esos pueblos se conserva la organización colectiva, en donde la comunidad estudia los problemas y busca las soluciones, hasta alcanzar acuerdos colectivos, él dice que impera el nosotros, no el yo, como en nuestra sociedad.

9 En el artículo periodístico titulado “Génesis de una embajadora” (Castellanos, 1974: 219-222), Rosario Castellanos habla de sus múltiples nacimientos: “Pues en mi caso particular mi primera aparición en el mundo fue más bien decepcionante para los espectadores, lo cual, como era de esperarse me produjo una frustración. Por lo pronto yo no era un niño (que es lo que llena de regocijo a las familias), sino una niña”. Refiere otro de sus nacimientos: “Y así fue como escribí y publiqué mis primeros versos. A los diez años ya estaba perfectamente instalada en poetisa”. En la adolescencia buscó otro nacimiento: “después de las consabidas crisis fisiológicas, vocacionales y emotivas, volví a nacer. Igual de poetisa que antes, sólo que ahora un poquito menos flaca y con el cabello trenzable, aunque con una miopía digna de un lector más asiduo que el que entonces ya era”. Siguió el tiempo en la Facultad de Filosofía y Letras, pero el siguiente renacimiento ocurrió al ir a trabajar con los indios de Chiapas. Luego, dice en su estilo irónico, para cumplir con las exigencias de la sociedad, a quienes aspiran al rol de esposa: “Me quité los moños, me puse lentes de contacto, me compré una colección de vestidos nuevos. En fin, tomé todas las providencias que toman los animales cuando se trata de perpetuar la especie... al dar a luz a Gabriel, me di a luz a mí misma como madre...” “Y de pronto otra encarnación: encargada de una oficina burocrática de la Universidad bajo el rectorado del doctor Chávez”. Y agrega. “Yo reencarné como maestra de literatura en el extranjero y luego en México. Al principio no le atinaba, pero acabé por darle el golpe”. “Y de pronto ¡zas! Que me nombran embajadora. Otro oficio, otros horizontes, una vida nueva. Yo acepté porque –como decía antes- me encanta estar naciendo”. Verdad que Rosario Castellanos buscó la perfección, toda su vida, yo creo que al fin la alcanzó.

10 Bajo este mismo tenor Elena Poniatowska cita, en el “Prólogo” a Rosario Castellanos (1996: 18), un fragmento de un texto epistolar, del 14 de septiembre de 1966, en donde Rosario Castellanos se cuestiona sobre su oficio de escritora: “¿Soy o no soy una escritora? ¿Puedo escribir? ¿Qué?” Poniatowska se asombra porque para esta fecha Rosario Castellanos había publicado gran parte de su obra narrativa y poética y había sido reconocida con numerosos premios.

11 Idea que comparto plenamente con Manuel Muñoz Aguado “La poética de Rosario Castellanos” (1985: 33), quien advierte al interpretar la obra literaria de Rosario Castellanos: “El lector es el puente en el que desemboca la creación; es en este sentido complemento del poeta...”

Margarita Tapia Arizmendi
Universidad Autónoma del Estado de México
Julio 2006

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