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viernes, 20 de agosto de 2010

FILOSOFÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX: ORTEGA Y GASSET


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FILOSOFÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX: ORTEGA Y GASSET

I. LA IDEA DE LA FILOSOFÍA

I. 1. Rasgos de la filosofía

En su obra ¿Qué es filosofía? Ortega define esta disciplina como “el estudio radical de la totalidad del Universo”, y presenta algunos de sus rasgos principales: Principio de autonomía: el filósofo no debe dar por buenas las verdades conquistadas por otros saberes, debe admitir como verdadero sólo aquello que se le muestre a él mismo con evidencia. Este afán por la autonomía le llevará a la búsqueda de un dato que presente evidencia absoluta, de una realidad primera y radical (el vivir). Principio de pantonomía o universalismo: las ciencias (biología, física, química...) se interesan por una parte de la realidad, la filosofía lo hace por el todo, por el Universo en general; el filósofo hace una valoración de la región del ser que le interesa y la relaciona con el conjunto de la realidad, tratando de descubrir el sentido de las cosas, el ser presente en todas ellas. La filosofía es un conocimiento teórico: por ser conocimiento es un sistema de conceptos precisos, basados en la razón y la lógica, y por ser teórico es un saber ajeno a la preocupación por el domino técnico. Sin embargo, a pesar de esta aparente “inutilidad” Ortega presenta dos razones que convierten a la filosofía en un saber imprescindible: satisface una de las dimensiones más irrenunciables de la vida humana, el afán por el conocimiento, la búsqueda de la verdad; además, la filosofía tiene una “utilidad existencial”: el hombre es un náufrago perdido en la existencia y en este naufragio las teorías filosófica le permiten orientarse en la realidad.

I. 2. El método de la filosofía: la intuición filosófica

El conocimiento humano descansa en principios muy básicos que se alcanzan mediante actos simples de conocimiento a los que llama intuiciones; la intuición no se limita a la esfera de la percepción ni es sólo intuición sensible; también hay otros tipos de realidades que pueden darse en persona y estar presentes ante el sujeto cognoscente. Frente al positivismo empirista, que limita lo positivo a lo dado a la percepción, Ortega reivindica el “positivismo radical”: es posible la intuición o conocimiento inmediato de la verdad también en otros ámbitos, como el de las objetividades matemáticas, o del mundo de los valores y respecto de los grandes temas de la filosofía. Existe la llamada “intuición filosófica”: intuición porque es un acto de presencia inmediata de la verdad y filosófica porque la objetividad que en este acto se muestra es un sentido filosófico.

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II. EL TEMA DE NUESTRO TIEMPO: LA SUPERACIÓN DE LA MODERNIDAD

En función de sus peculiaridades históricas y culturales, cada época tiene una tarea fundamental que realizar y un destino. Ortega considera que la nuestra no es otra que superar los principios básicos de la modernidad, superación que en el caso de España servirá además para la renovación de la vida política y social. La época moderna y el espíritu filosófico que la sustenta está en crisis y debe superarse con nuevas creencias y nuevas formas culturales y vitales. Cada época está inspirada y organizada en ciertos principios; en el caso de la Edad Moderna, el principio básico que Ortega encuentra es el de la subjetividad, y la filosofía que lo gesta el racionalismo y el idealismo. El racionalismo considera que la razón es la dimensión principal del hombre y trae consigo la idea de la racionalidad como una capacidad capaz de vincularnos con verdades abstractas, atemporales, ajenas a cualquier elemento histórico y subjetivo. En sus versiones más extremas, el racionalismo es contrario a la vida. Por su parte, el idealismo presenta al mundo como una construcción del sujeto cognoscente, como un contenido de la conciencia que se lo representa. Frente a estos puntos de vista encontramos doctrinas opuestas: el idealismo tiene como contraria la tesis realista típica del pensamiento antiguo y medieval, y al racionalismo se opone el relativismo y el vitalismo irracionalista (el de Nietzsche, por ejemplo). Ortega considera que ninguna de estas dos oposiciones es correcta, que es preciso encontrar una solución a la disputa entre el racionalismo y el relativismo, entre el idealismo y el realismo. Y ello sólo es posible profundizando en el gran descubrimiento de la modernidad (la subjetividad).
Ortega rechaza la visión de una razón ahistórica y transpersonal, pero sin proponer una actitud vitalista radical, irracionalista, al modo de Nietzsche; su "racio-vitalismo" reivindica una noción de la razón que no sea contraria a la vida, la razón vital. En la historia del pensamiento se han dado dos interpretaciones opuestas de la realidad, el realismo y el idealismo. Para la concepción realista la realidad es independiente de la mente que se la representa, tiene una existencia propia, pues el sujeto cognoscente no construye la realidad que conoce. En el auténtico conocimiento nuestra mente es pasiva, es como un espejo fiel de la realidad; todo elemento subjetivo deforma la imagen que ésta puede exhibir en nuestra mente. La metáfora que mejor muestra esta descripción de la realidad y el conocimiento es la metáfora del sello y la cera: cuando conocemos la realidad, esta impresiona sobre nuestra mente, deja su huella (como el sello de un anillo lo hace sobre la cera), huella o representación que concentra el conocimiento alcanzado. El idealismo defiende todo lo contrario: la realidad es una construcción de la subjetividad o mente que se la representa, es inseparable de la conciencia que conoce; de aquí una nueva metáfora, la del continente y el contenido. La conciencia es como un receptáculo en el que existen o están presentes las cosas del mundo. El idealismo subraya el papel del sujeto y concibe la realidad como un mero contenido de conciencia; la filosofía kantiana defenderá este punto de vista. Ortega, estuvo influido en su juventud por el pensamiento neokantiano, pero pronto dejó de lado esta corriente para volver a recuperar la realidad perdida, aunque sin comprometerse por completo con el realismo. Se trata de mantener una posición de equilibrio entre el sujeto y el objeto, entre la mente y el mundo, entre el yo y las cosas. Para expresar su propuesta de una nueva idea del mundo, superadora de la modernidad, Ortega nos presenta la metáfora de los “dioses conjuntos”, dioses de la Antigüedad que eran inseparables y participaban de un destino común; lo mismo ocurre con la realidad; la realidad tiene dos caras, el mundo y el yo, la subjetividad y las cosas y ambos extremos se necesitan mutuamente y no pueden darse uno sin el otro ni. Ni la realidad es una mera construcción del sujeto ni algo independiente y anterior al sujeto. Los términos yo y mundo, sujeto y objeto pueden expresarse también con las palabras yo y circunstancias: mis circunstancias están ahí porque yo las atiendo, el mundo no es algo independiente, existe más bien en su relación conmigo, con mi subjetividad (residuo del idealismo); pero el yo no puede darse sin las circunstancias, no puede ser lo que es sino es en el ámbito de lo concreto y depende de las cosas para su realización (residuo del realismo).

III. LA VIDA, REALIDAD RADICAL

La realidad radical es la realidad en la que descansan todas las demás; desde la epistemología, la primera realidad será la primera verdad, aquella que permita deducir el resto de nuestros conocimientos; desde la ontología, la realidad primordial será aquél ámbito en el que se incardinan todos los demás. Para el realismo la realidad radical era algo exterior a la subjetividad (Naturaleza, Dios...); para el idealismo la subjetividad. Ortega, superador de ambas doctrinas, exigirá, una nueva realidad radical: la correlación entre subjetividad y mundo, entre yo y circunstancias, es decir la vida. La vida es la realidad indubitable o primera verdad, pero también la primera realidad, el ámbito en el que se hacen presentes y cobran sentido el resto de los seres.
Ortega se niega a identificar la vida con el cuerpo, el alma o la mente; todas estas realidades son posteriores al vivir, son construcciones que desde la propia vida nos hacemos para entender la realidad. Y la vida tampoco es una categoría abstracta, es el término más concreto de todos pues se refiere a la vida de cada cual, al vivir concreto, a nuestro experimentar la realidad, nuestro amar, pensar, recordar, desear, imaginar...: la vida es el conjunto de vivencias y el ámbito en el que se hace presente todo, incluidos los dos géneros de realidad que enfrentaban a realistas e idealistas: el mundo o circunstancia y el yo o subjetividad; estos dos extremos se necesitan mutuamente y son elementos de la vida. Ortega rechaza también la categoría filosófica de substancia: nos pide que construyamos una nueva idea del ser (que es la vida); la vida no es una cosa, no tiene naturaleza ni es una substancia; su ser es hacerse, es devenir y proyecto, es construirse en el tiempo. Sin embargo, aunque no exista una esencia humana inmutable sí existe algo así como el marco que predetermina todo lo que el hombre puede llegar a ser, sí existen ciertos rasgos presentes en toda vida, y por lo tanto en todo hombre; a este marco, a estas características de todo vivir, Ortega les da el nombre de categorías de la vida.
Vivir es un saberse y comprenderse. Los objetos meramente físicos no tienen una noticia de sí mismos, no se sienten ni se saben a sí mismos, nosotros sí. Aunque este saber puede tornarse explícito, sistemático e intelectual y puede llegar incluso a constituirse en una ciencia, el saber al que se refiere Ortega es más básico: es anterior a toda conceptualización y pensamiento teórico, es más bien un conocimiento espontáneo y prerreflexivo, es como una presencia inmediata de nosotros ante nosotros mismos. Y en este darse cuenta de nosotros mismos, nos damos cuenta también del no-yo, de las personas y cosas que nos rodean, del mundo circundante. Nos damos cuenta de nuestro mundo y de nuestra intervención en el mundo, y en este darnos cuenta de nuestro mundo nos damos cuenta de nosotros mismos. Una de las principales consecuencias de esta categoría es la de motivar en nosotros el afán por el conocimiento explícito de la realidad, nuestro apetito general de verdad. La vida y el conocimiento se necesitan, nos dice Ortega.
Vivir es encontrarse en el mundo. El mundo es un elemento fundamental de la vida, no algo exterior a ella, y junto con el yo forma los dos ingredientes inseparables de la vida (mundo o circunstancia y yo o subjetividad). El mundo nos es tan básico y fundamental que incluso nos damos cuenta antes de él que de nosotros mismos; además, el vivir es siempre ocuparse con las cosas del mundo (desearlas, pensarlas, percibirlas...), es convivir con una circunstancia; en ese encuentro con lo otro distinto a uno mismo se va formando nuestro yo. El mundo o circunstancia, como ingrediente de la vida, no es sólo el descrito por la ciencia, es también el mundo de los valores, de la religión, es toda realidad en la que se sitúa y con la que se encuentra el sujeto o yo y que determina sus posibilidades existenciales, su destino. La circunstancia se compone de innumerables capas: el mundo físico, el mundo de la cultura, la realidad histórica y social e incluso el cuerpo y la propia mente. Cuando Ortega insiste en la circunstancia termina hablando también de laperspectiva, puesto que el hombre es un ser circunstanciado, inscrito en la realidad espacio-temporal que le ha tocado vivir; la perspectiva es el ámbito desde el que es posible experimentar la realidad. Finalmente, y en contra del realismo, el mundo no se puede separar de nosotros: no se puede entender el yo sin el mundo o circunstancia, pero tampoco se puede entender el mundo sin el yo o subjetividad puesto que lo que sea el mundo depende de las peculiaridades, creencias y sensibilidad de cada uno.
La vida es fatalidad y libertad. El hecho de que la vida es siempre un darse en una circunstancia y un atender y estar en el mundo, le condujo a creer que no es posible la defensa absoluta de la libertad. El mundo que nos ha tocado vivir, nuestra circunstancia no es algo que podamos elegir; la circunstancia en la que estamos instalados y en la que se desenvuelve nuestra vida, determina nuestro yo. Pero esta tesis no tiene una connotación negativa puesto que sin la concreción que implica la circunstancia nos sería imposible ser y actuar: la vida es siempre estar en una circunstancia, no se vive en un mundo abstracto e indeterminado; el mundo vital nuestro es siempre nuestro mundo, el de nuestro aquí y ahora y es a partir de él como debemos actuar y modelar nuestro futuro; este hecho permite precisamente la libertad, la pura indeterminación la haría imposible. La fatalidad de nuestra vida no es completa, existe la libertad: no sentimos que nuestra vida esté prefijada totalmente pues la circunstancia nos permite un cierto margen de posibilidades y nos exige decidir. Por esta razón, la vida se presenta siempre como un problema, problema que nadie excepto nosotros puede resolver. La vida tiene un inevitable carácter dramático; estamos arrojados a la existencia y nos toca elegir y participar; en consecuencia tenemos proyectos, y el proyecto, lo que debemos elegir, ha de ser fiel a lo más profundo de nuestro ser, a nuestro destino; de este modo, la vida es libertad, y debe ser responsabilidad.
La vida es futurición. Frente a los seres del mundo que viven en el presente y son lo que son, el ser humano tiene una realidad paradójica pues su ser consiste no tanto en lo que es sino en lo que va a ser. Ortega considera al futuro como la dimensión temporal más importante para caracterizar al hombre: nuestra vida es siempre atender al futuro, apostar por un proyecto y actuar para realizarlo; incluso nuestro presente está condicionado por nuestro futuro, pues hacemos lo que hacemos para ser lo que queremos ser; frente a ello, los modos de temporalidad adecuados para caracterizar la circunstancia son el pasado y, en sentido estricto, el presente. Así, Ortega acaba defendiendo dos tipos de tiempo: el cósmico, que es solamente el presente puesto que el pasado no es y el futuro todavía no es; y el del viviente: que es de modo primordial el futuro.

IV. EL CONOCIMIENTO Y LA VIDA

IV. 1. El perspectivismo

En la tradición filosófica se han dado dos interpretaciones opuestas del conocimiento: el objetivismo o dogmatismo y el escepticismo o subjetivismo. El objetivismo declara que la realidad existe en sí misma y que nos es posible su conocimiento; a la vez, defiende la idea de que la verdad sólo puede ser una y la misma, con independencia de las peculiaridades, cultura y época a la que pertenezca el individuo que la alcance; de ahí que el sujeto cognoscente deba carecer de rasgos propios, tenga que ser extrahistórico y estar más allá de la vida, puesto que la vida es historia, cambio, peculiaridad. La mayor parte de autores han defendido este punto de vista. Frente a esta doctrina tenemos el subjetivismo (los sofistas y Nietzsche): es imposible el conocimiento objetivo puesto que los rasgos del sujeto cognoscente influyen fatalmente en el conocimiento. El subjetivismo es relativismo, termina negando la posibilidad de la verdad, y concluye en la idea de que nuestro conocimiento se refiere a la apariencia de las cosas. Estas dos doctrinas tienen un mismo fundamento, la creencia en la falsedad del punto de vista del individuo; Ortega destaca el error de este presupuesto: el punto de vista individual es legítimo porque es el único posible, es el único desde el que puede verse el mundo; la realidad siempre se muestra de ese modo. La perspectiva queda determinada por el lugar que cada uno ocupa en el Universo, y sólo desde esa posición puede captarse la realidad. La mirada y el Universo, el yo y la circunstancia son correlativos: la realidad no es una invención, pero tampoco algo independiente de la circunstancia, pues no se puede eliminar el punto de vista. La realidad es múltiple, perspectivística, multiforme no existe un mundo en sí mismo, existen tantos como perspectivas; y cada una de ellas permite una verdad: la verdad es aquella descripción del mundo que sea fiel a la perspectiva. Cada perspectiva capta una parte de la realidad, de ahí la importancia de todo hombre y toda cultura, todos ellos son insustituibles pues cada uno tiene como tarea mostrar, hacer patente el mundo que se le ofrece en virtud de su circunstancia. Una realidad que vista desde cualquier punto de vista sea siempre igual es un puro absurdo. El conocimiento absoluto, objetivo e independiente del sujeto cognoscente no existe, es ficticio, irreal. Ortega defiende elperspectivismo alegando que el sujeto no es un medio transparente, ni idéntico e invariable en todos los casos; es más bien un “aparato receptor” capaz de captar cierto tipo de realidad y no otro: de la totalidad de cosas que componen el mundo muchas son ignoradas por el sujeto cognoscente por no disponer de órganos adecuados para captarlas, y otras pasan por éstos a su interior; en cada individuo su psiquismo, y en cada pueblo y época su “alma”, actúa como un “órgano receptor” que faculta en cada caso la comprensión de ciertas verdades e impide la recepción de otras. Esta dimensión perspectivística no se limita al mundo físico y espacial, se da también en las dimensiones más abstractas de la realidad como los valores y las propias verdades. De este modo, el perspectivismo le permite a Ortega superar tanto el objetivismo como el subjetivismo.

IV. 2. La nueva idea de Razón propuesta por Ortega: razón vital y razón histórica

Ortega reivindica una nueva forma de conocer la realidad: la realidad primordial, la vida, sólo puede captarse adecuadamente mediante el recurso de la razón vital y de la razón histórica. Ortega y Gasset llamóracio-vitalismo a su sistema filosófico. Es la filosofía que tiene como tema explícito la reflexión sobre la vida y el descubrimiento y explicación de sus categorías fundamentales. Ortega se aleja del vitalismo irracionalista de Nietzsche y no niega la racionalidad humana pues el apetito de verdad y de objetividad forma parte de las inclinaciones más profundas del ser humano, así como nuestra predisposición a alcanzar dichos ideales mediante el ejercicio de la razón; además, con la razón construimos descripciones de la realidad que nos permiten orientarnos en la existencia: los sistemas de creencias hacen inteligible la realidad y permiten enfrentarnos al naufragio que invariablemente es la existencia. Pero ello no nos lleva de ningún modo al racionalismo pues la razón vital, a diferencia de la razón pura del racionalismo es capaz de recoger las peculiaridades y reclamaciones de la vida (la perspectiva, la individualidad, la historia, la excelencia y la corporeidad...). La razón vital conduce a la razón histórica, puesto que la vida es esencialmente cambio e historia. La razón histórica tiene como objetivo permitirnos comprender la realidad humana a partir de su construcción histórica y de las categorías de la vida y con ella podemos superar las graves limitaciones de la razón fisico-matemática propuesta en la modernidad. La filosofía tradicional había defendido la existencia de la naturaleza humana, de un núcleo estático y esencial, y por lo tanto había entendido al hombre en términos semejantes a las cosas del mundo (en términos substancialistas). El concepto de razón pura y matematizante típico de la modernidad es la culminación de este punto de vista, pero con este tipo de racionalidad se han cumplido los ideales técnicos de la modernidad aunque no los morales y existenciales. Este fracaso se debe a que es adecuada para aprehender las cosas, pero no propiamente la realidad humana, pues el hombre no es una cosa más del mundo, ni tiene naturaleza ni un ser estático, sino temporalidad e historia. Ortega describe dos formas de dar cuenta de la realidad: explicamos una hecho cuando descubrimos las leyes cuantitativas a las que se somete; esta forma de comprensión es legítima cuando se aplica a las cosas. Entendemos algo cuando captamos el sentido presente en dicha realidad, y es esta la forma de comprensión adecuada para dar cuenta del mundo humano, que no consta de hechos sino de sentidos; la razón histórica es precisamente el instrumento que debemos utilizar para comprender los sentidos de la existencia humana, y para ello se ha de referir a dimensiones del vivir como los sentimientos, valoraciones y proyectos del individuo o colectividad que queramos estudiar, y a las categorías, creencias y esquemas mentales con los que damos un sentido a nuestra vida y nos enfrentamos al reto de la existencia. La razón histórica utiliza igualmente los recursos interpretativos que nos permite el enfoque historicista: el análisis de la biografía, la teoría de las generaciones y la comprensión de las distintas épocas que constituyen nuestro pasado y determinan nuestro presente.

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