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jueves, 19 de agosto de 2010

PAULO FREIRE: La Alfabetización de Adultos

LA ALFABETIZACIÓN DE ADULTOS

Paulo Freire.

Doc. Fuente ICIRA-Stgo. De Chile.
Operación Alfabetización Integral. Herramienta de Liberación. Serie: 28-M-9-III Serie Metodología.
Segundo Curso de Capacitación de Alfabetizadores. ALFIN-1973

Dependiendo de la visión que uno tenga del  hombre, del mundo, de las relaciones hombre-mundo; del concepto de educación, de su “instrumentalidad” y de hasta adonde va esta instrumentalizad; de la alfabetización como un  acto creador o no, se responderá “ingenua” o “críticamente” a estas cuestiones.

En este texto, como en el anterior, meramente introductorio, estaremos siempre refiriéndonos a una y a otra de estas visiones, las que, por ser contrarias, llegarán a resultados contrarios tanto a la explicación del problema como a su tentativa de solución.

La concepción ingenua del analfabetismo lo encara como si fuera un “absoluto en sí”, o una “hierba dañina” que se necesita ser “erradicada”; de ahí, la expresión corriente: “erradicación del analfabetismo”. O también lo mira como si fuera una enfermedad, que pasará de uno a otro, casi por contagio. A esta concepción deformada del analfabetismo como enfermedad, llamamos irónicamente “concepción baracteriológica” del analfabetismo. El analfabetismo aparece como una llaga o una lepra que urge ser curada.

Dentro de esta gama de ingenuidades, el analfabetismo aparece todavía como manifestación de la “incapacidad del pueblo”, de su “poca inteligencia”, de su “innata apatía”, de su “flojera”.


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La concepción crítica del analfabetismo, por el contrario, lo ve como la explicitación fenoménica refleja de la estructura de una sociedad en un momento histórico dado.

La primera, que no puede, por la limitación de su visualización del problema tomado en su complejidad, darle respuestas correctas, propone e intenta soluciones puramente mecanicistas.

La alfabetización, para ella, se reduce al acto mecánico de “depositar” palabras, sílabas y letras en los analfabetos. Este depósito, según la concepción ingenua de la alfabetización, es suficiente para que el hombre analfabeto se afirme, ya que “dejó de serlo”.

Esta concepción mecanicista del “depósito de palabras” envuelve otra concepción, tan ingenua como la primera, que presta a la palabra un sentido mágico. Con esto queremos referirnos a que, en este mecanismo la palabra, como una cosa física, es como si fuera un amuleto. Algo independiente del hombre que lo dice, sin relación con el mundo y con las cosas que nombra.

De ahí que, esta visión distorsionada de la palabra, que implica la distorsión del hombre mismo, la alfabetización se transforme en un acto con el cual el alfabetizador va “llenando” a los analfabetos con sus palabras. El sentido mágico prestado a la palabra se prolonga y origina otra ingenuidad: el mesianismo. El analfabeto es un hombre “perdido”. Es imperioso “salvarlo” y su “salvación” está en que consienta que se le vaya “llenando” con estas “palabras” sonidos milagrosos, que le son regalados o impuestos por el alfabetizador, que es más un mago o hechicero que un educador.

(Si es lacra se necesita un extirpador, un curandero ….OJOOOO)

Los silabarios, por buenos que sean, desde el punto de vista no sólo metodológico sino hasta sociológico, no pueden liberarse de su pecado original en cuanto son instrumentos a través de los cuales se van “depositando” las palabras del educador como también sus textos en los alfabetizandos. Los silabarios en el fondo, son instrumentos domesticadores, casi siempre alienados y siempre alienantes, en la medida en que quitan al alfabetizando su poder de creación. De modo general, elaborados bajo esta concepción mecanicista y mágica-mesiánica de la “palabra-depósito”,  de la “palabra-sonido”, su objetivo máximo es realmente hacer una especie de “transfusión” en la cual la palabra del educando es la sangre salvadora del “analfabeto-enfermo”.

Y aún cuando las palabras del  silabario, los textos con ellas elaborados, y esto raras veces ocurre, coinciden con la realidad existencial de los alfabetizándos, de todos modos son palabras y textos regalados, como clisés, y no creados por aquellos que deberían hacerlo. En general, sin embargo, tanto las palabras como los textos de los silabarios nada tienen que ver con la experiencia existencial de los alfabetizandos. Y, cuando lo tiene, se agota esta relación al ser expresada en forma altamente paternalista, de lo que resulta tratar al adulto de manera que no osamos siquiera llamar infantil. Esta manera de tratar al adulto analfabeto resulta de la distorsionada forma de verlo, como si fuera totalmente diferente de los demás. No se le reconoce su experiencia existencial y todo el cúmulo de conocimientos empíricos que esta experiencia le ha dado.

Como seres pasivos y dóciles, deben los analfabetos ir recibiendo aquella “transfusión” alienante de la cual, por ello mismo, no puede resultar ninguna instrumentalización para la transformación del mundo.

En verdad, qué significación puede toner, para hombres, campesinos o urbanos, que pasan la un día duro de trabajo, o más duro aún, sin trabajo, textos como éstos, que deben ser memorizados: “el ala es del ave”; “Eva vio la uva”; “la casita tiene un huerto”; “pedro y Rosa, Elena y José quieren y cuidan mucho a sus animales”. ¿Qué puede un campesino o un obrero urbano sacar de positivo para su quehacer en el mundo, para superar el freno al ejercicio pleno de sus derechos de persona con un proceso de alfabetización en el cual se le dice, enfáticamente, que: “El ala es del ave” o que “Eva vio la uva” y, lo más absurdo, en regiones que no hay muchas aves y en el que el hombre sencillo no come uva, porque no hay o porque no puede?

¿Qué significación puede tener para alguien un texto que además de plantear una pregunta absurda, da una respuesta más absurda aún: “Ada dio el dedo al cuervo; dudo, Ada dio el dedo al ave”? En primer lugar, no sabemos de la existencia de ningún del mundo en que uno invite a posarse en un dedo* (texto de un silabario brasileño). En segundo lugar, al contestar el autor a esta pregunta extraña, dudando de que Ada haya dado su dedo al cuervo, puesto que lo ha dado al ave,, afirma que  el cuervo no es ave. De esta forma en un solo texto dice dos disparates. Pero, como el educando, que está siendo alfabetizado, en lugar de estar alfabetizándose asume una postura dócil de mero receptor de los “depósitos”, el educador, a través de este texto, es inyectar en el educando esta dosis maciza de alienación. ¿Qué puede uno esperar, entonces,  de una labor como ésta, desgraciadamente generalizada?

Indudablemente, esta concepción ingenua de la alfabetización, a de más de todas estas dimensiones ya anotadas, esconde casi siempre, bajo una vestimenta falsamente humanista, su “miedo a la libertad”. La alfabetización, aparece, por ello mismo, no como un derecho fundamental, un fundamental derecho, el de decir su palabra sino como un regalo de los que saben hacer a quiénes nada sabe. Empezando, de este modo, por negar al pueblo el derecho de decir su palabra, dado que la regala o la prescribe alienadamente, no puede constituirse en un instrumento de cambio de la realidad, de lo que resultará su afirmación como sujeto de derechos.

De ahí que esta concepción ingenua de la alfabetización, con su “miedo a la libertad”, sea apenas imaginar la búsqueda del pleno ejercicio de los derechos del hombre.

Parece ya, en parte justificada, la obviedad que afirmamos en el comienzo de este trabajo la dependencia en la cual se encuentra el proceso de alfabetización de la visión del hombre en sus relaciones con el mundo y con los hombres, de la educación y del compromiso que tenga o no el educador con la liberación de los hombres concretos.

Ahora bien, para una concepción crítica de la alfabetización, también el hombre-mundo, el analfabetismo como ya lo dijimos, no es algo absoluto, sino un epi-fenómeno. Sólo es un freno al ejercicio pleno de los derechos del hombre, en cuanto ya es una manifestación extensiva de derechos postergados.

Por esta razón es que, parea la concepción crítica de la alfabetización, no será a partir de la mera fijación mecánica de pa-pe-pi-po-pu; la-le-lo-lo-lu, que permiten formar palo, opala, lupa, etc., que se desarrollará en el hombre tanto la conciencia crítica de sus derechos como su inserción en la realidad para transformarla.

La alfabetización sólo es auténticamente humanista, en el primer paso que debe ser dado con vista a la integración del individuo a su realidad nacional cuando, sin temer la libertad, se instaura como un proceso de búsqueda, de creación, de recuperación, por el alfabetizando, de su palabra. Palabra que, en la situación concreta, objetiva, en la cual el hombre se encuentra, le está siendo negada. En el fondo, negar la palabra es algo más, es negar el derecho a decirla. Pero,  decir la palabra no es repetir una palabra cualquiera. En esto consiste el equívoco o, peor aún, el sofisma de la concepción ingenua criticada.

Es preciso no confundir el aprendizaje de la lectura y de la escritura, como algo que fuera paralelo o casi paralelo a la existencia del hombre, con la aprehensión que el haga de la palabra en su significación profunda. Solamente en el segundo caso, la alfabetización que se hace concomitantemente con la concientización, significa realmente un intento serio, un primer paso para la integración del individuo a su realidad nacional, como sujeto de la historia. Solamente así la alfabetización encarna un esfuerzo humanista.

Más que leer y escribir “El ala es del ave”, el hombre aprende lo fundamental: que necesita escribir su vida, que necesita existenciar su vocación ontológica e histórica, la de humanizarse, la de ser más. Y si el educador tiene esta visión de la alfabetización, necesariamente reconocerá en el analfabetismo un epi fenómeno. Reconocerá el alfabetizando que la solución del analfabetismo, como un desafío, no está en la simple donación de palabras, muertas o semi muertas. Reconocerá que la alfabetización, además de estar asociada a otros esfuerzos de carácter económico, social, político, etc., tiene que incidir en la inserción crítica del alfabetizando en su realidad, matriz de su analfabetismo, para que pueda, como sujeto con otros sujetos, buscar su transformación.
Cuando enfatizamos que no es posible confundir el aprendizaje de la lectura y de la escritura, como algo paralelo o casi paralelo a la existencia del hombre, con la aprehensión de la palabra en su significado profundo, nos imponemos una explicación respecto de este significado profundo de la palabra.

Si nos acercamos fenomenológicamente a la palabra para buscar su esencia, descubrimos que no puede haber palabra verdadera que no sea un conjunto solidario de dos dimensiones indicotomizables: reflexión y acción. De ahí que la palabra verdadera sea práxis. Trabajo. Reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo. En este sentido, pues, decir la palabra es transformar la realidad. Y es por ello también que el decir la palabra no es privilegio de algunas, sino derecho fundamental y básico de todos los hombres. Si para una concepción ingenua, la alfabetización es enseñar una palabra regalada, sin fuerza, de lo que resulta que el alfabetizando simplemente la recoja, la memorice para la concepción crítica, la alfabetización es la conquista que hace el hombre de su palabra. Implica la conciencia del derecho de decir su palabra.

Al encararla como ese conjunto indicotomizable de reflexión y acción, la concepción crítica de la alfabetización, de un lado, la palabrería, el verbalismo alienado, que es la palabra agotada de la acción, y por otra parte, niega el activismo, que es palabra agotada de la reflexión.

Lo que hacen de modo general, los silabarios, con palabras y textos como los citados antes, es precisamente palabrería, verbalismo.

Una concepción crítica de la alfabetización pretende desarrollar en el educando como en el educador, un pensar ciertamente realista. Y esto no se consigue mediante el verbalismo, sino mediante la palabra verdadera.

La primera condición que esta concepción se impone, es que las palabras generadoras con las cuales los alfabetizandos empiecen su alfabetización como sujetos del proceso, sean buscadas en su “universo vocabular mínimo”. Solamente a partir de la investigación de este universo vocabular mínimo, el educador puede organizar el programa que, de esta forma, viene de los alfabetizandos para volver a ellos, no como disertación, sino como problematización.

 Relacionado con lo anterior, en la concepción criticada, el educador, arbitrariamente, por lo menos desde el punto de vista socio-cultural, elige en su biblioteca las palabras generadoras, con las cuales “fabrica” su silabario, al cual se reconoce validez a nivel de toda una nación.

Para la visión crítica, advertida en cuanto a los niveles del lenguaje, entre ellos el nivel programático, de importancia fundamental para la elección de las palabras generadoras, éstas no pueden ser seleccionadas con el criterio puramente fonético. Una palabra puede tener fuerza en un área y no tenerla en otra, incluso dentro de una misma ciudad.

En la línea de estas reflexiones, observamos algo más: mientras que en la concepción mecanicista de la alfabetización el autor del silabario elige las palabras, las descompone en la etapa del análisis y compone, en la síntesis, otras palabras con las sílabas encontradas y así mismo con las palabras creadas, redacta textos como los citados, en la concepción crítica las palabras generadoras, palabras del pueblo –son puestas en situaciones problemas (codificaciones) como desafíos que exigen respuesta de los alfabetizandos. Y, porque la palabra verdadera es reflexión y acción sobre el mundo, problematiza la palabra que vino del pueblo es problematizar su relación indiscutible con la realidad. Y esto implica analizar críticamente la realidad.  Implica el desvelamiento del mundo, de lo que resulta la superación del conocimiento preponderantemente sensible de la realidad por la razón de la realidad. Así, el alfabetizando percibirá paso a paso que, aunque como hombre hable, esto no significa todavía decir su palabra.

La alfabetización así encarada, incompatible con donaciones o prescripciones de palabras; la alfabetización como un acto creador, es ya la pedagogía en sí misma no podría dejar de serlo, si la alfabetización así concebida y así existenciada es la búsqueda, es la conquista de la palabra, del derecho a decirla. Este es un derecho primordial del hombre. El hecho de decir la palabra, en el sentido aquí analizado, no depende de sí el hombre o los hombres son o no son alfabetizados. Solamente en una perspectiva deshumanizante, la alfabetización puede transformarse en un instrumento alienador de hombre.

En verdad, si decir la palabra es transformar el mundo, decir la palabra no es privilegio de algunos hombres sino derecho de los hombres, nadie puede decir sólo la palabra. Decirla solamente significa decirla para los otros, una forma de decir sin ellos, y casi siempre, contra ellos. Decir la palabra exige, por ello, un encuentro de hombres. Este encuentro, que no puede darse en el aire, sino en el mundo que debe ser transformado, es el diálogo en que la realidad concreta aparece como mediatizadora de los hombres que dialogan. Pero además de no poder darse sino en el mundo, este encuentro dialógico no puede existenciarse entre contarios antagónicos. Por esta razón no puede verificarse el diálogo en la concepción mecanicista de la alfabetización, entre el alfabetizador y el alfabetizando, mientras aquél se considera alfabetizador y lo induce a que se reconozca su alfabetizando. En estas circunstancias, el alfabetizador dice su palabra al alfabetizando, para él, sin él, manteniéndolo en silencio.

Nada, entonces, se puede esperar de una labor como ésta en el sentido de ser el “primer paso que debe de dar el individuo para su integración a la realidad de su país”, como sujeto de derechos. En nada contribuirá en el sentido de la profundización de la toma de conciencia de sus derechos, una vez que su derecho primordial, el de transformar el mundo como sujeto, no solamente le sigue negado, sino mistificado por el esfuerzo alienante de una alfabetización equivocada o mal intencionada.


Es necesario reconocer que el analfabetismo no es en sí mismo un freno primordial. Resulta de un freno anterior y pasa a ser freno. Nadie es analfabeto por elección, sino como consecuencia de las condiciones objetivas en que se encuentra. En ciertas circunstancias de las condiciones objetivas en que se encuentra. En ciertas circunstancias, “el analfabeto es el hombre que no necesita leer”; en otras, “es el hombre a quién le fue negado el derecho de leer”.

En ambos casos, no hubo elección. El primero vive una cultura cuya comunicación y cuya memoria son auditivas, aunque en términos preponderantes. En este caso, la palabra escrita no tiene significación. Para que se introdujera la palabra escrita y con ella la alfabetización en una cultura como ésta tenga éxito, sería necesario que, concomitantemente, se operara una transformación capaz de cambiar cualitativamente la cultura. Muchos casos de analfabetismo regresivo o por desuso tendrán ahí su explicación. De ahí el resultado de campañas de alfabetización mesiánicas o ingenuamente concebidas, para áreas cuya memoria preponderante o totalmente oral.

En el segundo caso, el analfabeto es el hombre que viviendo en una cultura letrada cuya comunicación y cuya memoria además de orales son también escritas, no tuvo chance de alfabetizarse. Quiso y no pudo, mutilado en este derecho básico.

Esta es la razón por la cual, solamente a través de una labor concientizadora en que el alfabetizando le sea problematizado el propio analfabetismo, como un freno al pleno ejercicio de sus derechos. El podrá percibir que este freno es producto de otros frenos. No será con “Eva vio la uva”, “El ala es  del ave” con desafiarlo y problematizarlo preguntándole si: “Ada dio el dedo al cuervo”, que él ganará la conciencia crítica de que, porque es persona humana, debe ser sujeto de derechos.

Si lo que caracteriza al hombre es su capacidad de admirar el mundo, objetivarlo para transformarlo de ahí que no sea un ser de la adaptación sino de la transformación, la alfabetización que no estimule cada vez más este poder de admiración del mundo, que no se encauce hacia la desmitificación del mundo por su develamiento, nada hará, sino enfatizar el freno al pleno ejercicio de los derechos.

Solamente la otra –la que problematiza el hombre-mundo-, la que concientiza, la que supera la contradicción educador-educando y alcanza una síntesis feliz- se instaurará como el  primer paso que debe de dar el individuo para la transformación e integración a la realidad nacional, tomando conciencia de sus derechos.

Mientras en la concepción criticada, el alfabetizando no desarrolla ni puede desarrollar una visión crítica de su realidad, en la concepción defendida por él va percibiéndola como una totalidad. Va superando, de esta forma, lo que llamamos visión focalista de la realidad, según la cual las parcialidades de una totalidad no están integradas entre sí en la composición de la totalidad. Y solamente en la medida en que el alfabetizando va organizando, a través de la problematización de su mundo una forma crítica de pensar, irá pudiendo pensar y actuar seguro sobre el mundo.

La alfabetización entonces, se hace un quehacer global que envuelve al hombre en relaciones con el mundo y con los hombres, relaciones que son igualmente quehaceres.

Pero, al hacerse la alfabetización este quehacer global, contribuye para que el alfabetizando se descubra, porque es hombre, como un ser del quehacer, vale decir, como un ser que, transformando el mundo con su trabajo, asume su mundo. Este mundo creado por la transformación del mundo, que él no ha creado y que constituye su dominio, es el mundo de la historia y el mundo de la cultura.

Ahora bien, al percibir el significado de su trabajo transformador, percibe que, operar el mundo transformándolo, es hacer cultura. Descubre un significado nuevo en su acción, por ejemplo, de cortar un árbol, destrozarlo, de trabajar su tronco, del cual resulta algo que ya no es el árbol. Percibe que este algo, producto de su esfuerzo, es un objeto cultural.

Pero, descubrimiento a descubrimiento, alcanza fundamental:
a)      que el habérsele quitado el derecho de decir su palabra se relaciona directamente con el hecho de no convertir sobre él la humanización del mundo que opera con su acción transformadora;
b)      que, aún siendo analfabeto, su trabajo envuelve un conocimiento, implica una forma de saber; y
c)      finalmente, descubre que entre los hombres, no hay absolutización de la ignorancia ni absolutización del saber. Nadie sabe todo, nadie ignora todo.

En nuestra experiencia, tanto en Brasil como en Chile, siempre fueron confirmadas estas afirmaciones.

“Ahora yo sé que soy culto”, dijo cierta vez un campesino, al discutir el concepto antropológico de cultura a través de codificaciones, antes del proceso mismo de la alfabetización. Y, al preguntársele por qué se sabía que era culto, contestó seguro: “Porque trabajo, y trabajando transformo al mundo”. Esta afirmación muy común también en Brasil, explicita la superación que estos hombres sencillos van haciendo del conocimiento preponderantemente sensible de su presencia en el mundo por la razón de estar en el mundo, que hace que el hombre sea. “Saber” que es culto porque trabaja y trabajando cambia el mundo y no memorizar frases ingenuas es, realmente el primer paso que debe dar el individuo para reconocerse sujeto de derechos, para percibir que trabajo es palabra, que palabra es práxis, y alfabetizarse no es memorizar palabras donadas, sino conquistar el derecho de decirlas.

“Descubro ahora, dijo otro campesino chileno, al problematizársele el hombre-mundo, que no hay mundo sin hombres”. Y, al preguntarle el educador en nueva problematización, si todos los hombres del mundo murieran y quedaran los  árboles, los pájaros, los animales, las estrellas, no sería siempre mundo? “no, contestó este Sartre chileno, desconocido y analfabeto, faltaría quién dijera: esto es mundo”.

Con esta contestación, este “filósofo” campesino, que la concepción ingenua clasificaría como ignorante planteó, precisamente, la relación indicotomizable hombre-mundo. Planteó la crítica al subjetivismo o psicologismo, que implica un hombre sin mundo, como al objetivismo, que implica un mundo sin hombres. Afirmó la dialecticidad subjetividad-objetividad.

“El hombre se distingue del animal”, dijo otro, porque su aprendizaje es por medio de la palabra”. A estos hombres la concepción ingenua de la alfabetización “doméstica” les propone textos como “Papá y mamá fueron a pasar sus  vacaciones en la casa del tío Pedro”.

“Me gusta discutir sobre esto, dijo una mujer chilena, apuntando a la “codificación” de una situación existencial en su área, porque vivo así”. “Pero mientras vivo, no veo. Ahora sí, observo como vivo”.

Desafiada por su propia situación existencial codificada, esta mujer del pueblo fue capaz, en una especie de emersión de su forma de existir, de admirarla y percibirla como una presentificación a su conciencia internacional. Pero esta presentificación de su forma de existir, y el describirla, significa desvelar su realidad, significa insertarse en ella, críticamente.

Ahora, una experiencia en Brasilia. Se presentó como problema al grupo una situación fonética, correspondiente a la de las familias de la palabra TIJOLO (ladrillo):

                                     TA,  TE,  TI,  TO,  TU
                                      JA,  JE,   JI,   JO,   JU
                                      LA,  LE,  LI,  LO,  LU

Desafiados, comenzaron ellos –y jamás el educador- a crear sus palabras, como siempre sucede. Una mujer, juntando TI con TO dijo: TITO. Entonces, un hombre la miró emocionado y, tomando otros elementos de la “ficha del descubrimiento”, afirmó:  Tu  ja  le (tu ya lees; en correcto portugués: tu  ja  les).

Ahora, si comparamos este texto (creado por el hombre mismo que buscaba su palabra, nacido bajo la emoción de asistir a sus compañeros creando también), con “Eva vió la uva”, percibimos que la concepción ingenua de la alfabetización es la mantención del freno al pleno ejercicio de los derechos y no el primer paso para hacer efectiva tales derechos.

Pero si la comparación se hace ahora entre: “Ada dio el dedo al cuervo” y “El pueblo va a votar conscientemente”, texto escrito en la pizarra por un alfabetizando brasileño, la crítica que hemos venido haciendo hasta ahora se hace más objetiva.

Hay todavía algo más que considerar. Es que estos textos redactados por los alfabetizandos, que van expresando la claridad creciente de su visión del mundo y deben ser problematizados as todo el grupo. Mientras en la concepción criticada, el hombre lee, repite una, dos, tres veces para memorizar que  “El ala es del ave”, en la concepción que defendemos, además de ser el hombre mismo el que crea su texto, tiene en su texto el objeto de una discusión crítica.

Imaginemos el alcance de una pregunta a un miembro del grupo sobre el exacto significado de la palabra “voto”; lo que representa su participación en el proceso de su sociedad; las relaciones entre este proceso y otras dimensiones de la realidad, la cuestión de los derechos cívicos, etc.

Imaginemos ahora, como contrapartida, lo que ocurrirá sí se plantea como problema: “Ada dio el dado al cuervo”; si se planteara como problema la contestación del autor, como su “duda” en torno de su propia pregunta.

Es por esta razón que solamente la alfabetización como problematización del hombre-mundo, como búsqueda de la palabra en su significación profunda, es liberadora. Y, porque es liberadora, es capaz de instaurarse como “el primer paso que debe dar el individuo para su integración”, el proceso de construcción de su sociedad. Y, de esta forma, decir su palabra.


Paulo Freire,
1972












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