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sábado, 7 de agosto de 2010

LA BELLEZA Y LA VERDAD DE LA FUERZA AMOROSA, por Carl G. Jung

copiado de FILOSOFÍA DIGITAL 


LA BELLEZA Y LA VERDAD DE LA FUERZA AMOROSA, por Carl G. Jung



“La belleza y la verdad de la fuerza amorosa se pone de manifiesto tanto más plenamente cuanto mayor cantidad de instinto sea capaz de contener. Pero cuanto más sofoque el instinto al amor más sale a la luz el animal. El amor se revela empíricamente como la fuerza del destino por excelencia, tanto si aparece como vulgar concupiscencia o como la afección más espiritual. Es uno de los móviles más poderosos en los asuntos humanos. Cuando se lo considera “divino”, entonces esta denominación se le aplica con todo derecho, pues a lo más poderoso en la psique se le llamó desde siempre “Dios”. Siempre y en todas partes se llamó divino a lo que posee la máxima potencia psíquica. Sin embargo, Dios siempre es contrapuesto a las personas y se lo diferencia expresamente de ellas. El amor, con todo, es algo común a ambas partes. Este mundo solamente es vacío para aquel que no sabe dirigir su libido a las cosas y personas para hacerlas vivas y bellas. Solamente la resistencia que su no-querer opone al querer produce esa regresión que puede convertirse en el punto de partida de un trastorno psíquico. El problema del amor pertenece a los grandes padecimientos de la humanidad, y nadie debería avergonzarse del hecho de tener que pagar su tributo.”
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¿A qué no se le llama “amor”? Empezando por el mayor misterio de la religión cristiana, encontramos en el siguiente grado de profundidad el amor Dei de Orígenes, el amor intellectualis Dei de Spinoza, el “amor de la idea” de Platón, el “amor divino contado por los místicos”, hasta entrar en la esfera de lo humano con palabras de Goethe:
Dormidos están los salvajes impulsos,
como todo acto impetuoso;
nace ahora el amor humano,
nace el amor de Dios.
(Fausto, 1ª parte, Gabinete de trabajo)´

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EL AMOR SE REVELA COMO LA FUERZA DEL DESTINO POR EXCELENCIA Y ES UNO DE LOS MÓVILES MÁS PODEROSOS EN LOS ASUNTOS HUMANOS
Nos encontramos con el amor al prójimo, con su coloración compasiva, en el sentido tanto cristiano como budista, con la filantropía, la asistencia social y, junto a él, el amor a la patria y demás instituciones ideales, como la Iglesia, etc. Se alinean a continuación el amor de los padres, sobre todo elamor materno, y luego el amor filial. Con el amor de los esposos dejamos atrás el terreno del espíritu y nos adentramos además en esa esfera intermedia que se extiende entre espíritu e instinto, donde, por una parte, la llama pura de Eros se excita hasta convertirse en el fuego de la sexualidad y, por otra, formas de amor ideales, como el amor paterno, al amor a la patria, el amor al prójimo se mezclan con la avidez de poder personal, con el deseo de poseer y dominar.

Esto no quiere decir que todo contacto con la esfera del instinto signifique necesariamente degradación. Al contrario, la belleza y la verdad de la fuerza amorosa se pone de manifiesto tanto más plenamente cuanto mayor cantidad de instinto sea capaz de contener. Pero cuanto más sofoque el instinto al amor más sale a la luz el animal. Así, el amor del novio y de la novia puede ser tal que cabe decir con Goethe:
Cuando la intensa fuerza espiritual
los elementos para sí arrebató,
no hubo ángel que separase
la doble naturaleza unida
de la intimidad de ambos:
tan sólo el amor eterno
consigue separarla.
(Fausto, 2ª parte, Barranco)

No siempre se trata necesariamente de una amor así, sino que puede ser también un amor de esa clase de la queNietzsche dice: “dos animales se han reconocido”. El amor de los enamorados cala más hondo. Falta la consagración de la promesa, de los votos de vida en común. En cambio, esa otra belleza del destino, de lo trágico, puede transfigurar este amor. Pero, por lo general, predomina el instinto con su oscura pasión o su chispeante fuego de paja.
El “amor” se revela empíricamente como la fuerza del destino por excelencia, tanto si aparece como vulgar concupiscencia o como la afección más espiritual. Es uno de los móviles más poderosos en los asuntos humanos. Cuando se lo considera “divino”, entonces esta denominación se le aplica con todo derecho, pues a lo más poderoso en la psique se le llamó desde siempre “Dios”. Se crea o no en Dios, se admire o se maldiga, siempre aparece la palabra “Dios” en la lengua. Siempre y en todas partes se llamó “divino” a lo que posee la máxima potencia psíquica. Sin embargo, “Dios” siempre es contrapuesto a las personas y se lo diferencia expresamente de ellas. El amor, con todo, es algo común a ambas partes.
El amor es siempre un problema, con independencia de la edad de la persona de quien se trate. En la etapa de la infancia el problema es el amor de los padres; para el anciano el problema es lo que ha hecho con su amor. El amor es una de las grandes potencias del destino que se extienden desde el cielo hasta el infierno.
LA RESISTENCIA AL AMOR ENGENDRA LA INCAPACIDAD DE AMAR Y HACE SURGIR EL CONFLICTO, QUE ES LA BASE DE TODA NEUROSIS
Creo que lo mejor que puede hacer usted es comprender todo el problema del amor como un milagro por la gracia de Dios, como algo acerca de lo cual nadie sabe nada a ciencia cierta. Es siempre el destino, cuyas últimas raíces jamás desenterraremos. No hay que dejarse confundir por las obras de Dios. Que el sublime absurdo o la absurda sublimidad del acontecer nos sirva para el asombro filosófico.
Y, sin embargo, tiene usted mucha razón cuando dice que el problema del amor es el más importante de la vida. Pero hablar sobre lo más importante es también una de las cosas más arduas. Frente a ello se tiene un recelo muy natural, una especie de veneración, como la que nos inspiran las cosas grandes y fuertes. [...] El problema del amor se me aparece como una montaña monstruosamente grande que con toda mi experiencia no ha hecho más que elevarse, precisamente cuando creía haberla casi escalado.
Esta implicación del amor en todas las formas de vida, en la medida en que es general, es decir, colectiva, constituye la menor dificultad en comparación con el hecho de que el amor es también, eminentemente, un problema individual. Todo esto quiere decir que bajo este aspecto pierden su validez cualquier criterio y regla general.
De todos modos, es difícil pensar que este mundo tan rico fuese demasiado pobre como para no poder ofrecer un objeto al amor de una persona. Ofrece espacio infinito para cada uno. Antes bien, es la incapacidad de amar la que roba al hombre sus posibilidades. Este mundo solamente es vacío para aquel que no sabe dirigir su libido a las cosas y personas para hacerlas vivas y bellas. Lo que, por tanto, nos obliga a crear un sustituto a partir de nosotros mismos no es la carencia exterior de objetos, sino nuestra incapacidad de abrazar amorosamente algo que está fuera de nosotros.
Seguramente nos agobien las dificultades de la vida y las contrariedades de la lucha por la existencia, pero tampoco las situaciones externas muy difíciles pueden obstaculizar el amor, por el contrario, pueden estimularnos a realizar los esfuerzos más grandes. Las dificultades reales no podrán nunca reprimir la libido de forma tan duradera como para que surja una neurosis. Para ello hace falta el conflicto, que es la condición de toda neurosis. Solamente la resistencia que su no-querer opone al querer produce esa regresión que puede convertirse en el punto de partida de un trastorno psíquico.
La resistencia al amor engendra la incapacidad de amar, o esa incapacidad actúa como obstáculo. Al igual que la libido se asemeja a una corriente constante que hace desembocar su agua en el mundo de la realidad, la resistencia no se asemeja, considerada desde un punto de vista dinámico, a una roca que se alza desde el lecho del río y que es sumergida o rodeada por la corriente, sino más bien a una contracorriente que en vez de fluir hacia la desembocadura fluye hacia la fuente. Una parte del alma quiere, sí, el objeto externo, pero otra quiere retroceder al mundo subjetivo, desde el cual hacen señas los palacios aéreos y livianos de la fantasía.
El problema del amor pertenece a los grandes padecimientos de la humanidad, y nadie debería avergonzarse del hecho de tener que pagar su tributo.
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CARL GUSTAV JUNGSobre el amor. Minima Trotta, 2008. Traducción de Luciano Elizaincín. [FD, 03/03/2009]

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