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viernes, 23 de marzo de 2012

GRANDES MUJERES DEL MUNDO MODERNO: Entrevista a MANUELA GARÍN PINILLOS

copiado de LA JORNADA SEMANAL No 889, 18 de Marzo 2012  http://www.jornada.unam.mx


Cinco décadas contra la ignorancia
entrevista con Manuela Garín Pinillos
Paula Mónaco Felipe
Tiene noventa y ocho años de edad, completa lucidez y mejor humor. Es platicadora, ríe a menudo y toma café como si fuera agua. Manuela Garín Pinillos es pionera de la matemática en México y una de las dos primeras egresadas de esa carrera. Profesora emérita de la unam (1989), fue la primera directora de la Escuela de Altos Estudios de la Universidad de Sonora, fundó la escuela de matemáticas en Yucatán y participó en los cambios de programas de la SEP en los años sesenta, entre otros logros. “Fue como meterte a una selva cuando a duras penas te dieron un cuchillo”, dice, y relativiza las dificultades: “eso nos tocó, andar abriendo caminos”. Pasó cinco décadas en aulas de todos los niveles y se jubiló en 1992, a sus setenta y ocho años. Tiene dos hijos, Tania (bailarina) y Raúl (dirigente estudiantil del ‘68), seis nietos y nueve bisnietos.

Foto: Miguel Tovar
–Hay un prejuicio sobre las matemáticas, que son difíciles y aburridas. ¿Por qué?
–Los maestros son los que no saben enseñar, hacen que los alumnos las aborrezcan porque se las dan como reglas preestablecidas que deben aprenderse de memoria, y la matemática es pura lógica.
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–¿Por qué eligió estudiar matemáticas?
–Mi papá era ingeniero de minas en Cuba y vivíamos aislados, él nos enseñaba matemáticas, que siempre me parecieron cosa muy fácil. Al llegar a México estaba recién fundada la Universidad Nacional y se empezaron a crear carreras. Mi mamá quería que estudiara ciencias químicas y ponerme una farmacia, pero yo odiaba la idea de estar detrás de un mostrador. Me decidí por matemáticas, entramos en el año cuarenta y éramos cuatro: un estadunidense, Félix Recillas, Enriqueta González Baz y yo. Le decíamos al gringuito: “¡no nos vayas a dejar! Inscríbete o te apuntamos aunque no vayas”, porque si no éramos cuatro, quitaban la carrera.
–¿Fue difícil como mujer cursar una carrera y que además fuera ésa?
–En medicina había dos, tres; en leyes una o dos. Eran muy pocas las mujeres pero sí podíamos estudiar aquí. No fue difícil. ¿Cuál era tal vez el problema? Que acababa de triunfar la Revolución mexicana y muy pocas estudiaban por la postguerra; hacían hasta la secundaria y luego a casarse. Si había alguna prohibición era familiar. A mis cuñadas no las dejaban ni asomar las narices al balcón, hasta solteras quedaron porque no las dejaban salir; no fuera a pasar un general y se las robara.
–Ha dicho que nunca se sintió discriminada.
–La verdad no, pero si alguien hubiera intentado discriminarme se hubiera encontrado con una fiera. Tengo cien años y todavía no me dejo.
–¿Sus compañeros siempre la trataron bien?
–Sí. Éramos muy pocas mujeres pero nos respetaban. Entonces estaban Javier Barros Sierra y Nabor Carrillo, que después fueron rectores (de la UNAM), Carlos Graef, Alberto Barajas y los demás (Jesús Reyes Heroles y Luis Echeverría, entre otros).
–¿Por qué eligió ser maestra y no dedicarse a la investigación?

–Tenía el puesto de investigadora pero me jaló siempre más ser maestra porque sentía que a los pueblos se les engaña fácilmente por la ignorancia. Si uno quiere que la gente se defienda tiene que tener alguna preparación y la base fundamental son las matemáticas. Pensaba: “Si sé matemáticas es mi obligación enseñar la mayor parte que pueda.”

–Alguna vez dijo que los investigadores tienen la obligación moral de dar clases.

–Sigo pensándolo, todo el mundo debe enseñar lo que sabe a los demás. Los investigadores son gente muy preparada, ¿por qué se quedan con su sabiduría? Es un egoísmo tremendo.
–Fue docente durante unos cincuenta años. ¿Cómo fue esa experiencia?
–Yo era dura pero, si no, ¿cómo hubiera podido ser maestra en la Escuela de Ingeniería, que entonces era la primera mujer que daba clase? Eran puros muchachos y en cuanto se aparecía una chica empezaban a aullar como lobos. Les decía: “ándenle pues, salgan tooodos a verla”, y luego tranquilos seguíamos la clase. Era dura, ponía reglas y se respetaban. No podía tener debilidades porque hubiera tenido que renunciar.
–¿Sus alumnos la hostigaban?
–En el ‘54, una vez llego a clase y estaban inquietos, hasta que un valiente me dice: “Maestra, hay un ratón”, y sabemos que las mujeres les tenemos miedo. Entonces le respondí: “Valiente, sácalo” y el bandido agarró al ratón que tenía amarrado con un hilo, se lo subió al hombro y se paró. Me di cuenta que iba a pasármelo a diez centímetros y me dije: “Mane, te aguantas porque te aguantas.” ¡Me pasó el ratoncito y ni un músculo se me movió! Jamás me hicieron nada más. Yo no tuve problemas, la verdad.
–¿Para qué sirve estudiar?
–La persona que tiene preparación puede analizar cualquier acontecimiento con un criterio más amplio. Desgraciadamente se ve cómo engañan a la gente, les cuentan unos cuentos chinos que digo: “cómo se los pueden creer”. Pues salió en la televisión y se lo creyeron. Alguien preparado se da cuenta que en la televisión dicen lo que quieren que crea pero no lo que es realmente. En los mismos periódicos –y perdónenme en La Jornada– todas las noticias vienen de un informador. ¿Quién informa? Tal noticiero de tal parte. Entonces tómalo de quien viene.
–¿Aprender matemáticas ayudaría a tener una lectura crítica de la realidad?
–Sí, porque son pura lógica. Si sabes hacer razonamientos lógicos y sacar conclusiones, cuando te dicen algo que no tiene lógica dices: “pera, pera, barájamela más despacio, ¿dónde me quisiste engañar o dónde te tropezaste y te fuiste por otro lado?” Es muy difícil que se engañe a la gente que sabe matemáticas.
–Y en este México de violencia y apatía, ¿de qué pueden servir las ciencias y la matemática en particular?
–En este México actual que es terrible, en un país desarrollado como Suecia, en el país que me ponga, el que la gente tenga una buena educación y sepa matemáticas sirve. Me acuerdo hace unos años, se decía que la política del PRI era que aunque pasaran a quinto o sexto año no supieran nada porque con la ignorancia se podía gobernar mejor. Pues sí.


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